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jueves, 28 de enero de 2016

La vida misma (en bucle)

A consecuencia de vete a saber qué conexión neuronal, hace unos días me estaba acordando de una antigua compañera de trabajo de la que no volví a saber nada nunca más en mi vida.

La chica no me caía mal aunque era bastante peculiar. De entre todas sus particularidades, recordé que había días que no daba pie con bola porque se había quedado despierta hasta las tantas debido a que era fanática de los Sims.

Yo respeto que cada cual tenga sus aficiones y que un hobby inofensivo como ese no debería ser objeto de chanza pero, de verdad, no lo entiendo. No por el hecho de jugar a juegos de ordenador; ya confesé alguna vez en este blog que soy una auténtica freaky de las aventuras gráficas y que, cuando tengo un día libre, me encanta tirarme las horas muertas resolviendo puzles e intentando averiguar qué tengo que hacer con un palo de escoba que encontré en el capítulo uno y que no he necesitado aún a pesar de que ya voy por el capítulo cinco. El churri, sin ir más lejos, es muy fan de los juegos de rol y le encanta codearse con trolls, elfos, dragones y demás seres imaginarios. A mí el rol no me entusiasma pero reconozco que una buena forma de desconectar de las cosas del diario vivir es sumergirse en un mundo de fantasía.

Pero ¿Los Sims? Si hay algún aficionado a este juego leyendo esto, le ruego que me explique la gracia de esto porque no me entra en la cabeza que alguien vuelva a su casa de trabajar y flipe viviendo una vida paralela donde tiene que tener otro trabajo, otra pareja, otros hijos, otra hipoteca y otras mascotas. Menuda aventura. Juego a un juego donde hago las mismas cosas que en mi vida real. Estoy ahorrando para poder comprar una lámpara de pie y mañana voy a llevar a mi imaginario perro a un imaginario veterinario. Yupi, qué emocionante. Esto es tan adictivo que no puedo dejar de jugar.

O sea, que a menudo vivimos quejándonos del asco de vida que nos ha tocado vivir y diciendo que estamos hasta las narices de levantarnos cada día para ir al curro y que cuándo llegará el día en que nos toque el Euromillón para poder mandar todo a la porra e irnos a tomar cocolocos a una playa desierta y paradisíaca y luego, en cuanto tenemos un rato libre, pasamos horas encantados de la vida yendo a trabajar y haciendo la compra.

Y, para darle mayor emoción a la cosa, puedes mantener emocionantes conversaciones con tus supuestos amigos, pareja y familiares, donde no se entiende absolutamente nada de lo que te cuentan porque todos hablan un extraño dialecto que creo que no ha habido lingüista capaz de descifrar aún. Aunque tengo que reconocer que esto último sí que podría tener sus ventajas. Hay días de mi vida en los que daría oro por no entender muchas de las cosas que oigo. 

miércoles, 27 de enero de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXV: ¿Cómo hemos vivido sin esto?

Hoy vengo a hablar de compresas. Los anuncios de productos de higiene femenina siempre han sido una fuente inagotable de despropósitos; desde la posibilidad de encontrarte con tu menstruación encarnada en mujer vestida de rojo en mitad de un pasillo hasta actrices famosas enseñando a hombres en una piscina cómo se pone un tampón. Casi diría que, apostar por este tipo de anuncios para esta sección es, casi siempre, ir con el caballo ganador. Un valor seguro.

Pero ahora una conocida marca de compresas le da una vuelta a la situación. Y le da una vuelta en el sentido literal. La primera escena que vemos es la imagen de dos mujeres con las melenas de punta. Tras un giro de la cámara, nos percatamos de que no es que les haya dado por el look punky sino que están boca abajo. ¿Por qué? Pues porque, según nos dicen, a los de esta marca de compresas les gusta ver los problemas como retos a los que encontrar una solución (se ve que se han empollado un libro de autoayuda y ahora quieren poner en práctica los conocimientos aprendidos). Y, como quieren encontrar solución a los problemas, retos, obstáculos o como quieran llamarlos, han diseñado una compresa que absorbe boca abajo.

Pues qué bien. Ya voy a poder colgarme del techo como un murciélago en cualquier momento del mes sin miedo a posibles fugas. Si me convierto en vampiro, ya ni os cuento lo maravilloso que va a ser para echarme la siesta. No me va a despertar ni el mismísimo Van Helsing. Para diseñar estas compresas deben de haberse inspirado en la gente que hace la estalagmita en clase de yoga (hablé de esto aquí porque en este blog hemos hablado ya de casi todo)

También es muy útil para hacer bungee jumping o, las que sean más gamberras, balconing.  Nunca se sabe cuándo se te va a quedar el pie enganchado a la barandilla y te veas ahí pendiendo boca abajo hasta que alguno de tus borrachos amigos se dé cuenta de que esa no era la idea y decida devolverte a tu posición original o empujarte hacia abajo de una patada o la genial idea de borracho que se le ocurra antes.

Otra opción puede ser desplazarte haciendo el pino. Para ir al trabajo, por ejemplo. Haces ejercicio y, si vas acompañada de un mono amaestrado puede ir recogiendo moneditas para ti en el camino. Te sacas un sobresueldo con total tranquilidad.

Ni qué decir tiene que, si eres trapecista de circo, estás de parabienes. Ya puedes balancearte sin miedo a dar un espectáculo más allá del que estaba programado en la cartelera. Las contorsionistas también encontrarán en estas compresas su tabla de salvación.

Sí, sin duda esto de las compresas que absorben boca abajo tiene muchas utilidades. Seguro que vosotros, que sois muy ingeniosos, me dais muchas más ideas a fin de darme excusas para salir corriendo a comprarlas. No os cortéis; estoy ansiosa por leer vuestras ideas disparatadas. 

lunes, 25 de enero de 2016

Crónicas Felinas CLXIII: El eslabón perdido

Marrameowww!!!

Pese a que la semana pasada os contaba que el maniático de la casa se supone que soy yo (y la bruja, sí), hay que reconocer que Munchkin también tiene manías muy extrañas.

Una de las características principales de los gatos, y todos los felinos en general, es que estamos siempre alerta ante cualquier peligro o, incluso, por si aparece una presa que podamos llevarnos al buche. Es por esto que tenemos unos párpados que permiten que se filtre la luz mientras dormimos: para detectar los cambios de luz en caso de que se nos aproxime algún ser con intenciones aviesas mientras nosotros estamos tan plácidamente dormiditos (que suelen ser unas cuantas horas al día) o por si algún manjar desprevenido anda pavoneándose en nuestras proximidades creyéndose a salvo por vernos en brazos de Morfeo. Lo que aprendéis conmigo, ¿eh?

Pues Munchkin no goza de este mecanismo. Munchkin es contra natura. Y no porque no cuente con sus dobles párpados o tenga alguna malformación genética, en cuyo caso siempre podríamos compadecernos diciendo “es que nació así el pobre, no tuvo la misma suerte que otros gatos”, sino porque es un tonto y un inconsciente (bueno, vale, es que nació así el pobre, no tuvo la misma suerte que otros gatos).

Y os preguntaréis por qué digo esto. Muy simple: el imberbe se tumba a dormir, por ejemplo, en la cama. Y resulta que en el dormitorio está levantada la persiana. En mi casa siempre entra muchísimo sol por las ventanas durante todo el día, cosa que agradecemos infinitamente porque nos embelesa tirarnos al sol. Pero al señorito le molesta la luz en los ojos para dormir, por lo que se coloca una de las patas delanteras sobre ellos a modo de antifaz improvisado.

Suerte tiene de vivir en una casa donde, mal que bien, los humanos están bastante zumbados pero no son peligrosos (o no lo parecen de momento) porque como le tocara vivir en la naturaleza, a merced de las inclemencias del tiempo y del destino, este no aguantaba dos días. Si viene un oso pardo a devorarlo, él no se entera. Si un delicioso ratón con toxoplasmosis menea la colita con movimiento sexy delante de sus morros, él tampoco se entera. Es como el eslabón perdido de la cadena evolutiva felina. De verdad que yo no me lo explico. Y no es sólo eso sino que, si viene la bruja o el consorte para moverlo de sitio, eso es como levantar un saco de patatas. Hay veces que se despierta cuando ya lleva un rato en el aire y descubre de repente que está siendo transportado.

Aunque hay que reconocer que, ver no verá, pero oye de una forma asombrosa. Sobre todo en lo que tiene que ver con productos alimentarios. Ya puede estar en el quinto sueño que, como caiga un grano de pienso en la otra punta de la casa, le falta tiempo para correr hacia el origen del sonido.

Algo tenía que funcionarle en condiciones.

Prrrrrr.

jueves, 21 de enero de 2016

Que sigo sin ser un robot

Allá por febrero de 2012 (anda que no ha llovido) una servidora publicaba este post.

En aquella época tenía puesto un detector de bots en el blog que terminé quitando porque, una vez que había sufrido en mis carnes la penuria de tener que estar demostrando constantemente que soy de carne y hueso, no quise hacer pasar por eso a mis lectores aparte de darme cuenta de que me estaba perdiendo cosas muy interesantes.

Pero, no por no hacer sufrir a mis lectores me vi yo libre de tener que seguir escribiendo palabritas absurdas. Y la cosa se modernizó (por decir algo) y, de las palabritas absurdas, pasamos a fotos de números, a veces sacadas con poco luz a mala leche, para dejarse las córneas intentando descifrar qué número había que poner.

Y, no contentos con eso, de un tiempo a esta parte he visto que la cosa ha llegado a los límites del retorcimiento. Ahora te ponen, por ejemplo, un montón de fotos de comida y te dicen “Marca las hamburguesas”. Venga, en serio, si quiero hacer pasatiempos me compro la Quiz. Y quien dice hamburguesas dice platos de pasta, vegetales o comida tradicional angoleña. Me estoy convirtiendo en una experta en gastronomía. El año que viene me presento a Master Chef que, a pesar de no haber pasado de los filetes y los huevos fritos (no sin cierto miedo a que me salpique el aceite hirviendo) este profundo conocimiento de los alimentos seguro que me convalida algo.

Tal vez pensaron que si hacían captchas más interactivos la cosa nos entretendría más y así sentiríamos menos fastidio a la hora de demostrar que no somos robots pero va a ser que no. Hay veces en que me quedo mirando una foto y no tengo claro si eso es lo que me piden “¿Eso es una hamburguesa? Es que más bien parece un filete ruso pero ¿qué es un filete ruso si no una hamburguesa homeless?”. Y claro, sufro ante las múltiples posibilidades de interpretación que me plantean las fotos de marras; que una siempre ha sido de rizar mucho el rizo y una letra, aunque torcida, fea y tachada, siempre será una letra pero ¿y si quien preparó los spaghetti era igual de torpe en la cocina que yo y la cosa se parece más a unas gachas migas? Tampoco quiero ofender al cocinero no reconociendo su plato. Total, que una birria todo.

Miedo me da pensar cuál puede ser el próximo paso. Tal vez nos obliguen a escribir poemas o pintar cuadros o componer una sinfonía para que se vea que somos seres sensibles con inquietudes artísticas, cosa que un robot jamás haría. Porque imagino que, con las maravillas que hacen hoy en día los robots, bien pueden ser capaces de distinguir una hamburguesa de un sándwich de pavo. He visto gorilas capaces de realizar transacciones económicas ¿no vas a poder programar un robot para distinguir comida?

Mejor no doy ideas, que estas cosas las carga el diablo.


P.S. Acabo de darme cuenta de que ya se le ha quitado la tontería a blogger y, los vídeos que no se veían, ya se ven. Así que, para los que os quejabais de que no podías ver mi magistral interpretación del niño del palo, aquí lo tenéis.

miércoles, 20 de enero de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXIV: Pasión de antigripales

Sabéis de sobra que detesto el invierno pero, si algo bueno tiene esta estación infernal, aparte de lo maravillosamente bien que me sientan los gorritos, es que es divertido ver anuncios de antigripales. Sobre todo porque, básicamente, son todos lo mismo y, como consecuencia, entran en una guerra mediática para ver cuál consigue captar más nuestra atención, dejándonos verdaderas joyas publicitarias para nuestro deleite visual o, en su defecto, para que yo tenga material para esta sección.

En esta ocasión, han optado por el formato “culebrón venezolano”. Por suerte, sin fingir el acento, que no hay cosa que me ponga más de los nervios que los acentos fingidos.

En una cama yace un señor mayor tosiendo como si no hubiera un mañana. Un hombre sentado en una butaca de un rincón con papeles en la mano (los cuales lucen el dibujo de una balanza, supongo que para que deduzcamos que es abogado), le dice a la mujer, mucho más joven y sentada en la cama con cara compungida y tomando la mano de su doliente esposo, que vaya gripe ha cogido su marido.

Ella, con actitud claramente afectada, le dice que sí, que tiene tos seca, fiebre, dolor, congestión y secreción nasal. Vamos, lo que viene siendo una gripe de toda la vida. El abogado lo resumió mucho mejor; cómo se nota que tiene estudios. Por cierto, ¿hay alguien que utilice la expresión “secreción nasal” en su día a día? Luego de este pormenorizado detalle de los síntomas del hombre (a todas luces, rico) susurra al abogado que el paciente no aguantará mucho más y entonces… No nos aclara qué pasará entonces pero el apasionado morreo que se pega con el abogado da que pensar que no planean nada bueno. Yo os lo explico porque la historia es muy compleja y hay que estar atenta a los detalles: Piensan quedarse con la herencia del anciano y darse la gran vida. Qué seres tan perversos.

Para acelerar el proceso, vemos cómo la futura viuda abre las ventanas de par en par dejando pasar el gélido aire invernal y cómo el abogado enciende el aire acondicionado con cara de villano muy villano.

Pero el tiro les sale por la culata porque el marido, que seguro que no se hizo rico a base de ser tonto, se ha tomado un fantástico antigripal y, cuando la mujer y el abogado ya están festejando en el dormitorio (ella ya se ha vestido de negro y se ha puesto un sombrerito con velo para ir ahorrando tiempo), él toca el claxon desde abajo y le vemos radiante en su descapotable rojo, partiéndose de risa, supongo que al tiempo que planea cómo va a deshacerse de su esposa dejándola sin un duro, por mala pécora, y se va a ir con la niñera, que es aún más joven y, de momento, todavía no se le ha caído nada. Que viva el Plan Renove.

Vale, lo de la niñera me lo invento pero ¿qué otro final podría tener? 

lunes, 18 de enero de 2016

Crónicas Felinas CLXII: Parecidos razonables

Marrameowww!!!

Existe un rumor en el mundo que dice que, nosotros los animales, tendemos a parecernos a los humanos con los que convivimos.

La verdad es que me encantaría poder desmentir este rumor y clamar a los cuatro vientos que sólo se trata de calumnias y falacias infundadas pero, lamentablemente, tengo que admitir que es verdad. Munchkin, sin ir más lejos, se parece mucho al consorte. Ambos son por naturaleza destrozones y desordenados. Les gusta vivir en su caos particular y jugar a darse zarpazos y mordiscos (sí, el consorte también muerde, y tengo que reconocer que muerde bastante fuerte). Adoran pasarse la vida durmiendo, sin hacer nada, simplemente viendo la vida pasar; aunque es de justicia señalar que esto también me gusta a mí, y supongo que a cualquier ser vivo con dos dedos de frente.

Y, por mucho que me duela contaros esto y probablemente en un futuro niegue haberlo escrito incluso bajo tortura… yo me parezco a la bruja. Sí. Aun cuando la ponga verde porque es una tirana, no puedo evitar verme reflejado en algunas de sus actitudes. Sin ir más lejos, en la pasión que ambos tenemos por el orden. Cuando algo está descolocado en casa, también nos descolocamos nosotros. La bruja es capaz de estar en el sofá viendo la tele y tener que levantarse porque está viendo un cuadro torcido y no puede concentrarse en la película hasta que lo arregla. A mí eso me pasa con la almohada. Si, cuando nos vamos a acostar por la noche, la almohada no está colocada como a mí me gusta, ya empiezo a dar vueltas en la cama hasta que la ponen bien. Es que, de lo contrario, no me puedo acostar.

Otra cosa son las rutinas. La bruja tiene horarios y momentos para todo. Desde que se levanta hasta que se acuesta hace todo en un orden determinado, sin salirse ni un milímetro del plan establecido y cuidadosamente estudiado para la optimización del tiempo.

Pues yo también. Por la mañana me levanto con el consorte, quien me pone el plato de comida. Yo como un poco, después pido agua del grifo, después como otro poco, voy al baño, como otro poco, le pido al consorte que me haga mimos con la toalla de la ducha (me encanta) y, finalmente, le pido que me abra la puerta del dormitorio para seguir durmiendo con la bruja. Así todos los días y siempre en ese orden porque temo que, de otra manera, los astros se alineen contra mí.

Cuando la bruja por fin se levanta, le vuelvo a pedir comida y me voy al sofá a dormitar con la satisfacción del deber cumplido y de otra mañana bien aprovechada.

Así que, al final, van a tener razón en eso de que las mascotas se parecen a sus dueños. No obstante, aquí habría que puntualizar quiénes son las mascotas y quiénes son los dueños pero sobre ese aspecto ya debatiremos otro día.

Yo, desde luego, lo tengo muy claro.

Prrrrrr.

jueves, 14 de enero de 2016

Una serie de catastróficas desdichas VIII: El retorno de la Lavadora (y una propinilla)

¿Recordáis este capítulo de mi larga lista de vicisitudes, donde os contaba que mi lavadora casi espicha?

Pues al final espichó. Ya estaba dando señales de agonía desde hacía tiempo y, al centrifugar, hacía un ruido que parecía que se nos caía la casa encima. Recuerdo que una vez la pobre lavadora se quedó centrifugando y le dije al churri que salía a hacer un recado. En el rellano se podía escuchar con perfecta claridad el ruido infernal que producía la misma.

Hasta que un día dijo “Hasta aquí hemos llegado” y, en pleno proceso, se paró, dejando como recuerdo un montón de ropa ensopada que tuve que escurrir en la bañera como buenamente pude, con el pertinente agradecimiento de mis riñones por andar cargando un barreño lleno de ropa empapada y cubierta de manchas de jabón.

La tendí con mucho esfuerzo, aun a sabiendas de que tendría que volver a lavarla. Ella, como agradecimiento, lloraba lágrimas sucias de jabón y tinte sobre el suelo de mi terraza. Un panorama desolador. Y, como no queríamos volver a entrar en una batalla con la inmobiliaria, el dueño y la madre del cordero, decidimos comprar una nueva y que saliera el sol por Antequera (o por donde quisiera, pero que saliera, porque yo necesitaba la ropa seca).

Y ahora todo es algarabía y felicidad. Mi nueva lavadora hasta hace musiquita cuando la enciendes. Y tiene una capacidad de carga de dos kilos más que la anterior, por lo que estoy feliz, pensando en que voy a poder lavar hasta el nórdico con comodidad.

Y pensé que con esto, dado que ya se nos terminaba el año, los hados dejarían de acosarnos y se irían en busca de víctimas más merecedoras de su ira pero aún nos reservaban una sorpresa de fin de año. El churri se compró una cafetera de estas de cápsulas (no la de George Clooney, la otra) y, cuando fuimos a hacer la primera limpieza para tomarnos un rico café, resultó que no funcionaba. Así que nos tocó ir el segundo día del año a cambiarla. Como imaginaréis, el departamento de Atención al Cliente estaba hasta arriba de gente pero, una vez superada la cola, la probaron. Yo pensé que no la iban a probar pero se ve que no nos creían y ahí que se fue la chica a buscar agua y una capsulita de café que no llegó a utilizar porque comprobó que, efectivamente (tan) locos no estábamos y era cierto que aquello no chupaba agua cuando la tenía que chupar.

Así que nos dieron otra que, por suerte, sí funciona y hemos podido disfrutar de cafés y chocolates calentitos. La cafetera parece haber terminado de romper la maldición que pendía sobre nuestras cabezas cual espada de Damocles y espero, de todo corazón, que el resto de 2016 sea benévolo con nosotros. Sea lo que sea que hayamos hecho en otra vida, creo que ya hemos pagado sobradamente nuestra deuda.

Así que esta sección termina aquí (espero).

miércoles, 13 de enero de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXIII: Modernizando las tradiciones

En estas épocas de desfiles, donde aparecen de repente Reinas Magas con aspecto de meretrices de la Edad Media y Reyes Magos enfundados en trajes comprados en los chinos bailando al son de los disc jockeys, la publicidad no podía ser menos.

Y es así como, en el salón de una casa, vemos a una dulce niña pregunta a su padre por qué dejan tres plátanos a los Reyes Magos. Sí que tienen costumbres raras en esa casa, sí. Supongo que al padre le preocupa mucho que Sus Majestades sufran un bajón de potasio.

El padre, que al parecer tiene respuestas para todo (y si no, se las inventa), le cuenta la historia a su niñita. En un momento flashback, nos vemos en mitad del desierto. Los tres Reyes Magos están más perdidos que el alambre del Pan Bimbo intentando encontrar el camino a Belén. Por lo visto, Gaspar ha decidido que la mejor manera de encontrar el camino es mirar al cielo utilizando un plátano como si de una rosa de los vientos cutre se tratase. Melchor, que se ve que era más partidario de llevar un GPS, le pregunta a Gaspar si está seguro de que eso vaya a funcionar pero Baltasar, que está muy calladito, de repente rompe su silencio alertando a voces de que ha encontrado la senda correcta gracias a su plátano-brújula. La explicación parece ser que la forma del plátano cuadra a la perfección con la Estrella de Oriente. Para celebrar que han hallado su camino, se zampan sus instrumentos de navegación sin ningún miramiento. Como se vuelvan a perder, verás. Cómo se nota que es cierta la historia del villancico éste que decía que ya venían los Reyes Magos caminito de Belén y que Holanda ya se ve. Nunca me había explicado yo por qué iban de Oriente a Belén pasando por Holanda pero, en vista del resultado, creo que la cosa está más que clara.

Volvemos al salón de la casa y vemos que el padre, tan ensimismado como estaba rememorando la historia, se está comiendo también uno de los plátanos que iban a dejar a Sus Altezas Reales. La niña se lo recrimina y el padre deja de comer. Desconozco si sustituye ese plátano por otro a estrenar o si le deja ahí el plátano mordisqueado a Gaspar, a quien le tiene tirria desde que, a sus ocho años, le trajo unos calcetines cuando él había escrito claramente “bicicleta” en la carta.

Luego terminan de poner el árbol (muy mal; el árbol ya tendría que estar puesto desde el 8 de diciembre, como manda la tradición) y, en la cima, en lugar de la tan manida estrella, ponen un plátano de cartón gigante para darle un toque de distinción y modernidad a su abeto y así conseguir que esté en consonancia con los festejos que estos alcaldes tan innovadores han tenido a bien idear para deleite de grandes y pequeños.

Desde luego, las festividades navideñas ya no son lo que eran. 

lunes, 11 de enero de 2016

Crónicas Felinas CLXI: Actividades de fin de semana

Marrameowww!!!

El fin de semana pasado, el consorte decidió irse a Albacete porque le debía una visita a sus padres luego de que yo fingiera terribles enfermedades antes de Nochebuena.

La bruja se quedó aquí a nuestro cuidado. Por un lado, fatal, porque tener que sufrirla todo el fin de semana es una tortura espantosa pero, por otro lado, dado que no estaba el consorte para defenderla, era la ocasión idónea para hacerle la vida imposible.

De la primera jugarreta se encargó Munchkin. El viernes la bruja nos puso la comida del mediodía y, como es una pava, se olvidó de guardar mi platito una vez que yo terminé de comer (yo no soy como el otro ordinario; voy comiendo de a poquito durante todo el día porque eso es lo que hacen los gatos finos). Según estaba la bruja lavando platos, ve pasar a Munchkin relamiéndose y eso le hizo caer en la cuenta de que el plato había quedado abandonado a su suerte con la ración prácticamente completa. Así que Munchkin comió ración doble y a mí me tuvo que poner otra. Por si acaso os lo estáis preguntando, el niñato no se empachó ni se indigestó ni dio siquiera señales de estar teniendo una digestión complicada. Se fue a mirar por la ventana tan orondo, a ver si veía alguna paloma. El estómago de este gato cada día me asombra más.

Lo más gracioso de esto es que tenía el pienso prácticamente contado hasta el lunes y, gracias a esta genial ocurrencia del imberbe, tuvo que salir a la calle el sábado, arrastrada por el viento, a comprarnos más pienso porque no nos iba a llegar.

La segunda fue mía, porque yo no me iba a quedar atrás. En un descuido de la bruja mientras se preparaba el desayuno (sí, tiene muchos descuidos porque es así de tonta; no hay más vueltas que darle) yo me dediqué a lamer la mermelada de melocotón de su tostada. Qué divertido resulta ver cómo se pone echa un basilisco.

Por supuesto que no nos olvidamos de levantarla de la cama por las mañanas para que nos diera de comer. A ver si se piensa que, por ser fin de semana, puede dormir hasta la hora que le dé la gana. No, señora. Nosotros tenemos hambre y la tenemos ya, así que a levantarse y a servirnos la pitanza como los marqueses que somos. Porque lo valemos.

Y así hemos pasado el fin de semana, ideando constantemente nuevas formas de hacerla rabiar y apostando cuánto tardaría la vena de su frente y/o de su cuello en empezar a hincharse y, con suerte, en explotar dejándolo todo perdido de sangre para que después tuviese que limpiar el estropicio. También hay que reconocer que esta experiencia ha sido todo un desafío a nuestro ingenio pero hemos sabido salir airosos, porque ésta no sabe con quién se la juega. A ver si se piensa que por caminar en dos patas va a poder con nosotros.

Prrrrrr.

jueves, 7 de enero de 2016

Una serie de catastróficas desdichas VII: El barquito chiquitito

Ja. Que os creíais que por haber cambiado de año ya no iba a contar más desgracias. Pues no, señores, todavía me queda un par más de tragedias que contar. Suerte que ambas son del año pasado y, con un poco de suerte, este año será generoso para conmigo y mantendrá alejado el mal fario o, al menos, dosificará estos aciagos momentos para que no tenga que vivirlos todos juntos.

Hace cosa de mes y medio llamaron al churri para ofrecerle instalar fibra óptica y aumentar la velocidad de Internet a 300 Mbps, lo cual suponía una evidente mejora en relación a los 10 Mbps que teníamos hasta el momento. El churri aceptó encantado. A mí, la verdad, me daba un poco igual porque los 10 Mbps me iban bien para lo que yo uso Internet y, si tengo que descargarme algo (legalmente, que conste) tampoco tengo tanta prisa como para no poder esperar un poco pero el churri quería más velocidad. Y más y más… Vamos, que si hubiera que ponerse casco para navegar por Internet, él estaría encantado.

Total, que vinieron a instalar la fibra. Y lo pusieron a 300 Mbps y chutaba aquello que daba gloria, la verdad. Peeeeeeero… tuvimos dos inconvenientes. El primero fue que mi pobre portátil rosa-divino de la muerte-que me tiene loca de amor no reconocía el router (o el router no reconocía el portátil, no sé bien lo que pasaba pero el asunto es que no se querían hablar). Finalmente, el churri consiguió que se hicieran amigos y ya estábamos todos contentos, navegando a velocidades supersónicas.

Pero no duraría mucho nuestra algarabía porque el router que nos pusieron resultó ser una castaña que se reinicia solo cada dos por tres o se queda tostado y no hay manera. Yo moría de desesperación porque prefería estar con mis 10 Mbps de toda la vida, que nunca me fallaban, que tanta velocidad para estar quedándome en el limbo cada media hora y sentirme como el barquito chiquitito que no podía, que no podía, que no podía navegar. El churri puso el router antiguo que, como es antiguo, no nos da más de 100 Mbps pero, al menos, se está quietecito y no hace cosas raras. Pedir que nos cambiaran el router no era una opción porque, al parecer, es un problema del modelo y la compañía sólo instala ese modelo, así que era un poco tontería.

Al dar el alta le habían dicho al churri que podía probarlo tres meses y, si no le convencía, podía volver atrás, quedándose con 30 Mbps simétricos al mismo precio de los 10 que teníamos antes. Pensé que esa sería su opción pero no. Él ya está como niño con juguete nuevo y quiere sentir el vértigo, así que ha decidido que va a comprarse un router maravilloso que no se cuelgue y le permita disfrutar de su ultra velocidad.

No sé yo si al final no nos sale más caro el invento pero, si es su ilusión…


P.S. El próximo día 9 este ilustre blog cumple cuatro añitos. Un año más, muchísimas gracias a todos por estar ahí, que escribir para uno mismo es una cosa muy triste. 

miércoles, 6 de enero de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXII: Los nuevos Umpa Lumpas

Estamos en épocas navideñas y, por ello, es inevitable que nos bombardeen con tres tipos fundamentales de anuncios. Turrones, perfumes y juguetes.

Los turrones, de momento, los salvamos. Los hay más ñoños y menos ñoños pero creo que aún no he visto un anuncio de turrones que me haga abrir los ojos como el dos de oros. A los perfumes ya les he dado bastante caña en esta sección, así que vamos hoy con el anuncio de una conocida cadena de jugueterías que me dejó bastante loca cuando lo vi por primera vez.

Uno de los empleados de la juguetería atraviesa una puerta y, tras ella, vemos que ha llegad al “Departamento de Felicidad” de la empresa. Aquí otros empleados, ataviados con batas blancas de científico, se dedican a jugar con robots, montar en cochecitos a batería y demás cucamonerías.

Vemos en primer plano a un empleado que, con sombrerito de cowboy y todo, monta un caballito de madera al grito de “Yihaaa”. El supervisor del Departamento de Felicidad rellena un complejo formulario donde, junto a un dibujito del juguete en cuestión, hay que marcar la casilla de “Apto” o la de “No apto”. Eso es lo que yo llamo un exhaustivo control de calidad. Se nota que este hombre tiene que haber estudiado carrera. Cualquier otra persona tendría una implosión cerebral intentando analizar todas esas variables.

El testeo continúa con otros dos científicos jugando con sables láser (de verdad, qué perreta tenemos todos con Star Wars), otros dos tomando el té en una mesita, otro que se asusta con un dinosaurio de plástico que lucha con otro de menor tamaño y en clara inferioridad de condiciones  y, por último, uno que achucha con amor un blando osito de peluche. Cabe destacar que, aunque me refiero a varios científicos y un supervisor, en realidad todos están interpretados por un mismo actor, por lo que debe de tratarse de una tribu encontrada en mitad de la jungla, como los Umpa Lumpas de Charlie en la fábrica de chocolate.

Y, a estas alturas, podréis decir que se trata de un anuncio para niños y que está muy bien que se juegue con la fantasía y se le dé este tono festivo y todo lo demás pero el problema es que el anuncio, en realidad, está dirigido a los padres, a los que se dirigen diciendo que en esta juguetería se toman muy en serio la felicidad de sus hijos. Y esto ya me da como cosita. Vamos, que podría salvar el anuncio si el destinatario del mensaje fuese el público infantil pero tanta imaginación para hablar con adultos, como que no lo veo, la verdad.  No sé si un adusto padre va a terminar convencido de la conveniencia de adquirir los juguetes para sus churumbeles en esta juguetería sólo por el hecho de ver a un hombre de más de treinta años montado en un balancín, con cara de estar viviendo la juerga de su vida.

No le veo yo la estrategia.

lunes, 4 de enero de 2016

Crónicas Felinas CLX: Comité Gatuno Antifestejos

Marrameowww!!!

Aquí estamos de nuevo un año más. Los gatos no entendemos demasiado esta algarabía que se monta por el cambio de año si, total, el pienso sigue siendo el mismo y tampoco varía la cantidad de siestas diarias.

La bruja y el consorte pretendían que fuéramos los cuatro a Albacete a pasar la Nochebuena pero, al ver que un domingo por la noche la bruja estaba preparando el neceser con sus potingues (la muy ilusa todavía piensa que por echarse cosas encima va a ser menos fea y menos vieja) supe que al día siguiente habría viaje y, como no me apetecía, el lunes por la mañana, cuando el consorte vino a darme el desayuno, decidí que no quería comer.

Como ya una vez me había pasado algo similar porque me habían subido las transaminasas por culpa de un antibiótico, el plan funcionó a la perfección. Devolvieron los billetes de tren perdiendo dinero en el proceso y nos quedamos en casita. Claro está que me tocó ir al veterinario por la tarde pero, como dijo que no tenía por qué ser nada y que me mantuvieran en observación y que ya me llevaran al día siguiente si seguía comiendo mal, decidí que esa misma tarde era buen momento para empezar a comer nuevamente, no fuera cosa que el plan se me fuera de las zarpas y, al final, me pasase todas las vacaciones de veterinario en veterinario.

De manera que el objetivo quedó conseguido y pude disfrutar en paz de las vacaciones. Bueno, en paz es un decir porque hay que ver qué manía más tonta tenéis algunos humanos con los petarditos de las narices. No os digo lo que les haría yo con los petarditos a quienes los tiran porque soy un gato fino y bien educado y la bruja me regaña si utilizo expresiones soeces pero os podéis hacer una idea.

En Nochebuena la gente parecía estar algo más calmada pero en Nochevieja eso ya fue como estar en mitad de un bombardeo en Kosovo. De verdad, no le veo la gracia. Aparte de los petardos, también se oían perros ladrando. No es que me caigan particularmente bien los perros pero, claro, imagino que lo pasarán igual de mal que nosotros. La mitad de la noche la pasamos debajo de la cama y así no hay forma de catar un langostino, ni nada. No hay derecho.

Creo que Munchkin lo pasó peor que yo, que ya tengo un poco más de experiencia en estas lides pero él, que aún es joven e inexperto, no quería ni asomarse. Como consecuencia se tiró el primer día del año durmiendo, porque por la noche apenas pudo pegar ojo, el pobre.

A ver si para las próximas festividades hay algo de suerte y la gente se dedica a tocar la zambomba. Es uno de los sonidos menos armoniosos que he conocido en toda mi vida pero, al menos, no da la sensación de que se te vaya a caer el techo encima.

Prrrrrr.