Escríbeme!!!

¿Sugerencias? ¿Comentarios? ¿Quieres venderme algo o cyber-acosarme? Escríbeme a plagiando.a.mi.alter.ego@gmail.com

lunes, 30 de noviembre de 2015

Crónicas Felinas CLVII: Orgullo paterno

Marrameowww!!!

Me siento muy orgulloso de la labor que estoy realizando como mentor y tutor legal de Munchkin. Vale que es cierto que no compartimos lazos familiares pero desde que lo conocí me propuse el reto de convertirlo en un digno sucesor de la saga de seres perversos que se inició con el difunto Luhay, en paz descanse y cace ratones rellenos de saltamontes.

Como ya he dicho en más de  una ocasión, él trae mucha maldad de serie, lo que ha hecho que incorpore nuevas estratagemas de su cosecha para hacer la vida imposible a los humanos pero nunca está de más enseñarle alguna que él desconozca.

Siempre he tenido mucha manía con meterme en los armarios. Armario que veo abierto, armario en el que me meto y, si no me ven y cierran la puerta, ahí puedo pasarme durmiendo las horas muertas hasta que hacen recuento de gatos, se percatan de que les falta uno y empiezan a buscarme desesperados hasta que a algún iluminado se le ocurre abrir el armario, descubriéndome ahí con cara de sueño.

Munchkin no le prestaba ninguna atención a los armarios. Veía abrirse la puerta de uno en sus narices y no reaccionaba, como si la cosa no tuviese absolutamente ningún interés para él. La bruja estaba de lo más contenta con esto, ya que cuando estoy yo en las inmediaciones tiene que andar con cuidado para que no me cuele pero, con él, se despreocupaba.

Pues esos días de bonanza han terminada para ella porque, gracias a mí, el niñato ha descubierto los placeres de entrar en la cueva prohibida de los secretos misteriosos y se cuela como una sombra, sin que nadie le vea. Ya dos veces le han tenido que sacar de algún armario.

Y, aunque me duela decirlo, el alumno está superando al maestro, ya que él no se limita a echarse una siesta encima de las camisetas de la bruja, llenándolas de pelos. No, no. Él se aferra a las prendas colgadas en las perchas. La bruja ya ha descubierto sospechosos agujeritos en una de sus faldas preferidas. Me  parto y me mondo con la risa más malvada que he podido conseguir. Eso es arte y lo demás, tonterías. Tendríais que haber visto la cara de la bruja cuando descubrió a Munchkin dentro del armario y, a continuación, la falda colgada en una posición bastante precaria. Sacó la falda, la analizó con ojo clínico y, acto seguido, comenzó a blasfemar en arameo con traducción simultánea al castellano al grito de “¡Qué voy a hacer con vosotros! ¡Si es que nunca aprendéis nada bueno!”. Miraba la falda lamentando su suerte y, a continuación, al techo, como pidiendo una explicación escrita ahí arriba (de verdad, qué cosas más raras hacéis los humanos). “¡Mira lo que has hecho con mi falda!” aullaba indignada mientras le ponía a Munchkin la prenda en los morros, quien la seguía mirando con ojos golosones.

A la falda, se entiende. La bruja no despierta ningún instinto goloso.

Prrrrrr.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Una serie de catastróficas desdichas IV: El portátil

Sé que a muchos os he tocado la fibra sensible con este título. Tal vez uno de los peores castigos a los que pueda verse sometido un blogger es a verse de repente privado de su herramienta (herramienta de trabajo para aquellos que sois todos unos profesionales del tema y herramienta sin más para quienes, como servidora, gustamos de hacer el indio).

Para vuestra tranquilidad, antes de que a alguno le dé un ictus, adelanto que la cosa tuvo fácil solución pero no os podéis imaginar los calores que me subieron cuando, una buena mañana, cuando me disponía yo a bloguear mientras desayunaba, como hago todos los días, veo que mi querido portátil rosa divino de la muerte que me tiene loquita de amor no reconocía mi usuario. No hablo de la contraseña, sino del usuario. O sea, que había dejado de existir para mi querido e incansable compañero. Pocas veces en mi vida un desprecio me había tocado tanto mi tierno corazoncito.

Llamé al churri, claro está, que para eso es el informático de la casa y porque con alguien tenía que compartir la terrible tragedia que estaba viviendo en esos momentos ¿Acaso las parejas no están para eso? ¿Para amarse y respetarse en la salud, en la enfermedad y en las incidencias técnicas? El churri estaba trabajando pero a mí eso me daba igual. Yo tenía un problema y había que solucionarlo. Ya. Ipso facto.

Y no, no se solucionó ipso facto porque me dijo que explicármelo por teléfono era mucho lío y que ya me lo arreglaría por la tarde cuando volviera. ¿Qué? ¿Iba a estar sin portátil toda la mañana? En serio, ¿por qué no podía arreglármelo por telepatía o algo? ¿Acaso no confiaba en mi capacidad para comprender sus explicaciones vía telefónica? Ah, cierto, que estaba ocupado trabajando y esas cosas que se hacen para ganar un sueldo a fin de mes y poder comer y financiar otros caprichos como un techo sobre nuestras cabezas. Me da igual; esto era un caso de vida o muerte. Me sugirió que usase su ordenador pero yo ahí sí que no me meto. Su ordenador es demasiado moderno para mi gusto y no me apaño. Yo quiero mi portátil porque ya llevamos muchos años juntos y nos hemos acostumbrado a nuestras respectivas manías, como un matrimonio bien avenido.

Por la tarde pude respirar tranquila porque cumplió su promesa y lo arregló. Aunque hay que decir que de vez en cuando el problema se repite, lo que me hace sospechar que mi querido portátil rosa divino de la muerte que me tiene loquita de amor está diciendo adiós y tendría que ir pensando en buscarle un reemplazo.

Y no es que me niegue a cambiarlo por razones sentimentales, que por muy loquita de amor que me tenga siempre puede aparecer otro en su reemplazo, como cuando dices “no amaré a a nadie como a ti” y al final sí, sino porque no estoy yo para dispendios.

Rezad por él. 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLVIII: El folleto que metamorfosea

No he podido resistirme a colgar esto. Desconozco la autoría
porque la saqué de Facebook...
El anuncio se basa en la supuesta entrevista que le realizan a un hombre que se autodefine como “el hombre más feliz del mundo”.

Desde el muelle de una playa, comienza diciendo que su vida no era especialmente feliz. Nos muestran imágenes de su pasado, currando en una oficina con el pelo engominado, cenando solo frente a la tele y caminando contra el viento en un desapacible día de tormenta, luchando para que Eolo no le arrebate la chaqueta del traje ni el maletín.

Pero Eolo, juguetón él, tiene otros planes para nuestro protagonista. En su constante ir y venir, le da en el careto con el folleto de una conocida tienda de aparatos electrónicos (de la que salió mi plancha nueva, todo hay que decirlo).

Al parecer, lo mejor que te puede pasar en esta vida es que te golpee en la cara un folleto que ha estado en el suelo, revolcándose sobre chicles, escupitajos, deposiciones de perro y demás inmundicias, aunque yo no sé si llamarlo “suerte” y ahora veréis por qué.

Para cuando el folleto se despega de su cara, la tormenta ha pasado y luce un sol espléndido. Hasta ahí, bien, pero el problema es que nuestro otrora engominado oficinista se ha convertido en un hípster de poblada barba, gorra, gafas de sol, auriculares más grandes que su cabeza y ropa de estridentes colores combinada sin ton ni son. No pueden faltar, claro está, las zapatillas de la estrellita, que ya se sabe que para parecer un indigente hay que dejarse un dineral.

El ex oficinista se nos vuelve loco bailando “Freak out” en mitad de la calle y se encamina a la tienda a comprar un montón de gadgets molones para poder seguir bailando en la tienda, en la calle, en la playa. Baila por doquier como poseído por un saltimbanqui del circo de los horrores.

Y digo yo que ni tanto ni tan calvo. Una cosa es ser una persona gris sin ningún interés y otra andar por la vida hecho un espantajo. Yo trabajo en una oficina y me encanta vestir de colores (siempre y cuando combinen entre sí y las prendas sean de mi talla). En serio, si comprar en esa tienda, por muy barata que sea, me va a convertir en ese esperpento, prefiero seguir pagando más y me quedo como estoy, tan ricamente.

A ver si ahora que me he comprado la plancha va a resultar que me da por beber vermouth y pasarme los domingos en el Parque El Capricho, con lo a gusto que se está en casita con el chándal de pelotillas jugando frikadas en el ordenador o escribiendo paridas para vuestro deleite.

Amén de que todo esto implicaría tener que renovar por completo mi armario, con el gasto que ello supone. Lo que me ahorré en la plancha quedaría en mera anécdota comparado con el pastizal que voy a tener que gastar en ropas caras que me hagan parecer pobre.

Virgencita, que me quede como estoy. 

lunes, 23 de noviembre de 2015

Crónicas Felinas CLVI: Técnicas de tortura

Marrameowww!!!

Y hoy seguimos hablando de Munchkin. Tal vez penséis que yo no tengo nada interesante que contar sobre mí mismo pero es que los divos somos así, nos gusta comportarnos de manera enigmática. Es por esto que prefiero hacer de paparazzi y contaros las vergüenzas del imberbe.

En esta ocasión, no obstante, la vergüenza es más para la bruja que para el imberbe, cosa que a mí me satisface mucho más, como podréis imaginar.

La bruja tiene junto a la cama un bloquecito de madera hueca pintado por un antiguo compañero de trabajo que le hace las veces de mesilla de noche. No es que ella lo haya querido así, sino que decidió ponerlo ahí provisionalmente cuando se mudaron (hace como tres años) hasta que amueblaran el dormitorio. Como son un par de vagos redomados y deben de haber sido gatos en una vida anterior, el dormitorio continúa sin amueblarse y ahí sigue la mesita improvisada.

Pues bien, Munchkin se ha dado cuenta de que no hay cosa más divertida que hacer por las mañanas que subirse al bloquecito este. Podría parecer una actividad de lo más tonta pero el asunto es que la cosa tiene bastantes ventajas. Por un lado, desde esa posición queda justo enfrente del careto de la bruja, por lo que puede tirarle un zarpazo a traición a la mano (por la cara todavía no le ha dado pero todo se andará). Otras opciones son maullarle a un volumen digno de una rave para que se despierte sobresaltada o, mi favorita, acercarle el morro a la nariz hasta que la bruja se despierta y se encuentra con un par de ojos felinos que la vigilan en la semipenumbra. Eso la pone especialmente nerviosa, por lo que se convierte en la actividad más divertida de contemplar.

Otra ventaja que tiene el bloquecito es que la base no es completamente plana por lo que, al subirse Munchkin encima, dado que no es especialmente habilidoso como ya hemos demostrado en capítulos anteriores, la superficie se mueve, provocando un repiqueteo allegro ma non troppo que resulta también muy efectivo a la hora de no dejar dormir. Es como intentar conciliar el sueño con un bailaor de flamenco al lado.

Y así es como la bruja, finalmente, se levanta. Vale, se levanta de mala leche, sí, pero se levanta. Y ahí podemos empezar a pedirle comida, agua (Munchkin bebe del platito pero yo soy más aficionado a que me abran el grifo para beber directamente de la cascada, haciéndome la ilusión de que habito un paisaje paradisíaco), salir a la terraza o simplemente tumbarnos en el sofá sin nada más que hacer en esta vida salvo deleitarnos en la satisfacción de haber conseguido que la bruja se haya levantado del lecho. Como veis, en este proceso yo ni siquiera he participado por lo que, aparte de disfrutar de las ventajas, quedo de bueno y la bruja me pone como ejemplo frente al jovenzuelo, que es el que se lleva la bronca.

Prrrrrr.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Una serie de catastróficas desdichas III: La Plancha

Tras los hechos acontecidos en los anteriores capítulos aquí relatados, creí que el destino iba a dejar de cebarse conmigo y que los dioses comenzarían a mirar hacia otro lado. No sé, hacia algún parlamentario corrupto, a lo mejor…

Pero no. El mismito día en que intenté sin éxito extraer el filtro de la lavadora y en el que ya me estaba viendo escurriendo la ropa a mano, con lo cansado que es eso, me dio por planchar. Porque sí, aparte de querer la ropa limpia también la quiero planchada. Si es que lo quiero todo en esta vida y así me va, por avariciosa.

Pues bien, hete aquí que me pongo yo a planchar “tralarí tralará” mientras tarareaba unas alegres coplillas (mentira, pero a ver ahora cómo os deshacéis de esa imagen marujil que acaba de irrumpir en vuestras cabezas) y, no preguntéis cómo, porque yo apoyé  la plancha en la tabla pero se debe de haber quedado el cable debajo o algo porque la vi precipitarse irremisiblemente al vacío.

Tuve suerte de ser una persona extremadamente lenta de reflejos porque mi primer instinto, he de confesar aun a riesgo de resultaros una palurda integral, fue intentar pescarla al vuelo. Por fortuna para la integridad de las capas epiteliales de mis manos, no lo conseguí. De lo contrario, el resultado hubiese sido una plancha rota y una llamada a urgencias. Así de lista soy. Veo caer un aparato que se caracteriza por alcanzar unas temperaturas elevadísimas y mi reacción es intentar atraparlo con las manos. Menos mal que no me dio por prepararme para bombero porque ya me veo intentando cruzar las llamas en mangas de camisa por salvar una batidora.

Como digo, dada mi torpeza sólo me quedé con la plancha rota. No rota del todo porque la condenada seguía funcionando (a pesar de que si no tenía 10 años, no tenía ninguno) pero se rompió una parte de la carcasa de plástico, dejando expuestos los cablecitos interiores. No sé a vosotros pero a mí un aparato eléctrico enchufado a la corriente, relleno de agua y con los cables expuestos me da como que bastante mal rollito. Terminé de planchar, no obstante, porque una buena obsesiva como yo prefiere llevarse el calambrazo del siglo antes que dejar una tarea sin terminar.

Poco tardé en enviarle un mensaje al churri para informarle que, no bastándonos con la lavadora, nos acabábamos de quedar sin plancha debido a una aparatosa caída. Su respuesta fue “¿Le ha pasado algo al suelo?”. Le confirmé que el suelo estaba perfectamente y que a mí no se me había caído la  plancha en un pie ni nada, que muchas gracias por preocuparse.

Me ganó la batalla de sarcasmos porque alegó que, conociéndome, de estar con un dedo como una morcilla hubiese sido lo primero que hubiese comunicado. Probablemente adjuntando fotos que sirviesen como documento gráfico irrefutable de la gravedad del accidente doméstico. Qué malo es conocerse, de verdad.

Lo bueno es que tengo plancha nueva.