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martes, 31 de diciembre de 2013

Ustedes Dirán LXIX: Hablemos de Jenny (sugerido por Naar)

Mi queridísima Naar, cuyo gato Ron me hizo ser una de las ganadoras de su sorteo, por el que me hice acreedora de unas pulseritas preciosas de las que publicaré foto en breve, coincidió conmigo en el “Ustedes Dirán” anterior en que Jenny, la protagonista femenina de Forrest Gump, merecía un buen despelleje. Y como ya andaba yo con ganas de hacerlo y, encima, me han empujado a ello, procedo a ponerla a caer de un burro. (A Jenny, no a Naar, que es muy maja).

Jenny es una chica que ha sufrido mucho. Sufrió abusos sexuales desde niña y, de mayor, digamos que no se juntó con las mejores compañías, lo que la volvió una drogadicta y terminó cantando desnuda en un antro de mala muerte. Hasta ahí, bien. Pero, digo yo, Jenny de mis entretelas ¿Eso te da derecho a aprovecharte de Forrest todo lo que te da la gana?

Durante toda la película, el pobre Forrest no hace más que escribirle cartas y buscarla por doquier (hasta le pone su nombre a un barco, que eso no lo hace cualquiera. Yo no tengo ningún barco con mi nombre surcando los mares del mundo; no os digo más). Esas cartas jamás son contestadas y, por supuesto, cada vez que Forrest la localiza, ella sale por patas con la excusa de “es que te voy a hacer daño”, “es que tú eres muy bueno”. Ya. Y unas narices, digo yo. Lo que no quería la pelandrusca ésta es que sus amigos súper cool se rieran de ella por ir con alguien como él. ¿Por qué deduzco esto? Pues porque siempre que las cosas le van mal (o peor de a lo que ella está acostumbrada) sí que lo busca y se deja querer (en todos los sentidos de la expresión) para sacar tajada. Muy mal, Jenny.

Rechaza la propuesta de matrimonio de Forrest (porque es muy bueno y ella le va a hacer mucho daño, no penséis que es porque no quiere casarse con él) y se vuelve a dar el piro. Tiene un hijo suyo y ni se lo cuenta pero, el día que descubre que está enferma y se va a morir, le pide que vaya a su casa para decirle “oye, majo, que éste es tu hijo y resulta que yo me voy a ir al otro barrio pronto. ¿Qué tal si nos casamos?”. Y va Forrest, que es un santo, y se casa con ella. ¿Se puede ser más asquerosa? Las cosas no van así, mi querida Jenny. Uno tiene que apechugar con sus actos y no esperar a que venga otro siempre a sacarte las castañas del fuego.

Lo dicho, Jenny, que me caes fatal. El haber tenido una vida dura no te habilita para convertirte en una tirana en tu reino particular, donde siempre tiene que hacerse tu santa voluntad porque tú, pobrecita, lo has pasado muy mal y por eso puedes hacer daño a los demás sin sufrir ningún tipo de consecuencia.

P.S. ¿De qué quieres que escriba? No seas tímido y cuéntamelo.

P.S.2: Otro añito que se nos va, así a lo tonto. No os atragantéis con las uvas y, sobre todo, sed felices en 2014 y siempre.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Crónicas Felinas LXXIII: Ya soy ciudadano del mundo

Marrameowww!!!

¿Qué tal han pasado mis humanos lectores la Nochebuena? Contra todo pronóstico, yo la pasé bastante mejor de lo que se esperaba.

El sábado 21 de diciembre vi que me daban una pastillita y me metían en el transportín rosa (la bruja es una sádica y quiere convertirme en el hazmerreír de los gatos callejeros del barrio), lo que, junto con la maleta que había visto ser preparada el día anterior, me dio la pauta de que no tocaba veterinario sino viaje. Así que ahí me llevaron a una estación de tren ruidosa, ruidosísima. Llena de gente. Yo iba escondido debajo de mi toalla para que a nadie se le ocurriese asomar la nariz dentro de mi transportín “a ver ese gatito tan bonito”. Con las hordas de fans que tengo, cualquiera se arriesga a salir a la calle sin intentar conservar un poco el anonimato. Capaces son de lincharme con tal de llevarse un bigote de recuerdo.

Total, que nos montamos de nuevo en la oruga gigante y ruidosa de la otra vez y un largo rato más tarde, por fin me depositaron en el suelo de una casa que, por suerte, ya conocía: la de los padres del consorte. Pensaron que esta vez me iba a comportar como la anterior, apenas dejándome ver en todo el día pero no. Ese territorio ya está marcado y es mío. Ahora mis dominios se extienden tanto por Madrid como por Albacete. Soy lo que podría llamarse un latifundista. Así que, esta vez, nada de guardar la compostura por miedo a posibles represalias. Es mi reino y hago lo que me da la gana. Y “lo que me da la gana” incluye perder el ratón de juguete debajo del mueble del salón una y otra vez para tener a los padres del consorte entretenidos recuperándomelo, saltar dentro de la panera en mitad de la comida familiar y, en una clara demostración de mis dotes delictivas, robar de la cocina un trozo de jamón serrano recién cortadito mientras todos estaban pendientes de otra cosa. La bruja, concretamente, estaba manteniendo una conferencia internacional con la Bruja Mayor cuando el consorte se asomó al salón para enseñarle la prueba del delito, rescatada del suelo cuando me pilló dando buena cuenta de ella.  Pensé que la bruja iba a montar en cólera pero debía de estar poseída por el espíritu navideño porque sólo atinó a preguntar “¿Lo robó?” y a poner los ojitos en blanco.

Pues eso, que la experiencia no estuvo nada mal y, el miércoles 25, cuando tocó emprender el viaje de vuelta, me volvieron a dar mi pastillita. No contaron con que a esas alturas yo ya estaba bastante tranquilo por lo que la pastilla me hizo un efecto tremendo y llegué a casa igual de borracho que muchos de los que festejaron brindando como si no hubiera un mañana. Qué colocón… Se me cruzaban las patas traseras y no daba yo pie con bola para moverme.

Espero no haber maullado ninguna tontería.

Prrrrrr.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Alguien maldijo el nido del cuco

Odio los relojes de cuco. Hala, ya lo he dicho.

Creo que no os lo he contado nunca pero desde pequeña tengo serios problemas para dormir. Yo apago la luz y hasta que finalmente caigo en brazos de Morfeo pasan unos tres cuartos de hora (media hora si estoy muy cansada). Esto es como lo habitual en mí así que me lo tomo con paciencia y no le doy mayor importancia.

Pero, claro, hay días en que una está más insomne de lo habitual y, a partir de la primera hora dando vueltas para aquí y para allí, una empieza a ponerse un poco nerviosita, la verdad.

Y os estaréis preguntando qué tiene que ver todo esto con los relojes de cuco. Ah, ¿que no os lo estáis preguntando?, ¿que os la trae al fresco el cuco, mi insomnio y la madre que nos trajo a todos? ¿Por qué me hacéis esto? Bueno, tanto me da. Os lo voy a contar igual.

Resulta “de que” mis vecinos de al lado tienen uno. Y cuando una está desesperada clamando al cielo y preguntándose por qué narices no deja de una vez de pensar chorradas y se duerme de una vez, el cuco comienza su cantinela. Y no canta a horas normales; lo mismo te da las cinco a las tres y cuarto como las ocho a las seis menos diez. Sin orden ni concierto. El cuco canta cuando le sale de los mismísimos plumajes, lo que aumenta considerablemente mi desconcierto y mi mala leche y así siguen pasando las horas y yo me desespero y el cuco me taladra el tímpano y el gato se me sube encima y el churri ronca respira profundamente ajeno a mi tormento, al relojito, al felino y al resto del mundo. Y mi mente divaga.
Cuando ya he alcanzado un estado de enajenación mental de proporciones considerables, comienzo a imaginarme a mí misma vestida de cazadora abatiendo al puñetero cuco a ver si puedo tener un poco de tranquilidad y consigo dormirme de una vez por todas. Pero mi mente agotada decide jugarme malas pasadas y no logro cargarme el pajarraco de las narices porque me descubren unos integrantes de la organización JAMACUCO (Juventudes Amigas de los Artilugios de Cuco) que me cortan la cabeza y me obligan a dar la hora a cada rato (también sin criterio, por mantener la tradición de sonar cuando menos se lo espere la gente). Y ahí me veo yo, condenada a una vida sin cuerpo y diciendo cucú cada diez minutos o cada treinta y tres y medio, con los ojos inyectados en sangre por la falta de sueño.

Así que espero no ir de visita jamás a una casa donde haya relojes de este estilo, porque de sobra sabéis que soy una persona pacífica pero como me encuentre cara a cara con un bicharraco de esos soy capaz de comenzar una masacre que Puerto Hurraco a su lado iba a parecer un picnic de girl-scouts. Avisados quedáis.

P.S. Me pillo vacacioncillas de blog por una semanita. Que paséis muy buena Navidad!!! 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXX: Si me invitan, yo no voy

Con esto de las fiestas navideñas, al churri y a mí nos dio el otro día por contar, durante una pausa publicitaria, cuántos anuncios de perfumes se emitían. Contamos ocho, que ya se sabe que el tema de regalar perfumes siempre es muy socorrido y no hay que comerse demasiado el tarro.

Los anuncios de perfumes suelen ser algo surrealistas y muy artísticos y muy cosmopolitas y muy de todo. Pero hay uno donde considero que ya se les ha ido la mano, porque para que un anuncio de perfume te parezca raro ya hay que echarle narices.

Lo primero que vemos es a una mujer sentadita en un velero plagado de maletas y, a su espalda, el paisaje de un verde valle. No es que el velero se mueva por un riachuelo diminuto de escasa navegabilidad, no. Es que el velero en cuestión está siendo remolcado por un descapotable rosa en cuyo asiento trasero (aunque sentada sobre el respaldo) va una mujer con un paraguas aunque luce un sol espéndido. Y no, no es una sombrilla, es un puñetero paraguas.

En una parada de bus hay un hombre leyendo el periódico y una mujer, también con paraguas, sentada sobre otro montón de maletas. Una avioneta roja aterriza en el valle y vemos a cuatro hombres vestidos de dandis departiendo amigablemente con otras dos maletas frente a sí. Es la fiesta del equipaje.

Todos estos personajillos van llegando a una villa inmensa, donde se ve que va a tener lugar un evento importantísimo. La villa no se queda atrás en cuanto a surrealismo, para que no esté en discordancia con los invitados a la misma. Vemos así una bañera llena de zapatos de tacón, por dar un ejemplo.

Una loca de la vida, subida a la barandilla de un balcón,  hace pesas con una vara cargadita de bolsos hasta los topes. Un hombre le hace caricias a una jirafa que se asoma por uno de los balcones, mientras otra jirafa se asoma por otro, como preguntándose por qué a ella no le tocan mimitos, si no tiene halitosis ni nada. Un caballo (dentro del edificio, que no fuera), mete el hocico en el bolso (suponemos que relleno de alfalfa o azucarillos) que una mujer le ofrece amablemente, mientras uno hace una réplica de la villa con naipes y palillos, que se desmorona irremisiblemente, ante las risas de una parejita que en actitud romántica está leyendo el mismo libro.

Luego vemos a otro hombrecillo jugando al ajedrez con un pavo real. Una pareja cena en un globo aerostático que vuela a la altura de un balcón mientras, desde el interior, una orquesta toca para ellos. Hay un montón de fuegos artificiales para festejar tanta algarabía y, por fin, nos enseñan el frasco de perfume.

Y ya está. Así termina el anuncio y nosotros nos quedamos con cara de “¿qué leches es esto que acabamos de ver?”. Si me compro ese perfume ¿voy a acabar igual de loca? ¿De qué va esto?

martes, 17 de diciembre de 2013

Ustedes Dirán LXVIII: Al rico trauma fílmico (sugerido por Inmagina)

El post de los Fruittis de la semana pasada inspiró a Inmagina para sugerirme que escribiese sobre películas infantiles que me hubiesen traumatizado. Ahí, con alegría y buen rollito en estas fiestas navideñas.

Pero, como yo por vosotros hago lo que sea, me arriesgo a terminar el día con una depresión de aúpa pero con la satisfacción de no haber desoído una sugerencia.

Pelis infantiles que traumaticen hay unas cuantas. Si empezamos por los clásicos (aun cuando la versión Disney siempre está más edulcorada que el cuento original) ya podemos coger carrerilla hasta historias más modernas. A saber: A Blancanieves la intoxicó su madrastra con una manzana envenenada, cayendo en un profundo sueño (o en una catalepsia tanto da); a la Bella Durmiente le pasó algo parecido pero se ve que era poco amante de la fruta, así que optaron por envenenarle una rueca (en ésta sí que no me iban a pillar a mí) y hala, otra siestecilla de cien años para la colección; la madre de Bambi ya sabemos que tuvo un final de lo más trágico apenas empezada la película para que ya pudiéramos hincharnos a llorar desde tempranito; mi hermana tenía pesadillas con el burro de Pinocho (yo no recuerdo que de pequeña me diera tanto miedo pero lo suyo era pavor).

Ya dejando un poco de lado las historias Disney… ¿qué me decís de ET? Pocas películas recuerdo que me hayan hecho llorar tanto. Era un no parar aquello. Al pobre le hacen de todo en el nombre de la ciencia, en una casi se nos muere pero al final sobrevive y se nos pasa un poco la angustia hasta que llega el final de la película y se vuelve a su planeta, generando lágrimas como puños tanto en los protagonistas de la película como en nosotros, los espectadores, que llevábamos todo el largometraje en un sinvivir y hasta se nos habían indigestado las palomitas con el sofocón.

Ahora que lo pienso, a mí las películas no sólo me han traumatizado de pequeña, que una es muy sentida y sufre. Wall-E para mí es una tragedia griega. El planeta se va a la porra y un robot obsoleto ni se entera y sigue limpiando y limpiando porque ése es su cometido en la vida. Ve un vídeo musical en modo bucle y sueña con cogerse con alguien de la mano porque eso es lo que significa para él tener un amigo. Se enamora de una tal Eva que no le hace ni puñetero caso (Eva es mala, igual que Jennie, la de Forrest Gump. Un día tengo que hablaros de esta pelandrusca)… Ayyyy. Ni sigo porque ya se me ponen los ojos vidriosos.  No soy capaz de ver esa película sin llorar un mínimo de cinco veces.

Con Up también empecé a llorar a los pocos minutos de su visionado. Aunque al final ya no es para tanto, pero ese principio melodramático se lo podían haber ahorrado. Qué disgusto y que llorera más tonta, oye.

P.S. A proponer, que sin vosotros no soy nadie. 

lunes, 16 de diciembre de 2013

Crónicas Felinas LXXII: Un día cualquiera

Marrameowww!!!

Os voy a resumir en qué consiste mi día: Por la mañana, fastidio a la bruja robándole la almohada o echándole la pata a la cabeza hasta que se levanta. Una vez cumplido mi objetivo, me quedo en la cama al solecillo, como os comentaba la semana pasada.

De la cama, me mudo al sofá donde sigo durmiendo toda la mañana. De a ratos voy a comer algo o a mi baño (tengo baño para mí solito, sí) y sigo durmiendo. Al mediodía se va la bruja a trabajar y yo… no os voy a contar lo que hago porque ya que es el único momento en que me quedo solo en casa no voy a venir ahora a desvelaros mis secretos. Mis labios están sellados. Vuelve el consorte, se tumba en el sofá y yo me tumbo con él y sigo durmiendo.

Por la noche suena el teléfono y sé a ciencia cierta que ésa es la bruja avisando al consorte de que ya viene para casa y pidiéndole que vaya a buscarla al Metro. Sé muy bien que es ella; esa voz de pito es fácil de identificar, aun con un teléfono y una oreja “consortil” de por medio.

Y, en cuanto vuelven ya con ánimo de descansar, yo me activo y molesto. ¿Cómo molesto? De múltiples y variadas formas. Me escapo al rellano y les hago perseguirme escaleras arriba o abajo, según tenga yo el día; o me cuelo en la habitación donde la bruja tenga la ropa planchada pero aún sin guardar y aprovecho para tirarla al suelo, hacerle agujeritos con estos estiletes que tengo por uñas o, si se tercia y estoy de ánimo, hasta ambas cosas.

O también puedo colarme en el baño y pedir que me den agua del grifo de la bañera. Tengo mi platito del agua, no voy a decir que no, que tampoco hay que exagerar diciendo que en esta casa me matan de sed pero a mí me gusta beber el agua que cae del grifo. No porque tenga nada especial sino porque así les hago abrirlo y quedarse esperando como mensos a que yo termine de beber para volver a cerrarlo. Una vez que he bebido, puedo pelearme a muerte con la alfombrilla o esconderme debajo del armarito para divertirme con los vanos intentos que hacen al intentar echarme. Salgo cuando ya me dejan por imposible y se van. Total, yo ahí no pinto nada y, si no les pongo de los nervios, no vale la pena.

Y cuando finalmente se van a dormir, me tumbo entre los dos intentando que el consorte no pueda respirar por tener mi lomo sobre la nariz y que la bruja no pueda leer, plantando mi pata sobre el libro. Cuando ya apagan la luz, me voy a los pies de la cama porque ya no es divertido.

Y así hasta el día siguiente, donde repetiré el proceso, porque soy un animalito de costumbres y, si me cambian mis rutinas, me estreso.


Prrrrrr.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Estudio de mercado

La semana pasada, limpiando el salón de mi casa, tuve un momento “maruja”. Había comprado unas bayetas en este supermercado donde son muy dados a ponerte por megafonía una cancioncita que repite como un mantra el nombre de la cadena para ir doblegando poco a poco nuestra  voluntad y… me enamoré de la bayeta. Fui corriendo a enseñársela al churri mientras le decía “Mira qué suavecita es para con la madera. Así el mueble no sufre”. El churri me miraba con cara de sincera preocupación por dos motivos: mi estado de salud mental por un lado y el sufrimiento de nuestros muebles por otro, que el churri es muy sensible.

Y es que debo reconocer que soy muy fan de esa cadena de supermercados. Cuando nos mudamos al barrio no teníamos ninguno cerca pero un cartel de “Próxima apertura” auguraba buenas nuevas para nosotros. Pena que no pudimos acudir al Grand Opening porque justo coincidió con el día que nos íbamos a Montevideo. Estuve por cancelar el viaje y todo.

La marca blanca de los supermercados suele ser cutrecilla pero aquí, no. La verdad es que uno ahorra hasta con gusto, sin sacrificar calidad (esto me ha quedado estupendamente para un slogan). Pero… siempre hay un pero. Tienen una manía que a mí me saca de las casillas. Ya no es sólo el tener que aguantar la cancioncita de marras que se te clava hasta el tuétano cada cinco minutos; es que se ve que les mola darse un aire a los mercados de barrio de toda la vida y tienes que estar soportando los gritos del pescadero “¡Qué berberechos tengo! ¿Han visto qué pedazo de berberechos?” o del carnicero exhortándonos a probar las bondades de su ternera de la Sierra. Y a mí eso de vender cosas a gritos me parece muy poco glamouroso y lo paso un poco mal. Aunque peor lo paso con los que vienen directamente a ti a meterte por las narices lo que tienen que vender sí o sí o acabará en el contenedor de basura. Una pobre empleada vino el otro día primero a ofrecernos una tarta de fresas y al rato lo intentó con una focaccia. Al ver que éramos los mismos que anteriormente habíamos declinado amablemente su oferta de tarta, ya le dio la risa y dijo “es que ahora he cambiado”.

Pero lo que más resquemor me causa es que creo que nos espían. Andábamos el churri y yo un día buscando algún limpiador especial para pantallas de LED y no tenían. Comentamos que qué pena, que ya miraríamos en otro sitio y demás… En cuestión de dos o tres semanas, nos encontramos un nuevo apartado entre los productos de limpieza con un cartelito “¡¡Novedad!! Limpiador de pantallas de LED”. No sé si tienen micrófonos ocultos o si la que viene a ofrecernos la focaccia en realidad es una espía camuflada que anda parando la oreja a ver si se entera de las necesidades de los clientes. Yo, por si acaso, al ver el limpiador, empecé a comentar que era una lástima que no tuvieran unicornios de peluche porque sentía una necesidad irrefrenable de llevarme cuatro o cinco. Ya os contaré si los veo próximamente. 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXIX: ¿Por qué le hacen esto a mi vaca?

A mí me caía bien la vaca. “¿Qué vaca?”, diréis. Pues la vaca tierna y morada del chocolate. En realidad, la vaca en sí misma me sigue cayendo bien. Los que me están cayendo un poco peor son los que le dan últimamente los guiones.

Antes, la vaca pastaba feliz en los valles y, de no ser por su tono violáceo, parecería una vaca común y corriente de las que me gusta contemplar cuando salgo de viaje. Ahora ya no hay valle que valga; me la han plantado en medio de una ciudad con gente estresada y eso a la vaca no debe sentarle demasiado bien, que ella no está acostumbrada a estos trotes y se le va a agriar la leche, a la pobre.

Como digo, en esta ciudad de gente estresada, la gente va a lo loco sin preocuparse por el prójimo, y mucho menos por las vacas, hasta que nuestro querido ejemplar bovino, escondido en un callejón cual maleante dispuesto a asaltar a una ancianita desprevenida, comienza a darle con la pata a un inflador, obteniendo como resultado un montón de burbujas en el pavimento.

La gente, lejos de asustarse pensando que viene un terremoto, un tsunami o el fin del mundo, se ríe mucho al comprobar que el suelo se mueve bajo sus pies y que ahora caminan sobre una superficie, cuando menos, inestable. Y ahí que se lían a sacarse fotos y a sonreír y a darse muestras de cariño, porque es de sobra conocido por todos que mi adorada vaca es muy tierna y promueve el buen rollito donde quiera que va.

A pesar de que la vaca me cae bien, yo me pongo en situación y, desde luego, dudo que me tomase el asunto con el mismo sentido del humor. Lo primero sería despotricar contra el Ayuntamiento, que es lo primero que hace cualquier ciudadano de bien cuando comprueba que las vías urbanas han sido malogradas. Lo segundo sería morirme de miedo porque yo, estabilidad, lo que se dice estabilidad, tengo más bien poca (me refiero, en este caso, al sentido del equilibrio; estabilidad mental también gasto poca pero en este caso no es demasiado relevante) y lo de calzar tacones sobre superficies redondeadas no lo he practicado demasiado, de manera que enseguida me daría por pensar que me la voy a pegar y me voy a quedar sin piños contra un adoquín que, por muy inflado que esté, sigue siendo un adoquín como la copa de un pino. Y ya lo tercero, supongo que sería tuitearlo, para hacer al mundo partícipe de mi despiñamiento inminente y de la porquería de Ayuntamiento que tenemos.

Eso sí. Si me encuentro a la vaca me la como a besos y me la llevo conmigo a un verde valle, donde pueda pastar a sus anchas y donde el suelo no se mueva bajo nuestros pies. ¿Y la gente estresada? Que le den. Mi vaca y yo viviremos felices por siempre hinchándonos a pasto y chocolate, respectivamente.

martes, 10 de diciembre de 2013

Ustedes Dirán LXVII: Traviesos y tiernos vegetales (sugerido por Mandarica)

Nuestra super Mandarica me preguntó, no sin cierto recochineo, todo hay que decirlo, que por qué no escribía acerca de esa maravillosa serie de dibujos animados Made in Spain que dio en llamarse “Los Fruittis”. Y como a mí no hay más que ponerme en una situación “no hay eggs” para que me tire de cabeza sin paracaídas, allí que voy. Dios nos pille confesados.

Para quienes, por vuestra escasa edad, no conozcáis esta obra maestra, os comento que la cosa iba de una pandilla de vegetales que recorrían el mundo buscando un lugar donde vivir, ya que su precioso reino iba a ser (o fue, no sé) destruido por un volcán.

El estribillo de la intro nos lo sabemos todos. Venga, cantadla conmigo sin miedo: “Somos blancos, somos verdes, somos negros y amarillos. Somos todos diferentes y estamos muy unidos”. Supongo que el mensaje subliminal era que no hay que discriminar a nadie por el color de su piel aunque tal vez sólo se tratara de un vano intento de que los niños no le hicieran tanto asco a la fruta y la verdura.

Los protagonistas eran: Una piña andaluza que se pasaba el día tocando palmas y bailando (para que luego hablen de topicazos), llamada “Gazpacho”, ya que la piña es un ingrediente fundamental en este alimento veraniego, como todos sabemos; un plátano de Canarias pero sin acento canario que siempre carga una mochila repleta de artilugios y que tenía por nombre “Mochilo” (¿qué decir a esto?) y un higo chumbo que apareció por allí tras perderse por los bosques, recibiendo el nombre de “Pincho” por parte de Gazpacho, que era un cachondo.  Más adelante conocerán a una niña con aspecto de ser de una isla del Pacífico, llamada Kumba, que creo que les ayudaba a encontrar nuevo hogar.

He hecho un enorme sacrificio y he visto la mitad del primer capítulo (cada capítulo duraba unos veinte minutos y ni eso he sido capaz de resistir). En él, el intelectual de la aldea, un nabo (sin comentarios), informa al alcalde, un fresón, de que el volcán se va a cargar lo que viene siendo su casa y que tienen que buscar un nuevo lugar donde ir con sus semillas. El problema es que, por lo visto, no están seguros de si habrá otro sitio donde no tengan depredadores (ellos les llaman “vegetarianos” y tiemblan sólo al escuchar la palabra). Pues ya vamos mal si lo que pretendían era que los niños comieran más verdura… “Niño, cómete el plátano”. “Nooo, prefiero comerme a la madre de Bambi”. El fresón decide que van a elegir voluntarios para explorar mediante una competición. No sé entonces si al final era una competición o un voluntariado pero es que me da igual, sinceramente. Parece que los que ganan son la piña, el plátano y el higo y así podremos compartir sus aventuras. Yupi.

Pero si no fuera por los Fruittis, nunca habríamos tenido momentos como éste (vedlo hasta el final, que es apoteósico).


P.S. ¿Ves cómo cualquier chorrada sirve? No te cortes y proponme algo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Crónicas Felinas LXXI: Los lunes al sol (y los martes, y los miércoles…)

 Marrameowww!!!

Creo que es algo conocido por todos que los gatos nos pirramos por el astro rey. Lo mío, he de admitirlo, es auténtica pasión.

En el piso antiguo, donde pasé la primera etapa de mi vida con estos humanos con los que me ha tocado convivir, todas las ventanas daban a patios interiores, por lo que era bastante complicado que un rayito despistado atinase a colarse hacia el interior de nuestro hogar. En las raras ocasiones en que esto sucedía, era para grabarnos a Luhay y a mí dándonos de leches por pillar el único trozo de suelo acariciado por el solete.

Sin embargo, el piso donde vivimos desde hace ya más de un año (cómo pasa el tiempo, aunque a mí no es algo que me inquiete demasiado, ya que no tengo que preocuparme por contratar un plan de pensiones ni nada) ya es otro cantar. El sol entra a raudales todo el día y yo lo disfruto a placer. Sobre todo en invierno, aunque en verano tampoco os penséis que le hago ascos, que algún rato que otro también me voy a donde esté dando bien el sol en ese momento.

Por las mañanas me quedo en la cama porque el sol da directamente sobre el colchón y no hay mejor cosa que tumbarse ahí a la bartola y hacer el vago a placer mientras me caliento. Según se va moviendo, yo también. En el salón voy mudándome de sitio cual girasol desesperado por hacer la fotosíntesis.

Los humanos me dicen que ya soy negro, que no voy a ponerme más moreno de lo que ya estoy pero yo creo que lo dicen por envidia. Ellos tienen obligaciones con las que cumplir y esas cosas, y no pueden andar perdiendo el tiempo despatarrados por los suelos, aunque bien que les gustaría, que lo sé yo.

Cuando se hace de noche y ya no tengo rayitos que calienten mi piel, es cuando busco a los humanos para robarles su calorcillo. Y así es como consigo estar siempre a gustito y que los cambios de estación no me afecten nunca. Hay que tener en cuenta que los gatos no usamos ropa, como vosotros los humanos, y con esto de andar todo el día en pelota picada hay que buscar alternativas para no acabar destemplado. Que sí, que es cierto que lucimos abrigo de piel pero no podemos ponernos ni quitarnos nada según nuestras necesidades. Y llevar las patas descalzas sobre las baldosas de la cocina no es para cualquiera, que ni de unos calcetines nos ha provisto la madre naturaleza. Eso sí, espero que esto último no lo lea la bruja porque, con la mala leche que gasta, es capaz de ponerme un vestidito y unas katiuskas y, poniendo su mayor cara de inocencia soltarme algo como “Ah, yo que sé. Dijiste que querías ropa”, que esta loca las gasta así y ya lo que me iba faltando para acabar del todo con mi dignidad.

Que Dios nos pille confesados.

Prrrrrr.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Octogésimo noveno premio: Más cosas sobre mí


Mi querida Rath, que ha sido uno de mis descubrimientos más recientes, me pasa el archiconocido premio “7 cosas sobre mí”. Pensé que ya se había pasado la moda de contar cositas sobre uno mismo pero parece que no y, como hace mucho que no publico premio pues se lo agradezco a Rath mucho, muchísimo y paso a contaros siete cositas. Eso sí, el premio no lo paso que ya lo pasé. Si alguien no lo tiene en su colección y le hace ilu, pues ahí está para su uso y disfrute.

1-  Me raya sobremanera que los comentarios en los posts sean impares. Por eso cuando a veces alguien responde a algo que yo ya he respondido, tengo que poner otro comentario más, para que el resultado total sea par. Cábalas de blogger estúpida.

2- Tengo algo pensado para cuando alcance el premio número cien, pero no os contaré lo que es hasta que lleguemos.

3- Hace no mucho me corté el pelo. Naar, sé que te debo la foto, lo sé…

4- Me enteré de que esta semana iba a ser más corta a finales de la semana pasada. Vivo inmersa en mi bucle laboral.

5- No tengo ni idea de qué le voy a regalar al churri por Navidad. ¿Sugerencias?

6- Noto que me han engordado las piernas en que ahora me cuesta abrochar las botas de caña alta. Columnas dóricas es lo que gasto últimamente en lugar de piernas.

7- Hace varias semanas que no hago el vago a placer el fin de semana. Hacía mucho que no tenía tanta vida social.

Pues esto es todo. ¡¡¡Buen finde para todos!!!

P.S. Con la tontería, ésta es mi entrada número 500. Padezco incontinencia dactilar. 

jueves, 5 de diciembre de 2013

Y más burrocracia

No, si al final le voy a tener que dedicar una etiqueta al tema “Seguridad Social” porque últimamente se están luciendo conmigo (podéis comprobarlo en las entradas “Burrocracia” y “Burrocracia 2”).

Allá por julio (que se dice pronto) fui a hacerme una citología. Me dijeron que el resultado tardaría como un mes y allí que fui yo en agosto a buscar mis resultados. Mi doctora de cabecera no estaba porque se había  ido de vacaciones, cómo no. La suplente buscó y rebuscó y me dijo que no había llegado todavía, que como era verano la cosa iba más lenta de lo habitual y que me esperase otra semanita o así. Claro, como no tengo nada mejor que hacer que  estar yendo al médico cada diez días… Sin problemas oye, ya me paso dentro de tres o cuatro meses, si eso.

Tardé apenas dos. Todo un record para mi personita. Y resulta que mi doctora de cabecera estaba otra vez de vacaciones, así que me dieron cita en otra consulta, quien dijo que no tenía ni idea de dónde podía estar aquel papelito que a estas alturas ya se estaba empezando a convertir en el Santo Grial y que ya volviese cuando mi doctora estuviese de vuelta, que ella es muy organizadita y seguro que lo tenía por ahí a buen recaudo.

Pues hará cosa de tres semanas que, por fin, tuve oportunidad de conocer a mi doctora de cabecera (no, no la había conocido todavía, con esta manía que tiene de irse de vacaciones justo cuando a mí se me ocurre ir al médico).

Busca, rebusca, mira, remira y ahí no hay nada de nada. Llama por teléfono a no sé quién (el Departamento de Documentos Oficiales Desaparecidos, debía de ser) y le dicen que mandarse, lo que es mandarse, se mandó. Que había llegado en agosto. Mira tú qué bien. La buena mujer ya lo da por imposible y le dice que pidan una copia, que a esas alturas ya va a ser complicado dar con el original (lo habrán usado para limpiar una mancha de café derramado, supongo).

Por tranquilizarme, me dice que si no me llamaron en su momento será que está todo bien. (Claro, monina, eso en el supuesto caso de que alguien haya llegado a conocer en persona mi informe, que es igual que el trabajo ideal, todo el mundo habla de él pero nadie lo ha visto). Y que me espere. Otra vez. Yo creo que el Santo Job murió esperando los resultados de una prueba médica rutinaria.

Y, por si acaso os lo estáis preguntando, aún no me han dicho nada del Expediente X en el que se ha convertido mi papelito. Lo estarán desclasificando o algo. A lo mejor el encargado de redactarlo era un cachondo y le dio por escribirlo en una lengua muerta que ahora están intentando descifrar al lado de la Piedra de Rosetta. Yo no sé cómo las casas de apuestas no aprovechan estas cosas. Ahí hay un filón. 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXVIII: Cómo reaccionar si te conviertes en rehén

Nos encontramos en un banco. Al banco han entrado unos atracadores. Los atracadores han tomado rehenes. Son todas mujeres, cosa curiosa; debe tratarse de un banco femenino aunque dudo que exista tal cosa porque a la hora de sacarnos los cuartos no hay distinción de sexo, raza o religión. Los bancos son de lo más tolerantes.

Las rehenes están todas tumbaditas en el suelo y una se pone a susurrarle algo a la que tiene al lado. ¿Para urdir un plan de fuga? ¿Planificando una estrategia para morderle una pantorrilla al cabecilla del grupo? ¿Para intentar mandar un tweet a la policía? No. Para elogiarle el vestido, que es lo que cualquier mujer en una situación de extremo peligro para su vida haría. La otra, lejos de mirarla como si fuese una marciana y decirle que vaya un momento para andar comentando semejante chorrada, le da educadamente las gracias y le dice que lo compró en una tienda online. Otro error de concepto. Una fashion victim que se precie jamás confesaría, ni aunque le estuviesen clavando bajo las uñas alfileres previamente calentados en una forja, dónde adquirió su outfit. ¿Habéis visto qué puesta estoy en estos términos? De aquí a ser una egoblogger me falta un paso.

Suena la alarma del banco, mientras los atracadores con medias de nylon muy poco favorecedoras en la cabeza (se ve que no saben que ahora lo que se lleva son los leggins) se apresuran a guardar el dinerito en unas bolsas que han conseguido exprofeso para tal fin.

Los cacos se dan a la fuga, con tal mala suerte que justo se cruzan con el repartidor de la tienda de moda online, que llega con cara de empanado sin tener ni idea de qué es lo que se cuece en el banco. Desconocemos quién ha hecho un pedido desde un banco, a quien haya sido deberían despedirla por utilizar el ordenador del trabajo para gestiones personales. Según lo ven aparecer, las mujeres se levantan como impulsadas por un resorte, como si fueran el perro de Pavlov enloquecidas ante un nuevo estímulo. Los atracadores intentan arrebatar las cajas al repartidor. Almas cándidas. No saben dónde se han metido. Una jauría de mujeres histéricas e hiperestimuladas por los precios bajos se lanzan como hienas encima de los malhechores, ante la amenaza de que alguien más se haga con el botín (o con un par de botines). Una cosa es que te roben la pasta y otra muy distinta es que te usurpen tu derecho a estar divina de la muerte, faltaría más. Hasta una muchacha a quien habían amordazado y atado a una silla de oficina intenta desplazarse como buenamente puede auxiliada por las ruedecitas para ayudar en lo que sea menester para que las prendas de temporada no caigan en malas manos.

Si es que, con cosas así, ¿cómo no van a decir que somos superficiales? Que luego la gente se cree todo lo que sale por la tele y, claro, así nos va. 

martes, 3 de diciembre de 2013

Ustedes Dirán LXVI: Los ochenta en su máxima expresión (sugerido por Gladys)

Gladys, del blog “Integral Woman”, donde tenemos toda clase de truquitos para estar guapas y fantásticas, me sugirió hablar de una serie de dibujos animados de los años 80 llamada “Jem and the Holograms”.

Sinceramente, desconozco si llegó a visionarse en España o si yo no le hice ni caso porque la verdad es que no me acuerdo de haberla visto nunca pero sí es cierto que la musiquilla de la intro me suena de algo…

En fin, sea como fuere, la cosa va de un grupo femenino de rock muy ochentero, como no podía ser de otra manera. Ahí cogieron la estética de Madonna, Cyndi Lauper y Alaska e hicieron una mezcolanza siguiendo la máxima de “más es más”. Ahí hay de todo. Pelos cardados, brillos, ropa fosforescente, bisutería enorme… Todo lo existente lo llevaban encima estas muchachas.

La tal Jem, al parecer, es la hija huérfana de un productor musical de cuya empresa debe hacerse cargo tras el fallecimiento de su padre, salvándola de las garras del socio corrupto del mismo, que es malo, maloso. Para ello se junta con sus amiguitas y deciden montar un grupo musical que rompa con los cánones musicales establecidos hasta el momento y que vuelva loco al personal. A todo esto, descubre que su padre le ha dejado en herencia unos pendientes mágicos que ponen en funcionamiento una máquina llamada Synergy que tiene la habilidad de crear hologramas de todo lo habido y por haber; hologramas que en ocasiones son hasta capaces de hablar. Total, que incluyen los hologramas en sus actuaciones, supongo que para compensar la falta de talento, en plan “vale, somos un poco malillas pero vais a flipar con este espectáculo de luz y sonido”. Vamos, un sinsentido todo.

Por lo que he descubierto en mi tarea de investigación, la serie fue creada por una conocida marca de juguetes como estrategia de marketing para vender estas muñequitas como churros. En cuanto bajaron las ventas de las muñequitas en cuestión, la serie se fue al garete, como era de esperar.

Otro dato curioso. Parece ser que los creadores, que ese día habían encontrado un camello bueno de verdad, en un principio pensaron que los verdaderos protagonistas fueran hombres que, por arte de birlibirloque se convirtieran en chicas cantantes pero la idea no pareció cuajar en la empresa anunciante, que se ve que no estaba preparado para tanta modernidad, así que prefirieron simplificarlo, que eso de vender muñecas de las que se pudiese pensar que eran travestis no iba con el espíritu de la marca.

En definitiva, que me he quedado a cuadros con esta serie. Surrealista a tope. Aunque confieso que a mí la idea de que en realidad fueran tíos me fascina. Ya me imagino a las niñas pidiendo las muñecas a sus abuelas. La abuela diciendo “Mira qué muñequita tan mona” y la nieta explicando “En realidad se llama Manolo y era camionero pero decidió que se ganaría mejor la vida con una minifalda y una melena cardada”. 

lunes, 2 de diciembre de 2013

Crónicas Felinas LXX: La bruja está celosa

 Marrameowww!!!

Hoy vengo a contaros algo que seguro llena de vergüenza y prurito a la bruja, que va de dura por la vida y en el fondo es una blandita. No en vano existen por ahí bloggers que la llaman Heidi. Y yo os lo cuento porque cualquier cosa que sirva para befa y escarnio público de la humana que convive bajo mi mismo techo, para mí es bienvenida.

En alguna ocasión, la bruja os contó que mi difunto compañero Luhay era muy amigo de tumbarse con ella en el sofá y dormir la siesta con ella en la posición de la cucharita. Esto es cierto. Doy fe de que lo he visto con mis propios ojos. El caso es que la bruja pretende que yo haga lo mismo con ella y, debe ser que las poses que ella adopta en el sofá (o en la cama, tanto da) no son afines a mi constitución física, porque no hay manera de que yo esté cómodo durmiendo con ella.

Sin embargo, con el consorte es otro cantar. Él se tumba, yo me hago una rosquillita a su lado y él me rodea con sus brazos. Y tan a gusto, oye. Ahí me puedo pasar las horas muertas. Y la bruja se china, y nos mira de reojillo, a veces hasta un poco mal. Yo creo que aprovecha para lanzarnos algún maleficio de los suyos para convertirnos en sapos pero, como aparte de bruja es bastante torpe, pues la cosa no da fruto alguno.

Y como los maleficios y los reproches no le valen de nada, pasa a la estrategia de dar penita, que consiste básicamente en mirar al consorte con ojitos lastimeros y decirle “Es que te quiere más a ti. No hay más que verlo. A mí sólo me quiere para que le cambie el agua, le dé de comer y le limpie el cajón de arena. Ni jugar quiere conmigo”.

Y es que ésa es otra. Si la bruja coge alguno de los múltiples juguetes que han adquirido en un vano intento por comprar mi amor, por ejemplo, un palito con plumas en la punta. Yo la miro y paso olímpicamente de ella. Ahora bien, como le dé por pasarle el artilugio al consorte, me vuelvo loco y empiezo a lanzar bocados y zarpazos a las plumitas a diestro y siniestro.

Y ella no se lo explica pero si le diera por leerme (que no lo hace porque hay cosas que escuecen más que el vinagre en una herida abierta) sabría que, básicamente, lo que me divierte es chinchar. Y que cuanto más diga ella lo espantosamente mal que se siente por no contar con mis atenciones, más voy a hacer yo por hacerla rabiar. Porque soy así, qué le vamos a hacer. Y tendríais que verla, inventando toda clase de estratagemas, que van desde el reproche a la pena, pasando por la zalamería y el peloteo, que parece que no supiera que no se puede intentar superar al maestro.

Prrrrrr.