Escríbeme!!!

¿Sugerencias? ¿Comentarios? ¿Quieres venderme algo o cyber-acosarme? Escríbeme a plagiando.a.mi.alter.ego@gmail.com

jueves, 29 de junio de 2017

Bienvenida, Linfy

Bueno, pues hoy podréis despejar todas vuestras incógnitas. Prometo que mi intención la semana pasada no era dejaros con la intriga pero a veces la vida es así y, cuando piensas que un tema se ha dado por zanjado, resulta que todavía te espera alguna otra sorpresa. Que sí, que también podía haberme callado y ahorrarme la segunda post data para no teneros muertos de impaciencia, también lo admito pero ¿quién desaprovecha un buen cliffhanger? Hoy me va a quedar un post largo pero como diga que hago una tercera parte no van a quedar de mí ni los higadillos.

Recapitulemos: el viernes 16 de junio sucedió todo lo que os relataba en el post del jueves pasado. El bultito se fue y pasé en paz todo el fin de semana. El lunes 19 me fui a trabajar tan pancha y todo el día transcurrió sin incidentes.

Por la tarde, cuando ya disfrutaba en casa de mi merecido descanso y tachaba un día más en el calendario echando cuentas de los días que me faltaban para las vacaciones, noté una sensación extraña en el ojo y me dije, “ay, no, otra vez no”. Pero sí. Fui a mirarme al espejo y ahí estaba el bultito, mirándome de forma insolente desde el otro lado del cristal.

Decidí compartir mi indignación mandándole un mensaje al churri para comentárselo. Craso error. Su respuesta fue que me fuera al ambulatorio a esperar pacientemente a que me atendieran. Puse mil excusas: que era muy tarde y ya no me iban a atender, que iba a llover, que no podía volver  a casa muy tarde porque si no, no iba a dormir nada, que seguro que se me iba a volver a ir y que iba a hacer el ridículo frente a otra rama científica… pero fue en vano. El churri me dijo que en cuanto llegase al barrio me esperaba en la parada de taxis para ir hasta el ambulatorio (porque me conoce y sabe que, si no me lleva de los pelos, no voy motu proprio al médico salvo que me esté muriendo).

Así que para el ambulatorio nos fuimos. No tardaron tanto en atenderme como yo me esperaba y, por suerte, cuando la médica me vio, el bultito seguía así y respiré por no terminar el día en un pabellón psiquiátrico. Me dijo que no tenía pinta de ser nada grave pero que, por si acaso, me iba a dar un volante para que fuera a urgencias oftalmológicas al hospital.

Siguiente parada, el Ramón y Cajal. No encontrábamos un taxi ni de casualidad porque mis predicciones se habían cumplido y, efectivamente, llovía pero, finalmente, dimos con uno y allí que nos personamos.

Le cuento mi historia a la de recepción y le doy mi volante. Me entregan un sobre con un montón de papeles, pegatinas y una pulserita para que no me pierda si me tienen que dejar ahí por siempre (que digo yo que la pulserita te la deberían dar una vez que deciden que van a dejar ingresado a un paciente, porque si nos la dan a todos es un gasto inútil del contribuyente; la mía sigue aquí en casa, muerta de risa). Espero un rato largo en una sala con dos puertas preguntándome qué habría detrás de cada una; como en los concursos de la tele. Me llaman. Le cuento mi historia al chico que está detrás de la puerta 1, que fue la que me tocó (lo mismo en la otra puerta me regalaban un viaje al Caribe, también es mala suerte). Mandan al churri a otra sala de espera más grande y a mí me dirigen por un montón de pasillos a otra sala de espera donde estamos todos los que ya estábamos en la sala de espera original. La diferencia es que aquí hay más puertas. En una de ellas se lee “Oftalmología”. Rezo para que seamos cuatro gatos los que vengamos con algún problema en los ojos y, por suerte, en eso llevo razón y me llaman rápido.

Me hacen sentarme en un taburete con ruedas. Casi me piño al ir a posar mis nalgas sobre él porque el taburete quería irse a vivir su vida. Apoyo mi delicada barbilla en una máquina infernal y me chutan un rayo de luz en el ojo. Miro a la izquierda, miro a la derecha, miro para arriba, miro para abajo (como los gorilas, uh, uh, uh) y la oftalmóloga sentencia “Eso tiene pinta de ser una linfangiectasia sin importancia”. Pensé que se había atragantado pero no, en el parte que me entregaron pone lo mismo. Por cierto, no lo busquéis en Internet porque por las fotos os va a parecer que tengo el ojo en unas condiciones deplorables y juro que es apenas un puntito y que, como lo tengo muy en el rabillo del ojo, apenas si se ve.

Como es un hospital universitario, me echó un líquido amarillo en el ojo para que me brillase en la oscuridad y me vieron dos estudiantes. Había por ahí una tercera a la que preguntaron “¿lo quieres ver?” y sí, quería. Cuando ya me habían observado bastante cual mono de feria, la oftalmóloga me dijo que me comprase lágrimas artificiales y que me fuese ya a mi casa y no siguiese malgastando el erario público. Como vi que tenía prisa por despacharme le pregunté “Pero, entonces, ¿se me pasará solo?”. Su respuesta literal fue “O no. Tal vez te esté yendo y viniendo o se te quede así para siempre”. Guay, súper guay.

No veáis qué risas en casa cuando me eché las lágrimas artificiales y por la mejilla me corrían ríos amarillos.

Y sí, ese día me acosté tarde pero con un nuevo elemento en mi organismo.

Le he puesto Linfy. 

miércoles, 28 de junio de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXI: Topicazos

Creo que hace tiempo que no vengo a esta sección con un anuncio de coches y como que ya tocaba, porque es de lo que más abunda y siempre nos dejan recuerdos memorables.

En esta ocasión, lo primero que vemos es un grupo de científicos con bata blanca que, supongo, están testando un coche.  Uno de ellos sujeta en sus manos diversos aparatos raros que van cambiando en cada prueba (no he sido capaz de identificar cuáles son ni para qué sirven ni mucho menos que en realidad existan pero qué sabré yo de Ingeniería ni prácticamente de ninguna otra materia), otro toma notas y el tercero es el que somete al coche a toda clase de golpes. Y pensaréis que lo están testando para ver qué tan resistente es el vehículo en caso de colisión pero, por lo que vemos, los golpes a los que lo somete son bastante poco contundentes.

La primera prueba consiste en dar un portazo (que ya tiene que ser malo un coche para que la puerta se caiga por el simple hecho de dar un portazo). En la segunda, el barbudo encargado de dar golpes le propina una patada a un neumático. Bueno, una patada quizás sea mucho decir, a ver si os vais a pensar que se lía a patadas voladoras en plan karateka; no, más bien es un puntapié de lo más sutil (yo creo que el neumático ni se ha enterado). Y ya, por último, la prueba más surrealista de todas, se basa en atizar el capó con un bolso.

¿Y a qué viene todo esto?, quizás os preguntéis (o no, porque ya estáis curados de espanto y os esperáis cualquier cosa). Pues viene a que, en la siguiente escena, vemos a una chica montándole el pollo a su pareja en el interior del vehículo. A continuación, sale dando un portazo y le da una patada con sus tacones al neumático (por cierto, los zapatos que lleva son ideales de la muerte, perdón por el momento superficial que acabo de tener) y se va con la cabeza alta, mostrando mucha dignidad.

Pero a mitad de camino se arrepiente y vuelve sobre sus pasos (sí, con esos zapatos tan divinos) y, ¿a que no adivináis lo que pasa? Pero qué listos son mis lectores. Efectivamente, le da con el bolso en el capó. Por cierto, es el mismo bolso que utilizó el científico. O estaban de oferta en dos por uno o vete a saber qué extraña relación tiene la chica con el científico barbudo.

Mientras tanto, una voz en off nos aclara la situación… creo. Parece ser que es un coche testado para chicos malos.

¿Qué inferimos de esto que acabamos de ver?

1) Que parece que los únicos que pueden portarse mal son siempre los hombres.

2) Que las mujeres somos unas histéricas que no somos capaces de mostrar nuestro desacuerdo ante una situación sin montar un escándalo.

3) Que el coche, ni fu ni fa. Pero quiero esos zapatos. 

lunes, 26 de junio de 2017

Crónicas Felinas CCXVIII: El hielito

Marrameowww!!!

Hoy vengo a hablar de nuevo de Munchkin. Sé que vais a decir que últimamente me está robando protagonismo pero es que yo, con el calor que tengo, no tengo fuerzas para hacer monerías ni maldades ni nada de nada. Bastante esfuerzo me cuesta respirar, así que tendréis que esperar al otoño para volver a disfrutarme en toda mi esencia.

Centrémonos en el tema que nos ocupa. Munchkin ha descubierto el juego del verano: El hielo. Las reglas son simples: Incordiar al primer humano que pille por banda para que abra un armario muy frío que hay en la cocina y saque de él un cubito que será posteriormente arrojado al suelo para que Munchkin lo persiga por toda la casa hasta que se convierta en un charquito y pueda así repetir el proceso. A mí me parece una tontuna importante pero al imberbe le hace muchísima gracia; será que está en la edad del pavo y cualquier cosita le parece el colmo de la diversión.

Como los gatos aprendemos sólo lo que nos interesa, se ha molestado en aprender una nueva palabra: “Hielito”. Así que, cuando anda muy cansino, la bruja o el consorte le dicen la palabra mágica y él se pone como loco a maullar y sale corriendo al armario frío que os digo para que le provean de su entretenimiento sin percatarse de que con eso también los entretiene a ellos.

Y así se pasa las horas muertas, persiguiendo un cubo congelado, que ya me diréis dónde está la gracia. Porque un ratoncito de peluche es un ratoncito de peluche y su capacidad de entretenimiento es innegable pero esa cosa fría que nos moja los bigotes ya me contaréis qué encanto tiene. Yo lo miro desde mi cojín de menospreciar procurando que se entere de que le estoy afeando la conducta pero ni caso. Él sigue a lo suyo, dando saltos e intentando cazarlo entre las patas delanteras, lo que le da un ligero aspecto de fanático religioso, todo el día rezando con las manos juntitas y corriendo por toda la casa sin percatarse de que así va perdiendo la poca dignidad felina que le queda. Ha salido muy díscolo.

Luego se quejará de que tiene calor y comerá tumbado en el suelo como un desharrapado. ¿Cómo no va a tener calor con las carreras que se mete pasillo arriba y pasillo abajo? Probad a poneros un abrigo de piel y a correr por vuestra casa un día de estos y luego me contáis si no estáis a punto de echar el bofe y morir de deshidratación.

Y sí, yo también tengo calor aunque no corra. Dice la bruja que eso es porque me meto a dormir alguna de mis siestas diarias en una casita peluda que tenemos en el pasillo pero eso yo no lo entiendo muy bien. Si me meto en la casita estoy a la sombra, ¿no? Entonces ¿cómo voy a tener más calor tumbado a la sombrita?

La climatología es un misterio.

Prrrrrr.

jueves, 22 de junio de 2017

El bultito fantasma

Estaba yo maquillándome el viernes pasado antes del amanecer cuando, al ir a maquillarme los ojos, vi que tenía algo en el ojo izquierdo. En lo blanco, hacia el lado de la sien.

Fui al baño para tener mejor luz y vi que tenía como una “basurita”. Si algo tenemos los usuarios de lentillas es que perdemos todo respeto por los ojos, por lo que intenté quitármela con la ayuda de un pañuelito de papel pero aquello no salía y vi que ya se me estaban empezando a notar las venitas, por lo que opté por dejármelo quieto con la esperanza de que saliera solo.

Terminé de maquillarme y arreglarme y me fui a trabajar. A media mañana me seguía molestando, por lo que fui a mirarme nuevamente y vi que tenía como un granito blanco en el ojo. Pedí una segunda opinión a una compañera y me dijo que, efectivamente, me veía como una especie de bolsita con líquido (pequeñita, no os creáis que aquello era tan evidente) y su recomendación era que me lo viese el médico.

Como era viernes, decidí pedir cita para la semana siguiente. Si me seguía molestando iría y, si se me pasaba, cancelaba la cita y en paz; porque yo soy de las que cancelan la cita para dar oportunidad a otro que realmente la necesite. La primera cita disponible era para el lunes 26 de junio. Pensé para mis adentros que a esas alturas o se me habría pasado solo o se me habría caído el ojo, directamente, por lo que, si veía que aquello me molestaba mucho, no iba a tener más remedio que ir a urgencias y armarme de paciencia hasta que alguien decidiese mirarme a ver qué tenía ahí.

A la una de la tarde ya me molestaba tanto que me planteé no terminar la jornada e irme directamente a urgencias pero, como sólo me quedaban dos horas, decidí aguantar (yo soy así de pava) y, si por la tarde me seguía molestando, ya definitivamente iría a urgencias pero al menos habiendo comido.

Así que, al llegar a mi barrio a eso de las tres y media, pensé que tal vez en la farmacia me lo pudiesen mirar y, con un poco de suerte sería una tontería para la que me podrían vender un colirio y en paz, ahorrándome la visita a urgencias.

Le pido a la farmacéutica que me mire. Me mira. Me dice que no ve nada salvo venitas rojas. Yo insisto en que ahí hay algo. Ella, en que ahí no hay nada. Pregunta si me molesta. Me paro a recapacitar y concluyo que me molesta mucho menos que antes. Le pido un espejo y resulta que la farmacéutica tiene razón; ahí no hay nada salvo venitas rojas. Abandono la farmacia sabiendo que voy  a pasar a formar parte del anecdotario farmacéutico.

Menos mal que tengo un testigo de que ahí hubo algo en algún momento porque si no me hubiese planteado seriamente mi salud mental.


P.S.  Por si alguien se lo pregunta, sí, era el mismo ojo que fue atacado por un zombi como os contaba aquí.

P.S. 2: Dado que esta era una entrada programada, aún no lo sabía cuando la escribí pero va a haber segunda parte. Continuará....

miércoles, 21 de junio de 2017

Anuncios Pesadillescos CCX: La sangre no es agua

Habrá a quien este anuncio le parezca tierno,  mono o mil epítetos ñoños más porque es lo que sucede cuando los protagonistas son niños. A mí me pone de los nervios, directamente.

Vemos a dos niñas mirando por la ventana de su cuarto, en el que se amontonan cantidad de juguetes “vintage” de estos que dejan volar la imaginación sin saturar a las criaturas de ondas electromagnéticas.

Cuando digo que están mirando por la ventana es porque quiero ser generosa. Más que mirar, cotillean. Con prismáticos y todo. Son unas acosadoras en potencia esas niñitas. La que no tiene los prismáticos en la mano lleva gafas de aviador de estilo steam punk (desconozco por qué razón) y come palomitas para disfrutar más del espectáculo gratuito que le ofrecen sus incautos vecinos, quienes parecen no tener cortinas ni persianas.

A través de sus prismáticos miran a los del ático de enfrente, que tienen un montón de plantitas porque se ve que son de lo más ecológicos. Tal vez por eso las niñas saben que esa pareja utiliza una energía renovable y por ese motivo se han decidido por un determinado tipo de tarifa.

Dirigen el artilugio hacia otra ventana donde ven a unos mellizos que, por lo visto, son unos salvajes, a juzgar por el hecho de que el niño le lanza una pelota a la niña, quien la golpea con una pala de ping-pong rompiendo una ventana. Nuestras particulares “detectives” están seguras de que sus padres tienen una tarifa plana de energía, para saber que al menos ese gasto lo pueden controlar.

Por último, centran su atención en un chico que pone una lavadora en plena noche. Sabemos por la niña de los prismáticos que es cantante de un grupo musical y, como ya se sabe que los artistas son unos despendolados y unos hippies todos, seguro que tiene una tarifa nocturna porque se pasará el día durmiendo la mona. Mientras pone la lavadora, vemos cómo su gato se cuela en el cesto de la ropa sucia. Acto seguido, escuchamos un gato maullar y las niñas ponen cara de espanto, tal vez imaginando que el pobre animal ha ido a parar a la lavadora, cosa que en los capítulos de La Pantera Rosa tenía mucha gracia pero en la vida real no tiene ninguna y que, debo decirlo, es uno de mis mayores miedos  y por eso reviso quince veces antes de cerrar la lavadora.

Se preguntan por el gato y, justo en ese momento, aparece su padre ataviado (oh, sorpresa) con un mono de trabajo de la compañía energética anunciante para tranquilizar a las niñitas señalando al gato, quien se pasea tan campante por el tejado (no soy capaz de entender cómo ha podido teletransportarse hasta ahí en décimas de segundo; será una licencia creativa).

Así que ya sabemos por qué las niñas saben qué tarifa tienen todos los vecinos. Es su padre el que les revela toda la información.


Desde luego, está visto que tienen a quien salir. 

lunes, 19 de junio de 2017

Crónicas Felinas CCXVII: Buffffff

Marrameowww!!!

No sé ni cómo he reunido fuerzas para venir a plantar mis zarpas sobre el teclado del portátil de la bruja. Tengo calor. Tenemos calor. Hace mucho calor.

Y vosotros diréis que vaya novedad, que vosotros también tenéis calor y ya no sabéis ni dónde esconderos pero permitidme recordaros que no es lo mismo. Vosotros no lleváis un abrigo de pieles en invierno y en verano. Yo no hago más que soltar pelos y más pelos. Esta parte es divertida porque la casa parece invadida por plantas rodadoras de las del lejano oeste. Lo que no es tan divertido es escupir bolas de pelo. Tiene el aliciente de que después mis humanos tienen que limpiarlo pero el hecho de expulsarlas es bastante incómodo, ciertamente.

Como consecuencia del calor y de los pelos acumulados en el tracto digestivo pese a la malta con la que me ceban día y noche, como menos de lo habitual, lo que obliga a la bruja a estar todo el día detrás de mí con el plato. Hasta me han habilitado el bidet con una toalla húmeda para que vaya ahí a refrescarme pero ni por esas.

Munchkin, por su parte, se pasa el día tirado en el suelo o en el mueble de la entrada, donde parece que corre un poco más el aire, con la panza al descubierto (así como sus vergüenzas) porque él nunca ha conocido el glamour. Es tanto su calor que hasta él tarda en terminarse la comida. Se la come porque a él le parece poco menos que un sacrilegio eso de desperdiciar el alimento pero la cantidad que otrora se zampara de una sentada, ahora tarda dos o tres asaltos en terminarla.

Y eso por no hablar de la  pose. Estaba el otro día el imberbe despatarrado en el suelo cuando la bruja le acercó el plato para que comiera algo más. Él, en su inmenso calor, no quiso ni levantarse pero tenía hambre, por lo que decidió solucionar el conflicto de intereses estirando la pata (en sentido literal y no figurado) y acercándose el platito a los morros para poder comer tumbado. Como la cosa no le funcionaba muy bien porque aun así tenía que levantar la cabeza y eso le suponía un ímprobo esfuerzo, se las ingenió para ir metiendo la pata en el plato y sacando granitos de tal manera que le quedaran al lado de los morros. Para otras cosas no será muy listo pero en lo que se refiere a comer, siempre se las ingenia.

Pues lo dicho, que tenemos mucho calor y no hay toallas húmedas ni ventiladores ni ventanas abiertas por la noche que nos alivien. Si no fuera porque iba a quedar feo feísimo hasta me plantearía raparme el pelaje al cero pero me debo a mi público. Lo de ser un gato mediático a veces tiene sus inconvenientes y no hay blogstar que no concuerde en que para estar bello hay que sufrir.

Y todavía no ha empezado el verano.

Prrrrrr.

jueves, 15 de junio de 2017

De cómo no tuve Internet y viví para contarlo

De esto ya ha pasado tiempo pero, con esto de que me fui de vacaciones, al final no os lo conté y se me quedó este tema pendiente en la lista de posts futuros.

El viernes previo al puente del 15 de mayo estaba yo trabajando tan alegremente (o no tan alegremente pero es mejor tomarse las cosas con humor) cuando, algo más de una hora antes de terminar nuestra jornada, nos instaron a apagar todos los ordenadores. Desconocíamos el motivo hasta que nos enteramos de que el responsable era el ciberataque que tuvo en jaque al mundo entero.

Nuestra empresa no estaba afectada pero, por seguridad, nos mandaron desconectarlo absolutamente todo hasta nuevo aviso. Nosotros decíamos que vaya forma de perder el tiempo para una hora que quedaba así que, al final, en vistas de que la cosa no tenía visos de solucionarse en breve, nos mandaron a todos para casa una hora antes.

Yo estaba que daba palmas con las orejas. A eso llamo yo empezar un puente por la puerta grande. Iba a tener más tiempo para mí. Genial.

El problema fue que, como todavía no estaba claro qué alcance tenía el ciberataque ni cuáles eran realmente los objetivos, el churri me prohibió terminantemente encender el router de casa ni acceder a nada que tuviera contraseña. Así que desconecté del móvil el Facebook, el Twitter y hasta Bloglovin´ y, por último, desconecté los datos por si acaso.

Y ahí fue cuando me di cuenta de lo extraña que se torna la vida cuando no tienes acceso a redes sociales.  Nunca me he considerado adicta a ellas pero sí debo reconocer que se me hacía muy raro no poder consultar cada cierto tiempo si alguien había actualizado el blog, o qué contaban mis primos desde allende los mares o cuál era la nueva polémica tuitera. Una sensación muy extraña, como de ama de casa de los cincuenta viendo la tele como única vía de información del mundo exterior.

Me di cuenta de que mis manos, por puro instinto, se dirigían al móvil movidos por un acto reflejo de consultar novedades y se detenían a mitad de camino una vez que tomaban consciencia de que no había más tela que cortar. No es que me sintiera desesperada ni ansiosa (no llego a tanto) pero sí me sentía mortalmente aburrida, a lo que debo agradecer el hecho de haber adelantado considerablemente en mis lecturas pendientes.

Y esto me dio que pensar si necesitaré desintoxicarme de tanta tecnología o si simplemente será que las redes sociales ya forman parte de mi vida y estos actos reflejos son ya tan naturales como cuando se va la luz y por instinto pulsamos el interruptor al entrar en una habitación y no hay tanto de lo que preocuparse.

¿Y vosotros como vivisteis el ciberataque? ¿Os atacó la paranoia como a una servidora o pasasteis tres kilos del tema y seguisteis con vuestra vida tecnológica normal? ¿Dependemos demasiado de las aplicaciones?

Hala, empezad a opinar.

miércoles, 14 de junio de 2017

Anuncios Pesadillescos CCIX: Los pavos macarras (II)

Vamos con el segundo anuncio de esta bilogía que comenzamos la semana pasada (podéis ver el primero aquí).

Vemos a los mismos cuatro amigos del primer anuncio en el mismo garito aunque esta vez, se encuentran en la barra. Quiero creer que tanto la escena anterior como esta suceden en el mismo día porque van vestidos exactamente igual así que, si son dos días diferentes, estamos ante el grupo de amigos más aburridos (o raros) de la historia. Van siempre al mismo sitio y tienen un “uniforme” para salir a tomar algo.

Sea como fuere, el camarero coloca la cuenta sobre la barra. La que antes no tenía suelto la coge entre sus dedos y la lee alejándola bastante de su cara. No sé si es porque tiene hipermetropía o porque la cuenta le da como asquito y quiere mantenerla lo más alejada posible. Anuncia que tocan a cuatro pavos por persona. El que tenía una necesidad imperiosa de ir a un cajero en el anuncio previo, se asoma por detrás del hombro de la chica para echar un vistazo a la cuenta. O no se fía de las habilidades de cálculo de su amiga o se fía demasiado y tiene miedo de que los time y se quede con la diferencia. Vaya amigos.

Este mismo chico dice no tener suelto. ¿Será que entre el anuncio anterior y este ha ido al cajero y ahora sólo tiene billetes grandes? Os dije que esto iba a suceder; os lo dije.

La otra dice que le da sólo dos pavos porque se ha tomado solamente una (a sitios muy baratos va esta gente). Nótese que esta misma chica decía en el anuncio anterior que no tenía más que un billete de cincuenta así que no sé ahora de repente cómo tiene moneditas. Ahhhh, te hemos pillado, lagarta.

El que en anteriores capítulos se mostraba indignadísimo porque todo el mundo le ponía excusas para pagar el regalo de otra amiga, ha aprendido la lección y alega tener que pasar por un cajero porque ha aprendido que esta excusa ya le sirve para dos veces.  

Y, como no podía ser de otra manera, aparecen en escena los pavos. Ahora, en vez de bates, uno de ellos va armado con un taburete. El otro se ha puesto unos guantes que parecen de goma, de estos de fregar. Debe trabajar en la cocina o no quiere estropearse esas manos tan grimosas liándose a puñetazo limpio.

Pero esta vez no recurren a la violencia física sino psicológica. El de los guantes mete su moco (esa cosa que les cuelga a los pavos) en la copa de la nueva víctima y remueve con él su cubata, obligándola posteriormente a bebérselo.

Es de esta manera que, finalmente, la pobrecita (aunque de pobrecita tiene poco porque bien que se escaqueó en el anuncio anterior) termina cobrando mientras los pavos acosan al resto del personal.

Y así hemos dado caza a los cuatro. Yo tenía que haber sido detective privada.

lunes, 12 de junio de 2017

Crónicas Felinas CCXVI: Tiempos de venganza

Marrameowww!!!

Como bien sabéis, no me gustan nada las visitas (salvo las de los padres del consorte porque me dan jamón), así que, desde que se fueron las que la bruja utilizó como excusa para tomarse estas últimas vacaciones blogueriles, no he parado de vengarme.

Al día siguiente de irse las visitas, tiré al suelo la toalla del consorte y me hice pis en ella. No es algo que me entusiasme hacer, porque yo soy muy de buscar la intimidad del cajón y después dejar mis cosas convenientemente tapadas pero de alguna forma tenía que hacerles saber mi indignación. Dado que echaron a lavar esa toalla, me hice pis también en la de repuesto y en la alfombrilla. Pensaba seguir hasta que el consorte no tuviera más  remedio que secarse con una camiseta o con el paño de la cocina pero ahí ya se les encendió la bombilla y decidieron dejar cerrada la puerta del baño.

Como tenía que buscar otra manera de atraer su atención y tenerlos todo el día pendientes de mí una vez que ya habían puesto coto a mi plan A, empecé a hacerme el remolón con la comida. En verano siempre como menos porque los calores en esta casa no hay quien los aguante y esto me sirve como excusa para tenerlos constantemente detrás de mí con el platito en ristre para que coma.

Así que he aprendido que es maravilloso ponerme a maullar pidiendo comida para que me acerquen el plato y luego olerlo y no comer. O decidir que la comida me la tienen que poner en el baño o en la habitación donde el consorte tiene el ordenador o en el sitio que a mí se me ocurra en el momento. Sobre todo si la bruja se acaba de sentar, porque así la obligo  a volver a levantarse para perseguirme con el plato por toda la casa.

También he descubierto que es divertido dejar de comer de mi plato e irme a comer al plato de Munchkin, con lo que he conseguido que la bruja llegue incluso a cambiarnos la comida de un plato a otro. Esto es extremadamente divertido porque la bruja tiene las manos muy canijas, así que no veáis las risas cuando la veo intentando coger toda mi ración en una sola mano sin que se le caigan por ahí los granitos de pienso para poder coger lo del imberbe con otra mano y así cambiar todo del verde (el mío) al rosa (el del niñato) para que al final yo termine comiendo dos granos de ahí y pasando kilos del tema.

Eso sí, como tonto no soy. Después de montar semejante número con la comida, me pongo a jugar con lo que  primero encuentre a mano o a dar saltos sin ton ni son por la casa para que vean que estoy vital y enérgico. No sea cosa que se piensen que estoy malo y me terminen llevando al veterinario. Debo considerar las consecuencias.  

Soy un genio del mal.

Prrrrrr.  

jueves, 8 de junio de 2017

De visitas, regalos y una espalda tribanda

Ya sabéis que soy muy fan del buen tiempo, por lo que en estas vacaciones he disfrutado mucho, aunque no haya salido todos los días. A mí el simple hecho de poder estar en casa en manga corta y observar cómo la ropa se me seca en el mismo día, ya me hace una persona feliz.

Como recordaréis, os comenté que esperaba visitas de allende los mares, que vinieron una noche a casa y después tiraron para el norte, para finalmente volver a Madrid un par de días antes de tomar el avión que los llevaría de regreso.

Las visitas vinieron cargadas de regalos de mi mami, quien me tejió con esas manitas (mucho más habilidosas que las mías) una bufanda y dos gorritos. Los dos gorritos eran exactamente iguales pero de distinto tamaño porque con el primero pensó que era demasiado pequeño y me hizo otro, para ver cuál me servía. El caso es que los dos han vuelto a Montevideo porque hasta el grande me quedaba pequeño, así que dijo “pues mándamelos, que los destejo cual Penélope esperando a Odiseo y tejo otro más grande”. En su defensa diré que la culpa fue mía, porque me pidió que me midiese el cabezón y ni eso fui capaz de hacer correctamente. También me mandó dos tazas de grupos musicales uruguayos que seguro que no conocéis y un colgantito muy mono que aún debo estrenar. Me había prometido una bandera para colgar en el balcón cuando hay partido pero no llegó. Como buena hija caprichosa, se la reclamé y me dijo que no había querido cargar a su amiga con más cosas, pero que ya la mandaría y que hay que ver cómo soy. Pues sí. Así soy. Por su parte, las visitas me trajeron un libro que relata la historia de Clarita García de Zúñiga (en este post tenéis un cuadro con su careto y un enlace a la leyenda que gira en torno a su persona). Por si os interesa, el libro se llama “Clara, la loca” y es de Mercedes Vigil.

Yo a mi madre también le mandé cositas, que no se diga, pero como todavía nos las ha recibido, no desvelo nada.

Bueno, que me he desviado ya mucho. El único día que tuvieron los pobres para hacer un poco de turismo por Madrid los llevamos a ver el Madrid de los Austrias, que es como lo más representativo, y el Parque del Retiro. Menuda panzada a andar que nos metimos todo el día y el sol pegaba cosa mala. Yo encantada, claro, porque hacía bueno (¿veis como el primer párrafo del post estaba escrito por algo?) pero no tomé la precaución de bañarme en protección solar, lo cual provocó que ahora tenga la espalda marcada con: a) La marca de los tirantes del sujetador; b) La marca de los tirantes de la camiseta y c) La marca diagonal del bolso bandolera. Vamos, que ahora tengo una espalda tribanda de lo más fashion.

Gajes del oficio.

martes, 6 de junio de 2017

Anuncios Pesadillescos CCVIII: Los pavos macarras (I)

De verdad, no sé qué pasa últimamente con las aplicaciones para móviles de bancos o cualquier otra cosa relacionada con las finanzas, que sus anuncios son cada día más extraños. Será que no quieren que temas tan serios parezcan aburridos pero este tipo de anuncios ya se pasan un poco y, para muestra, un botón (o dos, en este caso). Esta semana vamos con uno y la semana que viene completaremos la bilogía.

En el primero de ellos vemos a un grupo de amigos, todos ellos vestidos de un modo muy setentero por motivos que no alcanzo a comprender, sentados en la mesa de un restaurante/discoteca (no me queda muy claro qué es porque sólo veo su mesa y el resto es un área diáfana por la que camina la gente; además, hay tan poquita luz que si quieres comer algo no te vas a encontrar la boca). En fin, el caso es que uno de ellos anuncia que para el regalo de cumpleaños de otra (que supongo que no está presente) tocan a cinco pavos por cabeza.  La primera dice que no lleva suelto, el segundo, que necesita un cajero y se lo dará más tarde y la tercera pregunta si tiene cambio de cincuenta o si ya le da el dinero al día siguiente. Vamos, en realidad las tres excusas son la misma, aunque el que más se luce es el del cajero porque, una vez que vaya, podrá reciclar la excusa de que no tiene cambio. Ese sí que sabe.

El pobre chico encargado de hacer la colecta comenta con resignación que eso es lo de siempre y todos lo miran encogiéndose de hombros cuando, de repente, irrumpen en el local dos pavos gigantes ataviados con trajes azul celeste y portando en sus manos (sí, los pavos tienen manos, qué sé yo) sendos bates de baseball que hacen descansar sobre sus hombros en un claro gesto amenazador.

Los cuatro ocupantes de la mesa los miran con cara de terror. Los pavos se acercan raudos a la mesa y comienzan a arramplar con cuanto vaso encuentran sobre la misma, destrozándolos con los bates y haciéndolos estallar en miles de cristalitos. Uno de los pavos mira fijamente al encargado de la colecta mientras la voz en off nos aconseja que no dejemos que unos pavos nos arruinen la fiesta. El otro pavo, que es todavía más macarra, salta sobre la mesa partiéndola en trozos y escuchamos un grito desgarrador proveniente de la garganta de una de las asistentes (concretamente, la del billete de cincuenta, que le va a caducar en el bolsillo).

Así que, por fin, nos dicen que se puede reunir dinero con una aplicación gratuita sin comisiones creada para tal fin. No te explican muy bien en qué consiste, ni nada. Sólo vemos a la que no llevaba suelto utilizando la app al lado del “recaudador” mientras, al fondo, los pavos tienen acorralados al del cajero y a la de los cincuenta euros, que sigue dando grititos.

lunes, 5 de junio de 2017

Crónicas Felinas CCXV: Odio mal dirigido

Marrameowww!!

Luego de que la bruja haya dejado esto abandonado como viene siendo su costumbre últimamente, paso hoy a relatar lo que aconteció un buen día (o malo, según se mire), hará cosa de una semana.

Estaba la bruja dándonos de comer. Yo esperaba pacientemente en la puerta de la cocina porque eso de parecer desesperado por la comida es algo de muy mal gusto, mientras Munchkin, que entiende poco de modales, saltaba a su alrededor cual mariposa loca porque piensa que así la presiona para obtener más rápidamente su alimento. Hete aquí que, una vez le hubo servido el pienso en su platito, procedió a cerrar la bolsa y guardarla en el armarito de metal como de costumbre. Hasta aquí nada escapaba a nuestra rutina; el matiz viene dado por el hecho de que, una vez cerrado el armarito, la bruja se dispuso a abandonar la cocina pasando junto al jovenzuelo, quien comía despreocupado sin imaginar la desgracia que se cernía sobre su cabeza, cual espada de Damocles.

Porque pasó algo terrible (para él; mi vida siguió como si nada). Dado que es de naturaleza torpe, la bruja pisó el rabo de Munchkin, quien maulló desesperado como si… como si… Bueno, como si le hubiesen pisado el rabo.

La bruja, que nunca ha tenido lo que se dice unos nervios de acero,  también profirió un alarido, lo cual provocó una situación de caos mayor que la habitual en esta casa. El imberbe se ofendió mucho y no quería saber nada de la bruja, que lo perseguía por la casa con voz melosa repitiendo que había sido un accidente y que no tuviera miedo porque “mami” (sí, se refiere a sí misma como “mami” para nuestra absoluta vergüenza) lo hizo sin querer. Pero Munchkin, que no es que sea muy listo pero hasta ahí llega, prefirió no jugársela y mantener una prudencial distancia para salvaguardar sus apéndices.

Sé que en el párrafo anterior he dicho que el jovenzuelo no es muy listo y lo que voy a decir va a parecer una reiteración innecesaria pero tengo que contaros que el miedo le duró varios días. Y vosotros pensaréis que tenía miedo de la bruja pero no. Tenía miedo del armarito.

Cada vez que le servían la comida se ponía a deglutir como siempre hasta que escuchaba el armarito cerrándose. En ese momento, salía como alma que lleva el diablo a esconderse detrás de la puerta de la cocina porque el muy pavo no se había dado cuenta de que la causa de sus males no había sido el armario sino la bruja. Sí, lo sé, es muy triste y bastante bochornoso para el género felino, pero real como la vida misma. Yo que pensaba que esto iba a servir para que el imberbe le cogiera aún más tirria a la bruja y ahora resulta que guarda un odio visceral al mobiliario.

Tal vez por eso sea que se pasa el día arañando el sofá. Debe de haberle hecho algo que desconozco.

Prrrrrr.