Escríbeme!!!

¿Sugerencias? ¿Comentarios? ¿Quieres venderme algo o cyber-acosarme? Escríbeme a plagiando.a.mi.alter.ego@gmail.com

jueves, 5 de abril de 2012

Cian, rojo, verde, magenta


En mi empresa hay, digamos, ciertos problemas de logística.

Concretamente, los ordenadores que usamos no son suficientemente potentes para los programas que tenemos que usar. El mío, en concreto, ya ha muerto tres veces. La tercera fue tan estrepitosa que pensé que había perdido todo para siempre. Una noche, cuando cierro los programas para irme a mi casa, me empezaron a saltar un montón de ventanitas con mensajes ininteligibles. Yo, muerta de miedo, pensando que aquello iba a explotar. Con un compañero pensamos que era un virus que había entrado en la red (que de eso también hemos tenido). Cuando llegó al día siguiente uno de mis jefes (el jefe de mi jefa, para que se entienda) estaba mi compañera de la mañana esperándolo como agua de mayo, sin poder trabajar porque aquello no arrancaba ni a la de tres. Como yo soy buena compañera, le había dejado un post-it informándole del incidente y de nuestra sospecha del virus. Total, que nuestro jefe se pone a trastear y dice “Qué virus de red ni qué niño muerto. Se le ha partido el disco duro”. Estupendo, maravilloso. Yo ya me imaginaba mi trabajo de seis años flotando en el limbo (eso del backup en mi empresa no se estila, somos unos valientes). Contra todo pronóstico, consiguió arreglarlo y yo respiré aliviada.

Dado que, al parecer, abrir los ordenadores de mi empresa es un pestiño, mi jefe lo dejó abierto, por si acaso. Utiliza esta misma técnica cada vez que se escacharra un ordenador, así que puedes evaluar rápidamente las bajas sufridas en los equipos en base a los que se encuentran abiertos, enseñando las tripas sin ningún tipo de pudor.

Ayer bajé a fumar con unos compañeros y, cuando me acerqué a su pasillo, vi que uno de los monitores había sido sustituido por una cosa diminuta (no puedo imaginarme el escozor de ojos que tiene que dar mirar eso durante ocho horas) y comenté “Ay, qué monitor tan chiquitito!!!”. Mi compañero se troncha y me dice “Pues no veas, por la resolución que tiene, se apelotonan todas las letras y, aparte, cuando hay que seleccionar según qué opciones en el programa que usamos, hay que pulsar tabulador más espacio más…” (aquí ya me perdí, me estaban doliendo los dedos de imaginarme la contorsión manual).

Ahí fue cuando comencé a pensar hasta dónde llegaría el afán de nuestros empleadores por ahorrar en material informático. En cualquier momento nos van a poner a currar con un Spectrum (Cian, rojo, verde, magenta!!!). Dos horas de trabajo íbamos a perder todos los días en cargar los programas. Ya me imagino la escena:

- Álter, ¿qué haces, que no trabajas?

- Estoy cargando el programa.

(Piiii, piiii, pi pi pi, piiii)

- Pues a estas alturas ya debería funcionar, hijita.

- Ay, calla, que es que he puesto un cassette de Chenoa…

miércoles, 4 de abril de 2012

La guerra de los sexos


Tengo una amiga que siempre dice que hubiese preferido ser hombre porque ellos lo tienen más fácil en esta sociedad injusta en la que vivimos.

Yo lo pienso y lo repienso  (o más bien le doy vueltas porque sigo siendo rubia aunque lo disimule y lo de pensar no va conmigo) y siempre llego a la siguiente conclusión: Sí… y no.

Expongo, a continuación, las ventajas masculinas que me hacen decantarme por el sí.

1. Miccionan de pie, por lo que pueden convertir en toilette cualquier muro callejero. Vale, es una guarrada pero la mar de práctico.

2. Tienen menos posibilidades de que los asalten por la calle.

3. Menos aún de que les roben el bolso.

4. En ciertos gremios, ganan un sueldo hasta un 20% superior a sus pares femeninas (gran injusticia gran).

5. Pueden vivir felices sin ser denostados por la sociedad si no se depilan las axilas.  

6. No sufren cambios hormonales, dolores y penurias varias cada 28 días.

7. Se ahorran un pastizal en cosméticos.

8. Tienen más posibilidades de alcanzar un puesto alto en la escala jerárquica de una empresa.

9. Biológicamente, centran toda su atención en realizar una tarea cada vez, lo que los libra de tener que asumir veintisiete compromisos al tiempo.

10. No le buscan el doble sentido a nada, por lo que viven mucho más tranquilos en ese sentido.

Y ahora vamos a por las ventajas femeninas que me hacen decantarme por el no:

1. El tener las hormonas alteradas no tiene por qué ser una desventaja. Podemos usar esa excusa aunque estemos en la primera semana del ciclo. “No puedo mover esa caja porque me duelen los ovarios”, “tráeme chocolate”, “normalmente no lloro pero es que estoy sensible”. Colará, seguro.

2. Para las que conducen, es mucho más fácil que un gentil caballero se ofrezca a cambiar una rueda pinchada en mitad de la carretera. Ojo, esto no quiere decir que no haya que saber hacerlo. Siempre se te puede quedar el coche en Mordor y a ver cómo  le pides a una vaca que te ayude con los neumáticos pero, habiendo civilización cerca ¿qué necesidad tenemos de rompernos una uña o mancharnos la ropa?

3. Todo, absolutamente todo, se puede conseguir con un buen pestañeo. ¿Que ves que el razonamiento, las buenas palabras y la lógica pura no bastan para que cumplan con tus requerimientos? Tú pestañea. Pestañea tanto que parezca que vas a echar a volar. Verás como tus deseos se hacen realidad.

4. Se nos permite usar palabras que, en labios de un hombre heterosexual, provocarían que quien las haya pronunciado sea objetivo de las burlas de todo un año, tales como “mono”, “cuco” (con su versión, aún más ridícula pero también permitida en mujeres, “cuqui”) o “divino”.

5. Podemos usar prácticamente todo tipo de ropa, lo que nos hace versátiles para cualquier situación, desde una cena de gala hasta un ascenso al Himalaya.

6. Atamos cabos con mucha facilidad. Es mucho más difícil que nos la cuelen.

7. Podemos recordar detalles insignificantes y dejarlos ahí guardaditos para cuando nos venga bien sacarlos a la luz. El grado de utilidad que le busquemos será directamente proporcional a nuestra perversidad, claro está. Pero, lo que es poder, podemos.

8. Somos capaces de mantener varias conversaciones simultáneas. No vale para nada pero mola un montón tener estas habilidades inútiles.

9. Cuando nos atusamos el pelo, se dice que hasta estamos sexy. Si lo hace un chico, o se piensa que tiene un tic, o que tiene piojos.

10. Aquí no pongo nada. Vamos a dejarles esta de ventaja, criaturicas…

Nota: No soy feminista. Ni quiero serlo. Pero estoy muy feliz y muy orgullosa de ser mujer e igualmente feliz por tener cerca tantos hombres fantásticos. 

martes, 3 de abril de 2012

Anuncios pesadillescos I: El control de olor


Hoy inauguro un nuevo tópico en mi blog. Me niego a llamarlo “sección” porque, básicamente, tendrá la periodicidad de cuando a mí me dé por ahí y, claro, eso no es serio para una sección.

Se trata de ciertos anuncios televisivos (radiales también los hay pero no todo el mundo escucha la radio) que me ponen los pelos como escarpias y a los que me dedicaré a destripar vilmente sin ningún tipo de piedad ni miramiento.

El primer “privilegiado” de aparecer en este blog, va a ser un anuncio de compresas. Ya sabéis que nunca digo marcas así que tendré que apelar a vuestra buena memoria y perspicacia.

La marca de compresas en cuestión ya nos tenía acostumbrados a anuncios donde una mujer de rojo te perseguía por los pasillos intentando ponerte de los nervios y aterrorizando a niñas de instituto. Antes de esto, nos habían deleitado con anuncios filosóficos donde nos forzaban a preguntarnos sobre el aroma de los fenómenos meteorológicos.

Este año (o en lo que va de él) parece que han decidido dejarse de sutilezas y, para demostrar lo fantástico del control de olor de sus compresas, han puesto a tres chicas (no quisiera yo estar en su piel) vestidas con falda y colores estridentes, realizando una coreografía sentadas en un banco.

Al, principio, están como muy modositas, con su pelo recogido, leyendo libros (se ve que el hecho de leer te convierte en una persona seria que se niega a divertirse). En determinado momento, abandonan el libro y se sueltan la melena, en plan salvaje.

Hasta ahí, bizarro, pero bueno, ya no nos vamos a sorprender a estas alturas. El matiz viene cuando, al llegar al último paso de la coreografía, separan ostentosamente sus rodillas para demostrar las bondades del producto.

Yo, en mi ignorancia habitual, me pregunto ¿realmente hay necesidad de esto? Digo yo que habría formas un poco menos denigrantes de anunciar el control de olor para una compresa. ¿Significa esto que, si usamos las compresas de marras, vamos a andar por la calle dando saltos y abriendo las piernas al caminar como si fuésemos un velociraptor? ¿Hay que vestirse así? No sé. Me plantea muchas incógnitas este anuncio. Me asquea y me desconcierta a partes iguales.

¿Qué opináis vosotros? ¿Os causa la misma sensación de estupor que a mí o ya habéis perdido la capacidad de asombro?

lunes, 2 de abril de 2012

De cómo casi muero pero, al final, no


Era una noche de invierno. Yo vestía abrigo marrón, vaqueros, botas de gamuza marrón, bolso verde, gorrito verde y pashmina verde.

Parecía un árbol con musgo.

Mi churri había bajado a la calle para acompañarme desde el Metro hacia nuestro nidito de amor.

La calle, desierta (la noche, ideal) salvo por un chico de aspecto sospechoso que cruzó la calle hacia nuestra acera y comenzó a caminar en pos nuestro, demasiado pegado para mi gusto. Sobre todo porque, a esas horas, no hay necesidad de arrimarse a nadie. Tal vez el muchacho tenía frío o se sentía solo. A mí me empezaron a asaltar las inseguridades y tenía miedo a que las inseguridades no fuesen las únicas que me asaltasen esa noche.

El churri y servidora doblamos la esquina y, al llegar al portal de nuestro edificio, sentí que tiraban hacia atrás de mi pashmina, intentando ahogarme con intenciones aviesas, si es que se puede tener otro tipo de intenciones al ahogar a una persona.

Mi estado de nerviosismo alcanzó su grado máximo y comencé a forcejear debatiéndome entre la vida y la muerte. Cuando creía que había llegado el fin, veo que mi churri me mira con ojos asombrados preguntándose a qué venía tanto alboroto.

Fue sólo entonces cuando me percaté de que no estaba siendo atacada por un facineroso sino por un cubo de basura con la tapa rota, en la cual se había enganchado mi pashmina al pasar.

El muchacho solitario (o friolero) había seguido su camino. Yo, con los sentidos atrofiados por el pavor, no me percaté de este hecho y había continuado convencida de que ese ser abyecto iba aún tras nuestros pasos.

El resultado de esta historia fue un ataque de histeria, una vergüenza espantosa y la firme convicción de que soy la reencarnación de Isadora Duncan.

domingo, 1 de abril de 2012

El laberinto del Minotauro


Ayer tocó ir al Super a hacer la compra del mes.

El Super es un lugar extraño. Detesto ir. Vamos sin ganas, estamos deseando terminar para irnos a casa pero, aun así, siempre acabamos entreteniéndonos en cualquier chorrada.

Creo que en el Super hay un portal dimensional o algo. Tú sabes cuándo entras, pero nunca cuándo sales. Cuando entramos era plena tarde. Salimos siendo casi de noche.

Es en el Super donde uno deja de sentirse especial. Pasa como con el baño. Ahí convergemos todos. Ricos y pobres. Bueno, los ricos muy ricos no van al Super porque mandan a sus asalariados. Yo empezaré a hacerlo a partir de la semana que viene, que ya he dicho que me va a tocar el Euromillón. Me iba a tocar esta semana pero cedí el turno, que tampoco tenía tanta prisa.

Bueno, a lo que iba, que ahí no hay manera de sentirse diferente, oye. Vamos todos con carritos, al son de la misma música, comprando más o menos los mismos productos… aunque nosotros siempre pillamos algo de la sección internacional. Por probar cosas diferentes, por comprar algo que no lleve todo el mundo y porque nos gusta que nos sableen, supongo, porque hay que ver los precios de algunos productitos.

El asunto es que, aunque ya llevamos la lista hecha desde casa para poder ir rápido, comprar lo que necesitamos y pirarnos de una buena vez, siempre hay algo que nos llama la atención. Y, claro, vamos perdiendo tiempo, perdiendo tiempo…

Otro tema es lo de ir al Super en sábado. Si por nosotros fuese, preferiríamos ir entre semana que está medio vacío y es una gozada. Los niños están en el cole, la mayoría de la gente trabajando por lo que no hay parejas y los canis están en el Insti o haciendo pellas por ahí, pero no en el Super avituallándose para el botellón.

Pero el sábado es el único día que coincidimos para poder ir los dos. La verdad sea dicha, podría ir sólo uno, ya que la compra nos la llevan a casa por aquello de que nosotros no contamos con vehículo pero hay algo en eso de ir a hacer la compra que lo convierte en una tarea familiar. Algo para hacer en pareja como ir al cine o a pasear por el parque.

Para colmo de males, el Super al que vamos siempre nosotros, ha sufrido recientemente una reforma, por lo que nada está donde solía estar. Ya es la segunda o tercera vez que visitamos el Super con la nueva distribución pero, oye, que no hay manera. Eso como el laberinto del Minotauro. Damos más vueltas que una peonza, recorremos el mismo pasillo tres veces, hay cosas que se nos olvidan porque ni las vemos. En fin, un caos. Somos animales de costumbres, no hay más vueltas que darle. Yo opino (aunque mi churri insiste en que lo mío es mera paranoia de teoría de la conspiración) que lo hacen a propósito ya que, cuando uno se conoce el caminito, tiende a no desviarse del mismo. Va a los pasillos que le interesan y se distrae menos así que, de vez en cuando, hacen una reforma y lo ponen todo patas arriba para que te tengas que recorrer el establecimiento entero aunque sólo hayas ido a buscar un bote de aceitunas (sin hueso, por favor).

Menos mal que esto sólo pasa doce veces al año. Habrá que verlo desde ese ángulo porque, de otra forma, creo que no conseguiría reunir fuerzas para repetir la experiencia.