Mi trabajo es una auténtica mina de conversaciones absurdas.
Sobre todo en la zona donde me siento yo, donde nos sentamos las más
escandalosas. Creo que ya se han cansado de separarnos como en el cole (ha
pasado ya varias veces; no os creáis que exagero) y al final han optado por
dejarnos todas juntas, supongo que con la vana esperanza de que nos terminemos
agotando entre nosotras.
El caso es que esta situación provoca que haya
conversaciones dignas de ser grabadas, como la que tuvo lugar el pasado
viernes. No la grabé pero la retuve en mi memoria y por eso hoy vengo a
reproducirla.
Las protagonistas fueron dos compañeras, a quienes
llamaremos Juanita y Pepita. Suelo dar iniciales pero no sé quién va a entrar a
leer esto y no quiero despertar suspicacias.
El caso es que Juanita estaba hablando con otra gente de sus
planes para el puente de mayo (como andamos prácticamente todos a estas
alturas; yo no veo la hora de que llegue y salir un poco de Madrid si puedo).
Pepita, que se sienta a mi lado, un poco lejos de Juanita, oyó (o creyó oír)
algo acerca de Granada y comenzó la siguiente conversación, que no tiene
desperdicio (pondremos a Pepita en color rosa y a Juanita en color azul, por
ningún motivo en especial):
—¿Te vas a Granada?
—¿Quién se va a Granada?
—Tú.
—No, yo no me voy a Granada.
—Ah, había oído algo de Granada.
—Pues no me voy a Granada. Me voy a Águilas y, si puedo, iré
también a Mojácar.
—¿Y qué vas a ir a hacer a Mojácar?
—Hay un festival.
—¿Hay un festival en Mojácar?
—Sí, un festival hippie.
—Sí, no va a ser un festival heavy.
—¿Por?
—Porque no pega.
—¿A mí no me pega Mojácar?
—No, el heavy no le pega a Mojácar.
—Ah, ya.
—Yo, si puedo también me iré en el puente.
Y ahí ya no me pude resistir y pregunté “¿A Granada?” con
claras intenciones de entrar en un bucle conversacional preguntando si en
Granada había heavies o hippies pero la cosa no prosperó, por lo que me puse a
hablar con otra compañera de no sé qué otro tema que tampoco era el colmo de la
seriedad, luego de haber comentado con otra más que la conversación que
acabábamos de presenciar era de lo más surrealista. A todo esto, Pepita se había
puesto los cascos y, de repente, mirando por la ventana, exclamó “¡Un
relámpago!”, ajena completamente a lo que nos habíamos reído con su
conversación. Ella es así.
La pena es que, por haberse puesto los cascos, se perdió el
sonido del trueno, del cual le avisamos pertinentemente, claro está, porque,
ante todo, somos buenas compañeras.
Comprobar que me junto con gente que está igual que yo en cuanto
a salud mental, me hace plantearme qué tipo de parámetros se siguieron en las
entrevistas de trabajo. No sé si creer que es casualidad o si buscar ayuda
profesional urgente.