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miércoles, 28 de marzo de 2018

Anuncios Pesadillescos CCXLI: Parece que va de un perfume


Ay, los anuncios de perfumes… cuántos momentos de destripe nos proporcionan. Hay veces en que quieren hacer algo tan artístico que al final no sabemos qué es lo que nos quieren vender y éste, precisamente, es uno de esos.

En la tele había visto cortes donde no entendía nada. Por suerte, he podido ver en TúTubo que, en realidad, esos cortes pertenecen a un vídeo de tres minutos de duración donde… tampoco he entendido nada pero he flipado durante más tiempo.

La cosa va así: Una chica está sentada a una mesa en lo que parece ser una gala o una entrega de premios. Todo el mundo disfruta mucho menos ella, que tiene una cara de angustia y de aburrimiento mortífero que no puede con ella. Se excusa con la mujer que tiene al lado (o eso supongo, porque no hay diálogo) y sale al descansillo. Allí se pasea con paso cansado y parece a punto de romper a llorar pero, de repente, empieza a sonar una música y no sé si la posee un ser del inframundo o si le da un ataque o qué pero empieza a poner caras muy raras y a hacer movimientos que se asemejan a convulsiones. Sale del descansillo dando patadas e, incluso, en un momento dado se muerde una mano como  si fuese un bocadillo de panceta, así porque sí. Pasa haciendo el baile del gorila delante de un espejo, hace la araña al mejor estilo “El exorcista” frente al espejo siguiente y se pone a discutir con el busto de algún señor muy importante (supongo, porque si no, no le erigirían un busto). Una vez terminada la discusión, le da un lametón en la frente. Muy normal, todo.

Sube unas escaleras a toda carrera y, al llegar a la planta superior, se acerca por detrás a un hombre que habla por el móvil (no sé si es el vigilante de seguridad o uno que también se aburría soberanamente en la cena) y lo mata con sus propias manos, sintiéndose muy poderosa.  Aquí ya la cosa toma un cariz todavía más raro y se adentra en un pasillo disparando rayos láser con los dedos. Caen cachos de revoque del techo y un jarrón con pinta de caro vuela en  pedacitos.

Se sube a una mesita donde intenta sin éxito detener el movimiento de sus brazos y piernas y, al no conseguirlo, se deja llevar hasta el escenario de un teatro sin público (afortunadamente para ellos) donde ejecuta un par de pasos de baile y del que termina dejándose caer.

Sin fracturas a la vista, sale del edificio y se dirige dando saltos y volteretas en el aire hasta un ojo gigantesco hecho con flores o con papel maché o no sé con qué. Levanta los brazos delante del ojo y, finalmente, atraviesa el iris flotando por el aire. Se da golpes en el pecho como un orangután y nos muestran, por fin, el frasco de perfume.

No le encuentro el sentido a todo esto, así que os dejo a vosotros la tarea de intentar interpretarlo. He visto en Internet varios intentos de explicación hablando de los Iluminati, los masones y el ojo de Horus pero yo destripo los anuncios por las risas, no para alimentar teorías conspiranoicas.

lunes, 26 de marzo de 2018

Crónicas Felinas CCXLVIII: Conclusiones del experimento


Marrameowww!!!

Como os contaba en la ducentésimo cuadragésimo quinta parte de Crónicas Felinas (vamos, en la que podéis leer pinchando aquí , si no se os dan muy bien las nomenclaturas de los números ordinales), la bruja y el consorte me habían comprado un montón de delicatesen mientras que al  imberbe sólo le habían comprado una mousse para hacer el experimento de si le gustaba o no. Tengo que incluir aquí una fe de erratas (errar también es felino, a ver si os vais a querer adjudicar en exclusividad la capacidad de equivocarse) y decir que, en realidad, a Munchkin le habían comprado dos latas. A saber: una mousse y un soufflé. No había reparado en la existencia del soufflé porque estos humanos nuestros compran de forma compulsiva y después ya nadie sabe qué corchos hay en la alacena.

Bueno, pues una vez probadas ambas latas por parte del jovenzuelo, os voy a relatar el resultado del experimento. La primera en ser catada fue la mousse, que empezó lamiendo, como siempre, con cierto reparo. Después se ve que la cosa le empezó a gustar y comenzó a darle tímidos bocaditos. Bocaditos que dejaron de ser tímidos y empezaron a convertirse en auténticos mordiscos cargados de fruición al constatar que, efectivamente, aquello estaba rico. Dejó el plato limpio, así que podemos aseverar, sin temor a equivocarnos, que fue un completo y rotundo éxito.

El soufflé fue un éxito parcial. Me explico. La mousse es, como su propio nombre indica, una mousse. Es decir, no tiene tropezones de ningún tipo pero el soufflé tiene cachitos de carne (de salmón, en el caso que nos ocupa) incrustados. Pues el imberbe, que para lo que quiere es muy paciente, se ocupó de comerse todo el soufflé dejando los cuadraditos de salmón abandonados a su suerte. Un rato más tarde se los terminó comiendo también pero tiene pinta de haberlo hecho porque se estaba quedando con hambre y eso es algo que él no puede consentir. Creo que un día puede haber un incendio en casa que él no sale por patas hasta haber terminado de comer porque para huir se necesitan energías.

Así que ya han determinado que, al parecer, el único premio (o plato de fiesta) que se le puede dar al imberbe es mousse. Vaya, lo más barato de todas estas cosas. Si es que para haber nacido en barrio rico es demasiado proletario.

Por mi parte, yo seguiré disfrutando de mis manjares de gato rico porque uno tiene un nivel. Y Munchkin tendrá que esperar a una nueva visita al veterinario para que le vuelvan a dar mousse porque la bruja ha determinado que, ahora que saben que le gusta, se apuntan el dato pero no van a permitir que se le vuelva costumbre porque no es cuestión de que se ande saltando la dieta a cada rato.

Si es que no gana para disgustos, el pobre. Ahora que ha descubierto algo diferente al pienso y que le gusta, se lo prohíben.

Prrrrrr.

jueves, 22 de marzo de 2018

Se le fue de las manos


Las madres suelen aleccionar a sus hijos en materia de responsabilidad. La cosa empieza con la típica retahíla de “ordena tu habitación”, “recoge tu ropa”, “¿a dónde te crees que vas si no has terminado de estudiar para el examen?”… ese tipo de cosas.

Y mi madre lo hizo porque yo de pequeña y hasta bastante avanzada la adolescencia era un desastre. Estudiar, estudiaba, porque siempre fui buena estudiante y en esa materia no di quebraderos de cabeza. Pero en lo que tenía que ver con el orden o con recordar cosas que tenía que hacer para cumplir con mis responsabilidades, eso ya era otro cantar. Yo era un espíritu libre y no iba a estar ocupando mi soñadora cabecita en banalidades como limpiar o ir a comprar unas cartulinas.

Como digo, me aleccionó. Y lo hizo tan pero tan bien que terminé convirtiéndome en una obsesa del control y la planificación. Tengo las tareas estrictamente divididas por días, horarios y tipos, distinguiendo operativamente entre aquellas que pueden ser realizadas de forma simultánea y las que no. A tal punto que, si quedo con alguien un fin de semana, un suponer, dedico toda la semana anterior a planificar cómo cumplir entre semana con las tareas que tengo asignadas para el día de la semana en que haya quedado con esa persona. Es decir, no soy capaz de disfrutar del tiempo libre si no he cumplido previamente con mis obligaciones. Obligaciones que, según el churri, a veces hasta me invento yo sola.

Lo contradictorio de tener una madre hippie como la mía es que, igual que te dice una cosa, te dice otra. Digo esto porque hace un tiempo hablaba con ella por Skype y le estaba contando mis planes para el fin de semana siguiente. Se percató de que los planes de diversión eran en realidad como un “metaplan” que englobaba otros múltiples planes de limpieza de muebles y planchado de ropa.

Así que mi progenitora dedicó tiempo a destejer esa maraña de responsabilidades que había tejido con primor años ha en mi cabecita. Me decía “Ay, m´hijita (expresión muy popular usada en el Río de la Plata), por una semana que se te queden los muebles sin limpiar no se va a acabar el mundo; tienes que disfrutar del tiempo libre; es que te veo como agobiada”. Y yo, presa del pánico y casi con lágrimas en los ojos, le respondía “¡¿Pero cómo voy a dejar los muebles polvorientos una semana?! No, no, no. De alguna forma me apañaré”.

Creo que por un lado tiene que haber quedado orgullosa de lo bien preparada que me dejó para la vida y las responsabilidades diarias pero por otro debe pensar que ha creado un monstruo. A veces no hay que insistir tanto en eso de inculcar valores porque, en ocasiones, al final nos lo tomamos en serio. Le preguntaré al respecto cuando vuelva a hablar con ella por Skype.

El domingo a las siete de la tarde, como tiene que ser.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Anuncios Pesadillescos CCXL: Se masca la tragedia


La acción transcurre en una concurrida calle. Tiene pinta como de calle bohemia a juzgar por una monísima tienda de estanterías de madera en una esquina y un puestecillo de flores justo a su lado. Enfrente vemos un bar de los de toda la vida y ya no parece tan bohemia, aunque ahora parece que está de moda retomar las viejas costumbres. Bueno, es igual. El caso es que vemos a un operario abrir una arqueta y descender al foso, donde dudo que haya cocodrilos pero debe haber peores seres del inframundo. Mientras tanto, una chica compra unas flores en el puestecillo tan ideal y echa a andar mirando el móvil, sin percatarse de la arqueta abierta. No seré yo quien le desee el mal a nadie pero merecería caer por ir mirando el móvil mientras camina, que luego pasan cosas y nos andamos lamentando. Yo por la calle siempre miro dónde piso. No obstante lo anterior, punto negativo también para el operario por no señalizar convenientemente la arqueta abierta. Ha acordonado sólo uno de los lados en lugar de todo el perímetro. Desconozco el motivo.

En el mismo plano donde vemos el pie de la damisela de las flores, vemos un perro (pastor alemán, para más señas) que, sin motivo aparente, empieza a ladrar y sale corriendo en dirección a un transeúnte. Ese perro debería ir sujeto con una correa, si le da por cogerle tirria a la gente sin causa probable. Es un perro prejuicioso.

Pero siguen columbrándose desgracias en esa, hasta ahora, tranquila calle. El camarero del bar observa cómo un sofá de tres plazas se precipita hacia la vía pública tras haberse soltado de  una grúa. Una furgoneta frena haciendo chirriar los neumáticos para no estamparse contra el mueble. Alguien grita. Se avecina la tragedia. Nos enseñan detalladamente, por si no nos había quedado claro, el pie de la chica cerca de la arqueta, el sofá reflejado en la luna trasera de un coche (o esa creo que es la intención, porque no he visto otra cosa en esa escena), el sofá cayendo al vacío… Pero no pasa nada. El sofá cae limpiamente al lado de una de las mesas de la terraza del bar, el perro tira al suelo a su víctima pero vemos que únicamente quería hacerle carantoñas, y el operario coloca la tapa de la arqueta, quedándose sumido en la oscuridad en el interior del foso pero facilitando que la chica pose su pie sobre la tapa y siga caminando y mirando el móvil, sin percatarse ni de lo que ha pasado, tan inmersa como va en el Tinder o algo. Una pelirroja se sienta en el sofá con su taza de café, creyéndose que es Rachel Green en Friends.

La voz en off nos dice que siempre hay que esperar que todo salga bien y por eso estos seguros ponen a tu disposición todos los servicios y la tecnología que puedas necesitar.

Si esperásemos que todo saliera bien no contrataríamos seguros, leñe.

lunes, 19 de marzo de 2018

Crónicas Felinas CCXLVII: La torpeza a veces es muy útil


Marrameowww!!!

La bruja y el consorte llevaban tiempo diciendo que tenían que cambiar el edredón nórdico porque estaba ya muy viejito y tenía agujeritos por los que se escapaba alguna pluma ansiosa de libertad.

Como son unos indecisos y unos vagos redomados a los que es prácticamente imposible sacar de casa para hacer la más mínima tarea, el imberbe, que es muy amable aunque no lo parezca, les ha dado un empujoncito. Bueno, fue involuntario pero está intentando conservar su dignidad de alguna manera, así que, si os pregunta, decidle que la versión que os conté es que todo fue un plan cuidadosamente elaborado por su maquiavélica mente. Habrá que reforzarle la autoestima de alguna manera.

Os cuento la historia. La semana pasada, vuelve la bruja de trabajar y nos encuentra a ambos durmiendo sobre el lecho conyugal. Yo reposaba sobre la almohada y Munchkin, como suele ser su costumbre, se hallaba en una esquinita a los pies de la cama. Tengo que decir que, cuando el imberbe duerme, duerme de verdad. O sea, que no se entera de absolutamente nada de lo que pase a su alrededor. Sobre todo porque, como ya conté en alguna ocasión, se tapa los ojos con una pata y de esa manera ni siquiera detecta los cambios de luz. Es la presa ideal para cualquier depredador, vaya.

A ver, que me voy por las ramas y es mejor dejar esa tarea a los seres con alas, proveedores de relleno para los edredones nórdicos. El caso es que la bruja se sentó en la cama a quitarse los zapatos. El imberbe se percató en ese momento de que una de nuestros humanos ya había vuelto y, por tanto, era momento de empezar a molestar, a pedir cosas (comida, agua, atención…) y a crear la ilusión de que pedimos cosas aunque no necesitemos nada para desquiciarla intentando averiguar qué queremos. Para sacudirse la pereza y el sueño, se estiró, rodó sobre sí mismo en el colchón y… se le terminó la cama. Vamos, que se esmoñó. Rectifico: casi se esmoña porque, antes de dar con el lomo en el suelo, tuvo a bien engancharse al edredón con las uñas, realizando dos agujeros de tamaño considerable que convierten en tarea ineludible el tener que cambiar el edredón. Los agujeros tienen forma de letra L, por lo que son una especie de tapita que, al levantarla, deja ver con toda claridad las plumas de las que está relleno el invento.

En conversación telefónica mantenida esa tarde, la bruja advirtió al consorte que no menease mucho el edredón debido a que el jovenzuelo había ocasionado daños en el mismo. No hizo falta explicar más. Conociendo la proverbial torpeza del imberbe, el consorte le comentó a la bruja “¿Y por qué le ha dado por ahí? No me digas más; se ha caído”.

Sí, es la vergüenza de la especie pero al menos su torpeza ha servido para que tengan que salir a comprar un edredón con esta lluvia.

Me parto.

Prrrrrr.