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jueves, 26 de febrero de 2015

Mi vida esquimal

Como bien sabe la mayoría de vosotros, soy un ser por demás friolero. Y en invierno, más.

Os dejo aquí un ratito para que os tronchéis de risa con el pedazo de chiste que acabo de soltar con el único fin de iniciar el fin de semana con alegría y buen humor. Insértese redoble de tambores rematado con platillo al gusto.

Venga, ya, que sé que soy genial pero no es para tanto. Dejemos algo para los monologuistas profesionales, que luego se me ponen celosos ante mi derroche de talento.

El caso es que el otro día me dio por pensar en los esquimales. En primer lugar, no sé yo en qué estaría pensando esta gente el día que decidieron asentarse en el polo norte. Es decir, el género humano viene de África, donde en general hace calor y se está a gustito y tal. Como la gente no se puede estar quieta, empezaron a menearse en todas direcciones. Algunos se quedaron al Sur y otros empezaron a subir. Hasta llegar a Suiza lo puedo llegar a entender, haciendo un esfuercillo. Más para arriba ya no, oye. Y éstos llegaron a Finlandia y aún les pareció que hacía calor y siguieron subiendo ¿Dónde pretendían llegar? ¿Iban a dar la vuelta al mundo en plan pionero pero decidieron montar ahí mismo un iglú para pasar la noche y, como estaban cansados, se quedaron unos cuantos siglos más para reponer fuerzas o qué pasó ahí? Para mí es un misterio tremendo. No sé en qué cabeza cabe que un buen día llegaran al Polo y dijeran, “Oye, mira, pues aquí está bien para vivir, ¿no? Parece tranquilito, tenemos vistas al mar y no hay vecinos”. O estaban muy locos o había por ahí un agente inmobiliario que era la repera y vete tú a saber cómo les pintó el panorama para que pareciera apetecible.

Y todas estas dudas que me asaltaron, me llevaron a plantearme la cuestión definitiva. ¿Habrá esquimales frioleros? ¿Qué hubiera sido de mi vida si me hubiera tocado en suerte ser esquimal? Ya me imagino diciendo, “ay, me voy a echar una piel de oso por los hombros, al menos, que parece que refresca” y todo el iglú riéndose en mi cara diciendo “No dirás que tienes frío, ¡¡¡que estamos a cero grados!!!  Hace un calor que se nos derriten los casquetes y la tía rara ésta con una piel de oso por la vida”. Está visto que yo estoy destinada a ser la rara dondequiera que vaya. Hubiera sido la primera esquimal friolera de la historia. Menos mal que tengo poco sentido del ridículo, sobre todo en lo que tiene que ver con cuestiones climáticas, así que yo me quedaría tan a gusto envuelta en mi piel de oso y ya pueden reírse mientras beben batido de morsa con hielo. Lo bueno de vivir en el Polo es que no hay que ir a la gasolinera a por hielo cuando hacen fiestas.

Estoy hoy que lo tiro, ¿eh?

miércoles, 25 de febrero de 2015

Anuncios Pesadillescos CXXVIII: Los osos etéreos

Lo primero que vemos es una especie de carretera comarcal americana, de estas muy anchas, muy anchas. Parados en el semáforo, un coche y una moto. El coche me desconcierta porque tiene matrícula de Bilbao así que la carretera al final va a resultar que no es americana pero da el pego bastante bien, así que les perdonaremos esta parte. El motorista parece salido de los años cuarenta, a juzgar por su indumentaria. Los dos adolescentes que van en el asiento trasero del coche, ambos con auriculares de estos que ahora son modernos pero que hace un par de años hubiesen parecido sacados del baúl de los recuerdos (ya sabéis los que digo; los que te ocupan toda la cabeza y un poco más allá. El chico, en azul, la chica, en rosa, como debe ser) lo miran con indiferencia y siguen a sus cosas o, lo que es lo mismo, ella a mirar por la ventana con aire aburrido y él a mirar hacia abajo, claramente usando el móvil para tuitear lo aburrida que es su hermana.

Vemos que el motorista saca del bolsillo interior de su chupa de cuero un paquetito de pastillas refrescantes. El plano se acerca a su cara mientras se introduce una pastillita en la boca y podemos apreciar que tiene los mismos bigotes que tendría Pancho Villa si se hubiese reencarnado en motorista trasnochado. Pone una cara rara, como si de repente hubiese mordido un limón con cáscara y todo y, de repente, expulsa un aire blanquecino que se supone que es muy fresquito (yo consultaría al médico, por si acaso).

Pero el aire no viene solo. Va acompañado de decenas de ositos polares. Sí, ositos. ¿Nunca han salido ositos de vuestra boca al espirar? Vemos un primer plano de uno de los ositos y constatamos que tiene el mismo bigote de revolucionario mexicano que el motorista. Esto ya empieza a ser de lo más inquietante. Definitivamente, yo consultaría al médico. El chaval de los auriculares azules pierde interés en su móvil y se fija en el espectáculo que sucede a treinta centímetros de su cara. No es para menos. La chica sigue en la parra, mirando en sentido contrario con una expresión de hastío que nos hace preguntarnos qué clase de tragedia estará sucediendo en la vida de esta muchacha para que tenga esa desgana.

El motorista inspira y, en la inspiración, vuelve a absorber los ositos, que desaparecen por donde habían venido. Mira de soslayo al jovenzuelo al mismo tiempo que esboza una sonrisilla socarrona y hace un movimiento con la cabeza que indica claramente “hala, ahí lo llevas”. Arranca la moto sin más ni más, dejando atrás al adolescente boquiabierto, que se ha quitado sus giganto-auriculares en un obvio gesto de querer tener alerta sus cinco sentidos.

Ahí nos enseñan el slogan “¿Y tú qué respiras?” Pues yo no sé vosotros pero yo de momento respiro aire. Lo de respirar osos polares y demás fauna salvaje, de momento lo estoy dejando. 

lunes, 23 de febrero de 2015

Crónicas Felinas CXXIII: Se temen lo peor

Marrameowww!!!

Recuerdo que Luhay tenía una manía que yo nunca he tenido. Cuando la bruja y el consorte dormían, se tiraba a traición a sus pies con zarpas y todo. A veces, hasta remataba mordiendo el dedo gordo si nos encontrábamos en verano y los pies se hallaban desprotegidos.

Como digo, yo nunca he tenido esa costumbre, por lo que mis humanos se habían acostumbrado a dormir despreocupados hasta que Munchkin llegó a nuestras vidas.

Lo primero que notamos fue que le daba por perseguir pies en movimiento. Al ver actividad bajo el edredón, ahí que se tiraba en plancha pero como es invierno, no le han dado mayor importancia.

El problema es que el otro día, la bruja sacó imprudentemente un pie fuera del edredón y se llevó un zarpazo antológico. Pero no quedó ahí la cosa, no. Un rato más tarde, la bruja volvió a tener otra de sus brillantes ideas y decidió sacar una mano; aquí fue donde me percaté de que Munchkin supera con creces la malicia de Luhay. Habéis adivinado. La bruja también se llevó un zarpazo en la mano.

A riesgo de repetirme, haré hincapié en que ahora es invierno pero bien sé yo que la bruja está temblando sólo de pensar en qué sucederá cuando llegue el verano y, como mucho, sólo pueda protegerse de las uñas del imberbe con una fina sabanita.

Algunos diréis que la opción más lógica, llegado el caso, sería no dejar que Munchkin durmiese en la cama pero ya os digo yo que esto no es viable. Y no lo es porque sé de buena tinta que mis humanos no serían capaces de dejar que pasara la noche solo en el salón. La otra opción posible sería dejarme fuera también a mí para que le haga compañía pero por ahí sí que no paso así que esta segunda idea no puede ni siquiera ser tenida en cuenta.

En cuanto a lo de educarlo, la bruja y el consorte no tienen mucha pinta de estar demasiado capacitados para ellos. Más bien siempre hemos sido los felinos de la casa los que hemos ido educándolos a ellos con el paso del tiempo, utilizando la misma técnica que utiliza la marea con las rocas de la orilla. O sea, lo que viene siendo el desgaste de toda la vida. Llega un momento en que se hartan de intentar que vayamos por el sendero que pretenden marcarnos y terminan permitiendo que hagamos lo que nos dé la real gana con tal de tener un rato de paz. Cuesta gran esfuerzo conseguirlo pero el triunfo nos sabe a gloria.

Así que poco remedio le veo yo a la situación, a menos que la bruja se compre un traje de neopreno y duerma todo el verano como Jacques Cousteau en el Calypso. Otra buena opción podría ser un traje de esgrima o de apicultor. Se admiten sugerencias de todo tipo. Cuanto más ponga en ridículo a la bruja la hipotética situación, más contento me dejaréis.

Prrrrrr.

jueves, 19 de febrero de 2015

He leído: “Ell@s. Quiero vivir”, de Daniel Renau

He tardado la vida en escribir esta reseña. La segunda parte de esta historia que se abría con “Ell@s. No esperéis su piedad” y que reseñé en este post vio la luz allá por noviembre pero entre unas cosas y otras no lo he podido terminar antes. Ahora que me doy cuenta, algo parecido me sucedió con la primera entrega así que se ve que Daniel y yo no estamos bien coordinados.

Si me preguntaba en cuanto al libro anterior hasta qué punto estaríamos dispuestos a llegar por ocupar nuestro lugar en la sociedad, en éste se ve que, al menos nuestros protagonistas, están dispuestos a llegar incluso más allá de los límites. Llega un punto en que la historia se vuelve casi salvaje y alcanza ritmos vertiginosos. Reconozco que los métodos de los Dobles, como dan en llamarse estas personas que cambian de sexo a voluntad, no terminan de parecerme los mejores pero sí puedo alcanzar a comprenderlos y aquí es donde creo que está el logro de Daniel Renau. No es una historia que necesariamente te haga enamorarte de los protagonistas pero sí puedes intentar ver las cosas desde su óptica y entender por qué hacen las cosas de esa manera y no de otra.

Aparte, en esta entrega, y entre momento álgido y momento álgido, tenemos historias de amor (del guay, no del empalagoso) y hasta momentos de misterio y escenas “Pretty Woman” (yo sé lo que me digo). Vamos, que no se priva de nada y estas sub-historias que forman parte del todo, contribuyen a enriquecer la historia general.

Sé que todo esto suena muy críptico pero tampoco quiero contar mucho más. A ver si os voy a estropear la sorpresa.

En resumen, que si leísteis la primera parte, tenéis que haceros con la segunda para que no se os quede la historia trunca y/o inconclusa. Y si no leísteis la primera, pues es una gran oportunidad para adquirir el pack.

“¿Y cómo me hago con ella, Álter?”, tal vez te preguntes tú, querido lector. ¡Pues es mucho más fácil de lo que imaginas! Sólo tienes que pinchar aquí. Si dices que vas de mi parte no te dan nada ni participas en ningún sorteo pero me haces publicidad, que siempre viene bien. Total, ¿qué te cuesta?

miércoles, 18 de febrero de 2015

Anuncios Pesadillescos CXXVII: De pizzas y celebrities

Tuvieron poco tirón, parece, porque los vi un par de veces y luego nunca más volví a saber de ellos. En concreto, vi dos con la misma temática pero estoy segura de que deben de existir más porque a los creativos, cuando les da por hacer honor a su nombre, no hay quien los pare y se lanzan a lo kamikaze. Generalmente investigo en profundidad y me dedico al trabajo de campo, ya me conocéis, pero tengo que confesar que he tenido una semana de locos, así que habrá que conformarse.

Se trata de anuncios de una conocida empresa de envío de pizza a domicilio. A mí en lo personal no me gusta porque son un poco rácanos con los ingredientes y, para colmo, saben a plástico pero son famosísimas así que algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Vamos a lo que nos ocupa. En uno de estos anuncios, suena el timbre de una casa y abre un niño. El niño descubre que quien está llamando a su puerta son los mismísimos Reyes Magos de Oriente y les cierra la puerta en las narices. ¿Por qué? Porque a quien estaba esperando era al repartidor de la pizza y es harto fastidioso que vengan a molestar con oro, incienso y mirra cuando uno está babeando ante la perspectiva de una Cuatro Quesos.

La misma suerte que los Reyes Magos corre un militar con uniforme (el uniforme es importante porque si fuera vestido de paisano no nos daríamos cuenta de que es militar). No tengo ni idea de uniformes ni de rangos así que yo digo que es un coronel y me quedo más ancha que larga. La señora que abre la puerta manda a paseo al coronel porque ella quería su pizza barbacoa con borde relleno de queso; algo ligerito para hacer bien la digestión antes de dormir.

A mí los uniformes tanto me dan que me dan lo mismo y hace rato largo que me explicaron que los Reyes Magos son los padres. Bueno, en realidad no me lo explicaron; más bien comenté algo de los Reyes y mi madre me miró como si yo fuese de otro planeta y me dijo “¿Pero cómo es posible que a estas alturas no te hayas dado cuenta de que los Reyes no existen?”. Ésa es mi madre; siempre ha tenido mucho tacto para destrozar ilusiones infantiles (si me lees, que sepas que tengo trauma).

Pero aunque los uniformes y los Reyes me den igual, si se me presenta en la puerta Johnny Depp (un nombre cualquiera elegido de manera completamente aleatoria), dudo que fuera a mandarlo con viento fresco porque lo que yo en realidad quería era una Cuatro Estaciones con su jamoncito y sus champiñones y su… ¿Johnny Depp? ¿Quién es ése?

Estoy empezando a captar el sentido del anuncio pero luego recuerdo que las de esta empresa en concreto, como digo, saben a plástico así que no me cuesta nada volver a imaginarme nuevamente en brazos de mi Johnny. 

lunes, 16 de febrero de 2015

Crónicas Felinas CXXII: Adiós, pequeñines

Marrameowww!!!

Cuando yo era cachorro y disfrutaba de toda mi anatomía sin pensar en el mañana, Luhay me miraba con aire condescendiente y me decía una y otra vez “Ya verás, ya”.

Y un día me llevaron a esa cámara de torturas conocida eufemísticamente como “Clínica Veterinaria” donde me drogaron hasta que me quedé roque para, al despertar, comprobar con inmenso horror que dos partes de mí ya no estaban ahí. Y ahí recordé todas las advertencias que me había hecho Luhay, animándome a escapar cuando aún estuviese a tiempo y entero.

A Munchkin no le avisé de nada. ¿Por qué? Pues porque debajo de esta carita de ángel y esta pose de niño bueno se esconde un ser perverso que siente cierto placer ante el sufrimiento ajeno. Así que no podía evitar una risita floja cada vez que lo veía caminar delante de mí con el rabo levantado, luciendo orgulloso sus dotes masculinas. Hasta hacía apuestas para mis adentros intentando calcular cuándo sería el día en que tuviera que decirles adiós para siempre.

Y ese día llegó el jueves pasado, queridos lectores. Cerca del mediodía la bruja sacó el transportín verde (a mí me siguen reservando el rosa para que pase vergüenza ante los gatos del barrio) y embutió en el mismo a Munchkin. Al ver que volvía un rato más tarde pero sin transportín, sospeché lo que sucedía.

Y no me equivocaba. Por la tarde, finalmente, apareció el consorte con el transportín, del que salió un Munchkin caminando como un pato y con cara de adormilado, lo que me hizo confirmar mis sospechas. Para disiparlas del todo, me acerqué a husmear y, efectivamente, lo que otrora había estado ahí, ya no estaba. “¿Qué me han hecho?”, preguntaba en su inocencia; a lo que respondí que acababa de dar el paso al mundo de los gatos eunucos. “Pero es que encima noto algo en el cuello. Me voy a fugar.”, declaró quejumbroso. Ahí sí que me dio un ataque de risa de los que hacen época. “¿Notas algo en el cuello? Pues olvídate de tus planes de fuga porque te han puesto un chip, que viene a ser como un dispositivo de seguimiento de los que les ponen a los delincuentes en libertad bajo vigilancia. No hay escapatoria posible; vayas donde vayas, te encontrarán” Muahahahahaha. Y mi risa maquiavélica retumbó en todo el edificio.

Ahora que lo pienso, creo que me he pasado un poco. Tal vez debería explicarle que esta vida de privaciones tiene sus cosas buenas, como no volverse loco cuando las hormonas acechan y no hay gata a la vista con la que desfogarse pero ya se lo explico en unos días, si eso, que yo ya tuve lo mío y de alguna manera tendré que cobrarle mi reintegro al destino, digo yo. Así que no me juzguéis demasiado mal. La bruja es muy aburrida, por lo que tengo que buscar fuentes de diversión alternativas, cosa para la que el imberbe parece mandado a hacer de encargo.

Prrrrrr.

jueves, 12 de febrero de 2015

Ande yo caliente

Hoy vengo a hablar de ropa. Sí, otra vez. Me estoy convirtiendo en una fashion-blogger sin darme ni cuenta de este extraño proceso de metamorfosis que estoy sufriendo a pasos agigantados.

No sé si os habéis dado cuenta o si estáis inmersos en vuestro mundo de luz y color pero, para vuestra información (o PVI, que gusta ahora de decir la gente extremadamente corporativa cuyo tiempo es tan valioso que no puede ser malgastado escribiendo con todas las letras), ha estado haciendo mucho frío. Pero mucho, mucho de verdad. Yo estoy que no vivo.

¿Y a qué viene esto? Pues a que el 99% de pantalones en mi armario son vaqueros. Y me gustan los vaqueros. Sientan bien, combinan con todo, pueden usarse en looks formales e informales y molan, así en general.

Pero el tejido es una reverenda porquería y aquí es donde quería yo llegar. Podía haber llegado desde el principio, lo sé, pero me encanta divagar. Es una tela que en verano da un calor insoportable y se te va pegando a las carnes de tal manera que luego necesitas Dios y ayuda para quitártelos y, en invierno, se convierten en un témpano de hielo adherido a las piernas en modo lapa y, por más que  lleve el mejor abrigo del mundo (el día que mi plumas pase a mejor vida lloraré lágrimas de sangre), de cintura para abajo voy congelada. Me pueden amputar ambas piernas en ese mismo instante y sólo me percataría por la considerable merma de estatura.

Por esta causa, ante la ola de frío siberiano que nos ha estado atacando sin piedad, he debido ponerme unas mallas térmicas debajo de los vaqueros. No negaré que la diferencia se nota mucho y mis extremidades inferiores van mucho más calentitas con su uso. El problema es que yo soy de usar vaqueros más bien ceñiditos y entre el pantalón, la malla y las botas que me llegan casi hasta la rodilla, voy embutida cual chorizo de cantimpalo y claro, no es plan tampoco porque ante la falta de riego sanguíneo al final sí que me van a tener que amputar las piernas debido a la gangrena y ahora que están calentitas sí que me voy a enterar y es todo una tragedia y una cosa que da muchas ganas de tirarse de los pelos de pura frustración.

En definitiva, que estoy más que harta de invierno y que para el próximo me compro un saco de dormir que valga para hacer acampada en el Polo y con él me desplazaré en mi día a día, aunque sea dando saltitos como si estuviera en una ginkana de campamento infantil. Y me mirarán, claro. Y se reirán, por supuesto. Seguramente me convierta en la sensación de Tú Tubo en la temporada 2015-2016 pero no temo al ridículo si la recompensa es ir calentita a la par que no comprimida.

Iba a decir “cómoda” pero hay que ser realistas; me conformo con que mis extremidades estén correctamente irrigadas.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Anuncios Pesadillescos CXXVI: La liberación láctea

El de hoy es un anuncio-musical de Broadway. Sale una mujer de un portal cantando “No me gustan los clichés”. Quedaos con esa frase. Grabadla a fuego en vuestros cerebros.

La cancioncilla sigue, con una comiéndose un yogur en la oficina diciendo que no le gusta renunciar, otra en la piscina demostrando su repulsa a que la juzguen (y luciendo tipazo) y una señora con pinta de ejecutiva a la que no le gusta no llegar (a tiempo, supongo).

Luego sale otra en el salón de su casa con los niños liándola parda mientras nos informa que es madre, amiga, currante y amante. A continuación, vemos a otra con intenciones de comerse el mundo mientras se observa en el espejo ataviada con sus mejores galas.

Ahí la cosa ya se va desmadrando y sale una dando saltitos por la calle mientras dice que no se complica y que vive su vida. Otra nos informa que lo que le importa es sentirse bien, mientras saca un cartón de leche sin lactosa de la nevera. Otra fémina elige un vestidito en una tienda instándonos a sentirnos libres y vivir ligeras (en femenino). Sale una más, que bailotea en la sección de lácteos del súper (confieso que esto lo he hecho yo también con el hilo musical) y nos dice que demos el paso y cambiemos.

En la segunda estrofa, una chica en una oficina se queja porque cobra menos y otra, también en su puesto de trabajo y embarazada se niega a esforzarse el doble para ser igual que “tú”, dice. Supongo que se refiere al género masculino.

Repiten el estribillo mientras bailan nuevamente en el pasillo del supermercado, en la oficina, en la cocina, en la calle… Al final ya salen todas en plan manifestación por mitad de la calle.

Y todo esto para vendernos producto sin lactosa.

Por si no lo habéis notado, en el anuncio no sale un solo hombre. Ni uno. Se ve que si ellos son alérgicos a la lactosa, que se fastidien, que para eso nosotras somos mujeres y ya sufrimos demasiado en la vida.

De verdad, no es que esté en contra del feminismo así, de plano. Pero ¿alguien me puede explicar qué tiene que ver la intolerancia a la lactosa con las reivindicaciones laborales femeninas? Es que me parece un burdo intento por apelar a nuestra dignidad como mujeres y que salgamos como dulces y mansas borreguitas a comprar yogures y leche como si temiéramos la escasez mundial.

Pero no les gustan los clichés.

Por eso se ve que la madre-amiga-currante-amante no tiene a nadie que le eche una mano en casa. Dan por sentado que todo el peso del hogar recae sobre ella. ¿En qué cabeza cabe que su marido, amante o lo que sea va a ponerse después a bañar niños o a preparar la cena? Eso no lo hace nadie, hombre.

Por eso hay que ser una buena profesional y, al tiempo, estar divina de la muerte.

Ole esas ideas rompedoras.

lunes, 9 de febrero de 2015

Crónicas Felinas CXXI: Libertad vs. Comodidad

Marrameowww!!!

Munchkin tiene una afición que yo no he desarrollado en los casi cinco años de vida que tengo: mirar por la ventana. Todas las mañanas está deseoso de que la bruja levante las persianas para quedarse ahí las horas muertas, mirando quién pasa por la calle y los coches que van y vienen. Es el gato del visillo.

Tampoco sé si se entera de mucho porque vivimos en un piso muy alto y las cosas allá abajo se ven muy chiquitajas. En Albacete era otra cosa, porque es un segundo y desde ahí observaba el movimiento callejero con mucho mayor detalle. A veces me da por pensar si será que echa de menos la libertad de andar por ahí un poco a su aire. Según tengo entendido, en su casa anterior tenía jardín al que salir a zascandilear entre las plantas. Aquí a lo máximo es a una mini-terracita de la que sólo puede hacerse uso cuando la bruja no tiene ropa tendida, como ya bien sabéis.

Por un lado, no es por echarme flores pero yo creo haber sido un buen anfitrión. Ni siquiera me quejo cuando por las mañanas me echa de mi sitio en la almohada, justo en la cabeza de la bruja. Ése ha sido mi sitio desde que tengo uso de razón y ahora, de repente, viene el niñato éste a quitarme mi lugar tan cómodo y calentito. Más de una mañana se ha levantado la bruja y me ha encontrado en el sofá cual ser desamparado, sin un poco de calor humano por haberme sido éste arrebatado. Aun así, le perdono todo al canijo (que ya no es tan canijo y está más grande que yo) y hasta le cojo por banda para darle unos cuantos lametones en la cabeza y dejarle las orejas impolutas, así que no creo yo que esté tan a disgusto.

Pero por otra parte, dicen los gatos que han saboreado las mieles de la libertad, que por muy a gusto que se esté en una casa, siempre se echa un poco de menos eso de tener el cielo como techo. Yo de eso no sé porque me tuvieron en casa de acogida hasta que la bruja y el consorte vinieron a buscarme (dicen que me eligieron por Internet, como quien mira un catálogo de muebles suecos) o, al menos, eso creo porque a estas alturas ya no me acuerdo y como mis humanos desconocen mi pasado, tampoco me pueden dar mayor información al respecto pero el ya difunto Luhay recordaba, a veces con cariño, su primer mes y medio en la calle hasta que un día de ventisca se plantó con su hermana Aída en la puerta de la casa de la bruja en busca de una vida quizás menos aventurera pero al resguardo del frío serrano. Una cosa es sentir amor por vivir experiencias y otra muy distinta que uno no sepa valorar la calidad de vida que ofrece la calefacción y un cojín mullidito.

Tampoco somos tontos.

Prrrrrr.

jueves, 5 de febrero de 2015

Quiero ser estrella

Vengo observando “from a time to this part” (o, lo que es lo mismo, de un tiempo a esta parte) que se ha puesto de moda que los bloggers salten a la pequeña pantalla.

Es así como ahora hay programas de televisión con la inestimable colaboración de blogueros estilistas, blogueros decoradores, blogueros viajeros, blogueros maquilladores y blogueros cocineros. Que todo esto está muy bien, sí, pero no negaré que me parezca harto discriminatorio que nadie se fije en los que tenemos blogs personales.

- “Es que yo sé fabricar lámparas con palillos de dientes usados”, saltará alguna blogstar televisiva.

Pues yo fui atacada violentamente (¿se puede atacar en forma no violenta?) por un cubo de basura. ¿Acaso no es eso interesante? Opino que el mundo debería saberlo.

- “Es que yo lavo la ropa metiéndola en la cisterna. Así en cada descarga aprovechas para darle un enjuague y ahorras agua que no veas”, dirá algún experto en economía doméstica sostenible.

Pues yo imito al niño del palo ataviada con una bata-panda. Anda que no molo.

- “Es que yo hago huevos fritos deconstruidos, que son básicamente un huevo crudo con una ramita de eneldo para que haga bonito”, apunta un bloguero cocinero.

Pues yo sólo aterrizo en la cocina cuando me desoriento por casa y así tengo más tiempo de escribir sandeces como la presente. A veces también para buscar patatas fritas, que estarán más o menos deconstruidas en función de lo que se haya espachurrado la bolsa en el carrito de la compra.

- “Es que yo he comido escarabajos a la parrilla con el Dalai Lama en el Tíbet”, presume un bloguero viajero.

Pues yo he comido dos tostadas con su mermeladita para desayunar yo sola, sin que me molesten con filosofadas, y me han sabido a gloria.

 Y así.

Los bloggers personales estamos condenados a un mundo de ostracismo donde sólo sabemos lo que escribimos nosotros mismos y los seguidores que podamos conseguir con sangre, sudor y lágrimas.

Es por ello (y por puritita envidia) que reivindico el derecho de los bloggers personales a tener su espacio en la tele. Si ya está pillado el espacio “Blogueros cocineros” pues que nos den el de “Blogueros porculeros”, al menos, que yo de fastidiar y hacerle perder el tiempo a la gente siempre tengo ganas. Con la de cosas interesantes que tendríamos para compartir, como que nos ha salido un grano o que hemos perdido el Metro. Nuestros blogs son un canto a la vida cotidiana; un espejo en el que puede verse reflejado el ciudadano de a pie. ¿Para qué quiero ver a alguien que demuestre un talento sin par, sea cual sea su disciplina? Ya os lo digo yo: Para sentirme una inútil tirada en el sofá en chándal comiendo patatas deconstruidas sin hacer nada de provecho. Yo pagaría por ver gente que me haga sentir mejor conmigo misma.

¡Anda!, que para eso están los realities. Pues ya sé por qué no hay programas de bloggers personales.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Anuncios Pesadillescos CXXV: No apto para estómagos sensibles

Hace mucho que no lo veo, alabada sea la divina providencia pero, mi estimada Mandarica hace un tiempo me hizo recordarlo. No sé si estarle agradecida por ello porque realmente es una de las cosas más repulsivas que he tenido que ver en lo que a materia publicitaria se refiere. No obstante, desconozco la razón por la que en el momento en que este espanto se televisaba, yo no hice el correspondiente destripamiento. Bueno, tal vez sea porque era algo tan repulsivo que a ver cómo consigues escribir un post al respecto evitando al mismo tiempo que se te revuelvan las tripas. Hoy, sin embargo, voy a hacer de tripas corazón y me dispongo a hablaros de esto, con la esperanza de que el alimento que he ingerido hace un rato permanezca en su lugar.

El anuncio es corto (entonemos el Aleluya una vez más) y más simple que el mecanismo de un Chupa-Chups pero es justamente en su simpleza y su falta de paños calientes lo que lo hace especialmente desagradable.  Se nota que estoy dando vueltas por no entrar en detalles, ¿verdad? Venga, al toro, Álter, que tú puedes.

Vemos un lavabo blanco, impoluto, y a la vez oímos a alguien cepillándose los dientes. Algo habitual en nuestro día a día. Lo que uno tiene menos ganas de ver es el escupitajo sanguinolento que de repente se deposita en la superficie del níveo aparato de baño. Entonces te dicen que si te sangran las encías es algo malo (no fastidies, ¿en serio?) y que puedes terminar perdiendo piezas dentales.

Y, por increíble que pueda parecer, el anuncio aún va más allá en eso de poner a prueba nuestro sistema digestivo y, en un desafío al buen gusto sin precedentes, llega un segundo escupitajo que arrastra con él un diente bien cubiertito de sangre, el cual produce un alegre repiqueteo allegro ma non troppo sobre la superficie cerámica.

O sea, de verdad, ¿qué mente privilegiada ideó esta campaña pensando que iba a ser todo un éxito? Es tal la repulsa que provoca, que hace que desvíes la vista y al final ni te enteres de la marca del dentífrico que pretenden venderte apelando a tus terrores más primarios.

Si hay por ahí alguien con mucho tiempo libre a quien alguna vez le haya dado por contar la extensión de mis posts, sabrá que por norma general escribo quinientas palabras clavaditas. Hoy me quedo corta pero es que soy incapaz de seguir ahondando en este espanto.

Sabréis disculpar. 

lunes, 2 de febrero de 2015

Crónicas Felinas CXX: Redefiniendo alianzas

Marrameowww!!!

Vengo a relataros hoy unos hechos que me tienen con los bigotes encogidos.

De sobra es sabido que, tanto Munchkin como yo, preferimos normalmente al consorte porque es más blandito y permisivo, por lo que es más fácil sacarle lo que queremos. Así que, para estar a bien con él, la mayoría de muestras de cariño por nuestra parte suelen ir dirigidas a su persona.

Pero sucedieron el sábado pasado unos sucesos escalofriantes que nos han hecho plantearnos la posibilidad de redirigir nuestras atenciones hacia la bruja, que es más borde pero menos patosa.

La cosa fue así. El sábado, como digo, el consorte se va a hacer la compra mientras la bruja, que es una vaga, se queda en casa leyendo cosas en vuestros blogs. Vuelve el consorte con el carrito de la compra y yo me siento en el pasillo a fin de seguirlo hasta la cocina para cotillear si nos ha traído algo rico, que es una costumbre de la que soy muy gustoso de practicar.

Avanza el consorte por el pasillo y la bruja sólo tuvo tiempo de decir “Cuidado, el r…” El “r…” en cuestión era mi rabo, que se vio atropellado sin remedio por una rueda del carrito. Salí corriendo como alma que lleva el diablo y, tras comprobar que no había que lamentar males mayores ni partes amputadas de mi hermosa anatomía, decidí subirme a la encimera de la cocina, desde donde poder espiar sin miedo a que una rueda atacara otro de mis miembros.

Estaba yo husmeando cuando a Munchkin le dio por saltar desde el armario de enfrente también a la encimera. Como ya he hablado de su legendaria torpeza, se resbaló, sobresaltando primero al consorte que, con el bote que pegó le terminó pegando un codazo a Munchkin en plena caída y, en segundo término, a mí, ya que con el bote antedicho del consorte, también tiró un tupper del armario, que no tuvo mejor sitio donde caer que no fuera encima de mi cabeza.

Al final yo me congratulé con el consorte y dormí la siesta con él pero Munchkin prefirió ir a sentarse en el regazo de la bruja mientras ella escribía no sé qué. Creo que es la primera vez que veo al imberbe sentado encima de la bruja, así que me da a mí que al consorte le va  costar recuperar la confianza de mini-minino.

Que sí, que uno intenta pensar bien y razonar que el humano lo hizo sin maldad pero no sé hasta qué punto compensa andar jugándose la integridad física a cambio de recibir una chuchería o un trocito microscópico de jamón. Hay que admitir que lo nuestro es capricho más que auténtica necesidad y, visto lo visto, tal vez sea más conveniente despedirse de ciertos vicios superfluos y conformarse con el pienso que la bruja nos sirve sin rocambolescos accidentes.

Ya sé que dicen que tenemos siete vidas pero no está demostrado empíricamente y no ando yo con demasiadas ganas de comprobarlo.

Prrrrrr.