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jueves, 21 de septiembre de 2017

Vacaciones tranquilitas VI: Cómo sobrevivir a un día en el aeropuerto

Abandonando La Gomera
Diciendo adiós a La Gomera
Y definitivamente había que volver a los Madriles. Nuestro vuelo de vuelta salía a las siete de la tarde pero, como no habíamos conseguido una combinación de ferry-vuelo que nos sirviera, tuvimos que ir saliendo del hotel a las nueve de la mañana.

Camionetita por carretera sinuosa una vez más (Álter con el corazón encogido también una vez más) y viaje en ferry de cuarenta minutos hasta llegar a Tenerife. Me mola el ferry como medio de transporte. Te pones en la parte de fuera y te va dando la brisa marina (bueno, brisa o más bien un vendaval pero es de lo más agradable). Es que me gusta ver agua, qué le vamos a hacer.

Llegando a Tenerife desde La Gomera
Llegando a Tenerife
Nos vino a buscar el taxista al puerto para llevarnos al aeropuerto de Tenerife Norte. Teníamos intención de dejar el equipaje en consigna para poder pasear un poco hasta que saliera nuestro avión pero habíamos buscado en Internet y hasta llamado por teléfono a Aena y todos nos decían que dicho aeropuerto no contaba con consignas. Como yo no daba crédito, lo pregunté de todos modos en el mostrador de información, donde me sacaron de dudas definitivamente. En el aeropuerto de Tenerife Norte no hay consignas. Muy mal, aeropuerto de Tenerife Norte.

Así que nos tocaba estar atrapados allí durante unas ocho horas (seis, si contábamos con que a las cinco ya se podía facturar el equipaje y, al menos, recorrer el Duty Free Shop). Me compré un par de revistas de pasatiempos y nos sentamos a ver la vida pasar. No os cuento el dolor de cuello con el que terminé de estar en una silla incómoda completando crucigramas y sudokus. De a ratos me levantaba y daba una vuelta por allí. Si necesitáis saber dónde está algo en ese aeropuerto, os puedo dibujar hasta un croquis.

Fuimos a comer cualquier porquería ya que en los aeropuertos nunca tienen delicias locales sino platos precocinados de dudosa procedencia. Como idea de negocio yo propondría montar restaurantes chulos en los aeropuertos, que a veces uno se ve ahí atrapado y le apetecería darse un homenaje de buena comida con su sobremesa, su copa y su puro.

Por fin facturamos el equipaje y tengo que decir que el Duty Free, con tantas ganas que le tenía, resultó ser una decepción. Era pequeñito y no tenía nada demasiado interesante. A lo mejor es que me había creado unas expectativas muy altas.

Aeropuerto de Tenerife Norte
Ese no era nuestro avión, pero
a esas alturas me hubiese subido
a cualquiera
Aprovechamos para conocer los baños de la zona de embarque porque los de la zona de llegadas ya los teníamos muy vistos y para tomarnos un café mientras yo mandaba a mi madre el decimoquinto mail del día.

Arribamos, por fin, a la T2 de Barajas. Llegamos tardísimo y ya habían cerrado todos los sitios donde se pudiera comer (sí, en la T2 cierran todo aunque llegan vuelos a todas horas, son unos genios). En casa no teníamos nada que cenar porque habíamos vaciado la nevera, así que nos tocó ir hasta la T4, donde nos habían dicho que había un Burger abierto 24 horas. No había más opciones. Mi experiencia culinaria iba decayendo según se terminaban las vacaciones.

Pero bueno, que me quiten  lo bailado. Había pasado una semana estupenda y no iba a permitir que una vulgar hamburguesa y el hecho de haber hecho un viaje más largo que si me hubiese ido a ver a mi madre a Montevideo me arruinase las vacaciones. Aparte, esta vez no me accidenté ni me enfermé a la vuelta, como suele ser mi costumbre y ya os he contado en relatos anteriores.

Y si el viaje de vuelta hubiese ido sobre ruedas, tal vez no hubiese tenido nada que escribir para hoy. 

jueves, 14 de septiembre de 2017

Vacaciones tranquilitas V: Un cabrito, un hermoso paseo y un queso fallido

Torre del Conde, San Sebastián de la Gomera
Frente a la Torre del Conde
Y el viaje iba tocando a su fin. Al día siguiente tocaría poner rumbo nuevamente a los Madriles, por lo que decidimos pasar el día conociendo San Sebastián de la Gomera, que eso de andar todo el día en chanclas y bañador está muy bien pero también hay que culturizarse un poco.

De manera que tomamos la guagua (que es un autobús, pero dicho en canario) y para allí que nos fuimos. He de decir que a mí los viajes por carreteras gomeras me ponían un poco de los nervios porque son muy estrechas, hacen dos millones y medio de curvas y vas pegado a un barranco. El que se saque el carnet de conducir en La Gomera ya puede conducir en cualquier sitio del mundo. Llegamos sanos y salvos, así que dimos una vuelta por el parque de la Torre del Conde para ver la ídem. Es una fortaleza castellana del Siglo XV pero se rumorea que en realidad no valía para nada, más que para satisfacer el ego del Conde de La Gomera porque no tenía ni armas ni nada de nada.

Peces en el puerto de San Sebastián de la Gomera
¿Veis qué felices los pececillos?
De ahí fuimos a ver la Playa de San Sebastián (sólo a verla, porque yo le había dicho al churri que me daba pereza infinita andar haciendo turismo con los bártulos de la playa, por lo que no nos llevamos nada). Desde allí dimos un paseo (largo y a pleno sol del mediodía) por el puerto. Soy de puerto, bien lo sabéis vosotros y siempre me quedo embobada, ya sea un puerto deportivo, pesquero o comercial (los containers amontonados tienen algo que me fascina) pero tengo que decir que en mi vida había visto yo un puerto, sea del tipo que sea, con el agua tan limpia. Era cristalina y se podían ver perfectamente miles de peces nadando felices entre los barcos.

Playa de la Cueva, San Sebastián de la Gomera
La arena quemaba un montón
Llegamos a la Playa de la Cueva. Tenía yo intención de comer en un restaurante que había justo enfrente, al que llevaba llamando infructuosamente para reservar desde el día anterior. Un cartel de “Cerrado” me dio la respuesta a por qué nadie atendía el teléfono. El churri insistió en bajar a caminar por la arena de la  playa. Y sí, habéis adivinado, llevaba las mismas sandalias que el día de los pedruscos en Playa Santiago. Aquí no había pedruscos pero a esas horas la arena era como lava ardiente colándose entre mis dedos, así que hice el ridículo una vez más dando saltitos y gritando “Ay, quema, quema muuuchooo”. Si no doy el cante allá donde vaya no me quedo a gusto.

Álter en las calles de San Sebastián de la Gomera
Buscando dónde comer
Total, que teníamos calor, hambre y yo le sumaba unos pies quemados, así que ¿qué podíamos hacer? Pues volver hacia el centro y comer, claro está. Dado que el restaurante al que yo quería ir estaba cerrado, nos pusimos a investigar por Internet y recalamos en un restaurante llamado “La Salamandra” (Calle Real, 18). Todo lo que había en la carta tenía una pinta fabulosa pero nos dijeron que fuera de carta tenían cabrito y los ojos nos hicieron chiribitas. Pedimos una ensaladita para acompañar, que así parece todo más sano. La ensalada estaba buenísima y el cabrito… ¿qué decir del cabrito? Era una cosa deliciosa. Lo coroné con un postre de chocolate que se fue directo a mis caderas pero qué placer, oye.

Como ya sabéis que si yo no compro un queso local vaya donde vaya es como si no hubiera viajado, pregunté en el restaurante dónde podía conseguir quesos buenos (le tenía yo echado el ojo a un queso ahumado de cabra que provoca orgasmos). El chico que nos atendía, que era tan majo como todos los que nos atendieron en cualquier otro sitio al que hayamos ido, dijo que él en realidad era de Las Palmas, pero que preguntaba a la cocinera. Qué gente más adorable. La cocinera nos recomendó una tiendecita que, si pasas por delante ni la miras, así que estoy segura de que debían tener los mejores quesos de la zona pero me quedé sin llevarme uno porque era tarde y ya habían cerrado. Si alguien sabe de algún sitio bueno en Madrid donde pueda conseguir queso gomero, le estaré eternamente agradecida.

Iglesia Matriz de la Asunción, San Sebastián de la Gomera
La iglesia pirateada
Pero bueno, la ausencia de queso no nos iba a impedir disfrutar del resto del paseo. Vimos la Iglesia Matriz de la Asunción, construida en el siglo XV y que fue atacada por los piratas en innumerables ocasiones. Eso de los piratas a mí me llegó al alma. Pasamos por la casa de Colón y callejeamos sin rumbo fijo, recalando en un barecillo a tomarnos un cafecito.

Culminamos la jornada dando una vuelta por el paseo marítimo (sobre la acera para que yo no siguiese dando saltitos en la arena) y volvimos a esperar la guagua para dar por culminado nuestro último día. Daba penita pensar que al día siguiente había que irse…. snif. 

Playa de San Sebastián, San Sebastián de la Gomera
La Playa de San Sebastián. Esta no sé si quemaba.

Recorriendo San Sebastián de la Gomera
Callejeando

Álter en San Sebastián de la Gomera
Disfrutando del paseo con la panza llena de cabrito

jueves, 7 de septiembre de 2017

Vacaciones tranquilitas IV: Turismo gastronómico y verbenilla

Una mañana en Playa Santiago
Playa Santiago
Al día siguiente de visitar el Parque Garajonay, nuestros doloridos músculos sólo pedían un poco de descanso y optamos por quedarnos todo el día en el hotel haciendo el vago, que es un lujo que una persona sólo puede permitirse en vacaciones. Así que pasamos la mañana en la piscina de agua salada del hotel (que era una gozada) y cuando ya estábamos suficientemente mojados y tostados por el sol, fuimos a comer al restaurante de la piscina. De postre me pedí una copa de helado que venía preciosamente adornada con un loro ataviado con una pluma.  Al verlo, le dije al churri que me lo pensaba llevar de recuerdo, a lo que el churri comentó “Mira que te gusta juntar moñadas”. Pues sí, me gusta.

Mi vergüenza era verde y se la
comió un perro
Una vez con la pancita llena, decidimos ir a echarnos la siesta porque, ya que estamos en plan vagancia, hay que hacerlo a lo grande. A la que íbamos volviendo a la habitación el churri me hizo percatarme de la pinta de domingueros que llevábamos y yo, que soy como soy, le dije “es mejorable”, procediendo a colocar en el sombrerito de paja el loro con pluma del helado. Le pedí que me sacara una foto para el blog porque este es el tipo de imagen que quiero que tengáis de mí (la sacó en vertical con el móvil, me disculpo en su nombre). Lo mejor vino después, cuando me dijo “¿a que no hay huevos a llegar con eso a la habitación?” Y los había, claro. Me recorrí todo el hotel con el loro ese en la cabeza, pasando por la piscina principal, que estaba a rebosar de gente. Cabeza alta, muy digna, segura de que iba a marcar tendencia este verano. Creo que el churri pasó más vergüenza que yo. Eso le pasa por desafiarme.

A la noche fuimos a cenar también en el hotel. Las fiestas de Playa Santiago estaban en todo su apogeo, por lo que los camareros intentaron infructuosamente que fuésemos a la verbena después de cenar. Nuestros maltrechos cuerpecillos no estaban para festejos (aunque ellos iban a ir después de currar y tenían que entrar otra vez a las ocho de la mañana pero yo estoy ya muy mayor).

Relajándonos en La Chalana
Creo que esta es LA imagen de mis vacaciones
Esto no duraría mucho tiempo, no obstante. La mañana siguiente la pasamos en la playa y, para comer, optamos por ir al bar La Chalana que es un sitio donde no os podéis fiar del aspecto. Es decir, tú lo ves de fuera y parece un chiringuito de playa sin más  pero os puedo asegurar que he comido como nunca en mi vida. Se pone hasta arriba, así que se disculparon por ponernos en un banquito donde estábamos sentados uno al lado del otro… frente al mar. Una afrenta terrible, sí. Estábamos bajo una sombrilla pero mi pie derecho quedaba al sol y me lo quemé. No hay dolor. El queso frito gomero, las gambas (con más queso) y las croquetas de atún me aliviaron todos los males. Tal vez la jarra de sangría también hizo lo suyo. Me quedé alucinada con la atención. Cuando pedimos los cafés, al chico se le volcó un poquito en el plato (cosa que en Madrid es de lo más habitual).Pues nos ofreció traer otro; yo no daba crédito a mis oídos. Obviamente, dijimos que no, que no pasaba nada. Pues se ve que aun así se quedó con cargo de conciencia y nos invitaron a los cafés. Ole por esa gente maja de La Gomera. No me extraña que en “The Times” le hayan dedicado un artículo.

A la noche, fuimos a cenar al Junonia (Avda. Marítima, 58) donde sólo pedimos ensalada porque el queso frito aún estaba siendo digerido pero la presentación, lo rica que estaba y, una vez más, lo majísimo que era el camarero, me hizo plantearme atarme a un cactus con pinchos y todo y no querer irme nunca más de esa isla buena.


Playa Santiago engalanada, esperando la noche
Y sí, tras las cena fuimos a la verbena. Asistimos a un concierto de un grupo tinerfeño de rock llamado “Ni 1 pelo de tonto” que hacen covers de los ochenta. Lo que me divertí, con lo ochentera que soy, no tiene precio. La energía y el buen rollo que tenía esa gente no se puede describir con palabras. Eso sí, me di cuenta de que ya pertenezco a la franja etaria para los que antaño se ponían los pasodobles. Había por allí un grupito de chicas de unos 16 años, empeñadas en que el cantante interpretara “Despacito” (por suerte, se negó rotundamente) y eso me hizo percatarme de que yo ya estoy “en el otro grupo” pero me dio igual; disfruté como una enana y me fui a dormir enamorada de Playa Santiago, de su gente y de los canarios en general.  

Aquí os dejo más fotitos hasta la semana que viene:

Álter en Playa Santiago
Cansada pero feliz

Una mañana en Playa Santiago, julio de 2017
Otra vista de Playa Santiago

Playa Santiago, julio de 2017
Y otra más

jueves, 31 de agosto de 2017

Vacaciones tranquilitas III: Neuf kilomètres à pied ça use les souliers

Parque Nacional de Garajonay, La Gomera
Documento gráfico acreditativo
Como os comentaba la semana pasada, no todo iba a ser hacer el vago. También hay que salir a conocer un poco de mundo y qué mejor que meterse entre pecho y espalda una buena caminata de nueve kilómetros ascendiendo por caminos de cabras para sentirse en contacto con la naturaleza y en deuda con los pulmones.

Cuando le comenté a mi madre, meses antes, que tenía intención de visitar La Gomera, le salió su parte científica y prácticamente me ordenó visitar el Parque Nacional del Garajonay porque en la Facultad le habían hablado siempre mucho de él y no había tenido ocasión de conocerlo en persona. Yo, como buena hija que soy, le prometí conocerlo por ella, en esa clase de promesas que se hacen en las películas. Ya sabéis, promesas del estilo “vengaré tu muerte”,  “cumpliré tu sueño” o “visitaré una laurisilva del Terciario, declarada patrimonio de la Unesco sólo por ti”. Esta última frase es muy común.

Ascenso al Parque Garajonay, La Gomera
Comenzando a subir
Así que nos apuntamos a la excursión. El autobús nos dejó abajo y, como digo, tuvimos que ascender y ascender y seguir ascendiendo… De vez en cuando parábamos para que nuestro guía explicase cosas en alemán a la gran mayoría de asistentes y luego en español al churri y a mí, que éramos los exóticos del grupo. Cabe destacar que el guía era danés. Yo alucino con la cantidad de idiomas que habla fluidamente alguna gente. Al principio también daba indicaciones en inglés pero después se percató que no había nadie que hablase la lengua de Shakespeare.

Excursionistas subiendo al Parque Garajonay, La Gomera
¿Veis ahí la cima? Pues ahí no era
Lo dicho, que casi echamos el bofe porque, cada vez que llegábamos a un llano con la esperanza de que finalmente hubiésemos arribado a destino había una nueva cuesta aún peor que la anterior. A mí me dio por recordar a mis compatriotas de “Viven”, cuando llegaron a la cumbre de una montaña esperando ver los verdes prados desde arriba y se encontraron con más montañas. Empecé a plantearme si deberíamos comernos a nuestros compañeros de excursión pero no me preocupé demasiado porque los alemanes tenían pinta de valor nutricional. Nos superaban en número pero a un latino con hambre no hay quien le gane.

Árboles "Blair Witch" en Parque Nacional Garajonay
Yo buscaba cosas colgadas de los árboles, como "The Blair
Witch Project"
El caso es que al final llegamos al parque. Y he de decir que todo el esfuerzo valió la pena. Es una preciosidad y yo, que ya sabéis que soy una elfa silvana frustrada, me sentía en mi salsa. Hicimos un alto en el camino para tomar un tentempié (comí un sándwich y un plátano; por si os estáis preguntando si le hinqué el diente a un alemán) y seguimos andando y andando por dentro del parque (por suerte, aquí el terreno es bastante llano, así que mis piernas descansaron un poquito).

Valle Gran Rey, La Gomera
En Valle Gran Rey, con pinta de derrengada
Finalmente, emprendimos el regreso. Volvimos a bajar (esta vez no tanto porque el autobús nos esperaba más arriba, lo que me hace sospechar que lo de subir tantos kilómetros a pie era por un simple placer sádico de vernos sufrir) y nos dejaron un ratito en Valle Gran Rey para dar una vuelta y, en el caso del churri y mío, tomarnos un refresco en un barecillo para comprobar si no nos habíamos “asalvajado” en el proceso. Os dejo más fotitos hasta la semana que viene.





P.S. Para los que no entendáis la gracieta del título, es una canción de excursión francesa que cantábamos siempre en el colegio. La cercanía a la muerte te hace recordar experiencias pasadas.



Ascenso a Parque Garajonay, La Gomera
En el ascenso

Vista de Valle Gran Rey ascendiendo al Garajonay
Valle Gran Rey desde las alturas

Jugando al escondite en Parque Garajonay
Jugando al escondite. No, no soy tan chorra

jueves, 24 de agosto de 2017

Vacaciones tranquilitas II: Ahora sí empieza la tranquilidad

Playa Santiago vista desde el hotel
Vista desde el hotel
Como os comentaba la semana pasada, el pobre churri no había empezado con muy buen pie las vacaciones pero a la tarde se sentía  un poco mejor, así que fuimos a dar una vueltecilla por el hotel (que es como un mini-pueblito) y aprovechamos para bajar a Playa Santiago a ver el mar.  El paseíto era muy agradable porque ibas bajando por varias cuestas y escaleritas hasta que llegabas a un ascensor que te bajaba por dentro de las rocas hasta que llegabas cinco pisos más abajo y bajabas más escaleritas, recorrías unos doscientos metros y ya estabas en el pueblo. No es tanto como parece así contado. Sobre todo porque, en el camino, ibas disfrutando de vistas como esta que abre el post de hoy.

Mi Álter Ego en Playa Santiago
En Playa Santiago
Por fin llegamos al pueblo y a la playa. Es de pedruscos gordos y, como el plan había sido un poco improvisado, yo iba con unas sandalias que no eran lo más ideal para caminar por ahí. Los lugareños deben haber pensado “Mira la paleta de ciudad esta, que en cualquier momento se nos queda sin piños”. El churri se quitó las zapatillas para meter los pies en el agua pero yo soy de las que no se mojan los pies si no ha ido convenientemente preparada para ello, ya que luego se te quedan llenos de arena y es una incomodidad. El caso es que vi acercarse una ola traicionera, corrí a recoger las zapatillas del churri, la ola me alcanzó, me mojó las sandalias y se les despegó un poco una parte. En fin, no hay dolor. Aunque aún estoy esperando a que el churri me pegue la parte que se despegó.  Churri, por si lo lees, están en el armario. Gracias.

Y ese día poco más. Cenamos (el churri algo ligerito porque aún no se atrevía) y a dormir, que el día había sido muy largo.

Señoras con trajes canarios
Señoras folklóricas
El día siguiente comenzó mi rutina de vagancia, así que nos pasamos la mañana en la piscina, después de comer nos echamos la siesta (yo ya me había olvidado de cómo se hace eso) y a la tarde bajamos nuevamente al pueblo para ir al supermercado porque yo, como una pava, me había olvidado de llevar esponjas y si no uso esponja tengo la sensación de que no me ducho en condiciones. No hay mal que por bien no venga y así descubrimos que en Playa Santiago estaban de fiestas y pudimos asistir a un espectáculo folklórico, que nunca está mal imbuirse de espíritu local.

Vista desde el hotel de Playa Santiago de Noche
Noche en Playa Santiago
Fuimos posteriormente a cenar y, como ya era de noche, pues cada mochuelo a su olivo y cada pardela a su acantilado. Las pardelas, para quienes no las conozcan, son unas aves marinas que te acompañan en La Gomera toda la noche con un canto muy peculiar que a día de hoy sigo echando de menos al irme a dormir. Si pincháis aquí podéis escucharlas. El vídeo está tomado en País Vasco pero los que he encontrado de Canarias se escuchaban a un volumen muy bajo. Es igual, las aves no conocen de fronteras.

La semana que viene prometo que la cosa va a estar más animada, que no todo iba a ser vaguear. 

jueves, 17 de agosto de 2017

Vacaciones tranquilitas I: No empezamos tan tranquilitos

Relaxing cup of café con leche en Tenerife
Como ya viene siendo costumbre en este blog, comenzamos hoy con las crónicas vacacionales porque ya son un clásico.

Este viaje ha sido diferente a otros que os he relatado. ¿Por qué? Pues porque, sinceramente, estaba yo tan agotada que le dije al churri que pasaba de más viajes que consistieran en estar todo el santo día pateando ciudades y/o parques de atracciones. Que quería tumbarme a la bartola y descansar. No hacer nada. Que mi mayor estrés fuese elegir qué bikini ponerme o si bajar a la playa o a la piscina. Así que la elegida fue La Gomera y permitidme que os diga que, si buscáis un sitio donde disfrutar de paisajes preciosos y hacer el vago, este es vuestro sitio.

El primer día no es que haya sido muy relajado, la verdad, partiendo de la base de que tuvimos que levantarnos a las cuatro de la mañana porque el vuelo salía tempranito. Recuerdo que uno de mis primeros pensamientos fue que mandaba narices tener que madrugar más que un día de trabajo para irme a descansar pero en fin, todo esfuerzo tiene su recompensa.

Durante el trayecto al aeropuerto el pobre churri venía comentando que no se sentía bien del estómago y al final cayó rendido por culpa de un corte de digestión que empezó en el aeropuerto y no terminó hasta tocar suelo canario.

Recuerdo que estábamos en la puerta de embarque que nos habían asignado y allí ni aparecía nadie ni anunciaban en el panel sobre la puerta nuestro número de vuelo (ni ningún otro). Dado que en Barajas siempre dicen que no se avisa por megafonía y que hay que estar atento a los paneles, fui a dar una vuelta por ahí buscando paneles informativos pero a mí que me digan dónde están los dichosos panelitos en la T2 porque no vi ni uno. Al final le pregunté a la de la puerta de embarque de al lado, que llevaba horas llamando a pasajeros rezagados de un vuelo a Bilbao, y me dijo que habían cambiado la puerta de embarque y nos dirigimos a la que nos dijo la muchacha donde, esta vez sí, estaba puesto nuestro número de vuelo y había cola de gente para embarcar. Se ve que éramos los únicos pavos que no se habían enterado del cambio de puerta (ellos sí habrían encontrado los paneles misteriosos).

Con todo ese estrés acumulado nos subimos al avión pero creo que se me empezó a pasar cuando, al llegar al aeropuerto de Tenerife, tuvimos nuestra primera interacción humana con un canario; el chico de la agencia que tenía que llevarnos al puerto para coger el Ferry. Qué cosa más maja de muchacho, oye. El churri le preguntó si le daba tiempo a ir a comprar una botellita de agua y el muchacho dijo que sí, que habíamos llegado incluso antes de la hora y que así él aprovechaba para pedir un cafecito. El churri, que se vio en racha, le dijo “pues ya si nos podemos echar un cigarrito, sería estupendo” y el chico dijo que entonces comprábamos el agua, el café y nos fumábamos el cigarrito en el aparcamiento. No nos dejó pagar ni nuestra agua. Qué cosa más maja de muchacho. Durante la hora que duró el trayecto hasta el puerto, nos estuvo contando muchas cosas con ese acento tan divino que sólo los canarios tienen y nos recomendó esperar el Ferry cómodamente tomando un café en una terraza que está en la planta de arriba.

Dejamos las maletas en los carricoches de equipaje que suben posteriormente al Ferry y nos fuimos a la famosa cafetería. Al ver las vistas desde allí, se me pasó todo el estrés y creo que hasta el estómago del churri volvió un poco a su ser, pudiendo tomarse su cafecito. Aproveché para mandarle a mi madre la foto que ilustra el post (está sacada con el móvil en vertical, lo siento por eso y por el cubo de basura que se aprecia en primer plano pero aun así ni lo uno ni lo otro desmerece el paisaje).


Finalmente, embarcamos en el Ferry…

Vista del Puerto de los Cristianos desde el Ferry
El Puerto de Los Cristianos desde el Ferry

Vista del Puerto de los Cristianos
También el puerto, pero para el otro lado

Ferry a San Sebastián de La Gomera
Yo, meditando (o muerta de cansancio)

Vista de Tenerife desde el Ferry
Dejando Tenerife


Y, cuarenta minutos más tarde, habiendo visto delfines y todo, llegábamos a San Sebastián de la
Vista de San Sebastián de La Gomera desde el mar
Llegando a San Sebastián de la Gomera
Gomera donde otro taxista nada hablador nos llevó por una carreterita llena de curvas hasta Playa Santiago, que era nuestro destino final. El pobre churri durmió toda la tarde mientras yo deshacía el equipaje y nos dedicamos a descansar. No habíamos empezado con muy buen pie pero yo estaba segura de que al día siguiente todo mejoraría.

Y así fue, palabrita de Álter. 

jueves, 16 de marzo de 2017

Fui chica Almodóvar (Parte 1)

A raíz de un comentario que me dejó Laura en el post del jueves pasado,  me dio por recordar la situación de mi vida en la que más he sentido estar atrapada en una película de Almodóvar. Como la historia, pese a haber sucedido en un lapso de unas tres horas, es más larga que un día sin pan y no quiero cerrar la semana aburriéndoos porque luego seguro que me lo echáis en cara, vamos a dividirla en dos posts. Tiene ventajas para vosotros porque se os hace más amena la lectura y para mí porque me saco dos entradas de la misma tontería y parece que mi vida es más intensa de lo que en realidad es.

La historia que nos ocupa sucedió en Santiago de Chile, allá por el año 2006 (sí, ya estoy con mis batallitas de abuela cebolleta pero es lo que hay). Para los que no lo sepáis, me tocó ir a Santiago durante tres meses por temas de trabajo. Fue una gran experiencia pese a las palizas de quince horas diarias de trabajo que me metía. Como trabajábamos mucho, los fines de semana intentábamos desconectar un poco, saliendo por ahí a turistear lo poco que podíamos.

El caso es que un fin de semana largo que tuvimos (el único en tres meses, así que había que explotarlo al máximo), nos invitaron a mi jefa, a un compañero y a mí a ir a una casita que tenía en Valparaíso un chico chileno que trabajaba con nosotros. Para poder movernos con más comodidad y no andar pendientes de autobuses y demás, decidimos alquilar un coche. Pues bien, el día que íbamos a alquilar el coche, decidimos que era una estupenda idea ir primero a lavar la ropa. Como teníamos poco tiempo libre y había que optimizar, chantajeamos emocionalmente a la chica de la lavandería pidiéndole que, cuando terminase la lavadora, nos metiese la ropa en la secadora mientras nosotros íbamos a comer. Porque se suponía que teníamos que esperar a que terminase la lavadora para meterla nosotros en la secadora pero le dijimos que nos hiciese el favor, que acabábamos de llegar de Madrid. La chica accedió pero comenté mientras comíamos que ya se nos podía haber ocurrido otra excusa porque la chica iba a comentar entre sus conocidos que los españoles éramos unos guarros que hacíamos viajes transatlánticos con la ropa sucia. Ahí, dando buena imagen de España.

Recogimos la ropa y un cuarto compañero, que no iba a ir a Valparaíso pero había venido a la lavandería  y a comer con nosotros y a quien llamaremos J., dijo que se volvía para el hotel.

Y de cómo continúa la historia os hablaré el jueves que viene. Pues sí, os dejo con la intriga pero tened en cuenta que si hubiese escrito un post eterno, a estas alturas hubieseis perdido el interés. Si lo único que hago es pensar en vosotros. Soy un espíritu generoso y altruista de los que ya no quedan.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Mi experiencia gallega IV: Día 2 en Santiago de Compostela

Pues vamos hoy con la última parte de las crónicas de mi viaje a Galicia (me tiro semanas para relatar un viaje de cuatro días; está visto que me enrollo como las persianas).

El altar, con el botafumeiro pendiendo sobre él.
El último día fue bastante relajadito. Por la mañana fuimos a ver la catedral por dentro y llegamos poco antes de que empezase la misa del peregrino. Decidimos quedarnos, ya que tenía pinta de que íbamos a ver el botafumeiro en acción. Efectivamente, anunciaron que íbamos a disfrutar de la ofrenda del botafumeiro gracias a una familia japonesa cuyo nombre no entendí pero que sonaba como a Tamagochi.

Antes de empezar la misa, avisan en varios idiomas que está prohibido sacar fotos o vídeo durante el tiempo que dure la misma. La gente estuvo bastante comedida hasta el momento en que hizo acto de presencia el botafumeiro. Aquello empezó a parecerse más a un concierto de One Direction que a una misa y sólo se veían pantallitas por doquier, inmortalizando el momento en que aquello se meneaba para un lado y para otro (menos mal que yo no estaba en el área de recorrido del botafumeiro, porque no hacía más que pensar en qué pasaría si eso de repente se caía). Yo no soy una persona especialmente religiosa, lo admito, pero sí me considero una persona respetuosa con las creencias de la gente y, sinceramente, me pareció una falta de respeto. Estás en una misa, no en un show. Si te dicen que no se puede grabar ni sacar fotos, pues no grabes ni saques fotos, hombre ya. Aunque me hizo mucha gracia un cura jovencito (creo que mexicano) que venía con todo el séquito de curas que ofician la misa, el cual sacó un móvil de debajo de la sotana y sacó una foto subrepticiamente. Un sacerdote más mayor, que estaba a su lado, lo reprendió y al final los dos se rieron. Se podían haber hecho un selfie, ya que estaban.

Nos tocó ver la misa debajo del órgano.
Casi nos quedamos sordos.
La catedral por dentro es impresionante. Demasiado recargada para mi gusto pero impresionante. Me llamó mucho la atención que tuvieran varias capillitas para dar misa en diferentes idiomas y también la cantidad impresionante de confesionarios (también en varios idiomas) con una lucecita arriba para saber cuáles están libres, como los taxis. Cuánta organización, oye.

Otra cosa que me llamó la atención es que, a la salida, antes de pisar la calle te ves dentro de una tienda, como cuando sales de una atracción en un parque temático. Se les ha ido un poco la mano con eso, en mi humilde opinión. Luego hicimos la pertinente cola para abrazar el santo y ver el sepulcro, como es tradición y nos fuimos a dar una vueltecilla y a comer (repetimos en Petiscos do Cardeal, que nos había gustado mucho el día anterior).

Y nos fuimos a descansar al hotel hasta la noche porque estábamos agotados. A la noche, tocaba desvirtualización (que me gusta a mí una desvirtualización). Quedamos con Cris Mandarica y su chico. Cris, que es muy maja, nos enseñó los pies de Cervantes. No lo explico porque, si viajáis a Santiago es mejor que os lo enseñe alguien de allí. ¡Gracias de nuevo, Cris!

Fuimos a cenar (no recuerdo dónde porque cuando voy con gente me dejo llevar y no me entero ni por dónde ando). Probé el raxo con patatas y me volví a poner hasta las patas de pulpo. Ayyyy, cómo echo de menos el pulpo…

Con la Mandi y su hijito-libro.
Aproveché la ocasión para que me firmase su libro “Detrás de la pistola” (en breve, reseña en este humilde blog) y ya con la pancita y el corazoncito henchidos de satisfacción, cada mochuelo voló a su olivo.

A la mañana siguiente, como teníamos unas horas hasta que saliese nuestro tren a Madrid, el churri y yo volvimos al casco antiguo a comprar un kilo de queso San Simón, que estoy cuidando como oro en paño. Qué cosa más rica, por favor… Y me monté al tren con el queso. Me faltaba la gallina y la bota de vino.

Así que, en conclusión, ha sido un viaje de lo más provechoso y una escapada que recomiendo a cualquiera que tenga por ahí unos días libres y no sepa a qué destino dirigirse.

Eso sí, recomiendo hacer dieta antes y después del viaje.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Mi experiencia gallega III: Día 1 en Santiago de Compostela

El tercer día de nuestro viaje pusimos rumbo a Santiago de Compostela, aunque A Coruña todavía tenía que sorprendernos con algo más. Cuando íbamos hacia la estación de tren, vimos en un parque cercano a nuestro hotel que el jardinero todos los días pone la fecha en los setos. Admirada por su trabajo (y por su gran paciencia) no pude sino fotografiar su obra:












El calendario más laborioso del mundo
Tomamos el tren a Santiago y, al llegar, no pude evitar reírme porque alguien que venía con nosotros en el tren desde Coruña, llegó con una tarta de Santiago. No sé a quién pretendía homenajear en Santiago con una tarta de Santiago pero me dio por pensar qué pensaría un madrileño si recibe visita de un pariente de Córdoba y se le presenta con un cocido madrileño.

Una vez vaciado nuestro maletoncio en el hotel, pusimos rumbo al casco histórico. Y ahí nos tiramos el día, paseando entre callejuelas que vete a saber cuántos pies han pisado desde hace tantos siglos. Esas cosas a mí me impresionan mucho. Hay que reconocer que, aunque es pequeñito y se puede recorrer perfectamente en medio día, tiene tanto que ver que, como te dé por averiguar la historia de cada edificio frente al que te paras, te puedes tirar allí semanas. Como no teníamos semanas, pues hicimos un recorrido un poco light, lo reconozco, y hay cosas que las veía sin saber lo que eran. De las cosas que sí sabemos lo que eran no hay mucha foto porque estaba todo lleno de gente y confieso que me da muuuucha pereza ponerme a borrar tanta carita en las fotos, así que lo siento si este post no es muy histórico que digamos y no se capta bien la esencia de lo que representa Santiago de Compostela.

Lo que sí supimos lo que era fue la Catedral, porque es inconfundible. Tuvimos la mala suerte de que el Pórtico de la Gloria, que es la entrada principal, estaba de obras, así que en la foto no ha quedado muy chulo pero en fin, es lo que hay. No pude utilizar mis influencias de blogstar para que retiraran los andamios ante mi visita.
El Pórtico de la Gloria con sus andamiajes.


De todas formas, ese día no entramos a la Catedral y, como digo, nos dedicamos a callejear, como puede apreciarse en las fotos, donde vemos unas callejuelas estrechísimas por las que es complicado pasar si te topas con alguien de frente. Tengo que reconocer que, si bien es cierto que yo tengo un sentido de la orientación nulo, Santiago de Compostela hizo que me desorientase todavía más. No entiendo cómo puede ser tan fácil perderse en un sitio tan pequeño.

En cuanto a la comida, que sé que lo estáis esperando porque un post mío de viajes es menos post si no comento lo que zampo. Al mediodía comimos en un local de tapas llamado “Petiscos do Cardeal”, que queda en el propio casco histórico (Calle del Franco, 10). Recuerdo que comimos navajas, unas hamburguesitas de buey que estaban de muerte y de postre me comí un queso do cebreiro con miel que hizo mis delicias (y que me recordó a mi ex jefa, que se había criado en Galicia y, como iba mucho, a la vuelta siempre nos traía cebreiro con miel). Todo delicioso.

A la noche cenamos en el restaurante “O Sendeiro” (Rúa do Olvido, 22). Creo que, cuando llamé por la mañana, conseguí mesa de chiripa porque no es muy grande y estaba lleno. Totalmente recomendable también. Allí comimos una tabla de quesos gracias a la cual conocí el queso San Simón, que ha conseguido conquistarme por completo, entrecotte de vaca y, de postre, una mousse de queso (sí, más queso) que no conseguí terminarme de tan llena que estaba. Para colmo, la vuelta al hotel era en cuesta y llegué sin resuello pero feliz.


La semana que viene terminamos la crónica. Por aquí os espero. Os dejo con foticos:

La Torre de las Campanas.

Una callejuela por la que no podría transitar Espinete.

Yo.

Otra vez yo.

El Mercado de Abastos, que a esas horas estaba cerrado.

Frente al Correo Gallego. Me dijo el churri que,
como periodista, no podía prescindir de esta foto.

Más calles.

Y más calles.

Esta foto tiene un deje nostálgico que me encantó.

Yo, sobre Santiago.