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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLII: El piojo acosador

Éstos ya habían caído una vez pero, como se ve que no tuvieron suficiente o que les mola aparecer en esta sección, este año han vuelto a la carga con otra maravillosa obra de arte. Podéis leer el destripamiento anterior aquí, si es que os interesa y, si no os interesa, pues entonces no.

La escena nos ubica en un campamento. Alguien tañe una campanita y una horda de niños sale de su tienda de campaña. De fondo, suena una música de tambores que nos hace pensar más bien en un campamento militar pero se supone que es un campamento de verano para niños.

Como están muy bien aleccionados, van haciendo filita ordenadamente para que un monitor les pulverice el cuero cabelludo con “algo” que aún no sabemos lo que es. Un niño aspira embelesado el aroma que ha dejado en el aire la pulverización del mejunje y a una niña le echan el spray y, acto seguido, le cepillan su larga melena sin que haya un solo enredo. Qué maravilla, oye.

Los niños salen corriendo no  sabemos muy bien hacia dónde y, de repente, vemos que tras un árbol acecha un bicho de etilvinilacetato (o de goma eva, que viene siendo lo mismo y tiene menos sílabas, es que me quería hacer la culta…) que debe de medir aproximadamente un metro ochenta, centímetro arriba, centímetro abajo.

Por el contexto general del anuncio entenderemos que es un piojo gigante pero bien puede ser una cucaracha, un marciano o un inspector de Hacienda. No sé yo si un entomólogo reconocería este espécimen a la primera como un ftiráptero (ya estoy resultando pedante, ¿a que sí?).

El caso es que, sea lo que sea el bicharraco, los persigue por el bosque ocultándose entre la maleza, como un vulgar acosador. Y, entonces, vemos un niño que se dispone a saltar en tirolina y al bichejo escondido detrás del palo, esperando su momento para atacar. Lo de “escondido” es un decir. Muy tarado tienes que ser para no ver semejante esperpento detrás de ti.

O muy tarado o muy indiferente debido a que te han rociado la cabeza con el spray antedicho. No sé muy bien cómo debe de funcionar porque, según va avanzando el riel de la tirolina, va dejando a su paso un brillo anaranjado que hace que el piojo resbale y caiga cuando intenta ir a por su presa.

Eso sí, dicen que huele a naranja y mango, así que lo mismo te protege de los piojos pero te conviertes en un claro objetivo para las avispas. Seguro que el mismo fabricante también elabora repelentes de insectos y así tiene el negocio doblemente asegurado. Deben de ser unos genios de las finanzas, oye. Seguro que el repelente tiene olor a pescado para que te persigan los gatos y así te pueden vender antihistamínicos si eres alérgico. Lo tienen todo calculado al milímetro.

Al final, el pobre bicho abandona el campamento, hato al hombro, buscando nuevos emplazamientos donde no sean tan crueles. 

lunes, 28 de septiembre de 2015

Crónicas Felinas CL: La garra ejecutora

Marrameowww!!!

A pesar de que Munchkin nunca escribe en este blog, no debemos desmerecer su papel en la sombra. Cierto es que soy yo el que tiene que pensar las entradas de esta sección e intentar tirar por los suelos la reputación de la bruja a fin de que la abandonéis todos y os entreguéis con fervor sólo a estos escritos, lo que provocaría que al fin pudiera hacerme con el control absoluto de este espacio pero tengo que aprovechar la oportunidad que este medio me brinda para reconocer que el objetivo será más fácil de alcanzar con la colaboración del imberbe.

Su técnica consiste, básicamente, en no dejarla escribir. No importa con qué medios. En cuanto ella se sienta a darle a la tecla, él se planta encima de la mesa y empieza a darle con la pata (y las uñas) en la mano para que ella se ponga a hacerle mimitos. Cuando se cansa de mimitos, empieza  a tirarle bocados a la mano. Entonces ella da por finalizada la sesión de cariño y decide reemprender su tarea. Ilusa. Munchkin comienza entonces a mover el ratón y, en ocasiones, hasta se lo tira de la mesa.

La bruja le echa unas broncas de órdago… bueno, no, esto no hay quien se lo crea. La bruja más bien le implora con vocecita de dibujo animado “Chiquitín, yaaaaa”. Pero él no se da por aludido, por lo que ella continúa su feroz ataque con un “Mami se va a enfadar, ¿eh?”. Menos mal que no tiene hijos. Serían todos carne de Hermano Mayor. Ya me imagino al cani de turno dándole un sopapo y robándole el contenido de la cartera y ella diciendo con voz firme “Mami se va a enfadar y te vas a quedar sin postre y sin ver los dibujitos”. En serio, es el ser más pusilánime que ha parido madre.

 Al final, cuando ya decide ponerse firme lo castiga mandándolo al pasillo “hasta que se tranquilice”. Munchkin se queda un rato por ahí zascandileando (si entretanto puede romper algo, tanto mejor) y después maúlla lastimeramente detrás de la puerta.

Ella, que es tonta perdida, le deja entrar aunque lo amenaza al mismo nivel que la Yakuza y la Camorra juntas: “Pero te portas bien, ¿eh?”. Que se lo ha creído… Munchkin vuelve a las andadas e incorpora también la técnica de acercarse sigilosamente a la silla por la parte de atrás y clavarle las uñas en las posaderas (son amplias, es imposible fallar), dando por iniciado nuevamente el proceso.

De esta manera, para escribir un simple post la bruja puede estar fácilmente una hora. Tengo la esperanza de que estas técnicas del imberbe terminen minando su paciencia y un día de estos decida abandonar para siempre. Que, total, para lo que hace…

Así que vaya desde aquí mi agradecimiento al jovenzuelo, que parece que no aporta nada a la causa pero sí. Yo soy el cerebro. Él viene siendo el brutito que siempre hay que tener como aliado.

Prrrrrr. 

jueves, 24 de septiembre de 2015

Mi aventura norteña VI: Pizza, pintxos, sushi y un poco de turismo

El Ayuntamiento
La semana pasada nos habíamos quedado llegando a Bilbao. Mi cuñado y su chica habían venido a buscarnos a la estación de autobuses y realmente ni recuerdo de qué hablamos, tal era el grado de cansancio que aquejaba a mi mente y mi cuerpecillo.

Tomamos el tranvía (mira que me gusta a mí viajar en tranvía; tendrían que tenerlos en todas las ciudades) y, al cabo de unas pocas paradas, llegábamos a casita. La primera impresión que tuve fue que Bilbao es una ciudad muy limpia, cosa que me agradó sobremanera.

Una vez que llegamos a su casa estuvimos charlando un rato y, dado que ya se había hecho de noche, ¿qué íbamos a hacer sino cenar? Podríamos haber aprovechado para empezar a comer un poco más sano y así comenzar a perder los kilos ganados en días anteriores pero ¿para qué? Mucho mejor pedir unas pizzas con su borde relleno de queso y todas sus calorías. Peliculita (gore y malísima pero no preguntéis cuál era porque mi mente me ha hecho el gran favor de olvidarlo) y a la cama, que el agotamiento no nos permitía mucho más.

Al día siguiente nos llevaron a turistear. Estuvimos dando una vuelta por el centro, viendo el ayuntamiento (mucho más mono que el de Madrid, todo hay que reconocerlo en esta vida), la ría y las callejuelas antiguas. Tengo que decir que Bilbao me gustó mucho. 
La plaza donde comimos.
No recuerdo el nombre, sorry.

Y nos dio el mediodía y, claro, había que comer ¿cómo no? Pues a ponernos ciegos de pintxos, que ya se sabe que, donde fueres, haz lo que vieres. Comimos unos pintxos buenísimos que regamos con un txakoli más bueno todavía. Al ir a pagar me sorprendió que nos preguntaran qué había sido y fuimos nosotros los que les dijimos cuántos pintxos y cuántos txakolis. Eso en Madrid no se podría hacer nunca. Si tenemos en cuenta que cada txakoli costaba unos cuatro euros, ya podéis ir echando cuentas de a cuánto podrían ascender las pérdidas en un establecimiento de ese estilo ubicado en Madrid. Qué bonito es encontrarse en un sitio donde la gente es honesta, oye.

Luego nos fuimos a conocer el Guggenheim (por fuera, porque la cola para entrar era tremenda; cualquiera diría que actuaba Lady Gaga) y nos sacamos la típica foto chorra con la araña esa gigante que tienen fuera y con Puppy, el perro enorme hecho de flores que también anda por ahí en las inmediaciones. Hay también unos chorros de agua que salen directamente del suelo y estuvieron amenazándome con mojarme pero se ve que valoran su vida y no se atrevieron (entre lo friolera que soy y que el día estaba medio lluvioso, me puede llegar a dar un pasmo).

Los chorros del mal.
Fuimos a tomar un café y para casa, porque nuestros anfitriones habían reservado en un restaurante oriental donde pedimos una especie de transatlántico lleno de sushi. Con la excusa de que el sushi es muy sano, nos pusimos hasta las patas.

De milagro no llegamos rodando a casa. 



Venga, os dejo más fotitos para que no se diga:

La ría

Haciendo el chorra en el Ayuntamiento

Seguimos haciendo el chorra en la araña

El Puppy

En el culo del Puppy

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLI: Los géeeermeneeees

Vemos una urbanización de casitas todas iguales y, en las zonas verdes del mismo, un pato del tamaño de un niño se dirige hacia la acera seguido de una hora de vecinos, cual miembros de una secta en pos de su líder. En este punto del anuncio ya supe yo que la cosa prometía y, a juzgar por el resultado final, no me equivoqué.

Lo que los une, al parecer, es el deseo de proteger a sus familias. No contra los ladrones ni contra la amenaza de las drogas. Ni siquiera contra una mafia chunga, no. Hay que protegerla de los géeeermeneeees.

Y, para que aprendan a defender a su familia de los géeeermeneeees han colocado sobre la acera una serie de inodoros que, bonitos no quedan, las cosas como son, pero la estética no es importante cuando se trata de luchar a brazo partido contra esta invisible amenaza. El pato saca un artilugio de difícil descripción. Lo intentaré, no obstante: Me ha recordado a una bomba para hinchar ruedas de bicicleta (bueno, vale, también me recuerda a cosas más políticamente incorrectas pero me ahorraré los grafismos). La gente mira al pato como si fuera un gurú, con la admiración patente en sus pupilas y se miran entre ellos mientras asienten con la cabeza como diciendo “este pato sí que sabe”.

Todos los vecinos se hacen con un artilugio de estos y colocan un disquito de una especie de blandi-blub en el interior de la taza. Este sencillo gesto sirve para acabar con los géeeermeneeees en cada descarga de la cisterna.

Y los inodoros descargan el agua (no sé si ya traían la cisterna cargada de casa o si se han dedicado a hacer la instalación de las tomas de agua en mitad de la acera). Y todo el inodoro se tiñe de un mágico color azul del que, después, salen como unas estrellitas luminosas que, supongo, son los espíritus de los difuntos géeeermeneeees.

Y los vecinos levantan sus artilugios como si se tratara de trofeos y todo es algarabía y felicidad porque ahora sus familias están protegidísimas. Y no sé si ahora les tocará desmontar todos esos inodoros de la acera o si los dejarán ahí, cual monumentos conmemorativos de ese día glorioso en que cambió el curso de la historia en lo que a batallas contra las enfermedades infectocontagiosas se refiere. Un día que será recordado por las generaciones venideras, que bien podrían no haber existido si no fuera porque un pato vino a salvarlos de la casi segura extinción de la especie humana. Y habrá leyendas en torno al pato, y los juglares de todas las comarcas cantarán odas rememorando las hazañas de este heroico ánade. Su nombre será dicho con orgullo, pero también con respeto y miedo, pues por todos será sabido que el pato era implacable en la lucha contra el enemigo.

Tal vez hasta erijan un busto del pato en oro macizo para no olvidar nunca al prócer que los condujo a la victoria. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

Crónicas Felinas CXLIX: Eolo y yo

Marrameowww!!!

El jueves pasado hizo viento en Madrid.

Pensaréis que éste es un dato irrelevante y que qué os importará a vosotros el parte meteorológico. O tal vez penséis que me estoy quedando sin material de escritura y que ahora me dedico a redactar posts que perfectamente podrían incluirse en una conversación de ascensor.

Pues no, no me estoy quedando sin material. Yo soy un gato por demás imaginativo y locuaz, al que jamás le faltará un tópico que tratar en este blog.

El motivo por el que comento que hizo viento es porque los soplidos de Eolo ejercen un poder muy extraño sobre mi gatunez (iba a escribir “sobre mi persona” pero ya me estaba viendo venir a algún purista diciendo que esa expresión no es aceptable en mi caso). Yo diría que me vuelvo hiperactivo. La bruja dice que me vuelvo loco, directamente, aunque no es ella la más indicada para andar opinando acerca de la locura y la cordura de los demás.

Pues sí, cada vez que sopla el viento no puedo parar quieto. Empiezo a correr por toda la casa no deteniéndome hasta que una pared me frena; doy saltos sobre cuanto mueble me encuentro por el camino; maúllo sin venir a cuento, aunque no haya nadie prestándome atención… y cosas así.

Munchkin nunca había sido testigo de mi reacción al aire embravecido, por lo que dedicó el día entero a mirarme con los ojos abiertos como platos, poniendo cara de Dos de Oros. Hasta cierto punto entiendo su cara de sorpresa, ya que por lo general soy un gato más bien tranquilote y pasota, al que parece que no se le mueve un bigote ante ninguna circunstancia, por lo que el cambio tan radical de actitud debe de ser bastante chocante. Pero, por otra parte, me pasa un poco como lo que comentaba antes de la bruja; es decir, este gato se tira el día entero haciendo cosas raras y luego tiene la desfachatez de venir a mirarme a mí como si viniera de otro planeta.

La culpa no es mía sino de la Madre Naturaleza, que es una malvada y parece disfrutar jugando con el comportamiento de cuanto ser vivo puebla el planeta. Así que espero que, la próxima vez que haya viento, quienes me rodean demuestren un poquito de empatía ante mi extrema sensibilidad, en lugar de llevarse las manos a la cabeza y preguntarme cuarenta veces qué me pasa.

La bruja se pone insoportable una vez al mes y nadie le dice nada. De repente se ríe, de repente llora y al final ya llega a un estado desquiciado donde llora y se ríe todo al mismo tiempo, en un fluir descontrolado de emociones. Y se supone que eso tenemos que aceptarlo como algo normal y ser comprensivos y bla bla bla… y luego uno sufre una sobredosis de energía y hay que ver la que se monta.

Desde luego, parece que en esta casa no miden a todos con la misma vara.

Prrrrrr.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Mi aventura norteña V: Desde Asturias a Bilbao, luciendo la pantorrilla

Y así, a lo tonto, entre comilona y comilona, ya estábamos a lunes. Y tocaba volver a desplazarse. Ese mismo día poníamos rumbo a Bilbao para visitar a mi cuñado y su chica.

Luego de desayunar opíparamente en el hotel (para no perder la costumbre), fuimos a pagar la habitación como ciudadanos de bien que somos. Pagamos con tarjeta pero a juzgar por todas las monedas que habíamos encontrado sobre la mesa del anterior hotel el sábado y de las que os hablaba en el post anterior, creo que podríamos haber pagado con ellas.

Todavía quedaban un par de horas para que saliera nuestro autobús así que ¿en qué íbamos a aprovechar el tiempo? Pues en pasar un ratito más con Eva y Miki, tomando el vermú, como las abuelillas. En esas estábamos cuando, casualidades de la vida, aparece por allí la chica que había estado cuidando de Mapo y Timón, los dos perros que me había faltado conocer. Hala, ya conocía a toda la familia animal de Eva en pleno.

Una vez tomado el vermú, nos acompañaron a recoger la maleta al hotel y fueron con nosotros a despedirnos a la estación. Estuvimos un rato largo esperando que el autobús hiciera su aparición pero, como estaba tan a gustito, ni cuenta me di.

Finalmente, subimos al autobús y Eva gritó desde abajo “Esa Álter, cómo mola, se merece una ola”. Y yo, desde dentro, dije “ueeeee”. Sí, quedé como una loca peeeeero, así me aseguraba de que nadie iba a querer entablar conversación conmigo en las seis horas de viaje que teníamos por delante. Aparte, seguro que pensaron que yo sería una celebrity, o algo y habrán estado todo el viaje comiéndose el coco pensando si me habrían visto en la tele o qué.

Y para Bilbao que nos fuimos. En la primera parada nos hicieron bajar y dijeron que parábamos para comer y que dentro de una hora vendría otro autobús a recogernos. Genial. Ya iba yo entendiendo cómo se podían tardar seis horas en llegar desde Asturias hasta Bilbao.

Comimos algo, claro, no fuera cosa que nos desmayáramos con todo el hambre que habíamos pasado esos días y estuvimos dando vueltas sin sentido por la estación hasta que, una hora y veinte minutos más tarde (esto de la puntualidad británica como que no va con ellos) vinieron en nuestro rescate. Casi doy vítores de alegría.

Y a seguir. El conductor iba nombrado cada parada que hacíamos (cosa lógica, sí, pero ahora veréis por qué lo digo) con una perfecta dicción: “San Vicente de la Barquera” con todas sus vocales y sus consonantes.

El problema fue que en Santander cambiamos de conductor y éste no sé si iba desganado, borracho o si necesitaba un fonoaudiólogo pero “Barakaldo” sonó como “Barrrrrrllll” y ahí quedó la cosa.

Menos mal que en Bilbao bajaba un montón de gente y no había pérdida, porque como hubiésemos tenido que fiarnos de ese hombre terminábamos en Irún.

Y, con el culo chato, llegamos finalmente.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CL: El efecto dominó

Los anuncios de estas galletitas siempre se han caracterizado porque sus personajes protagonizaban inusitadas carreras para ver quién terminaba antes de lamer el relleno de las mismas, lo cual es bastante inquietante ya de por sí pero esta vez parece que han querido cambiar de tercio y se han decantado por los dibujos animados. Hay varios de ellos pero, en este anuncio en concreto, se preguntan qué pasaría si le das una galletita de estas a un vampiro “muy aterrador” (según ellos).

Al parecer, una vez que haya probado las maravillas de las galletas rellenas, ya no tendrá necesidad de alimentarse de sangre por lo que, una vez que se acerca al cuello de su víctima, una chica rubia con dos coletas que parecen bolos (de los de bolera, no alimenticios) alargados y que en vez de ojos tiene dos crucecitas, desiste de su intento y se ponen los dos a brindar con leche y, según cuentan, el vampiro ya no va a dar miedo.

Pues mira tú qué bien. Parece que las galletas estas son como la droga para los vampiros. Una vez que las prueban olvidan por completo cuál es su propósito en la vida y ya no pueden cumplir correctamente con su trabajo. Sólo viven (o “noviven”) por y para su próxima dosis de galletitas rellenas. Se convierten en la lacra de los vampiros, un poco como los de la saga “Crepúsculo” pero sin enamorar adolescentes. Harán lo que haga falta con tal de conseguir una galletita y un vaso de leche y su salud se irá viendo deteriorada ante la total carencia de los nutrientes esenciales que les aporta la sangre humana y, dado que por su condición de vampiros les cuesta encontrar supermercados que abran por la noche, andarán rebuscando en los cubos de basura unas tristes miguitas de galleta rellena que llevarse a los colmillos. Eso sí, los colmillos resultarían una herramienta muy útil para rebañar el relleno de las mismas.

Así que ya veis, queridos lectores. Esta gente pretende convertir a los pobres vampiros en unos desechos de la sociedad, sin oficio ni beneficio. Se supone que su contribución es dar miedo para tener algo con lo que asustar a los niños que no se toman la sopa y ahora ¿qué? En un efecto dominó sin precedentes nos enfrentamos a la bancarrota de los fabricantes de sopa de sobre y, por consiguiente, las fábricas de fideos deberán cerrar definitivamente sus puertas, dejando a sus trabajadores en el paro.

Todo esto pasa si le das una galletita rellena a un vampiro así que, si se os presenta la oportunidad, no lo hagáis. Los fabricantes de galletitas por alguna extraña razón (tal vez alguna rencilla no resuelta en el pasado o por algún trauma infantil no cicatrizado) ocultan oscuras intenciones para con los fabricantes de sopa.

Menos mal que me tenéis a mí, que ya leo entre líneas por vosotros y os salvo de este cataclismo económico inminente. Con la que está cayendo, como para arriesgarse. 

lunes, 14 de septiembre de 2015

Crónicas Felinas CXLVIII: Así no

Marrameowww!!!

 La obsesión de Munchkin con las toallas es algo incomprensible.

 Desde que era pequeño que le gusta enganchar con las uñas las toallas que están colgadas en el baño y tirarlas al suelo. Vale, confieso que esta técnica se la enseñé yo, que siempre he sido muy dado a hacerlo para luego tumbarme sobre la toalla a dormir una rica siesta en lo blandito. Si es verano y la toalla está un poco húmeda, mejor, que ese frescor es gloria bendita.

Pero una cosa es tirar una toalla teniendo en mente un propósito claro y otra muy distinta es andar por la vida tirando toallas sin ton ni son. Lo de Munchkin roza el trastorno mental, en serio.

A veces le da por tirar la toalla del consorte y esconderse debajo (esconderse mal, dicho sea de paso, porque siempre se le queda fuera el rabo o una oreja). Esto, si bien es una actitud un poco pueril, puede interpretarse como un entretenimiento del imberbe que, al fin y al cabo, es un jovenzuelo y no goza de la madurez y la sabiduría de un servidor.

Pero es que hay veces que está desesperado por que alguien abra la puerta del baño. Cuando al fin ve vía libre, se abalanza dentro cual kamikaze, tira la toalla del consorte y la del lavabo y sale corriendo sin mirar atrás.

El otro día batió su propio record. Entró a toda pastilla en el baño con la clara intención de tirar al suelo la toalla del consorte. Al ver que ya estaba caída por algún ataque anterior (que, como parece evidente, ningún humano vago se tomó la molestia en solucionar), empezó a dar vueltas sobre sí mismo, desorientado, como si de repente todos los objetivos de su vida se hubieran visto truncados por una mano negra. Finalmente, se conformó con tirar únicamente la del lavabo (que, o bien no había sufrido vandalismo alguno en la anterior incursión del niñato, o bien algún humano la había necesitado y, ya que la levantaban del suelo, decidieron dejarla nuevamente en su sitio).

De verdad, la cosa empieza a ser muy grave. Como digo, si tienes un motivo claro para hacer una maldad, no seré yo quien diga que no la hagas. De hecho, te alentaré a ello (sobre todo si la víctima de la misma va a ser la bruja) pero me pregunto seriamente ¿qué gana este gato loco con esto? ¿toda la diversión consiste en tirar algo al suelo y salir corriendo? Porque digo yo que, cuando tiras algo al suelo, lo suyo es tirarlo mientras miras a tus humanos fijamente a los ojos cuando sabes que ya no van a poder impedirlo. Si el objeto en cuestión es frágil, mejor. Por ejemplo, si hay un vaso con agua sobre la mesa, te colocas al lado del vaso, sacas la pata y, muy despacio, sosteniendo al mirada, le das el golpe de gracia, quedándote a contemplar el posterior estropicio.

Pero así no. Qué gato más soso.

Prrrrrr.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Mi aventura norteña IV: La postboda

Yo, en el hórreo
La noche de la boda, cuando por fin llegamos a descansar, agotados de tanto bailar y columpiarnos en la zona infantil (sí, nos colamos en la zona infantil, somos unos seres rebeldes), vimos que encima de la mesa había un montón de monedas. ¿Recordáis que la semana pasada os dije que habíamos dejado la habitación hecha un desastre? Pues llegamos a la conclusión de que todas esas monedas provenían de unos vaqueros que el churri había dejado sobre la cama. Se nos cayó la cara de vergüenza imaginando a la pobre mujer recogiendo todo aquello del suelo.

Al dejar la habitación al día siguiente, yo estaba haciendo el check out en la recepción y el churri estaba sentado fuera, en la terraza. Justo en esto pasaron las señoras de la limpieza y, al ver cómo iba vestido el churri, una de ellas comentó a las otras “esos son los pantalones”. Cielo santo, sólo de escribirlo se me suben los colores. A las señoras de la limpieza que lean esto, de verdad, soy muy respetuosa del trabajo ajeno y esto fue una causa de fuerza mayor, en serio, no me odiéis.

Pasado el bochorno, nos reunimos con MLS y Poti-Poti para ir todos nuevamente al pueblo de Eva a seguir la jarana. Imaginaos unos diez coches en filita todos yendo al mismo sitio; decía la prima de Eva que parecía que íbamos de entierro.

Conociendo a Ferny
(foto robada a Eva porque ella la tiene editada y yo no)
Y allí que llegamos a seguir comiendo y bebiendo sidra. Creo que mi cuerpo me ha odiado un poco más este verano. Tuvimos una larga sobremesa y nos fuimos nada menos que a conocer al gato más querido y detestado de la blogosfera. Sí, me refiero a Ferny, que es un troll y un asqueroso que no me dejó ni tocarlo. Perfidita es otro cantar. Es de lo más mimosona y buena. A Grace no la pude ver porque es muy tímida y no salió. Y Ramón (el perro) es otro encanto.

Nos fuimos a casa de Eva. A cenar, no fuera cosa que nos fuéramos al hotel con el estómago vacío y pereciéramos de inanición durante la noche. Le voy a hacer un monumento a mi estómago. Allí conocimos a más fauna de Eva: los gatos Faruk y Salve-el-atún. El churri hizo muchas migas con Salve-el-atún pero dijo MLS que no tenía mérito porque es una facilona. Sin embargo, Faruk, que es borde en general, se acercó a mí a que le hiciera mimos. Soy genial.
Salve-el-atún, la facilona
Nos dieron las dos de la mañana y Miki nos acompañó al hotel, mientras nos explicaba cosas de allí. Nunca había hecho turismo en plena noche cargada con una maleta y dos bolsas pero siempre hay una primera vez para todo.


Faruk, escondiéndose de los fans
Nuestra habitación del hotel estaba en un ático, con una ventana en el techo. Al churri le dio por dejar la persiana abierta para ver las estrellas. De más está decir que a las seis de la mañana tuve que andar cerrando la persiana para poder seguir durmiendo.


Continuará.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CXLIX: The eternal countdown

En un anuncio de cerveza se puede hacer un poco el ganso (sobre todo dependiendo de la cantidad ingerida) pero no sé si es debido a que las rimas forzadas me sacan de los nervios que, cuando lo vi, enseguida pensé que esto tenía que formar parte de esta sección.

Va de una cuenta atrás, realizada para que un tío con mono verde y amarillo y botas de percebeiro se lance desde un cañón. Aprovechan cada número para hacer una rima. Con “diez” rimaría “qué sed”, así que un montón de latitas se deslizan por una barra para dar de beber a un sediento grupo de amigos. El nueve sería “haz el percebe”. Nunca lo he hecho pero parece que consiste en despatarrarse sobre una roca en el mar y torrarse ahí al sol (a lo mejor lo de las botas de percebeiro viene por ahí). Se ve que “ocho” no quisieron rimarlo con “bizcocho”, que está muy visto, por lo que optaron por “un bicho tocho”, que es una especie de langostino gigante que hace water ski con otro grupo de gente que parece acogerlo estupendamente, pese a sus diferencias. El “siete” es para el “buen rollete”, que sería ir en chanclas y ropa de playa con las latas de cerveza en la mano a una comida de gala. Eso yo más bien lo llamo no tener sentido de la ubicación pero allá cada uno. Con el seis ya se lucieron. Se ve que no se les ocurría nada en la lengua de Cervantes, por lo que optaron por un “in your face” consistente en dos tías tirándose sendas tartas a la cara, mientras un pibe cuya cabeza sobresale de una diana se pregunta para qué narices lo han puesto ahí.

Llegamos al cinco, que es el que más me horripila. ¿Cuál es la rima fácil con cinco? Esa no, borricos, a tanto no llegan. Brinco. Y, ¿quién da brinquitos supuestamente graciosos? Sí, Chiquito de la Calzada. De verdad, no hay persona que me ponga más nerviosa en el mundo que él y si ya lo remata, como en este caso, diciendo “Nolll”, pues ya quiero suicidarme directamente.  El cuatro se lo dedican al “puro teatro”, donde uno se hace el ahogado para que lo atiendan unas vigilantes de la playa de muy buen ver. El tres es “refresh”, donde una pareja va  a darse un besito junto a una piscina y algo cae en la misma, salpicándolos (se estaban quedando sin ideas, a estas alturas). El dos es el “boss”, que es un tío que juega al pingpong bebiendo cerveza sin que se le escape una sola pelota y el uno es un “pincho moruno” de gente apiñándose en una banana (no sé si en España se le llama igual. Son estos plátanos gigantes que flotan en el agua para que la gente haga el canelo).

Llegan al cero y disparan al percebeiro que nos habla de la cerveza que lleva en la mano mientras vuela.

Por fin. 

lunes, 7 de septiembre de 2015

Crónicas Felinas CXLVII: Dilemas humanos

Marrameowww!!!

Estos humanos son muy raros. Sé que, a estas alturas, no debería yo sorprenderme por esto pero es que cada día que pasa me dan un motivo más para no salir de mi asombro.

Los humanos siempre tienen unos dilemas muy extraños. Uno de ellos, del que adolece más la bruja que el consorte, es el “qué me pongo”. No hay mañana que la bruja no se pase un buen rato observando el armario como si ahí dentro se escondiese el secreto de la vida eterna, barajando diferentes posibilidades hasta que al final dice “pues esto mismo y a tomar por saco”. No sé para qué tanta historia, entonces. Un día de estos le voy a proponer que se vende los ojos antes de abrir el armario y que saque la ropa al buen tuntún. Aunque, sabiendo que es un poco loca y clasifica la ropa por colores, seguro que sabría encontrar al tacto una prenda concreta.

Otro, en este caso más común en el consorte que en la bruja, es el “qué hago de cena”. El viernes pasado aquello ya alcanzó tintes surrealistas. Según tengo entendido, por la tarde el consorte comunicó a la bruja que cenarían fajitas. Por la noche, le dijo que no, que iban a cenar guisantes con jamón porque se había dado cuenta de que tenía relleno de fajitas y tortillas pero no guacamole.

Al rato le pregunta que si quiere mini pizzetas. Ella responde que va a ser poco y él le dice que pueden acompañarlo con caldo de pescado. A la bruja le parece una combinación un tanto extraña y dice que no. El consorte propone arroz marinera, pero no hay limón y a la bruja no le gusta comer arroz marinera sin limón. El consorte descubre en el congelador un preparado para huevos rotos; pero no hay huevos, así que eso también queda descartado.

Cuando ya parece que el consorte está al borde de la desesperación y que va a haber que llamar al Tele-Loquesea, descubre unos calamares y queda decidido que esa será la cena de esa noche. La bruja, que es un poco lerda y tarda en darse cuenta de las cosas una barbaridad pero al final espabila, le pregunta que por qué no cenan los guisantes con jamón de los que habían hablado antes, a lo que el consorte responde que es debido a que tienen jamón, pero no guisantes.

Total, que resultó que nuestra casa era un despliegue de medias comidas que, en conjunto, no valían para cenar nada decente. Eso les pasa por no comer pienso a diario, como nosotros, y por no ir por la vida como nuestra mamá gata nos trajo al mundo, como nosotros. Si nos imitaran un poco más toda su preocupación sería si echarse la quinta siesta en la cama, en el sofá, o en una cestita. Tenéis que  probar algún día, hacedme caso.

Se ahorra muchísimo tiempo cuando uno deja de preocuparse por esas nimiedades por las que os preocupáis vosotros.

Prrrrrr.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Mi aventura norteña III: La boda

Con la novia, roja y radiante.
Sonó el despertador y hubo que darse prisa para poder estar arreglados y monos antes de que comenzase la ceremonia. Vale que era al mediodía pero nosotros somos tardones por naturaleza así que entre que desayunamos y demás, cuando me quise dar cuenta se nos echaba el tiempo encima.

Tengo que decir que suelo ser una persona bastante ordenadita y que, cuando estoy en un hotel, me gusta dejar la habitación lo más presentable posible para facilitarle la vida a quien venga a limpiarla y para que no piensen que vivo como una marrana. En esta ocasión no fue posible. Por un lado, porque con las prisas no me dio tiempo a recoger nada y, en segundo lugar, porque la ducha tenía mampara en un lado pero no en la parte que queda frente al chorro de la ducha, por lo que no fui capaz de ducharme sin dejar el baño como las lagunas de Ruidera.

Total, que dejando caos y destrucción a nuestro paso, partimos a la boda. Por suerte, llegamos a tiempo y pudimos ver la entrada de la novia y, posteriormente, a Eva y Miki en su hórreo decorado, dándose el “sí quiero” para que después los pusiésemos llenar de pompas de jabón y arroz de colores. Ahí ya empezamos a zampar. Los aperitivos estaban de muerte, todo hay que decirlo, y con eso dábamos el pistoletazo de salida a lo que sería un día entero moviendo los carrillos.

Luego del aperitivo, fuimos a sentarnos a la mesa que teníamos asignada el consorte, Poti-Poti, María la Solterona B. y J. (amigos de los novios), la famosa Virginia y una servidora. Nos tocó la mesa 8. Nos faltó tiempo para darle la vuelta al cartelito y decir que estábamos en la mesa “Infinito”. Un camarero sin sentido del humor nos quitó el cartelito poco después. Según la propia Eva, fuimos la mesa más escandalosa de la mesa (bueno, ella dijo “animada” pero es que cuando quiere es muy diplomática). El primer plato fue bogavante y a mí me tocó una mamá. Confieso que me dio un poco de pena comerme a los hijitos de la “bogavanta” pero es que estaban buenos. Y luego pescado, y luego carne (que yo ya no me pude terminar). Para cuando llegó la tarta, yo ya estaba que iba a salir rodando en cualquier momento.

Empezó el bailongo. Y venga a beber y a bailar. Yo bailé más de lo que bebí, la verdad, porque suelo ser bastante comedida con la bebida pero, sin dar nombres, diré que las copas volaban por ahí con una velocidad pasmosa.

Cuando ya  parecía que había digerido el último trozo de tarta, nos dijeron que a la mesa otra vez, que tocaba la cena. Cielos. Menos mal que era una cena más bien de picoteo pero yo ya estaba que no me entraba nada en el cuerpecito.

Y más baile, y más bebida. Estos asturianos sí que saben hacer bodas. En total estuvimos allí como más de doce horas y el ánimo no decaía. De a ratos yo me quitaba los tacones y me ponía unas sandalias que Eva había tenido a bien regalar a las asistentes. Me parece una idea fantástica, en serio. Hay que patentar esto ya.

Total, que nos lo pasamos genial y que estoy intentando hacerme amiga de muchos asturianos, a ver si voy a más bodas de estas. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CXLVIII: Qué fue de…

Lo que me ha pasado con este anuncio es un misterio. Lo vi en la tele, lo busqué en Tú Tubo, lo encontré y, ahora que lo he vuelto a buscar para presentároslo, ha desaparecido. Pero bueno, confiemos en que mi prodigiosa memoria no me permita saltarme ningún dato importante. No es que haya mucho que recordar, tampoco; para qué vamos a engañarnos.

Una mujer con un vestido blanco entra en una tienda que no sé si se supone que es una perfumería. No va sola. La acompaña un osito de peluche semoviente. El  mismo osito de peluche semoviente que hemos estado viendo durante generaciones dando saltos sobre la ropa recién planchada o hablándonos de lo suavecita y bien oliente que queda la ropa usando su suavizante. Sí, ese osito de peluche que era más gordo durante nuestra infancia pero luego fue sometido a la dieta Dukan o vete a saber a qué y ahora está más estilizado para adaptarse mejor a los cánones actuales.

El caso es que la mujer y el osito entran en la, digamos, perfumería. Allí no les recibe un ser humano sino un hombre que en realidad es un dibujo animado. Lleva gafas para parecer más creativo. El hombrecillo se pone a adicionar mejunjes en una botella con cara de estar creando el mejor perfume del universo mientras explica el proceso con un acento que  pretende ser francés pero que más bien suena a alemán del extrarradio. Creo que tiene complejo de Jean-Baptiste Grenouille. Sólo espero que no le termine dando por descuartizar a la mujer para hacerse con su esencia. Termina el hombre de preparar su poción mágica y de la botella salen montones de flores que, al volar por el aire,  se posan delicadamente sobre el vestido de la mujer, que ahora luce unos floripondios azules de lo más horteras. Ella, no obstante, está encantada con su nuevo look y, sobre todo, con la fragancia que ahora se desprende de su ropa. Me da a mí que va a ir por la calle apestando al personal parisino (sí, la escena se desarrolla en París, como no podía ser de otra manera).

Y os preguntaréis qué pinta el osito semoviente en todo esto. Pues parece que sus días de gloria han pasado a la historia y, tras haber dilapidado la fortuna que hizo en sus días de fama saltando sobre la ropa, ahora tiene que malvenderse ejerciendo de oso de los recados para la parisina tirana, quien lo utiliza para que le lleve los paquetes.

Siento ser yo quien os dé estas terribles noticias pero considero que teníais derecho a saber qué había sucedido con la vida de este oso que fue todo un símbolo en nuestra infancia. Nadie escapa al afán destructor de la fama: Le pasó a Lindsay Lohan, le pasó a Macaulay Culkin y el osito ha sido la última víctima de la fama despiadada.

Se rumorea que fue visto en fiestas salvajes con la oveja del jabón para prendas delicadas.