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jueves, 31 de agosto de 2017

Vacaciones tranquilitas III: Neuf kilomètres à pied ça use les souliers

Parque Nacional de Garajonay, La Gomera
Documento gráfico acreditativo
Como os comentaba la semana pasada, no todo iba a ser hacer el vago. También hay que salir a conocer un poco de mundo y qué mejor que meterse entre pecho y espalda una buena caminata de nueve kilómetros ascendiendo por caminos de cabras para sentirse en contacto con la naturaleza y en deuda con los pulmones.

Cuando le comenté a mi madre, meses antes, que tenía intención de visitar La Gomera, le salió su parte científica y prácticamente me ordenó visitar el Parque Nacional del Garajonay porque en la Facultad le habían hablado siempre mucho de él y no había tenido ocasión de conocerlo en persona. Yo, como buena hija que soy, le prometí conocerlo por ella, en esa clase de promesas que se hacen en las películas. Ya sabéis, promesas del estilo “vengaré tu muerte”,  “cumpliré tu sueño” o “visitaré una laurisilva del Terciario, declarada patrimonio de la Unesco sólo por ti”. Esta última frase es muy común.

Ascenso al Parque Garajonay, La Gomera
Comenzando a subir
Así que nos apuntamos a la excursión. El autobús nos dejó abajo y, como digo, tuvimos que ascender y ascender y seguir ascendiendo… De vez en cuando parábamos para que nuestro guía explicase cosas en alemán a la gran mayoría de asistentes y luego en español al churri y a mí, que éramos los exóticos del grupo. Cabe destacar que el guía era danés. Yo alucino con la cantidad de idiomas que habla fluidamente alguna gente. Al principio también daba indicaciones en inglés pero después se percató que no había nadie que hablase la lengua de Shakespeare.

Excursionistas subiendo al Parque Garajonay, La Gomera
¿Veis ahí la cima? Pues ahí no era
Lo dicho, que casi echamos el bofe porque, cada vez que llegábamos a un llano con la esperanza de que finalmente hubiésemos arribado a destino había una nueva cuesta aún peor que la anterior. A mí me dio por recordar a mis compatriotas de “Viven”, cuando llegaron a la cumbre de una montaña esperando ver los verdes prados desde arriba y se encontraron con más montañas. Empecé a plantearme si deberíamos comernos a nuestros compañeros de excursión pero no me preocupé demasiado porque los alemanes tenían pinta de valor nutricional. Nos superaban en número pero a un latino con hambre no hay quien le gane.

Árboles "Blair Witch" en Parque Nacional Garajonay
Yo buscaba cosas colgadas de los árboles, como "The Blair
Witch Project"
El caso es que al final llegamos al parque. Y he de decir que todo el esfuerzo valió la pena. Es una preciosidad y yo, que ya sabéis que soy una elfa silvana frustrada, me sentía en mi salsa. Hicimos un alto en el camino para tomar un tentempié (comí un sándwich y un plátano; por si os estáis preguntando si le hinqué el diente a un alemán) y seguimos andando y andando por dentro del parque (por suerte, aquí el terreno es bastante llano, así que mis piernas descansaron un poquito).

Valle Gran Rey, La Gomera
En Valle Gran Rey, con pinta de derrengada
Finalmente, emprendimos el regreso. Volvimos a bajar (esta vez no tanto porque el autobús nos esperaba más arriba, lo que me hace sospechar que lo de subir tantos kilómetros a pie era por un simple placer sádico de vernos sufrir) y nos dejaron un ratito en Valle Gran Rey para dar una vuelta y, en el caso del churri y mío, tomarnos un refresco en un barecillo para comprobar si no nos habíamos “asalvajado” en el proceso. Os dejo más fotitos hasta la semana que viene.





P.S. Para los que no entendáis la gracieta del título, es una canción de excursión francesa que cantábamos siempre en el colegio. La cercanía a la muerte te hace recordar experiencias pasadas.



Ascenso a Parque Garajonay, La Gomera
En el ascenso

Vista de Valle Gran Rey ascendiendo al Garajonay
Valle Gran Rey desde las alturas

Jugando al escondite en Parque Garajonay
Jugando al escondite. No, no soy tan chorra

miércoles, 30 de agosto de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXVI: Corto pero inquietante

Vamos a hablar hoy de un anuncio que no sé si tildar de “pesadillesco” o más bien de “hacedor de pesadillas”, sobre todo en los más tiernos infantes. Es muy corto y no tiene demasiados cambios de escenario, lo que me dificulta alcanzar mi extensión habitual de quinientas palabras pero no podía dejarlo de lado por su metraje, ya que merece tener su rinconcito en esta sección.

Por tanto, intentaré explicar el anuncio y, al mismo tiempo, rellenar espacio con palabras innecesarias (como el párrafo anterior o este mismo), salpicadas con alguna anécdota infantil y seguro que no os dais ni cuenta. Os manipulo de un modo maquiavélico. Soy absolutamente genial.

Y llevamos ya 111.

El producto a publicitar es un champú especialmente diseñado para niños, que se supone que evita los enredos para que el momento de peinar no se convierta en una tortura. Yo hubiese tirado por los derroteros de una escena cotidiana como los escándalos que montaba yo de pequeña, profiriendo alaridos y llorando con hipidos y mi madre terminaba al borde del colapso con un tic en el ojo y unas cuantas canas más. Pues eso, algo así. Una experiencia que hayamos vivido todos ya sea en el papel de hijos o en el de padres.

Pero no, había que ser originales, así que han optado por representar los enredos como unos monstruitos de plastilina con la ropa llena de manchas. Algunos son monstruitos peludos de colores que caen al agua de la bañera con un sonoro “plop” cuando la madre utiliza el champú en la cabellera de sus vástagos.  Y, cuando hacen “plop”, hay stop para ellos porque se terminan yendo por el desagüe dando vueltas y más vueltas. Son feítos y un poco desagradables pero oye, supongo que también tienen derecho a vivir. No es cuestión de andar llenando el alcantarillado público de extraños seres porque J.K. Rowling se quedaría sin ideas para un próximo libro. Hay que pensar en el trabajo de los demás también.

Pues los bichos estos pululan por las cabezas de los niños y ellos los miran con cierta cara de curiosidad pero sin asco. Es más, cantan y bailan felices una alegre y pegadiza tonadilla, como si tener bichos en su cabeza fuese algo de lo más habitual y no provocase aprensión alguna. Confieso que la primera vez que vi el anuncio no estaba prestando mucha atención y pensé que era un champú para los piojos. Me pareció asqueroso representar a los piojos como bichos peludos morados del tamaño de un puño que dan saltitos y chapotean en el agua y más extraño me parecía aún que  los niños no pusieran cara de náusea; así que la segunda vez presté más atención y me percaté de que no eran piojos sino enredos. Los bicharracos siguen dando mal rollito pero por lo menos no resulta tan desagradable como si se tratase de parásitos capilares.

Y, con la tontería, en el próximo párrafo alcanzaremos las quinientas palabras.

Os cuelo cualquier cosa.

lunes, 28 de agosto de 2017

Crónicas Felinas CCXXIII: Costó pero lo conseguí

Marrameowww!!!

No sé si os había comentado que hace un tiempo la bruja y el consorte habían decidido cambiar el tipo de arena de nuestro cajón de ídem. Si no os lo conté, os lo cuento ahora y si resulta que sí lo hice, os fastidiáis y lo volvéis a leer.

Pues sí, resulta que, como la bruja es una vaga, sustituyó la arena tradicional por perlitas de sílice porque, en teoría, estas últimas pueden cambiarse cada quince en días en lugar de una vez por semana. Muy contenta se veía ella con su idea.

Pero yo no lo iba a consentir.

Así que tramé un plan maquiavélico para boicotear la sílice y volver a mi arena de toda la vida. Esto es: la bruja cambiaba la arena y yo usaba muy pulcramente el cajón durante una semana. Una vez cumplido el plazo, empezaba a hacer pis donde pillara. Y, por “donde pillara” quiero decir casi cualquier cosa que supiese que iba a molestar: la alfombrilla del baño, la toalla del consorte, una de nuestras camitas, el cubo de fregar mientras el consorte fregaba (pena que me vio y cambió el agua porque hubiese sido un puntazo que fregase el suelo con mis aguas menores) y el bidet. Vale, con el bidet reconozco que no estuve muy inspirado porque es muy fácil de limpiar pero ya se me iban agotando las ideas.

Huelga decir que esto no fue un proceso de un solo día, no. Esto me llevó semanas para que finalmente dejasen de preguntarse cuál era el motivo por el que yo, limpito como soy, hubiese optado por comportarme con un salvaje. Les costó atar cabos y darse cuenta de que no hacía pis en otro sitio salvo el cajón cuando la sílice aún no había cumplido una semana de vida y empezaba a comportarme de modo tan incívico cuando ya había expirado el plazo que yo considero aceptable. Son lentos de entendederas, sí.

El caso es que finalmente esas neuronas humanas y esos cocientes intelectuales desaprovechados consiguieron interpretar los valores de causa-efecto y, por fin, hemos vuelto a la arena tradicional. Debo decir que me siento aliviado porque se me estaba terminando la inspiración en lo que a buscar sitios extraños donde hacer pis se refiere. Hacerlo en la cama donde duermen ya me parecía excesivo; sobre todo porque ahí también me gusta a mí dormir por las noches y hubiese terminado siendo víctima de mi propia venganza, lo cual, a todas luces, no parece una jugada muy inteligente. La alfombrilla del ratón también estaba descartada porque la uso yo para contaros mis jugarretas o para echarme la siesta cuando la bruja intenta escribir.

La bruja está que trina porque así le toca cambiar la arena todas las semanas pero el consorte está feliz porque la arena tradicional es más barata que la sílice y, como él nunca limpia el cajón, los daños colaterales no le afectan.

Y yo estoy pletórico, claro, porque me he salido con la mía.

Prrrrrr.

jueves, 24 de agosto de 2017

Vacaciones tranquilitas II: Ahora sí empieza la tranquilidad

Playa Santiago vista desde el hotel
Vista desde el hotel
Como os comentaba la semana pasada, el pobre churri no había empezado con muy buen pie las vacaciones pero a la tarde se sentía  un poco mejor, así que fuimos a dar una vueltecilla por el hotel (que es como un mini-pueblito) y aprovechamos para bajar a Playa Santiago a ver el mar.  El paseíto era muy agradable porque ibas bajando por varias cuestas y escaleritas hasta que llegabas a un ascensor que te bajaba por dentro de las rocas hasta que llegabas cinco pisos más abajo y bajabas más escaleritas, recorrías unos doscientos metros y ya estabas en el pueblo. No es tanto como parece así contado. Sobre todo porque, en el camino, ibas disfrutando de vistas como esta que abre el post de hoy.

Mi Álter Ego en Playa Santiago
En Playa Santiago
Por fin llegamos al pueblo y a la playa. Es de pedruscos gordos y, como el plan había sido un poco improvisado, yo iba con unas sandalias que no eran lo más ideal para caminar por ahí. Los lugareños deben haber pensado “Mira la paleta de ciudad esta, que en cualquier momento se nos queda sin piños”. El churri se quitó las zapatillas para meter los pies en el agua pero yo soy de las que no se mojan los pies si no ha ido convenientemente preparada para ello, ya que luego se te quedan llenos de arena y es una incomodidad. El caso es que vi acercarse una ola traicionera, corrí a recoger las zapatillas del churri, la ola me alcanzó, me mojó las sandalias y se les despegó un poco una parte. En fin, no hay dolor. Aunque aún estoy esperando a que el churri me pegue la parte que se despegó.  Churri, por si lo lees, están en el armario. Gracias.

Y ese día poco más. Cenamos (el churri algo ligerito porque aún no se atrevía) y a dormir, que el día había sido muy largo.

Señoras con trajes canarios
Señoras folklóricas
El día siguiente comenzó mi rutina de vagancia, así que nos pasamos la mañana en la piscina, después de comer nos echamos la siesta (yo ya me había olvidado de cómo se hace eso) y a la tarde bajamos nuevamente al pueblo para ir al supermercado porque yo, como una pava, me había olvidado de llevar esponjas y si no uso esponja tengo la sensación de que no me ducho en condiciones. No hay mal que por bien no venga y así descubrimos que en Playa Santiago estaban de fiestas y pudimos asistir a un espectáculo folklórico, que nunca está mal imbuirse de espíritu local.

Vista desde el hotel de Playa Santiago de Noche
Noche en Playa Santiago
Fuimos posteriormente a cenar y, como ya era de noche, pues cada mochuelo a su olivo y cada pardela a su acantilado. Las pardelas, para quienes no las conozcan, son unas aves marinas que te acompañan en La Gomera toda la noche con un canto muy peculiar que a día de hoy sigo echando de menos al irme a dormir. Si pincháis aquí podéis escucharlas. El vídeo está tomado en País Vasco pero los que he encontrado de Canarias se escuchaban a un volumen muy bajo. Es igual, las aves no conocen de fronteras.

La semana que viene prometo que la cosa va a estar más animada, que no todo iba a ser vaguear. 

miércoles, 23 de agosto de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXV: Muy machotes peeeero…

Vemos a cuatro muchachotes, cada uno portando un arma distinta: un hacha, una motosierra, una catana y un machete. Podría parecer el tráiler de una película de terror adolescente si no fuera por el detalle de que todos ellos lucen espuma de afeitar en sus rostros y escuchamos las palabras “Aféitate como quieras”, por lo que uno ya se espera cualquier cosa y cualquier cosa sucede.

Un hombre atraviesa la jungla con el machete. No lo usa para cortar el follaje sino que se abre camino apartando las ramas con la mano. El machete descansa cómodamente sobre su hombro. Al llegar a un claro en la espesura, le espera uno de los chicos del principio sentado en una roca enorme mientras los otros tres chavalotes observan la escena, en una especie de ritual de iniciación chungo.

El rudo hombre desenvaina el machete. No sé de dónde porque ya digo que lo traía al hombro pero ponen soniquete de desenvaine, así que habrá que creérselo. Acto seguido, lo afeita perfectamente no dejándole un solo pelo en la cara. También ha estado a punto de dejarlo sin yugular pero no seáis tiquismiquis.

La escena cambia y estamos en un dojo japonés. El chico que al principio llevaba la catana se arrodilla frente a su maestro, quien parece que le va a cercenar el cuello pero al final resulta que lo afeita a catanazos mientras  los otros tres chicos son testigos de tal proeza.

Le toca al chico de la motosierra. Se sienta sobre un tonel en un granero de Iowa (o de Cáceres) y un fornido granjero con camisa de leñador y gorrito de lana le apura la barba con la motosierra sin cortarse un pelo. Sin cortarse un pelo el granjero. Al otro se los corta todos. La espuma vuela por otros lados y los compañeros del muchacho que, cómo no, están de espectadores, apartan la cara como si les estuviesen salpicando vísceras.

Finalmente, nos repiten aquello de que puedes afeitarte como quieras pero ahora añaden una salvedad y es que, una vez acabado el proceso, debes utilizar un bálsamo para cuidar tu delicada piel. Claro. Eres un machote que permite que lo afeiten utilizando herramientas de trabajo o armas pero después te pones delicado y te echas cremita.  Muy coherente todo.

Una nota curiosa es que, en la escena de la jungla, los tres que observan siguen teniendo su espuma de afeitar en la cara. Sería lógico pensar que en la escena del dojo hubiese sólo dos con espuma y, en la de la granja, uno. Pero no, para qué. En todas las escenas los tres restantes están todavía sin afeitar.

Por si os lo estabais preguntando, no sabemos quién, ni cómo, afeita al del hacha. Se ve que todo lo que se les ocurría ya era demasiado gore o que el pobre al final decidió quedarse sin afeitar, en vista de que iba a peligrar su integridad física y una cabeza cortada no hay quién la repare con bálsamo. 

lunes, 21 de agosto de 2017

Crónicas Felinas CCXXII: Que se fastidie

Marrameowww!!!

Estoy muy contento. La bruja venía desde hace tiempo con la cuenta atrás para la entrada número 1.000, pensando en lo ñoña que se iba a poner rememorando los inicios del blog y la gente maravillosa que piensa que la quiere pero que bien sé yo que sólo viene por leerme a mí y a ella le comentan algo por no hacerle el feo. Algo así como si vais de visita a casa de alguien sólo porque su sofá os parece muy cómodo. Tal vez el dueño del sofá no os caiga demasiado bien pero habrá que darle algo de conversación si queréis pasar ahí la tarde.

Ya estaba ella haciendo planes sobre cómo se iba a deshacer en agradecimientos por tantas entradas leídas y, quizás, hasta hubiese tirado de estadísticas para haceros saber cuál es la entrada más leída o la que tiene más comentarios o en cuáles le picaba un pie al escribirlas, como si sus datos insulsos os fuesen a importar algo y como si avasallar con números diese alguna pista acerca de la calidad literaria de las chorradas que aquí plasma. Bueno, vale, la entrada más leída no es mía pero por eso digo que los números, en realidad son algo irrelevante.

El caso es que los planes ñoños de la bruja se han ido al garete porque… la entrada número 1.000 me ha tocado a mí. Muahahahaha. Le he fastidiado todo el discurso y eso no podría hacerme más feliz. De más está decir que ha intentado sobornarme con todo tipo de golosinas y juguetes para que le dejase tomar el relevo este lunes pero le he dicho que naranjas de la China. Los lunes son míos desde siempre y, si se aprovecha de esa coyuntura para hacerme escribir siempre la primera entrada tras las vacaciones, pues ahora se fastidia y le robo el protagonismo (una vez más). Por aquí la tengo, intentando arrebatarme el portátil y gritando con voz lastimera “Déjame que agradezca a la gente, por lo menoooos”. Pero no, no pienso darle ese gusto.

Y yo no pienso agradecer nada, claro está. No ha llegado el día en que me doblegue ante un humano para agradecer, disculparme o pedir permiso. Hasta ahí podíamos llegar. Aparte, eso de darle importancia a los números es muy relativo. Sin ir más lejos, esta es la entrada número 222 de “Crónicas Felinas” ¿No os parece 222 un número mucho más bonito que 1.000? Sin comparación, vamos. Pero el asunto es que yo no le hubiese prestado ninguna atención a mi 222 si no fuera porque la bruja lleva un mes dando la barrila con su 1.000.

Seguro que se saca de la manga algún otro número simbólico para montar su show. A ver si tiene suerte y la 2.000 le toca a ella pero ya echaré yo mis cuentas para que me vuelva a tocar a mí, persuadiéndola para no escribir alguna, si fuera necesario.

De momento, la he dejado sin nada. Qué día tan glorioso.

Prrrrrr.

jueves, 17 de agosto de 2017

Vacaciones tranquilitas I: No empezamos tan tranquilitos

Relaxing cup of café con leche en Tenerife
Como ya viene siendo costumbre en este blog, comenzamos hoy con las crónicas vacacionales porque ya son un clásico.

Este viaje ha sido diferente a otros que os he relatado. ¿Por qué? Pues porque, sinceramente, estaba yo tan agotada que le dije al churri que pasaba de más viajes que consistieran en estar todo el santo día pateando ciudades y/o parques de atracciones. Que quería tumbarme a la bartola y descansar. No hacer nada. Que mi mayor estrés fuese elegir qué bikini ponerme o si bajar a la playa o a la piscina. Así que la elegida fue La Gomera y permitidme que os diga que, si buscáis un sitio donde disfrutar de paisajes preciosos y hacer el vago, este es vuestro sitio.

El primer día no es que haya sido muy relajado, la verdad, partiendo de la base de que tuvimos que levantarnos a las cuatro de la mañana porque el vuelo salía tempranito. Recuerdo que uno de mis primeros pensamientos fue que mandaba narices tener que madrugar más que un día de trabajo para irme a descansar pero en fin, todo esfuerzo tiene su recompensa.

Durante el trayecto al aeropuerto el pobre churri venía comentando que no se sentía bien del estómago y al final cayó rendido por culpa de un corte de digestión que empezó en el aeropuerto y no terminó hasta tocar suelo canario.

Recuerdo que estábamos en la puerta de embarque que nos habían asignado y allí ni aparecía nadie ni anunciaban en el panel sobre la puerta nuestro número de vuelo (ni ningún otro). Dado que en Barajas siempre dicen que no se avisa por megafonía y que hay que estar atento a los paneles, fui a dar una vuelta por ahí buscando paneles informativos pero a mí que me digan dónde están los dichosos panelitos en la T2 porque no vi ni uno. Al final le pregunté a la de la puerta de embarque de al lado, que llevaba horas llamando a pasajeros rezagados de un vuelo a Bilbao, y me dijo que habían cambiado la puerta de embarque y nos dirigimos a la que nos dijo la muchacha donde, esta vez sí, estaba puesto nuestro número de vuelo y había cola de gente para embarcar. Se ve que éramos los únicos pavos que no se habían enterado del cambio de puerta (ellos sí habrían encontrado los paneles misteriosos).

Con todo ese estrés acumulado nos subimos al avión pero creo que se me empezó a pasar cuando, al llegar al aeropuerto de Tenerife, tuvimos nuestra primera interacción humana con un canario; el chico de la agencia que tenía que llevarnos al puerto para coger el Ferry. Qué cosa más maja de muchacho, oye. El churri le preguntó si le daba tiempo a ir a comprar una botellita de agua y el muchacho dijo que sí, que habíamos llegado incluso antes de la hora y que así él aprovechaba para pedir un cafecito. El churri, que se vio en racha, le dijo “pues ya si nos podemos echar un cigarrito, sería estupendo” y el chico dijo que entonces comprábamos el agua, el café y nos fumábamos el cigarrito en el aparcamiento. No nos dejó pagar ni nuestra agua. Qué cosa más maja de muchacho. Durante la hora que duró el trayecto hasta el puerto, nos estuvo contando muchas cosas con ese acento tan divino que sólo los canarios tienen y nos recomendó esperar el Ferry cómodamente tomando un café en una terraza que está en la planta de arriba.

Dejamos las maletas en los carricoches de equipaje que suben posteriormente al Ferry y nos fuimos a la famosa cafetería. Al ver las vistas desde allí, se me pasó todo el estrés y creo que hasta el estómago del churri volvió un poco a su ser, pudiendo tomarse su cafecito. Aproveché para mandarle a mi madre la foto que ilustra el post (está sacada con el móvil en vertical, lo siento por eso y por el cubo de basura que se aprecia en primer plano pero aun así ni lo uno ni lo otro desmerece el paisaje).


Finalmente, embarcamos en el Ferry…

Vista del Puerto de los Cristianos desde el Ferry
El Puerto de Los Cristianos desde el Ferry

Vista del Puerto de los Cristianos
También el puerto, pero para el otro lado

Ferry a San Sebastián de La Gomera
Yo, meditando (o muerta de cansancio)

Vista de Tenerife desde el Ferry
Dejando Tenerife


Y, cuarenta minutos más tarde, habiendo visto delfines y todo, llegábamos a San Sebastián de la
Vista de San Sebastián de La Gomera desde el mar
Llegando a San Sebastián de la Gomera
Gomera donde otro taxista nada hablador nos llevó por una carreterita llena de curvas hasta Playa Santiago, que era nuestro destino final. El pobre churri durmió toda la tarde mientras yo deshacía el equipaje y nos dedicamos a descansar. No habíamos empezado con muy buen pie pero yo estaba segura de que al día siguiente todo mejoraría.

Y así fue, palabrita de Álter. 

miércoles, 16 de agosto de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXIV: ¿Cómo osa ese oso?

Alguna vez he hablado de este oso y vais a pensar que soy una especie de ser malévolo de cuento infantil pero este oso es un icono de mi infancia, casi como Espinete y, por tanto, no me entra en la cabeza cómo ese ser otrora dulce, tierno y achuchable se ha convertido en esto que hoy relato.

En esta ocasión, se congrega junto a la lavadora una familia entera, incluyendo al oso, que parece que ya es parte del grupo familiar y debe estar empadronado en el domicilio. Lo primero que nos dicen es que nos demos cuenta de cómo ha disminuido el tamaño de la botella de suavizante (por si aún no sabíais de qué oso hablábamos). Una vez dicho esto, vemos cómo el oso se minimiza, convirtiéndose en osito.

Pero el osito recupera su talla (incluso lo aumenta) cuando, al abrir la lavadora, salen de dentro millones de pétalos que lo inundan todo provocando que toda la familia, más el oso, comience a bailar a lo loco dando saltitos como si estuvieran en una rave hasta arriba de algo. Algo como ácido lisérgico, podríamos decir por ese look sesentero con el que se ven todos tras esta explosión floral.

Y el frescor no solamente dura el momento en que abres la puerta de la lavadora, no. También se siente al abrir la puerta del armario. Para ilustrarlo, vemos nuevamente a la familia moviendo las rodillas como en una parte de la coreografía del Aserejé. Eso sí, los pétalos alucinógenos siguen flotando en el ambiente.

Nos dicen que el frescor sigue y sigue y ahí ya se vuelven completamente locos y los vemos bailando junto a la cuerda de tender del jardín; en el aparcamiento; en la cancha de basketball… En los últimos compases de la canción bakaleta que adorna musicalmente el anuncio vemos que la madre ya está dándolo todo y agita los brazos y la cabeza como si tuviera el mal de San Vito.

Por último, nos enseñan las tres fragancias disponibles. Desconozco si todas causan los mismos efectos o si van variando en función de la botella elegida. En el anuncio la protagonista es la roja. Si queréis, id probando con otros y luego me contáis si también habéis flipado en colores.

Así que reitero mi indignación. El osito del suavizante era la mascota que todos queríamos tener en casa y ahora es un oso gigante y drogadicto que se pasa la vida de fiesta. Se ha convertido en un nini en toda regla. Ya no me dan ganas de tenerlo en casa, que para sacarme de los nervios ya bastante tengo con mis felinos cuando llega la hora del gato loco, como para tener que hacerme cargo también de un oso adicto a oler suavizante.

Por cierto, no he encontrado en TúTubo la versión española; únicamente la italiana (que es igual pero en italiano) y me ha hecho mucha gracia cómo se llama el osito en el país de la bota.

Googleadlo y veréis.

lunes, 14 de agosto de 2017

Crónicas Felinas CCXXI: Desempolvando

Marrameowcofcofcof…

Sabréis disculpar el acceso de tos (o no, me es indiferente) pero es que esto ha estado cerrado un mes y no veáis la de polvo que se ha juntado. Y claro, como la bruja me explota y siempre me encomienda a mí la tarea de reabrir el chiringuito tras períodos vacacionales, no es ella la que tiene que aguantar la alergia y el picor de ojos. Para eso estoy yo, claro. Parece que aún no se da cuenta de que, si este blog es algo, es sólo gracias a mí.

Pues sí, ha pasado un mes. Teníamos intención de retomar esto el día 7 de agosto pero como, repito, el encargado de hacerlo era yo, me pudo la vagancia felina, me quedé un poco traspuesto y, para cuando he vuelto a abrir el ojo, resulta que ya estamos a 14.

Las vacaciones bien (las mías; las de la bruja ni idea pero estoy segura de que ya nos atomizará ella relatando estupideces). Nosotros las pasamos en Albacete, como ya es costumbre. No disfrutamos nada del viaje pero sí de la estancia. A decir verdad, yo durante el viaje me dedico a esconderme bajo la toallita que coloca la bruja en el transportín y así paso desapercibido en modo camuflaje pero el imberbe se  hace notar. Se enfada con el mundo y quiere que todos se enteren de su indignación. Lo peor fue en el taxi hasta la estación de tren. Qué pulmones, gente. En la vida había escuchado yo maullidos tan ensordecedores a la par que prolongados. Hasta el taxista se compadeció de él y comentó “pobrecito; si es que estará nervioso”. Pobrecito yo, que encima que me porto extremadamente bien tengo que estar escuchando al otro maullándome en la oreja. Qué jaqueca, madre…

En el tren maulló un poco al llegar pero a los cinco minutos se calló. Creo que porque en el mismo vagón había un bebé que también gozaba de buenas cuerdas vocales y tal vez pensó que su arte maullador no iba a ser suficientemente bien apreciado. Eso, o que se dio cuenta de que sería el rival más débil en la contienda y decidió dejar de esforzarse. Creo que al final se durmió.

Pero en fin, al llegar a Albacete ya se le pasaron un poco los males. Bebimos agüita, comimos jamón del bueno y revisamos toda la casa para comprobar que estaba todo como lo habíamos dejado tras nuestra última visita.

De todas formas, a él le cuesta recuperarse de los disgustos, como ya os contaba en el post anterior. Que estuviese un poco más tranquilo no significa que estuviese tranquilo del todo así que, mientras yo dormía una siesta de órdago, él estuvo maullando todo el día y parte de la noche. Yendo de allá para acá y venciendo al sueño pese a que se le cerraban los ojos de cansancio cada vez que se sentaba.

Eso sí, al día siguiente durmió como un bendito. Ni enterarnos de que estaba allí, oye.

Prrrrrr.