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jueves, 28 de septiembre de 2017

Arreglar desarreglando

Como ya hemos terminado de relatar las vacaciones (lo que me cunden a mí una vacaciones de una semana en materia bloguerística), volvemos a relatar situaciones surrealistas de mi cotidiano vivir, que nunca faltan y son la sal de mi vida.

En este caso, más que la sal de mi vida, fue la sal de la vida del churri, ya que yo únicamente oficié como espectadora pero como él no tiene blog, me adueño de su experiencia y os lo cuento.

Nosotros tenemos televisión de pago. Vamos, que somos tan pardillos que pagamos para hacer lo que hace gratis casi todo el mundo. Esto es, recorrer toda la parrilla de canales con el mando para terminar sentenciando  “no echan nada”. La única diferencia es que la parrilla de canales sobre la que hacer zapping es mucho más extensa.

El caso es que descubrí un buen día mientras me dedicaba a la noble actividad del zapping, que en el canal 11 aparecía un cartelito señalando que era un canal de suscripción y que, si queríamos contratarlo, teníamos que llamar a atención al cliente. Sabía yo que era un canal de suscripción pero lo curioso es que sí estamos suscritos a ese canal y, más curioso todavía, que va en paquete con el canal 12, y ese se veía perfectamente.

Hicimos lo habitual: Resetear el decodificador, volver a descargar los canales… pero nada. Así que el churri, que es el titular del servicio, llamó ipso facto. Con “ipso facto” quiero decir que llamó cinco días más tarde, harto de escucharme diciendo “Chiqui, tienes que llamar a lo de la tele”, “¿Has llamado a lo de la tele?”, “¿Cuándo vas a llamar a lo de la tele?”. Yo puedo ser muy intensa cuando quiero. A todo esto, debo puntualizar que tampoco se me iba la vida en ver o no ver ese canal pero saber que algo no está como debería desestabiliza mi escaso equilibrio mental.

Pues eso, que llamó. Le dicen que resetee el deco. Lo hace, pese a que ya estaba hecho, porque es muy obediente. Lo malo de eso es que nuestro deco tarda la vida en volver a pillar señal cuando se enciende, así que ahí teníamos que tener a la muchacha esperando. Volvemos a descargar los canales con idéntico resultado. La chica refresca los canales en remoto y  ¡ya se ve el 11! ¡Albricias! ¡Aleluya! Ah, no, que no está arreglado porque se ve el 11 pero no se ve absolutamente nada más.

Vuelve a refrescar los canales (con su subsiguiente reseteo de deco y tiempo de espera para que eso vuelva a su ser). Le pide al churri que mire a ver si ya se ve todo. Pues se ve… casi todo. Ahora hemos perdido el 12. Yo estaba a punto de gritar “¡Trata de arrancarlo, por Dios!”.

La chica, creo que harta de nosotros y deseando quitarse el marrón de encima porque estaría próxima su hora de merendar, le dice al churri que no se preocupe, que eso será porque todavía no se han refrescado todos los canales pero que en un ratito seguro que ya se ve y finaliza la llamada porque somos unos cansinos. El churri también tenía pinta de estar deseando terminar con aquello, que ya llevaba su buena media hora. Yo no, porque me estaba frotando las manos pensando en el pedazo de post que pensaba escribir (helo aquí).

No sé si por casualidad o porque al final tocó algo más, pero el caso es que tenía razón y, un rato más tarde, ya se veían todos.

Me recordó a esos juegos de lucecitas, donde tienes que dejar todas las bombillas encendidas pero cuando enciendes una se apagan otras tres. Al final se consigue pero hay que echarle paciencia.

Como a todo en esta vida, por lo visto.

P.S. Sí, me ha quedado largo pero me pilláis con el día vago y no me da la gana editar. Además, me dijo mi querida amiga Madre Desesperada que al SEO le gustan más los posts largos. Creo que a los lectores no tanto pero qué sabréis vosotros.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXX: Me han hecho los deberes

Vengo hoy con un anuncio de vaqueros. De prendas vaqueras, quiero decir, no de un anuncio estilo western. Probablemente lo hubiese dejado correr porque en sí mismo no me resulta demasiado pesadillesco. Bueno, seré franca: no me resulta nada pesadillesco.  “¿Y por qué lo sacas a colación entonces?”, estaréis gritando a la pantalla. Pues leed el post entero y os vais a enterar, ansiosos, que sois unos ansiosos.

No hay mucho que relatar porque en realidad en el anuncio no sucede gran cosa. Vemos gente enfundada en sus vaqueros y sus cazadoras también vaqueras (ah, bueno, creo que ahora lo que mola es decir “denim”) a lo largo y ancho del planeta. Bailando. Sí, todos bailan. Bailan en África, bailan en Asia,  bailan en discotecas occidentales, en clubs de New Orleans, bailan los turcos, los latinos del Bronx, los niños, los adultos, los viejecillos… en la calle, en casas, en el campo. Bueno, creo que os hacéis una idea de lo que quiero decir. Que se ve gente bailando, bailando mucho y bailando bien. Y usando vaqueros. Al final del anuncio, podemos leer la frase “Vive como bailas” y el logotipo de la marca de ropa en cuestión.

Y ya.

Bailan todos divinamente y, como yo me quedo embobada viendo a la gente bailar, pues, como decía, no se me hubiese ocurrido traer el anuncio a esta sección pero el caso es que, antes siquiera de haberlo visto yo, me encontré con este tweet de mi querida Naar:


Así que mi Naar me ha hecho el trabajo para esta semana.

Poco más puedo añadir, así que me temo que el post de hoy va a quedar un poco escaso. Solamente diré que, en realidad, da igual si eres un prodigio de la danza o si te mueves como puedes. Lo importante es bailar. Es ser feliz. Es dejar que la música mueva vuestros piececillos hacia donde sea y os olvidéis del stress, de los malos rollos y del conductor de autobús que no os respondió cuando le distéis los buenos días. Bailad siempre que podáis.

 Pero el tweet es tan sublime, tan bueno y tan gracioso que ahí os lo dejo para vuestro deleite.


Y seguidla, no seáis bordes. 

lunes, 25 de septiembre de 2017

Crónicas Felinas CCXXVII: Noche de juerga

Marrameowww!!!

Dado que la bruja me recriminaba que no habíamos hecho suficientes maldades la semana anterior, esta he decidido poner toda la carne en el asador para que no se queje

La semana pasada transcurrió bastante tranquilita. La bruja ya estaba un poco de los nervios, pensando que al final yo iba a cumplir mis amenazas de dejar desierta esta sección. No sé si azuzado por una bruja sedienta de contenidos o motu proprio, el consorte decidió la noche  del viernes darnos hierba gatera o catnip o como lo queráis llamar (ellos lo llaman “droga para gatos, directamente).

No sé qué tienen esos hierbajos que nos da por revolcarnos y pedir más. A mí en lo personal  (o tal vez debería decir “en lo felino”) creo que me hace más efecto la valeriana pero para pasárselo bien un viernes por la noche cualquier sustancia psicotrópica es buena. Total, que el consorte nos dio la hierba gatera y, luego de ver ratones rosas y revolcarnos un poco, a Munchkin y a mí nos dio por pelearnos. No sé ni cuál fue el motivo: tal vez por mantener la hegemonía sobre la mesa donde descansaba el material (lo que la bruja catalogó más tarde como una reyerta por conservar el territorio de la droga) o si simplemente se debió a alguna desavenencia no resuelta convenientemente en el pasado. No llegó la sangre al río, tampoco os vayáis a creer. Más que nada porque aun drogados somos conscientes de que tenemos objetivos comunes que priman sobre cualquier desacuerdo vano y también porque no tenemos ningún río cerca.

Luego de la pelea de yonquis (bruja dixit), decidimos que ya era hora de que nos fuésemos todos a dormir. Pero el problema fue que la resaca nos dio hambre, por lo que a las siete de la mañana ya estaba yo fastidiando para que me diesen de comer. El consorte me echó del dormitorio para que me fuese a hacerle compañía al otro resacoso. Al rato empecé a maullar para que me dejaran entrar. Me dejaron entrar porque son unos blandos y, acto seguido, el imberbe, que había estado muy calladito hasta entonces, empezó también a maullar desde el otro lado de la puerta para que lo dejasen entrar también a él.

Conclusión, el consorte se tuvo que levantar a las ocho y media de la mañana porque la bruja dijo que se negaba a levantarse a esas horas. Para que luego digáis que es buena. Me dio un poco de pena porque mi plan era lograr que la que se levantase la bruja, que para eso se levanta a las cinco de la mañana todos los días y no queremos que pierda el ritmo, que luego los lunes son muy duros. En el fondo lo hago por su bien. En esta historia todavía no tenéis claro quiénes son los malos.

En conclusión, que al final no sé si fui manipulado para dar contenido al blog pero la noche de juerga no me la quita nadie.

Prrrrrr.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Vacaciones tranquilitas VI: Cómo sobrevivir a un día en el aeropuerto

Abandonando La Gomera
Diciendo adiós a La Gomera
Y definitivamente había que volver a los Madriles. Nuestro vuelo de vuelta salía a las siete de la tarde pero, como no habíamos conseguido una combinación de ferry-vuelo que nos sirviera, tuvimos que ir saliendo del hotel a las nueve de la mañana.

Camionetita por carretera sinuosa una vez más (Álter con el corazón encogido también una vez más) y viaje en ferry de cuarenta minutos hasta llegar a Tenerife. Me mola el ferry como medio de transporte. Te pones en la parte de fuera y te va dando la brisa marina (bueno, brisa o más bien un vendaval pero es de lo más agradable). Es que me gusta ver agua, qué le vamos a hacer.

Llegando a Tenerife desde La Gomera
Llegando a Tenerife
Nos vino a buscar el taxista al puerto para llevarnos al aeropuerto de Tenerife Norte. Teníamos intención de dejar el equipaje en consigna para poder pasear un poco hasta que saliera nuestro avión pero habíamos buscado en Internet y hasta llamado por teléfono a Aena y todos nos decían que dicho aeropuerto no contaba con consignas. Como yo no daba crédito, lo pregunté de todos modos en el mostrador de información, donde me sacaron de dudas definitivamente. En el aeropuerto de Tenerife Norte no hay consignas. Muy mal, aeropuerto de Tenerife Norte.

Así que nos tocaba estar atrapados allí durante unas ocho horas (seis, si contábamos con que a las cinco ya se podía facturar el equipaje y, al menos, recorrer el Duty Free Shop). Me compré un par de revistas de pasatiempos y nos sentamos a ver la vida pasar. No os cuento el dolor de cuello con el que terminé de estar en una silla incómoda completando crucigramas y sudokus. De a ratos me levantaba y daba una vuelta por allí. Si necesitáis saber dónde está algo en ese aeropuerto, os puedo dibujar hasta un croquis.

Fuimos a comer cualquier porquería ya que en los aeropuertos nunca tienen delicias locales sino platos precocinados de dudosa procedencia. Como idea de negocio yo propondría montar restaurantes chulos en los aeropuertos, que a veces uno se ve ahí atrapado y le apetecería darse un homenaje de buena comida con su sobremesa, su copa y su puro.

Por fin facturamos el equipaje y tengo que decir que el Duty Free, con tantas ganas que le tenía, resultó ser una decepción. Era pequeñito y no tenía nada demasiado interesante. A lo mejor es que me había creado unas expectativas muy altas.

Aeropuerto de Tenerife Norte
Ese no era nuestro avión, pero
a esas alturas me hubiese subido
a cualquiera
Aprovechamos para conocer los baños de la zona de embarque porque los de la zona de llegadas ya los teníamos muy vistos y para tomarnos un café mientras yo mandaba a mi madre el decimoquinto mail del día.

Arribamos, por fin, a la T2 de Barajas. Llegamos tardísimo y ya habían cerrado todos los sitios donde se pudiera comer (sí, en la T2 cierran todo aunque llegan vuelos a todas horas, son unos genios). En casa no teníamos nada que cenar porque habíamos vaciado la nevera, así que nos tocó ir hasta la T4, donde nos habían dicho que había un Burger abierto 24 horas. No había más opciones. Mi experiencia culinaria iba decayendo según se terminaban las vacaciones.

Pero bueno, que me quiten  lo bailado. Había pasado una semana estupenda y no iba a permitir que una vulgar hamburguesa y el hecho de haber hecho un viaje más largo que si me hubiese ido a ver a mi madre a Montevideo me arruinase las vacaciones. Aparte, esta vez no me accidenté ni me enfermé a la vuelta, como suele ser mi costumbre y ya os he contado en relatos anteriores.

Y si el viaje de vuelta hubiese ido sobre ruedas, tal vez no hubiese tenido nada que escribir para hoy. 

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXIX: El lácteo con superpoderes

Hace mucho que no traigo anuncio internacional, así que hoy era un día tan bueno como cualquier otro para echar mano de un aporte desde el otro lado del charco. Esta, concretamente, viene desde Argentina de la mano de El Demiurgo de Hurlingham que es un colaborador casi fijo de esta sección.

Siempre he dicho que a mí la publicidad argentina, en términos generales, me parece muy buena pero, claro está, a veces patinan, como en esta ocasión.

Vemos a un chico en una barca en medio de un lago. El locutor nos habla de desolación y el pobre chico grita “Noooooo” (será por la desolación, claro) mientras la cámara se aleja mostrando cantidades de agua a su alrededor para darnos una imagen de soledad absoluta.

En la siguiente secuencia vemos a otro chico que juega al pingpong con… nadie. Tira la pelotita desde su lado de la red y, del otro lado, no hay nadie para recogerla, cayendo ésta irremediablemente al otro extremo de la mesa.  Una imagen de lo más triste y supongo que por esto, el locutor dice “tristeza”.

Luego vemos a una chica bajo un paraguas en la puerta de un cine. No sé por qué las escenas de abandono siempre tienen que incluir lluvia ¿Los días de sol no se deja plantado a nadie?

Nos explican que el motivo de tanto abandono es la pachorra. No sabemos por qué motivo los amigos con pachorra no son gente real sino unos muñecos de felpa amarillos muy extraños, que se abanican o se tumban en un sofá sin ganas de hacer nada (yo en cualquier momento me convierto en uno de ellos).

Pero llega uno que tiene el remedio al terrible mal de la pachorra. Un yogur. Sí, un yogur, yo qué sé. Le hace entrega del yogur al chico del pingpong mientras le dice que se va a convertir en un héroe. El “pingponero” lanza por los aires el yogur, que cae en la mano del muñeco que se abanicaba y, milagrosamente, se convierte en un ser humano. Lo mismo sucede con el muñeco que se había quedado en el muelle sin subir a la barquita y con la muñeca que dormita en el sofá, a la que su amiga le lanza un yogur desde la puerta del cine.

Todos se comen su yogur y corren a los brazos de sus amigos porque, al parecer, es un yogur que te da muchísima energía. No sé si es porque tiene cereales o a saber qué será lo que tiene…

Así que ya sabéis. Si teméis que vuestros amigos os vayan a dejar plantados, dadles un yogur antes de salir y tendréis fiesta asegurada hasta la madrugada. En lo particular, desde que vi este anuncio siempre llevo un yogur con cereales en el bolso y si veo, un suponer, que la cajera del supermercado está un poco lenta, le abro la boca y se lo echo en el gaznate. No veáis cómo vuelan los productos por la cinta.

N.del T. Aquí en España el significado de “pachorra” es más fiel a la RAE y se usa para hablar de una cierta lentitud en hacer las cosas. En el Río de la Plata se utiliza más bien para referirse a la pereza.