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jueves, 9 de marzo de 2017

Surrealismo 4 – Álter 0

Hay días que parece que el surrealismo me persigue. Cierto es que tengo una especie de imán para las situaciones extrañas pero una cosa es un hecho aislado y otra muy distinta cuando parece que los astros se han alineado específicamente para poner a prueba mi resistencia.

Digo esto porque la semana pasada tuve uno de esos días. Bueno, mentiría si dijera que fue un día. Más bien fue una acumulación de sucesos extraños en un lapso de veinte minutos.

Volvía yo de trabajar, con más sueño que ganas de vivir, y me bajé del autobús una parada antes porque decidí pasarme por el veterinario a comprar el pienso de Munchkin. Iba andando por la calle, feliz y despreocupada, cuando de repente se dirige a mí un hombre que tenía que andar cerca de los sesenta años, preguntándome si era de la zona. No suelo fiarme de desconocidos pero, dada su edad y que a priori no parecía sospechoso, le contesté afirmativamente, pensando que iba a preguntarme por una calle, una tienda o algo parecido. El hombre se pone a contarme que ha cerrado una tienda de electrónica que estaba “ahí” (dijo “ahí” y señaló un punto indeterminado) y que andaba vendiendo baterías de carga externa. Me saca una, con su embalaje original y todo y, poniéndomela en la mano me dice que ya viene cargada y que las vende a diez euros con otra de regalo.

Me excusé diciendo que no llevaba dinero encima y me fui de allí, pensando de dónde habría sacado las baterías este hombre. Punto uno: Si tienes una tienda que va a cerrar, haces una liquidación de stock, no te dedicas a ir atosigando a los viandantes para venderles tus porquerías.  Punto dos: ¿En tu maravillosa tienda sólo vendías baterías? ¿No tenías ningún otro producto? Punto tres: ¿Tan poca mercancía tenías que te cabe la tienda en un bolsillo del abrigo?

Le conté mi odisea a la auxiliar de veterinaria (porque a alguien se lo tenía que contar) y me dijo que a ella una vez le habían ido con el cuento de que habían cerrado una cuchillería y que andaban vendiendo una cubertería. Vamos, que a todas luces pinta que se trata de material robado, ya sean cubiertos o baterías.

Me dirijo a mi casa con el pienso y, al pasar por una explanada donde siempre aparcan muchos coches, veo uno con las puertas traseras abiertas y, en el asiento de atrás, dos hombres haciendo vete a saber qué trapicheo (opté por mirar hacia otro lado, que no quiero líos). Lo malo es que, al mirar hacia otro lado, veo a otro que cierra el portal de su casa y, en cuanto pisa la calle, se persigna como si fuese a la guerra o algo.

Pensé que al llegar a mi casa (que nunca me pareció que estuviese tan lejos) ya por fin podría escaparme de tanto surrealismo pero me encontré en el portal con un cartelito publicitando una clínica ayurvédica y que contenía la siguiente frase: “Segunda sesión = Sanguijuelas gratis”. Me entró tal ataque de risa que agradezco no haberme cruzado con ningún vecino. Sé para qué se usan las sanguijuelas pero, escrito así, mi mente enseguida empezó a imaginar que me iban a regalar un saquito con sanguijuelas para criarlas en mi casa cual amorosas mascotas.

En serio ¿por qué me pasan a mí estas cosas?

miércoles, 8 de marzo de 2017

Anuncios Pesadillescos CCIII: Al principio, sí. Pero después no.

La última vez que me mudé, hace ya casi cinco años y espero que pasen muchos años más, recuerdo que los tiempos ya habían cambiado desde la vez anterior. Quiero decir, que ya no tenía que dedicarme a comprar el periódico y llamar a todos los que podían interesarme para ir a verlos. Gracias a los avances tecnológicos, esta última vez pude hacer una primera criba visitando portales de venta y alquiler de viviendas, lo cual en principio está muy bien porque ya vas un poco más “a tiro hecho” y puedes ir descartando las que desde un principio te parecen un espanto. Esto no es óbice  para llevarse sorpresas, no obstante (si me seguís desde hace menos tiempo y queréis conocer esa odisea, a la derecha tenéis la etiqueta “La Mudanza” para deleitaros). Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y el tema de los portales de búsqueda de vivienda tienen también sus inconvenientes; como, por ejemplo, que terminas básicamente hasta el moño de visitar páginas web y llega un momento que se te salen las fotos y los filtros por las orejas y ya no recuerdas si el que vas a ver es el que tenía un dibujo de unos ratones fornicando en el baño o el del teléfono de disco en el salón (ambas cosas son verídicas)

Pero bueno, no sé para qué tanto preámbulo. Ah, sí, es que el anuncio es muy corto y con algo hay que rellenar. El asunto es que hoy os traigo un anuncio de un portal de búsqueda de casas. Con una música romanticona, vemos a una chica corriendo con cara de ansia desesperada desde una terraza, al tiempo que un muchacho corre en sentido opuesto desde una puerta, luciendo una sonrisa de oreja a oreja. Corren los dos con los brazos abiertos y todos pensaríamos que se van a dar el abrazo de su vida (o no, porque es un recurso muy manido a estas alturas) pero no. Ella corre a abrazarse a la puerta que ha franqueados hace un segundo su amado (o su compañero de piso; no sé por qué doy por sentado que son pareja) mientras él pone boquita de pato y se abalanza a besar la tarima flotante como el papa después de aterrizar.

Y ése es el anuncio. No hay más. Mi primer impulso fue decir “Menuda estupidez. ¿Quién va a ponerse a abrazar y besar los elementos de un piso? Esto es un anuncio pesadillesco como una casa”. Pero luego le di una segunda vuelta al razonamiento y, recordando las penurias que pasé para encontrar el piso en el que ahora estoy sentada escribiendo (¡Leeros la pestaña “La Mudanza”, hombre ya!) tal vez sí sentí un cierto deseo de liarme a besos con las puertas, las ventanas, los suelos y hasta con el agente inmobiliario y el casero, en un momento dado.

Pero como no tengo sección “Anuncios que al principio sí pero después no”, aquí se va a quedar éste. 

lunes, 6 de marzo de 2017

Crónicas Felinas CCVI: Se ha escrito un crimen

Marrameowww!!!

Creo que ya he comentado que Munchkin no es demasiado cariñoso que digamos. Al consorte le pide algún mimo que otro de vez en cuando pero pasa bastante de la bruja salvo para pedirle alimento. Y no lo culpo, la verdad. No todo el mundo ha sido dotado de mi estoicismo.

El caso es que, de un tiempo a esta parte, ha descubierto que el cariño puede ser una técnica de tortura tan buena como cualquier otra. Sospecho que esto lo ha aprendido de mí. Es así que ahora, cuando ve a la bruja tumbada en el sofá (que es siempre que no tiene nada que hacer porque es una vaga redomada), le da por ir a tumbarse encima de ella.

Hasta aquí la cosa no sería ni digna de mención pero el asunto es que no se tumba de cualquier manera. Primero se tira sus buenos diez minutos “amasando” a la bruja. Clavando bien las patas sobre sus carnes. Y no elige las carnes al azar, no. Le gusta ejercer presión sobre la vejiga o el estómago para que la bruja no vaya a pensarse que le están dando un agradable masaje de “almohadillopuntura”. Y luego, cuando a la bruja ya se le está escapando una lagrimilla por el rabillo del ojo (es incapaz de echarlo porque está trabajando en mantener las buenas relaciones diplomáticas con el imberbe), o amenaza con hacerse pis de un momento a otro a causa de la presión en la vejiga, ya se tumba sobre sus muslos. A veces se coloca de frente a ella, momento que la bruja aprovecha para rascarle la cara y las orejas (y él para soltarle algún bocado a traición) pero, en la mayor parte de ocasiones, se pone mirando hacia sus pies, de tal manera que la bruja sólo contempla el orondo trasero de Munchkin y le rasca un poco el muslamen, conformándose con lo poco que le ha tocado en suerte porque ella es así, perdedora y mediocre por naturaleza. Como, en esta pose, el imberbe no puede dar mordiscos, de vez en cuando retuerce la columna con esa agilidad propia de nuestra especie y le planta un zarpazo en la mano. En definitiva, que las negociaciones diplomáticas avanzan muy lentamente, como casi todas las negociaciones diplomáticas del mundo.

Lo bueno de que Munchkin se tumbe en sus piernas es que me deja libre a mí el torso, espacio que aprovecho para tumbarme cuan largo soy, tapándole media cara con la cabeza. De esta forma,  la dejamos inmovilizada y con dificultades para respirar. Y no, no nos echa porque está a nuestra merced  y porque piensa, la muy ilusa, que esto es amor en lugar de un intento de placaje (y de homicidio doloso con premeditación).

Si alguien conoce a algún gato que esté interesado en vivir con nosotros, que nos lo diga. No va a vivir muy bien, la verdad, pero todavía hay sitio en las pantorrillas y me gustaría comprobar cómo la inmovilizamos del todo.

Prrrrrr.

jueves, 2 de marzo de 2017

Decidido: Voy a ser emprendedora

Hablaba con mi madre por Skype el otro día y, no sé por qué razón, nos pusimos a conversar acerca de restaurantes modernos (y caros). No preguntéis por qué. Nosotras somos muy de divagar y tal vez lo que originó esa conversación fue el precio del transporte público o el nivel de lluvias de la última semana a ambos lados del charco o cualquier otra cosa no relacionada con la hostelería.

El asunto es que mi madre juraba y perjuraba haber leído algo de un restaurante que tiene una sola mesa, de tal manera que tú reservas y el restaurante abre solo para ti. A mí eso de tener a todo el personal del restaurante pendiente de mí me da un poco de agobio. Cualquiera lo diría, con lo fan que soy yo del protagonismo pero lo que me gusta es que me rían las gracias, no que estén pendientes de si me falta un dedo de vino en la copa. Creo que sólo iría si me prometen que me van a poner una pared de ladrillo y una banqueta para que yo pueda soltar ahí un monólogo y no tengan más remedio que reírse de mis chistes porque para eso estoy pagando.

A raíz de eso yo recordé otro que te sirve (y te cobra) aromas. Sí, aromas. Te traen algo que dicen que es, por ejemplo, aroma de bosque, que supongo que consistirá en un montón de hierbajos y un cacho de madera ardiendo para que tú huelas el humito, con el consiguiente tufo a barbacoa en el pelo. Tú hueles eso, pagas a precio de oro y después te vas a un Burger porque algo habrá que cenar.

Y luego mi madre me habló de otro que, cree recordar, está en Grecia y que está completamente a oscuras para que disfrutes al cien por cien del placer sensorial de la comida en tu paladar. Esto sí me pareció un buen negocio. Puedes saltarte a la torera las normas de bromatología. Nadie se va a quejar de que había un pelo en la sopa o de que te han dado las sobras del comensal anterior. Todo el mundo saldrá encantado porque ojos que no ven, corazón que no siente.

Ya me imagino al maître comentándole al chef “Me han dicho los de la mesa seis que les ha parecido sublime el efecto crocante en la salsa de fresas del postre”. El chef, con un guiño cómplice al maître, le revelaría que en realidad se trataba de cucarachas bebé.

La siguiente escena sería el maître llevando la cuenta en una bandejita de plata, con lágrimas en los ojos de intentar contener la risa y diciendo para sus adentros “Hay que ver cómo es este Jean-Pierre”, al tiempo que movería la cabeza de un lado a otro.

Así que me he propuesto abrir un restaurante de estos. Todo son ventajas. Puedes hacer el guarro a placer y las risas están aseguradas. ¿Qué más puedo pedir de un puesto de trabajo?

miércoles, 1 de marzo de 2017

Anuncios Pesadillescos CCII: Aperitivos y dopaje

Vemos a un chico en una fiesta. Una fiesta de estas que se supone que son elegantes, porque todos los hombres van de traje mientras las mujeres lucen sus mejores vestidos de noche. Se ven copas de champán por doquier y un cisne esculpido en hielo. Aquí es donde yo diría que tan elegante no será la fiesta con semejante horterada presidiendo el salón pero la nota discordante realmente no la da el ave congelada sino que el chico del que hablaba al principio está comiendo triangulitos de maíz directamente de la bolsa haciendo sonidos crujientes con la mandíbula y llenándose los dedos de polvillo rojo. Glamour nivel experto.

Comienza a sonar “I need a hero” de Bonnie Tyler y, mientras el chico se llena la boca con un triángulo de esos (yo soy de las que los van mordisqueando para evitar la cara de hámster que se le queda a él, pues los vértices se le clavan en la parte interior de los carrillos) y, sin motivo aparente, se tira a la piscina vestido como está (con traje y zapatillas deportivas, a lo Emilio Aragón en VIP Noche). No se tira de cabeza sino haciendo algo parecido a la grulla de Karate Kid pero con los brazos en posición hercúlea. Ya sé que no me habéis entendido pero esto es indescriptible.

A continuación lo vemos sujetando con cada mano la mano de otros dos tíos mientras una chica le da triángulos de maíz en la boquita. El plano se abre y vemos que está echando un pulso simultáneo con sendos forzudos.

La secuencia cambia y lo vemos comiendo otro triangulito (ahora sí parece capaz de alimentarse por sí mismo). Hecho esto, se retira de los hombros una capa azul noche y observamos que luce unos pañales de tela. No, no es un anuncio de elementos contra la incontinencia. Por lo visto se dispone a enfrentarse a un luchador de sumo que le dobla el tamaño a lo alto, a lo ancho y en circunferencia.

No sabemos el resultado de esto porque el anuncio termina con una imagen de la bolsa de triangulitos y el lema “Atrévete”. Tal vez hayan tenido que llevarse al actor al hospital y ya no había tiempo de cambiar el anuncio, por lo que optaron por cortar las escenas que pudieran herir la sensibilidad del espectador y dejarlo como estaba.

Así que voy a tener que plantearme, la próxima vez que me siente delante de la tele a contemplar cómo engordan mis caderas, si no sería conveniente salir a retar a la vecina a un duelo de capoeira o similar. Lo de comer por comer ya no mola nada y ahora el objetivo de zampar aperitivos es armarse de valor para hacer cosas arriesgadas que no harías en circunstancias normales.

Tal vez los controles anti-dopping de los deportistas de élite deberían incluir un análisis para descartar si se han ingerido triángulos de maíz en las últimas veinticuatro horas y, en caso afirmativo, descalificarlos ipso facto