Así, sí que me levanto

A raíz del post de ayer (no lo enlazo porque no está tan lejos) me quedé con ganas de añadir algo, pero preferí dejarlo para hoy, que así me cunde más.

Hay una ocasión, una sola, en la que no me molesta en absoluto tener que llamar a un ñapas: Cuando tenemos un problema de fontanería.

Os cuento por qué.

En mi edificio todos los pisos son alquilados de manera que la gestión la lleva una administración. Es así que tenemos electricista oficial, fontanero oficial… Vamos, que siempre viene el mismo.

Hace ya un tiempo largo, se nos movió la cosa esta por donde se va el agua en el plato de ducha (soy fantástica para hablar de albañilería, fontanería y bricolaje. Para mí todo es “la cosa”, “el chisme” o “el artilugio”). Como consecuencia del desplazamiento de “la cosa” estábamos calando al vecino de abajo, que no es precisamente Míster Simpatía.

Así que dijeron de la Administración que nos mandaban al fontanero. Yo nunca lo había visto porque tampoco es que tengamos problemas con el agua constantemente.

Llega el día de la visita del fontanero. Toca timbre. Yo, como bien sabéis, pregunto por detrás de la puerta “¿Sí?” a lo que responde una voz “El fontanero”.

Yo me hice la imagen mental que nos hacemos de los fontaneros. Varón de cuarenta y tantos o cincuenta, Ducados en la comisura de la boca, pantalones enseñando la hucha… En fin, lo típico.

Abro y me encuentro un morenazo más o menos de mi quinta apoyado en el quicio de la puerta con un destornillador en la mano. No traía caja de herramientas ni nada. Sólo faltaba la música de película porno. Qué subidón de todo que me entró.

Se pone el chico a arreglar el desperfecto y hasta era simpático y todo. Vamos, un partidazo teniendo en cuenta lo que gana un fontanero.

Le pregunté al churri que cómo no me había dicho que teníamos semejante fontanero. De momento, no ha habido que volver a llamarlo. Sospecho que mi churri se dedica por las noches a apretar bien todos los grifos, no sea cosa que a alguno le dé por gotear…