Marrameowww!!!
Me siento muy orgulloso de la labor que estoy realizando
como mentor y tutor legal de Munchkin. Vale que es cierto que no compartimos
lazos familiares pero desde que lo conocí me propuse el reto de convertirlo en
un digno sucesor de la saga de seres perversos que se inició con el difunto
Luhay, en paz descanse y cace ratones rellenos de saltamontes.
Como ya he dicho en más de
una ocasión, él trae mucha maldad de serie, lo que ha hecho que
incorpore nuevas estratagemas de su cosecha para hacer la vida imposible a los
humanos pero nunca está de más enseñarle alguna que él desconozca.
Siempre he tenido mucha manía con meterme en los armarios.
Armario que veo abierto, armario en el que me meto y, si no me ven y cierran la
puerta, ahí puedo pasarme durmiendo las horas muertas hasta que hacen recuento
de gatos, se percatan de que les falta uno y empiezan a buscarme desesperados
hasta que a algún iluminado se le ocurre abrir el armario, descubriéndome ahí
con cara de sueño.
Munchkin no le prestaba ninguna atención a los armarios.
Veía abrirse la puerta de uno en sus narices y no reaccionaba, como si la cosa
no tuviese absolutamente ningún interés para él. La bruja estaba de lo más
contenta con esto, ya que cuando estoy yo en las inmediaciones tiene que andar
con cuidado para que no me cuele pero, con él, se despreocupaba.
Pues esos días de bonanza han terminada para ella porque,
gracias a mí, el niñato ha descubierto los placeres de entrar en la cueva
prohibida de los secretos misteriosos y se cuela como una sombra, sin que nadie
le vea. Ya dos veces le han tenido que sacar de algún armario.
Y, aunque me duela decirlo, el alumno está superando al
maestro, ya que él no se limita a echarse una siesta encima de las camisetas de
la bruja, llenándolas de pelos. No, no. Él se aferra a las prendas colgadas en
las perchas. La bruja ya ha descubierto sospechosos agujeritos en una de sus
faldas preferidas. Me parto y me mondo
con la risa más malvada que he podido conseguir. Eso es arte y lo demás,
tonterías. Tendríais que haber visto la cara de la bruja cuando descubrió a
Munchkin dentro del armario y, a continuación, la falda colgada en una posición
bastante precaria. Sacó la falda, la analizó con ojo clínico y, acto seguido,
comenzó a blasfemar en arameo con traducción simultánea al castellano al grito
de “¡Qué voy a hacer con vosotros! ¡Si es que nunca aprendéis nada bueno!”. Miraba
la falda lamentando su suerte y, a continuación, al techo, como pidiendo una
explicación escrita ahí arriba (de verdad, qué cosas más raras hacéis los
humanos). “¡Mira lo que has hecho con mi falda!” aullaba indignada mientras le
ponía a Munchkin la prenda en los morros, quien la seguía mirando con ojos
golosones.
A la falda, se entiende. La bruja no despierta ningún
instinto goloso.
Prrrrrr.