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lunes, 31 de octubre de 2016

Crónicas Felinas CXCII: Esto es Halloween

Marrameowww!!!

Hoy es el día más terrorífico del año. La bruja se ha ido por ahí a hacer brujerías y a participar en la carrera anual de vuelo en escoba que para ella ya es una tradición, aunque dice que para sus desplazamientos diarios prefiere la aspiradora porque es más rápida. Que ella es una bruja moderna y lo de la escoba está muy bien como elemento nostálgico pero para los desplazamientos rápidos nada mejor que una aspiradora high-tech turbo power, que vuela veloz como el viento.

Y yo, como buen gato negro que soy, se supone que debería estar también de parabienes, dejándome seducir por el influjo de la luna. Pero no, porque siempre he sido más de intelecto que de magia negra. Así que aquí estoy, intentando dormitar en el sofá mientras el imberbe me maúlla en el oído, alcanzando unos decibelios que harían palidecer de envidia a cualquier after-hours que se precie, cosas como “¡Tengo hambreeeeeee!”, “¿Cuándo van a venir estos irresponsables a darnos de comer?”, “¡Tengo muchísima hambreeeeeee!”, “Voy a desfalleceeeeer”, “Moriré de inanicióooon” y vuelta a empezar.

Y, claro está, así no hay quien duerma. Ni siquiera hay quien se deje seducir por el influjo de la luna, si ese fuera mi deseo. A ver si la bruja vuelve pronto y le da de comer a éste que, más que Munchkin, debería llamarse Limeño, por aquello de que come más que una lima nueva (Sonido de platillos: Tssssssss”).

Espero que vosotros estéis teniendo un Halloween más apacible que el nuestro. O, al menos, más apacible que el mío. Allá Munchkin con su hambre eterna; yo sólo quiero dormir. Y no sólo es el niñato el que me lo impide, no. Al César lo que es del César. También hay niños humanos dando por saco a cada rato tocando el timbre (con lo nervioso que me pone a mí el timbre) y creo que andan pidiendo golosinas de puerta en puerta, cual comerciales de compañía eléctrica. Estoy por mandar a Munchkin con ellos, a ver si pilla algo comestible y se deja de fastidiar ya de una buena vez. Esta está siendo una auténtica noche de terror, aunque cada uno tenga unos parámetros diferentes para ponderarlo.

Al final vais a tener razón los que decíais que, de tanto renegar de los humanos y meterme con ellos, el karma me terminaría castigando. Negaré bajo juramento haber dicho esto alguna vez per o tengo que reconocer que, en estos momentos, estoy echando mucho de menos a la bruja. Si estuviera aquí, correría rauda a satisfacer el apetito voraz de esta fiera que, más que estómago, tiene un agujero negro en la barriga y, por otro, echaría a escobazos a los niños disfrazados para que no perturben mi descanso.

Porque ella es así. Será muy bruja pero respeta el sueño ajeno, cosa que nosotros no hacemos porque está más que claro quién ostenta los privilegios y quién manda en esta casa.

En fin, como dijo Scarlett, mañana será otro día.

Prrrrrr.

jueves, 27 de octubre de 2016

Mi experiencia gallega II: Día 2 en A Coruña


El segundo día nos levantamos tempranito y nos homenajeamos con un opíparo desayuno, a fin de tener fuerzas para la caminata que nos esperaba. Nuestro plan era recorrer el paseo marítimo casi en su totalidad, deteniéndonos a contemplar diversos sitios de interés. Hoy os voy a acribillar a fotos pero es que no me decidía sobre las que poner. Es todo tan bonito…

A veinte minutos de empezada la caminata. Prestad atención al
edificio raro que tengo a mis espaldas. Será nuestro punto de
referencia para calcular la distancia recorrida.

De modo que nuestro periplo comenzó en La Marina, zona donde estaba situado nuestro hotel. Fuimos contemplando el mar y las playitas. Confieso que me enamoraron esas mini-playitas tan tranquilas. En una de ellas recogí una concha de lapa para mi colección. Creo que las conchas marinas es lo único que colecciono desde que era pequeña.






Con los dólmenes



Seguimos andando y andando y llegamos al Campo de la Rata, donde en 2001 se inauguraron unos dólmenes diseñados por Isaac Díaz Pardo, en homenaje a las víctimas del franquismo. Casi al ladito, se inauguraron en 2003 los “Menhires por la Paz”, obra del escultor gallego Manolo Paz. No pude resistir la tentación de sacarme una foto haciendo el chorra con los menhires. Yo soy así.




La chorri-foto: "Soy un gnomoooo"


Ya cerca de la torre.
Y ya, por fin, estábamos llegando a la Torre de Hércules, que data del Siglo I y es el más antiguo en funcionamiento en el mundo. Da como una cierta emoción eso de saber que uno está recorriendo algo tan extremadamente antiguo y me daba por pensar cuánta gente habría pisado esos mismos escalones. Doscientos treinta y cinco, para ser exactos.  Y sí, los subí toditos.

El antes de los 235 escalones.

El después


La flecha señala el edificio raro. Lo teníamos ya bastante lejos.

Bajar fue más fácil que subir y fuimos a la Rosa de Los Vientos, donde hicimos un par de fotos que no mostraré porque había mucha gente y me da pereza tapar tanta carita. Ahí os la muestro vista desde las alturas.

La Rosa de los Vientos


Ya eran horitas de ir comiendo, porque el hambre apremiaba, así que fuimos a la Taberna do Cunqueiro, porque teníamos buenas opiniones de ella pero, por desgracia, estaba hasta arriba, así que comimos (muy bien, por cierto) patata rellena, croquetas y unos pescaditos fritos (que no recuerdo cómo se llamaban, lo siento) en El Rincón de Eli (Rúa Estrella, 42). El churri no quería sentarse en la mesa que había elegido yo porque estaba al lado del baño pero, como yo no me quería sentar donde se quería sentar el churri, al final gané yo. Y hete aquí lo que es la providencia: Observé que la gente dejaba monedas encajadas entre las piedras de la pared. Me puse a contemplar las que teníamos junto a nuestra mesa y, cegata como soy, observé que una de ellas no era una moneda local. Me acerqué a observarla más de cerca y, mirad lo que me encontré:

Por si no se ve bien, es la cara de Artigas (prócer de mi patria)
y la leyenda "República Oriental del Uruguay"

Pues sí, Uruguay volvía a hacer acto de presencia. Me dio que pensar que, de no haber estado lleno el que habíamos elegido en un principio o de haber hecho caso al churri en la elección de la mesa, nunca hubiese visto esa moneda.

El elevador
Ya satisfecha nuestra hambre voraz, pusimos rumbo al elevador del Monte de San Pedro, que es como una bola gigante y transparente que asciende los 60 metros de altura del monte, desde el que se obtienen unas vistas fantásticas. Sólo le pongo un “pero” y es que podrían limpiarlo un poco. No soy tan tiquismiquis pero las arañas tenían ahí construida una mansión. Eso sí, cabe destacar la tremenda amabilidad del chico que nos subió a lo alto y nos explicó cómo teníamos que hacer el camino para llegar a la parada de autobús que nos devolvería al hotel. Majísimo el muchacho. Sólo por eso les perdono las telarañas.

Y, luego de una extensa caminata hasta la parada de autobús. Conseguimos llegar al hotel justo antes de que empezase a llover como si no hubiese un mañana. No es que nos hayamos librado de mojarnos porque hubo que salir a cenar. El elegido, en esta ocasión, fue el Restaurante da Penela (Plaza de María Pita, 12), que es el hermano mayor y finolis de la taberna donde habíamos cenado la noche anterior. Cenamos zamburiñas y, de segundo, el churri se pidió una merluza a la gallega y yo una cazuela de almejas con pulpo y langostinos que era una gloria. De postre, filloas. Todo muy rico. No sé si el camarero era sieso o si tenía miedo de que no le pudiéramos pagar la cuenta al ver nuestras pintas, que hay que reconocer que no eran las más elegantes para un sitio así (amén de que llegamos ensopados) pero, al salir, me dieron ganas de decirle “Qué susto, ¿eh?”. No lo hice. Tan chorra no soy.

Y a dormir porque estábamos muertos y al día siguiente había que poner rumbo a Santiago de Compostela. El churri calcula nuestra caminata de ese día en 18 kilómetros, así que teníamos el descanso bien merecido. Os dejo con más fotitos hasta la semana que viene:

No es Nicki Minaj. Soy yo, mirando en lontananza.

Caminando por el Paseo Marítimo.

Una mini-playita.

Justo en el centro de la imagen tenemos nuestro edificio-referencia.

Los menhires, sin mí haciendo el ganso.

La Torre de Hércules, vista de más cerca.

Vistas desde la Torre de Hércules.

Un pulpo. Llegando al Monte de San Pedro.
Al lado de su ojo izquierdo vemos la Torre de Hércules pequeñiiiiita.

Vistas desde el Monte San Pedro. Una vez más, la flechita roja
señala el edificio que hemos utilizado como punto de referencia.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXXVIII: ¿Nunca habéis bailado con un pollo?

Lo que hoy traigo no es tanto un anuncio sino… ¿un spin-off? No sé muy bien cómo describirlo. Había visto en la tele un anuncio de unas galletitas donde un pollo gigante que me recuerda en cierta forma a la Gallina Caponata se presenta en una fiesta de cumpleaños para amenizar el cotarro. Esto, de por sí, ya era material destripable pero, cuando me puse a investigar en las redes, descubrí (no sin cierto horror) que el pollo en cuestión tiene tema musical y un videoclip de unos dos minutos de duración donde apenas aparecen las susodichas galletas en algún momento. Y me dije “Álter, has dado con un filón”. Así que paso del minianuncio de veinte segundos y hablaré del videoclip, porque hasta lo más surrealista que pueda uno encontrarse en la tele es capaz de superarse a sí mismo.

En la primera escena tenemos a un chaval durmiendo, evidentemente tras una noche de fiesta. Su móvil no le deja dormir la mona en paz porque no hacen más que entrar mensajitos de amigos comentando la jugada.  Creo que al lado del móvil está el paquete de galletitas pero no podría jurarlo. A continuación comienza a sonar un… ¿techno-reggaeton? y el asombrado resacoso se encuentra frente a frente con el pollo que, a los pies de su cama, juega con una pelotita. No es que le haga mucho caso, tampoco. Se cubre la cabeza con el edredón y sigue durmiendo.

La escena cambia y nos encontramos en un despacho. Un jefe mal encarado acumula montones de papeles sobre la mesa de una chica con gafas de pasta. Al lado de los papeles, descansa un paquete de galletitas. Hay que estar atento porque, si no, te lo pierdes. Me da que esto es publicidad subliminal. El jefe amenaza a la muchacha con el dedo pero el pollo viene en su rescate y, apuntando el ventilador de pie hacia la cabeza del jefe, consigue volarle un peluquín, provocando su vergüenza.

Ya por la noche, el pollo se acerca a una discoteca de estas con cordón de terciopelo. El de la puerta no deja pasar a un chico y el pollo, en una hábil maniobra disuasoria, se pone un vestido de lentejuelas y pestañas postizas para así aprovechar el encandilamiento del de seguridad para que se cuele todo el mundo. Una vez cumplido su objetivo, el pollo se aleja con su vestido, meneando las caderas cual corista de Las Vegas venida a menos.

Y este despropósito culmina en la azotea de un edificio, donde se ha montado un fiestón padre y todo el mundo, incluidos el pollo y el de la puerta de la discoteca anterior, bailan como poseídos al ritmo de… lo que sea eso. Hay que aclarar que la parte del bailoteo dura un minuto de los dos minutos que dura el vídeo. Se ve que ya no se les ocurrían más situaciones en las que un pollo gigante pudiese hacer su aparición.

Si es que alguna vez existió alguna.

lunes, 24 de octubre de 2016

Crónicas Felinas CXCI: Sembrando el caos

Marrameowww!!!

Hoy vengo a relatar algo que sucedió un tiempo antes de que la bruja y el consorte se fueran de vacaciones, dejando el blog (y a vosotros, de paso) abandonados de mala manera.

Es costumbre en esta casa que, cuando los humanos cenan, nosotros andemos zascandileando por ahí, viendo a ver si pillamos algún manjar que tengan a bien invitarnos o, en su defecto, alguna migaja que caiga como consecuencia de su legendaria torpeza. Prácticamente cualquier cosita nos viene bien porque somos poco exquisitos y, cuando tu dieta habitual consiste en pienso, pienso y más pienso, cualquier variación es recibida con gozo y algarabía, como si de caviar de beluga se tratase. Sé que suena triste, pero es real como la vida misma.

Pues bien, hete aquí que una de estas noches, estábamos el imberbe y yo por ahí dando vueltas, a ver qué tal se daba la cacería nocturna. Me aburría mucho porque esa noche en particular no estaba siendo demasiado prolífica, por lo que opté por tumbarme en una esquinita de la mesa. Sé que un humano en sus cabales no permitiría que hubiese un gato subido a la mesa mientras se come pero ellos son así de incívicos, cosa que a nosotros nos viene a las mil maravillas.

Y ahí estaba yo cuando, de repente, por un fenómeno que ellos no se han podido explicar y cuyo motivo sólo yo conozco pero no pienso desvelar por si me sirve para futuras fechorías, di un bote y bajé corriendo de la mesa. Dado que ésta es de cristal, mis patas traseras resbalaron, precipitando un vaso y todo su contenido hacia el suelo, donde se rompió irremisiblemente mojando todo a su paso.

Y sobrevino el caos. La bruja chillando y yendo a buscar una escoba y papel de cocina para intentar arreglar el asunto y terminar de cenar de una buena vez. La parte más divertida fue cuando empezaron a mirar el suelo con una linterna, cual detectives de cine negro, en busca de algún cristal perdido potencialmente peligroso para nuestras almohadillitas que hubiese podido quedar por allí. La bruja no hacía más que mirar la hora, viendo cómo perdía el tiempo que tenía que emplear en cenar antes de irse a la cama porque, desde que se levanta a las cinco de la mañana, hay que ver la importancia que le da a los horarios de irse a dormir. Mientras tanto, juraba y perjuraba que nunca más, en la vida, jamás, volvería a permitir que nosotros anduviésemos en las inmediaciones de la mesa a la hora de la cena.

Como de costumbre, se le fue la fuerza por la boca porque, a día de hoy, el ritual nocturno continúa inalterado. De momento me voy portando bien porque estoy esperando a que se relajen antes de poder volver a liarla parda.

Si yo fuese ella, dormiría con un ojo abierto. Nunca se sabe cuándo mis patas traseras pueden volver a atacar por sopresa.

Son muy suyas, mis patas traseras.

Prrrrrr.

jueves, 20 de octubre de 2016

Mi experiencia gallega I: Día 1 en A Coruña

¡¡Hola, hola!! Como ya os adelantaba Forlán el lunes pasado, estas tardías vacaciones de verano transcurrieron en tierras gallegas. Así que hoy comienzo a relatar el viajecillo porque, si algo tiene de bueno viajar (aparte del enriquecimiento cultural y la experiencia vital) es que me proporciona múltiples posts de lo más socorridos para no devanarme los sesos preguntando de qué voy a escribir.

Mi intención con este viaje, aparte de conocer un poco por allí, ya que nunca había estado, era comer como si no hubiera un mañana. Sí, para qué vamos a engañarnos. Odio cocinar pero lo compenso con un afán indescriptible por zampar.

El primer día, llegamos a Coruña pasadas las tres de la tarde, así que entre que nos registramos en el hotel, deshicimos el equipaje y demás, ya no nos daban de comer en ningún sitio, así que tuve que conformarme con ir a un Burger. No es la manera ideal de empezar una ruta gastronómica pero mejor eso que morir de inanición.

Una vez deglutida la hamburguesa, pusimos rumbo a la Ciudad Vieja (Inciso: Omitiré bastante los datos históricos tanto en este post como en los siguientes porque, de otra manera, los posts quedarían eternos. Ya tenéis la Wikipedia para buscar la información que os interese) . La Ciudad Vieja no sólo me llamó la atención por lo bonita, sino también por lo tranquilito que estaba aquello. Apenas se veía gente por la calle y, para mí, eso siempre es de agradecer.

Ante la cerradísima casa de Emilia
Tenía yo intención de visitar la casa de Emilia Pardo Bazán pero, no sé si por ser viernes por la tarde, nos la encontramos cerrada, así que me tuve que conformar con ver la fachada. Porca miseria… Pero no iba a dejar que eso me deprimiese, así que continuamos nuestro recorrido y visitamos la Parroquia de Santiago (por fuera, porque también estaba cerrada). Luego dirigimos nuestros pasos a la Plaza de Azcárraga. Aquí tuve un malentendido lingüístico con el churri, ya que me dijo “esta es la Plaza de Azcárraga” y yo comenté “¿La Plaza Azucarada? ¡Qué tiernos!”. Los años no vienen solos, evidentemente. Para mí ya siempre será la Plaza Azucarada.


La cama destroza-espaldas
También pasamos por la Plaza de Armas y después nos dirigimos a la casa de María Pita donde, por casualidad, me encontré con la exposición de una fotógrafa coruñesa que había estado en Montevideo sacando fotos. Lo curioso fue que, cuando vi las fotos (que no eran fotos de las calles sino de bares y cosas así) me sonó como muy uruguayo todo. Y confirmé mis sospechas al leer la explicación de la exposición. Uruguay es pequeñito pero se hace notar, oye. Con el pecho henchido de orgullo patrio y la lagrimilla asomando por el rabillo del ojo, continuamos la visita a la casa. Es curioso ver cómo se vivía en los siglos XVI y XVII. No vivía mal para las épocas que eran pero yo me veía durmiendo en ese colchón y  despertando con la zona lumbar hecha añicos. Cómo cambian los tiempos… Pese a la heroicidad de esta mujer, yo me quedé pensando que era una viuda negra en toda regla. Los maridos le duraban un suspiro y, según se le moría uno, se casaba con otro de mayor status. Ayyyy, María Pita, tonta no eras, no. Perdón por la blasfemia histórica pero es que yo soy así…

El Jardín de San Carlos
Luego fuimos al Jardín de San Carlos, que me pareció muy acogedor y que, de propina, ofrece unas vistas preciosas, aunque por allí casi todas las vistas son preciosas, todo hay que decirlo.



Con el Castillo de San Antón a mis espaldas



Y culminamos el paseo en el Castillo de San Antón, donde tuvimos una experiencia paranormal. Me explico: dentro del castillo (o más bien debajo) hay una cisterna, aljibe o como lo queráis llamar. Un sitio para acumular agua, en definitiva. Se accede por unas escaleritas muy estrechas y, llegas a un pasillito igual de estrecho. Aún recuerdo el soniquete del agua goteando. Qué paz… Total, que estábamos ahí sacando fotos cuando escuché pasos que se acercaban. Le dije al churri que iba a haber que ir saliendo porque venía alguien más a ver la cisterna y, al ser un espacio reducido no íbamos a caber todos. Así que nos dimos la vuelta y, oh, sorpresa, en el pasillito no había nadie. Juro que no oí los pasos alejarse en ningún momento (aunque si entiendo “Azucarada” cuando me dicen “Azcárraga” tampoco me hagáis mucho caso).

Y con eso dimos por concluido el paseo del primer día y nos fuimos a cenar tortilla de Betanzos, pulpo y ternera asada en la Taberna da Penela (Plaza de María Pita, 9). Aquello sí que fue la gloria.


La semana que viene, más comida (bueno, y algo de turismo también). Os dejo con más fotitos para que la espera sea menos amarga:

Una casa que le pedí al churri que me comprara. De momento, se hace el loco.

La Parroquia de Santiago

Con la Ciudad Vieja a mis espaldas

La Plaza Azucarada de Azcárraga

En una fuente de la Plaza de Armas

Las vistas desde el Castillo de San Antón

La cisterna embrujada (o no)