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jueves, 30 de marzo de 2017

Carta desde la decepción

Querida Madre:

A mediados de mes me hiciste sentir tremendamente afortunada. Pensé que nuestra relación por fin había llegado a un punto de entendimiento y que me ibas a permitir disfrutar del estado de confort que siempre ansío.

Pero lamento comunicarte que, una vez más, me has decepcionado. Apenas unos días más tarde te note fría. Muy fría. Y de lo más húmeda. A estas alturas del año no es cuestión de andar así. Me parece que ya son épocas para que vayamos llevándonos bien y me vuelvas a dar el cálido abrazo de todos los años en lugar de seguir torturándome con tu semblante más gélido.

Mi madre biológica es más predecible. No digo que no tenga sus tormentas de vez en cuando pero, por norma general, la ves venir. Y siento decirlo de una forma tan directa pero tú, Madre Naturaleza, eres una histérica. De repente estás contenta, de repente estás triste y lo mismo pones a cantar a todos los pajaritos que encuentras como me mandas una nevada en plena cocorota cuando estoy volviendo del trabajo. ¿Hay derecho a esto? Yo te defiendo en la medida de mis posibilidades. Que si hay que cuidarte y respetarte, que si eres un ser generoso que nos ofrece todo lo que necesitamos para la vida pero, leches, pon un poquito de tu parte porque, la verdad, me lo estás poniendo muy difícil.

En serio, ¿qué te he hecho yo? Me acuerdo siempre de echar los plásticos al cubo amarillo, de llevar los cartones y los envases de vidrio a sus correspondientes contenedores… Bueno, vale, mando al churri pero el resultado es el mismo, ¿no? Pues sé un poquito agradecida y dame ya la primavera, que después de estar tiritando desde noviembre, creo que me la he ganado. No pido mucho; no hace falta que pueda salir mañana en chanclas a la calle pero con despedirme del plumas y poder llevar apenas una chaquetita fina, me doy por satisfecha. Yo recuerdo que, cuando era pequeña, mi madre biológica me premiaba cuando me portaba bien. Me compraba cosas o me llevaba de paseo y nunca, pero nunca nunca, me quitaba mis premios una vez alcanzados. Eres un ser sádico y cruel.

Ya no sé si suplicarte o amenazarte con mezclar lo orgánico con los plásticos, a ver si así me tomas un poco en serio.Así que, hasta que no me des mi premio en forma de temperatura no inferior a los veinte grados durante una semana consecutiva, no te ajunto.

Siento que hayamos tenido que llegar a esto pero no me dejas elección. Está visto que no funcionan las buenas palabras ni sirve de nada portarse bien durante todo el año.

Lo lamento pero tengo que decir que Papá Noel mola mucho más que tú. Y eso que él está acostumbrado al frío. Al final se va a terminar convirtiendo en mi favorito.

Sin otro particular, y esperando que tomes debida nota de lo planteado en esta misiva, se despide atentamente

Álter

miércoles, 29 de marzo de 2017

Anuncios Pesadillescos CCVI: Ya no están tan requetebién

En el salón de una casa celebran una fiesta. Dos chicas charlan animadamente sentadas en el sofá cuando, de repente, una de ellas gira la cabeza para contemplar asombrada a alguien. Parece que le ha gustado, aunque no sé muy bien por qué  por los motivos que paso a relatar a continuación.

El objeto de su mirada es un chico con pantalones de pinza (esto ya debería dar una pista de que aquello no va a funcionar, aunque ella lleva una falda de lentejuelas plateadas con una camiseta y una chaqueta como de baseball, así que lo mismo son tal para cual), camiseta azul eléctrico y… una cabeza gigante con ojos tipo dibujito manga aún más gigantes.

El cabezón le ofrece a la muchacha un corazoncito de peluche, a lo que ella responde entornando los ojos con cara de alelada. Posteriormente, saca un ramo de flores de plástico, lo cual respeta la vida de las flores pero contamina y es muy poco romántico, la verdad (yo es que prefiero los bombones porque soy una tragaldabas).

Con el tema de las flores hay algo que no termina de convencer a nuestra protagonista. No sé si porque es igual de tragaldabas que yo y hubiese preferido el chocolate o porque lo de las flores de plástico le ha parecido muy cutre pero el caso es que la música sexy se interrumpe repentinamente y ella se gira con cara de terror para mirar a sus amigas del sofá. Una de ellas, que lleva, para mi horror, una chaqueta dorada, la señala y le susurra la marca de unos cacahuetes con chocolate que siempre han sido muy populares pero que, la verdad sea dicha, últimamente han caído un poco en el olvido.

La protagonista, atendiendo el consejo de su brillante amiga (brillante por la vestimenta; desconozco su capacidad intelectual), saca del interior de su deportiva chaqueta una bolsa de estos cacahuetes (ya sabéis cuáles os digo: estos que antaño cantaban que estaban requetebién).  Se lleva uno a la boca y ofrece otro a su nuevo amigo, acercándolo a sus inamovibles labios.

De repente, al cabezón le entra una temblequera extraña. Al principio me asusté, pensando que tal vez el pobre fuese alérgico a los cacahuetes y la it-girl esta la acabase de liar parda pero no… La reacción es debida a una transformación que, de repente, lo convierte en un chico normal. Bueno, normal… Luce en su cabeza un tupé de esos que causaron furor en la serie “Sensación de Vivir” (o “Beverly Hills 90210”, para los que me leéis desde ultramar) pero, al menos, la cabeza en sí misma ya es de un tamaño anatómicamente correcto. Ella le dice que, sin apariencias, le gusta más. ¿Llevar una cabeza King Size es intentar aparentar? Debo de estar muy fuera de onda. Todo el mundo se les acerca porque se ve que antes tenían un poco de miedo del cabezudo y nos muestran los cacahuetes en primer plano.

Y ya está. Me he quedado igual.

lunes, 27 de marzo de 2017

Crónicas Felinas CCIX: Lo ha conseguido

Marrameowww!!!

Contra todo pronóstico, Munchkin ha conseguido ser más listo que la bruja. No sería mérito si la hazaña la hubiese conseguido yo pero, viniendo de él, creo que es justo y necesario darle el mérito que merece.

Como recordaréis, el imberbe dedicaba los amaneceres de los fines de semana a despertar a la bruja mediante cariñosos zarpazos en el cuello, el hombro o cualquier  otra parte de su anatomía que quedase al descubierto. La bruja se levantaba, lo pillaba y lo echaba fuera para seguir durmiendo un rato más.

Pero como la necesidad es la madre del ingenio, Munchkin fue depurando su técnica. No es que lo haya conseguido todo a la primera. Ha sido una carrera de fondo pero al final ha obtenido el ansiado éxito.

Empezó escondiéndose debajo de la cama cuando veía que la bruja se levantaba para que no lo cogiese en brazos para echarlo. Cuando veía que la bruja salía de la habitación, iba él detrás dispuesto a recibir su alimento para encontrarse con que la bruja lo había vuelto a engañar ya que, en cuanto ponía las cuatro patas fuera del dormitorio, la bruja volvía a entrar y lo dejaba fuera.

Munchkin dio un paso más y decidió no salir de debajo de la cama hasta escuchar abrirse el armarito que alberga habitualmente nuestro pienso. Pero nada; el resultado siguió siendo el mismo.

Por tanto, empezó a no salir de su escondite hasta escuchar efectivamente la bolsa de pienso pero esto no era sino otra engañifa de la bruja que, según lo veía aparecer en la cocina con cara de inanición, lo dejaba con dos palmos de narices esperando hasta que ella tuviese a bien levantarse.

Así que ayer por la mañana, a eso de las siete aunque la bruja decía que eran las ocho por no sé qué historia de un cambio de hora (yo es que de esas cosas no entiendo y, como no afectan a mi diario vivir, tampoco me interesan), Munchkin venció su gula y supo esperar pacientemente hasta escuchar el pienso cayendo en el platito después de que la bruja hiciera diferentes sonidos engañosos y viniera un par de veces al dormitorio a comprobar que el niñato no tenía intención alguna de salir de su refugio hasta ver atendidas sus demandas.

Y, claro, como le echó de comer a Munchkin, me tuvo que echar también a mí pero, como no nos puede dejar a nuestro libre albedrío porque al final cada uno se come la comida del otro y eso es un caos (según ella), no le quedó otra que poner mi plato en el dormitorio y cerrar la puerta con la intención de seguir durmiendo. Algo más durmió pero le costó porque, entre mis sonidos de masticación y posteriores maullidos del imberbe queriendo recuperar su sitio en la cama una vez satisfecha su necesidad, no conseguía conciliar el sueño.

No sé cómo lo veréis vosotros pero yo a éste le veo futuro como Secretario General de algún sindicato.

Prrrrrr.

jueves, 23 de marzo de 2017

Fui chica Almodóvar (Parte 2)

Continuamos con la historia comenzada el jueves pasado y que podéis leer aquí.

Como soy una aprovechada, le di a J. mi bolsa con la ropa y le dije que me la llevara, que ya me pasaría por su habitación a recogerla. Preguntó al compañero que sí iba a viajar, a quien llamaremos C., que si se llevaba también su ropa.  C. respondió que tampoco era cuestión de cargarlo como un sherpa. Guardó la bolsa con la ropa en el maletero de un taxi y nos fuimos todos menos J.

Llegamos y alquilamos el coche. Al abrirnos el maletero para que comprobásemos lo espacioso que era, tuve un flashback y le dije a C. “Oye, ¿y tu bolsa de la ropa?”. Ponerse blanco es poco.  Creo que estuvo a punto de desmayarse al darse cuenta de la cantidad de prendas que iba a tener que comprar. Mi jefa dijo “Yo creo que se la ha dado a J.”. Yo opinaba que no. C., al principio quiso aferrarse a la idea de mi jefa pero fue atando cabos y se dio cuenta de que llevaba razón yo. Nos llevamos el coche y, durante todo el camino, mi jefa llamaba por teléfono al hotel para preguntar cómo podíamos hacer para localizar a un taxista. La chica del hotel, que era muy amable (y casualmente uruguaya, no digo más), le preguntó a mi jefa si tenía el ticket del taxi. Lo bueno de viajar por trabajo es que uno pide ticket de todo, así que lo tenía. De ahí pudimos sacar el número de teléfono de la compañía y el número del vehículo. La uruguaya maja le dijo a mi jefa que le diera el número, que iba a intentar encontrar al taxista.

Llegamos al hotel, aparcamos y la uruguaya nos dijo que había localizado al taxista y que iba presuroso a nuestro encuentro con la ropa de C.  Justo estábamos hablando en el lobby cuando vimos aparecer al taxista, triunfal, con la bolsa de C. en la mano. C. daba palmas con las orejas y vi cómo recuperaba el color en su semblante. Estábamos deshaciéndonos en agradecimientos hacia el taxista y la recepcionista cuando, de repente, aparcó otro coche en la entrada del hotel y bajó corriendo el hombre que nos había alquilado el coche, con el mismo tono lívido que le había visto a C. minutos atrás. Nos encontró a todos allí y también lo vi recuperar el color. Nos explicó que había venido corriendo (o conduciendo rápido) a ver si nos encontraba porque en la guantera del coche que nos había alquilado se había dejado unas llaves de otro coche que tenían para alquilar.

Tanto mi jefa como yo nos acordamos de las películas de Almodóvar (las de los ochenta, se entiende), donde siempre había gente persiguiendo a otra gente que a su vez perseguía a más gente y nos dio la risa tonta.

Y, una vez recuperada la ropa y las llaves, pudo volar cada mochuelo a su olivo. 

miércoles, 22 de marzo de 2017

Anuncios Pesadillescos CCV: Pues yo no reconecto

No tengo palabras para describir lo extremadamente perturbador que me resulta este anuncio.  Intentaré escribir el post sin sufrir una crisis nerviosa en el proceso.

La escena nos sitúa en el interior de una sala de juntas. A la mesa se sientan cuatro hombres y dos mujeres, todos con su traje gris y anodino. Llega una tercera mujer, que supongo que será la presidenta de la junta, también con traje gris pero con un paquete de gominolas en la mano.

Se sienta a la mesa y dice que van a hablar de las gominolas  en cuestión. No sé si es el único punto del día o si hay más materias que discutir como el presupuesto anual o a cuántos van a despedir ese mes pero lo importante es lo importante. Van a hablar de las gominolas.

La que antes se atreve a participar en el debate, coge de la bolsa una nube (o “marshmallow”, para que veáis que tengo idiomas) y, con una cara que pretende ser de niña repipi pero que más bien la hace parecer una loca de psiquiátrico, dice que eso es una montañita blanquita y dulce (podría decir “dulcecita”, ya que está).

Luego habla otro con dos platanitos en la boca, a modo de colmillos, diciendo que así puede ser un vampiro. A continuación, un hípster trajeado juega con un osito de goma diciendo que el oso es astronauta y va a la luna a comerse un platanito.

Un hombre bizco con gafas de culo de botella saca emocionado un corazón de gominola de la bolsita y exclama “¡El corazóoooon!”. En este momento, una mujer también de gafas pero más bien con pinta de Señorita Rottenmeier que hasta ese momento parecía la única cuerda del grupo, ya que observaba la escena con una cara que iba del asombro a la desaprobación, pasando por el descrédito, de repente le arrebata a Rompetechos el corazoncito de la mano y dice que esa es su favorita y que, cuando se la come, se siente una princesa.

Y todos se ríen, encantados de la vida.

Todo esto, ya de por sí, es bastante extraño pero lo que de verdad me pone los pelos de punta es que todos los actores están doblados por niños pequeños (con voces muy extrañas, por cierto; no es que sea yo una gran experta en infantes pero no conozco a ninguno que tenga una voz similar). Así que, si ya de por sí la cosa daba bastante grima, súmale a eso tener que escuchar a gente que ya no cumple los treinta con vocecilla como de dibujo animado. Es extremadamente inquietante.

Tal vez yo sea la rara, porque he leído opiniones en Tú Tubo de gente felicitando a la agencia por la originalidad del anuncio y destacando la importancia de reconectar con nuestro niño interior pero yo confieso que con este anuncio puedo hacer muchas cosas: temblar de miedo, tener pesadillas, clavarme alfileres bajo las uñas en un vano intento por olvidar… pero nunca reconectar.