Sí, lo sé. Ayer no publiqué. Mal rayo me parta pero, antes
de que intentéis lincharme en plan turba enfurecida dadme el derecho a réplica.
Ayer esta vuestra sierva se levantó a las siete de la mañana
(me destemplo sólo con recordarlo). Sé que muchos de vosotros os levantaréis
incluso antes a diario pero, teniendo en cuenta que llego a casa todos los días
cerca de las doce de la noche y, a lo tonto a lo tonto, soy incapaz de irme a
la cama antes de las dos de la mañana, coincidiréis conmigo en que fue toda una
proeza.
Pues eso, que me levanté, me adecenté y salimos de casa el
churri y yo a las ocho de la mañana (me sorprendió ver que las calles ya
estaban puestas). Desayunamos en el bar y nos fuimos al banco a sacar el dinero
para ir por la tarde, finalmente a firmar el piso.
Teníamos la firma a las seis de la tarde. Dado que mi
horario de trabajo es de tres de la tarde a once de la noche tenía cuatro
opciones:
a) Entrar a la hora de siempre, irme a las cinco y recuperar seis horas en
días posteriores (no me molaba nada eso de tener que estar alargando mis
jornadas laborales por semejante tontería)
b) Pedirme el día libre (tampoco me molaba nada perder un
día de vacaciones para hacer trámites)
c) Entrar a la hora de siempre, irme a las cinco y luego
volver, para no tener que devolver tantas horas (me aburría sólo de pensar en
tanto viaje para arriba y para abajo)
d) Fastidiarme y meterme el madrugón para entrar a trabajar
a las nueve, salir a las cinco y aquí paz y después gloria. Opté por
fastidiarme.
Miedo me da lo que puedo haber hecho yo en el trabajo en ese
estado semi comatoso en el que pasé la jornada. Respiraba porque eso no hay que
pensarlo y por puro instinto de supervivencia.
A las cinco nos fuimos como almas llevadas por el diablo a
la firma del piso. Nos dieron ochocientos papelitos para firmar (entre ellos,
una autorización para consultar en el ASNEF si somos morosos, después de que ya
lo habían consultado. Sin palabras), hicimos entrega del dinerillo y, a cambio,
nos dieron las llaves. Qué momento de júbilo ese de la entrega.
Volvimos a casa y metimos algo de ropa en dos maletas (por
ir moviendo algo, porque la mudanza va a tener tela. Ya os contaré en capítulos
posteriores) y partimos a visitar nuestro nuevo y flamante piso sin la
presencia de Comercial Lacónico. Comprobamos que hay que limpiar a fondo porque
lo han dejado todo lleno de salpicones de pintura y tierrecilla de obras y que
hay que avisar a la inmobiliaria para que a su vez avise al casero para que
vaya a recoger todos los trastos que dejaron metidos en los armarios. Por lo
demás, todo perfecto y estupendo. Dejamos colgadas nuestras primeras prendas
en el armario en plan colonizador, volvimos a casa a dejar las maletitas (en un
Metro atestado de gente donde acabamos pensando que nos íbamos a tener que
meter dentro de las maletas) y nos fuimos
a cenar fuera porque el churri no andaba con ánimo de cocinar.
Total, que llegamos a casa a las once y cuarto de la noche. Estoy
escribiendo esto a las doce y media de la madrugada del miércoles 30 al jueves
31, o sea, que os hablo desde el pasado. Si no contesto los comentarios
es porque no sobreviví a la noche…
Sé que me estoy retrasando con vuestras entradas. Tenedme
paciencia, las leeré todas en cuanto recupere un poco mi vida. De a poquito y
con buena letra.
Os dejo que mañana me quiero levantar a una hora decente
para embalar cositas. Mi vida es una fiesta.