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jueves, 9 de junio de 2016

Dos días con el Pájaro Loco II

Yo, haciendo el pánfilo en el cementerio indio
Pues seguimos relatando el primer día en Port Aventura. Una vez que dejamos de hacer el chorra en la Polinesia, dirigimos nuestros pasos a México, donde hay unas cuantas atracciones que están muy bien. La primera en la que posamos nuestros piececillos fue “El Secreto de los Mayas”, que es un laberinto de espejos donde reconozco que me agobié un poco porque mi sentido de la orientación es más bien nulo y pensé que no iba a salir de ahí en la vida. Por fin, gracias al churri, dimos con la salida. De no ser por él, yo aún estaría dando vueltas ahí dentro, convertida en parte de la ambientación. Como dato curioso, os comento que antes de entrar te dan unos guantecitos de plástico para que no llenes de dedazos los espejos, con el trabajo (y el mareo) que tiene que suponer limpiar eso.
 
Desde ahí arriba nos tiraron
Justo al lado del laberinto este está el Hurakán Cóndor. Es una lanzadera, de las de toda la vida. Yo estaba un poco reacia a subir, por lo que el churri me dijo que, si quería, me lo pensara para el día siguiente, a lo que respondí “¿Por qué?¿Mañana va a ser más baja?”. Así que para adentro, con un par. Confieso que en el momento en que me senté en aquello (es como una silla de montar para ir con las patitas colgando y hay que decir que es de las cosas más incómodas en las que me he subido en mi vida) pensé para mí misma “¿qué narices hago aquí?”. Pero el mal ya estaba hecho, así que aguanté estoicamente los cien metros de subida (más o menos a la mitad te paran, para que creas que has llegado pero nooooo, aún te falta un trecho). Cuando ya ves a la gente de abajo como hormigas y ves aparecer las cámaras, ese es el momento en que te van a soltar. Intenté mantener la compostura porque ya estaba harta de salir con cara de terror en todas las atracciones y he de decir que lo conseguí bastante bien. Las divas somos así. Y nos soltaron. No me dio tiempo a gritar porque la caída dura unos tres segundos aproximadamente pero recuperé el tembleque de manos y piernas del que tanto me había costado deshacerme tras el Shambhala.

El Far West
Nos dirigimos a la zona del Far West y nos volvimos a mojar en el Silver River Flume, donde ya no perdimos nada más (más que nada porque el churri ya no tenía gorra). Fuimos a comer algo (no muy delicioso y a precio de oro, como suele suceder en los parques) y vimos el espectáculo “Bang Bang West”, que es un show de especialistas. Está muy divertido pero, aunque las comparaciones son odiosas, tengo que decir que me pareció mejor el del Parque Warner. Como ya habíamos tenido suficientes emociones por un día, nos dedicamos a dar un paseíto y nos encaminamos nuevamente hacia Mediterránea para ver el desfile de cierre y ya poder ver el resto con tranquilidad al día siguiente.
 
El Pájaro Loco, en todo su esplendor
He de decir que me repatea mucho la gente que se cuela en medio de los desfiles en los parques de atracciones. Me refiero a los ansiosos que tienen que ir a algún sitio y cruzan por todo el medio de los que está desfilando. En serio, me parece una falta de respeto tremenda hacia el trabajo de la gente. Lo bueno es que volví a ver a mi querido samoano.

Y ya cansados, pero felices, nos fuimos al hotel a descansar un rato y después a cenar. A la vuelta me metí en la bañera de hidromasaje, que fue gloria bendita para mi maltrecho cuerpecillo. Y a dormir, que al día siguiente todavía nos esperaban más cosas.

La semana que viene es la última parte. Palabrita.

miércoles, 8 de junio de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXVIII: En mi oficina no pasan estas cosas

Si bien hoy nos vamos a centrar en uno, debo aclarar que se trata de una serie de anuncios, a cual más absurdo. Elijo el que más ridículo me ha parecido pero sois libres de bucear en las profundidades de Internet para encontrar el resto de la saga (si mis fuentes no me fallan, creo que se trata de una trilogía que ni El Señor de los Anillos sería capaz de superar).

Vemos una reunión de empresa, de estas tan divertidas y a las que, por suerte, nunca tengo que asistir, donde uno de los integrantes va a contar al resto las previsiones de ventas; tema fascinante donde los haya. Todos miran con sumo interés al ponente porque la temática así lo merece pero, por estos misterios insondables del mundo de la informática, el monitor donde debe recibirse la información, parece no estar recibiendo señal. De debajo de la mesa emerge un técnico, con un par de cables en la mano, pidiendo disculpas y alegando que necesita un minuto.

Los asistentes a la reunión ven el cielo abierto al escuchar esa frase y, también de debajo de la mesa (me gustaría echar un vistazo a ver qué más tienen ahí), extraen una cantidad de objetos estropeados de lo más variopintos y se dedican a pegarlos con pegamento extra fuerte que, al parecer, seca en un minuto. Eso sí que es saber aprovechar el tiempo, aunque digo yo que tendrían que aprovecharlo para hacer cosas de su trabajo, en lugar de estar pegoteando un caballito de madera, una bota de cowboy, un radiocassette ochentero que a estas alturas debería estar en un museo, una guitarra y, lo más alarmante, un megáfono. ¿Esta gente irá a trabajar en coche o en metro? Porque yo llego a ver en el metro a un hombre de cincuenta años con un radiocassette ochentero en el metro y el temita me daría para estar twitteando todo el santo día.

Por otra parte, si alguien se lleva un megáfono para reparar en la oficina es, a todas luces, un subversivo que quiere encabezar una protesta en la puerta de la empresa. Deberían vigilarlo de cerca, que tiene pinta de querer iniciar una rebelión y morder la mano que le da de comer.

Aunque, pensándolo bien, creo que el revolucionario entraña menos peligro que el del caballito de madera. ¿Acaso piensa sustituir su silla de oficina por un balancín y realizar las gestiones subido en eso? Una cosa es ser un Che Guevara en potencia y otra cosa es sufrir una regresión a la infancia y trabajar sentado en un caballito de madera, aunque lo mismo es una empresa de estas modernas donde los empleados pueden dar saltitos en pelotas de goma gigantes para liberar estrés y que las ideas fluyan libremente. Tal vez ellos prefieran los balancines a las pelotas de goma porque son muy vintage y muy hípsters todos.

En esto está quedando el serio mundo empresarial. No me extraña que seamos el hazmerreír de Europa.

lunes, 6 de junio de 2016

Crónicas Felinas CLXXIX: “Las bolitas” o “Dramas cotidianos de la bruja”

Marrameowww!!!

Suelen decir que los gatos somos de aficiones simples. Que con cualquier cosita se nos tiene entretenidos, como una pelotita, una bola de papel o cualquier otro elemento que en un momento dado pueda llegar a hacernos gracia.

Y no diré yo que no sea cierto pero, cuanto más observo a mis humanos, más compruebo que tampoco es que ellos sean el colmo de la sofisticación en lo que a actividades lúdicas se refiere. El consorte, por norma general, cualquier momento de ocio que pasa en casa es para jugar a jueguecitos donde tiene que acabar con terribles seres de fantasía.

La bruja, como se cree eso de que es blogger, entre semana suele aparcar los entretenimientos para dedicarse a responder comentarios, visitar blogs y otras cosas que yo no hago porque a mí no me hace falta fidelizar público. Yo ya os tengo sometidos aunque luego nunca os visite ni nada. Ella nunca será una blogstar y no, no me da pena.

Pero el fin de semana, con eso de que la actividad blogueril decae, también se dedica a tareas de lo más absurdas, como ver capítulos y capítulos de una serie donde una endemoniada lucha para que el maligno no la acabe poseyendo del todo mientras una panda de colgados, entre los que se encuentra un hombre lobo y uno que resucita muertos, se supone que la ayudan.

Para que la bruja no acapare el sofá toda la noche y el consorte pueda descansar de matar elfos oscuros (en qué manos he caído, señor), éste le regala a aquélla juegos de los que le gustan a ella, que consisten en cosas con las que comerse el tarro y acabar de los nervios porque unas bolitas no quedan en la posición en la que se supone que deberían quedar para que así se abra una puerta, con lo fácil que ha sido siempre abrir puertas con una llave o maullando para que te dejen entrar o salir. No os miento. El sábado pasado, sin ir más lejos, estuvo peleándose con unas bolitas de colores hasta las cuatro de la mañana (mientras nosotros dormíamos a pierna suelta, ajenos al terrible drama que suponía su frustración) y al final lo dejó para el domingo, porque no era capaz de colocar las bolitas en su sitio y todo su dilema era “Podría saltarme el puzzle pero entonces pierdo el logro de no haberme saltado ninguno”. Esas son sus metas en la vida. Luego se sorprenderá de por qué no asciende en su vida laboral para comprarnos a nosotros cosas más caras. ¿Se piensa que nosotros vamos a estar contentos teniendo una humana que sabe colocar las bolitas rojas y las bolitas moradas cada una en su sitio? ¿Se puede tener el encefalograma más plano? Es que de verdad que me indigno. Una ameba tiene más vida que esta loca.

Y luego anda diciendo por ahí que qué graciosos somos, que hay que ver con qué cosas más sencillas nos entretenemos.

Manda narices.

Prrrrrr.

jueves, 2 de junio de 2016

Dos días con el Pájaro Loco I

Homenajeando a Woody
Hoy vengo a relatar mi experiencia vacacional que, si bien fue breve, hay que decir que fue intensa. Va a ser larguito y lo voy a dividir en dos posts (o quizás tres). El que avisa no es traidor.

No sé si recordaréis que el año pasado el churri me llevó al Parque Warner como regalo de cumpleaños. Os refresco la memoria aquí.

Pues bien, este año decidió ampliar horizontes y me llevó a Port Aventura a pasar dos días maravillosos (en serio, si algún día me toca la lotería pienso hacer un tour mundial saltando de parque de atracciones en parque de atracciones. Soy una niña, sí).

De más está decir que me lo pasé como una enana. Una vez que dejamos la maleta en el hotel tomamos un trenecito que nos llevó a la entrada del parque y, a partir de ahí, todo fue risa y algarabía. Empezamos dando un paseíto por la zona de Mediterránea y Polinesia. En Mediterránea íbamos a subir al Furius Baco pero justo cuando íbamos a la cola dijeron que la tenían que cerrar un momento. Ahora pienso que eso fue obra del destino porque el churri me engañó vilmente. Os cuento: No tengo problemas ni con la velocidad ni con las caídas (aunque paso un miedo terrible pero lo hago porque, en el fondo, me divierte) pero no soporto que me pongan cabeza abajo. Yo había dicho que no quería subir al Furius Baco y el churri me dice “ay, si es un acelerador, eso no tiene nada”, por lo que yo ya iba para adentro. Menos mal que más tarde lo vi funcionar y vi que te daban como tres vueltas de tornillo. Por tanto, ahí sólo subió el churri el segundo día. Yo lo esperé fuera como una cobarde. Si os sirve su opinión, el churri dice que no es una atracción cómoda y que es tan rápida que no te da tiempo a disfrutar.

En Polinesia el churri quería subir al Tutuki Splash, que es una montaña rusa de agua, pero yo venía destemplada del madrugón y le dije que más tarde, que no andaba yo para mojarme a lo tonto, por lo que dirigimos nuestros pasos a China (está interesante eso de recorrer tanto continente a pie) y ahí nos estrenamos en las atracciones de Port Aventura con las tacitas chinas. Al churri le encantan los cacharros que dan vueltas; yo confieso que me marean un poco. Le tuve que decir que parase de darle vueltas a la ruedecita porque yo ya no sabía ni dónde estaba… pero fue muy divertido. 
Desde ahí caí yo

Y como ya habíamos abierto boca con las tacitas pues decidimos dejarnos de bobadas e ir al Shambhala. Para quien no lo sepa, es la montaña rusa más alta (creo que son unos 76 metros) y con mayor caída de Europa (78 metros, porque al caer se mete en un túnel bajo tierra). El principio es de lo más espectacular. En cuanto arranca, te sube y te sube y aquello no para de subir y, en cuanto llega arriba, te tira para abajo sin piedad. Creí morir pero si vuelvo al parque es una atracción que repetiré. Tiene momentos en que experimentas una sensación de gravedad cero y notas cómo las piernas se te pegan al soporte de seguridad que tienes encima. Salí temblando como una hoja pero valió la pena. Por cierto, puedes comprar un vídeo de tu cara de pavor durante todo el recorrido de dos minutos por el módico precio de 15 euros. Obviamente, no lo compré.

Como al Dragon Khan yo no pensaba subir porque sabía positivamente que esa sí te pone cabeza abajo (es la estructura roja que se ve en la foto), el churri dijo que ya subiría él y volvimos a la Polinesia a ver el espectáculo de danza. Me enamoré perdidamente de un samoano. Nota al samoano: Si estás leyendo esto, soy a la que le chocaste la mano cuando estabas haciendo la pelota al público. Tienes mi mail ahí arriba para pasarme tu teléfono (el churri no es celoso). Por cierto, necesitas crema hidratante en las manos.

La gorra tal vez ahora esté ahí
El espectáculo, más allá de mi samoano, estuvo muy entretenido y todavía recuerdo alguna cancioncilla (es tremendo cómo se me pega cualquier soniquete que escucho) y, una vez  concluido, ahí sí que fuimos al Tutuki Splash, que el sol ya pegaba un poco más y con el tembleque del Shambhala se me había quitado el “destemplamiento” (o como se diga). Yo me había llevado un chubasquero porque no quería mojarme demasiado pero no me valió de mucho porque, en la caída grande que hace al final, con la aceleración se me salió el gorro y se me ensopó el pelo. En la misma caída el churri perdió su gorra comprada en Universal Studios, que ahora debe de andar en algún sitio del sistema de canalización del parque. Si vais y veis flotando en algún sitio una gorra negra la inscripción “LA”, por favor, contactad conmigo. 

Mojados y con el churri blasfemando por su querida gorra, fuimos a secarnos al espectáculo de los pájaros. Nos lo pasamos muy bien porque está llevado con mucho humor aunque yo sigo siendo un poco reacia a eso de poner animales a hacer el indio sólo para entretenernos.
Parte del espectáculo de pájaros

De ahí fuimos al Kontiki, también en la zona de Polinesia, que es el barco vikingo de toda la vida. Me gustan mucho esas atracciones, aunque a mí me da mucha impresión el balanceo y el churri no hacía más que decirme que levantase los brazos en la parte alta. Yo agarradita a mi barra iba de lo más contenta, aunque pareciese una octogenaria.

Y como esto está quedando más largo que un día sin pan, la semana que viene os cuento más. Hay que ver lo que me enrollo para contar una visita a un parque de atracciones. 

miércoles, 1 de junio de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXVII: ¿Alergia o posesión?

No hay duda de que los medicamentos estrella del invierno son los antigripales pero la primavera no se queda atrás. Como parece que hay cierto placer morboso en ver a gente moqueando en la televisión, cuando terminan con los anuncios de antigripales empiezan con los de antihistamínicos; al empezar el verano llegan los de picaduras de insectos y así en un bucle sin fin que vuelve sin piedad a los antigripales. Lo que les gusta vernos pasarlo mal.

En el que hoy nos ocupa no moquean pero no por ello el anuncio resulta menos inquietante. Vemos a  una chica con camiseta rosa corriendo por un parque. A sus espaldas lleva subida a caballito a otra chica con camiseta rosa. Pero no queda ahí la cosa. Vemos en la misma situación a un señor de traje subiendo unas escaleras mecánicas y sudando como si en vez de glándulas sudoríparas llevase instalados aspersores de riego, a un camarero que casi vuelca su bandeja ante un inesperado estornudo del doble que lleva encaramado a la chepa y, por último, una mujer sentada en la cocina, también con su doble pegada a la espalda. Hay que añadir que, tanto ella como la que va adherida a ella cual lapa, lucen sendos moños que harían las delicias de cualquier cigüeña que ande buscando un nuevo hogar. La afectada nos dice que para quitarse los síntomas de encima (porque se supone que esos siameses malignos que llevan todos no son otra cosa que los síntomas) toma el antihistamínico de la marca anunciante (porque si dice que toma otro, lo mismo no le pagan, digo yo, que soy un genio de la deducción lógica). Así que, una vez ingerido el medicamento, sale a la calle con su álter ego (no conmigo sino con SU álter ego) y la deja caer de mala manera haciendo caso omiso al gritito de dolor que profiere la parasitaria y alérgica mujer.

Y se va a montar en bicicleta entre las plantas, en mitad de unas ráfagas de viento considerables. Eso es tener fe en el poder del antihistamínico.

Y yo no sé vosotros pero, si de repente viera subida a mi espalda a una réplica exacta de mi persona, lo último que se me ocurriría es que tengo alergia. Yo pensaría o bien que mi gemela malvada ha dado conmigo y vuelve clamando venganza al mejor estilo película de sobremesa de domingo o bien que me ha salido un forúnculo de lo más extraño y que sería digno de estudio por parte de la élite científica.

Quizás en última instancia también se me ocurriría visitar a un psiquiatra, no sea cosa que lo que tenga sean meras alucinaciones pero, así de entrada, considero más plausibles las teorías de la gemela diabólica y el forúnculo mutante. Sobre todo porque el exorcismo y la operación de forúnculo darían para entradas mucho interesantes en el blog que el simple hecho de decir que se me ha ido la olla.

A eso ya estáis acostumbrados.