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miércoles, 31 de agosto de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXXIV: Usando la cabeza (y 3)

Llegamos hoy (por fin) a la tercera y última entrega de esta trilogía de anuncios con cabezones. Luego de haber disfrutado de los anuncios de “Sujeto A” y “Sujeto B” le llega el turno a los…

Anuncios de La Sujeta

En el primero de ellos, la Sujeta y su correspondiente cabeza gigante están sentadas en un salón que bien podría haberse utilizado para grabar algún que otro episodio de “Cuéntame”. La cabeza está aleccionando a la Sujeta sobre las bondades que supondría contratar un seguro de coche con la compañía que ha pagado por este despropósito de anuncio.  Comienza diciendo que garantizan el mejor precio y, justo cuando está por enumerar otra ventaja, se pone de lo más tontorrona y no puede continuar su alegato. El motivo de esto lo descubrimos una vez que se abre el plano y observamos a la Sujeta dándose un masaje en la cabeza con uno de esos artilugios que a mí siempre me recuerdan a unas varillas de cocina pero con los alambres sueltos. ¿Alguien ha probado estos chismes? ¿De verdad relaja tanto eso de pasarse unos alambres arriba y abajo por el cuero cabelludo? Y nos quedamos sin saber más de por qué es tan maravilloso contratar un seguro con esta gente porque la cabezota esa no vuelve a reaccionar.

En el segundo anuncio vemos  a la Sujeta (aquí sí dicen su nombre de pila pero me lo voy a reservar porque ya bastante tendrá, la pobre) sacándose selfies en el mismo sofá de antes, situado en el mismo salón “Cuéntame”. No son selfies cualquiera, no. Son selfies “sexy” o eso se supone porque el background no es el más adecuado para este tipo de fotos. Pues ahí está ella, poniendo morritos, abriéndose un poco el escote de la blusa, guiñando el ojito, enseñando el hombro… De repente, aparece nuestra amiga la cabeza y le corta todo el rollo, emergiendo de repente de detrás de una mesa e instándola a cesar de inmediato su actividad. Aduce que las fotos podrían hacerse virales y, además, que a su lado está sentada su abuela. En efecto, comprobamos inmediatamente, que una anciana señora se encuentra sentada en el otro extremo del sofá, mirándola con ojos espantados. Tan espantados como se me quedaron a mí cuando vi con horror una mecedora y una colección de muñecas de porcelana en el salón. Como si no hubiera tenido ya bastante viendo los tapetes de ganchillo en anteriores entregas. 

La voz en off nos aclara que es seguro que la Sujeta tendrá un seguro de coche con cabeza. Un seguro y todo lo demás, aventuraría yo. Parece que el ninot sin piernas ese no tiene intenciones de abandonarla mientras viva. Menudo destino, atrapada en una casa con mecedora y muñecas de porcelana y teniendo que soportar que una cabeza gigante le diga lo que tiene que hacer. Empiezo a pensar que tal vez la abuela no esté realmente ahí. A todas luces la Sujeta ha tenido una vida muy traumática. 

lunes, 29 de agosto de 2016

Crónicas Felinas CLXXXVII: De por qué odio a Pavlov

Marrameowww!!!

¿Habéis oído hablar de los perros de Pavlov? Aquellos de los que decían que, como estaban condicionados, babeaban sólo con que alguien tocara una campanita. Confieso que nunca había creído demasiado en esa teoría porque los perros babean todo el tiempo, por lo que es muy fácil demostrar cualquier teoría si la prueba de que ésta se cumple es que el perro babee. “¡Mira, está puesta la tele y el perro babea! Eso es porque está condicionado a babear cuando se enciende la tele”. O, ““¡Mira, no pasa absolutamente nada y el perro babea! Eso es porque está condicionado a babear cuando no pasa absolutamente nada”. Vamos, que me parecía una teoría bastante endeble. Siempre decía que me la creería si hubiesen condicionado a los perros a no babear. Eso sí hubiese sido una prueba irrefutable de que el condicionamiento funcionaba.

Pero la vida me ha ido enseñando que, quizás, algo de verdad en los experimentos de Pavlov sí que hay. Yo no babeo, porque los gatos somos seres muy finos y ni se nos pasa por la cabeza eso de ir dejando charquitos de baba por doquier pero sí he notado que me entra un hambre atroz cuando escucho moverse un platito de plástico. ¿Por qué? Pues porque mis humanos usan platitos de plástico cuando nos dan latitas o algún otro manjar exquisito. Tanto es así, que ahora están germinando una planta en una bandejita de plástico y, cada vez que la mueven para ver cómo van los brotes, tanto Munchkin como yo vamos corriendo a ver qué es lo que suena, no sea cosa que sea la hora de la delicatessen y nos la vayamos a perder. Creo que la planta también es para nosotros pero esto ya os lo confirmaré en alguna entrega posterior. El caso es que vuelven a dejar la planta en su sitio y nosotros nos quedamos con cara de frustración, comprendiendo que hemos estado maullando un largo rato para no obtener a cambio ningún beneficio.

Otro factor de condicionamiento (aunque éste sólo me afecta a mí) es cuando a la bruja le duele la cabeza. Puede parecer una banalidad y estoy de acuerdo con vosotros en que bastante me importa a mí lo que le duela a la bruja pero el caso es que, cuando le duele la cabeza, tiene la costumbre de intentar poner remedio a su dolor, tomando alguna pastilla analgésica. La consecuencia de esto es que, en cuanto la oigo trastear con el blíster para extraer un comprimido, voy corriendo a su encuentro porque pienso que me va a dar el antiparasitario. No me malinterpretéis, no es que me fascine tomarme el antiparasitario pero sé que, una vez que me lo he tomado, la bruja me recompensa con una latita, que vendrá precedida del correspondiente sonido de platito de plástico (si encima le da por ir a comprobar la plantita, ni os cuento).

Y así voy por la vida de decepción en decepción por culpa del condicionamiento.

Maldito seas, Pavlov.

Prrrrrr.

jueves, 25 de agosto de 2016

Apología del GPS

Como ya os conté, he cambiado de proyecto en el trabajo. Lo que creo que no os conté es que también he cambiado de edificio. Un edificio que no está muy lejos del anterior pero que tampoco está muy cerca de nada. Hay autobuses a diez minutos en una dirección y metro a diez minutos en otra dirección, no como antes, que teníamos el metro en la puerta. Esto tenía grandes ventajas pero también hay que reconocer que tenía un gran inconveniente y ése es el que hoy vengo a relatar.

Al estar justo a la salida del metro, era literalmente imposible estar en la puerta fumando un cigarrillo con un/a compi y que no se acercara alguien preguntando por un hotel, un bar, la oficina del INEM o el estudio donde graban el programa “El Hormiguero” que también pilla cerca.

Ya de por sí es un poco cansino estar en tu ratito de desconexión y que te tomen por una oficina de información (y confieso que no siempre sabíamos dirigir a la gente por el camino correcto) pero si a eso le sumas que la mayor parte de la gente que venía a preguntar, lo hacía con un móvil en la mano, la cosa ya toma un cariz surrealista. Vivimos en una era tecnológica donde la gente vive enganchada al móvil para mandar whatsapps, entrar en Facebook, en Twitter y buscar Pokemons. Y no seré yo quien se meta con las aficiones de cada uno. Sobre todo yo, que me paso el día leyendo blogs para luego poder comentar entradas como churros y así ganar tiempo. Pero me sorprende la importancia que se le da al móvil como artículo de ocio y la poca importancia que se le da como herramienta. ¿Esta gente no sabe que en el móvil se pueden ver planos de por dónde anda uno, marcando el punto al que se quiere llegar y que la aplicación podrá guiarte mejor que cualquier trabajador estresado que se encuentre fumando en la puerta de su empresa?

Cuando vine a vivir a España y empecé a ir a entrevistas de trabajo, llevaba siempre un callejero de Madrid para no perderme (para que luego digan que las mujeres no sabemos interpretar un plano). Me resultaba más práctico que andar preguntando, con el consiguiente riesgo de topar con alguien que no tuviese ni idea pero creyese que sí la tenía y terminar con mis huesos en algún agujero de venta y/o consumo de sustancias ilegales. ¡Qué no hubiese dado yo por tener entonces un GPS en el móvil! Pero ahora lo tenemos y no lo valoramos. Entiendo que en lugares dejados de la mano de Dios, a veces es mejor preguntar porque el GPS puede terminar pidiéndote que te tires por un barranco pero en plena ciudad, con las calles convenientemente señalizadas, de verdad que vale más consultar en el móvil que preguntar a un trabajador que, en el 98% de los casos, ni siquiera conoce bien el barrio.

He dicho.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXXIII: Usando la cabeza (sí, 2)

Pues dado que, a raíz del post de la semana pasada, habéis querido que destripe el resto de anuncios de la saga, aquí venimos con la segunda parte, porque yo nunca hago omiso de vuestros deseos.

Anuncio de “Sujeto B”

Sólo he encontrado uno. Tal vez haya más, pero esto es lo que he conseguido. En caso de que no haya más, tengo que decir que me parece una total discriminación que “Sujeto A” y “Sujeta” tengan más de un anuncio y a nuestro pobre “Sujeto B” lo hayan dejado con uno solo. Aquí dejo a los creadores reflexionando.

“Sujeto B” está solito en la oficina frente a la fotocopiadora y procede a bajarse los pantalones y sentarse en su superficie para fotocopiar su trasero. Yo toda la vida he pensado que esto es un mito, un gag repetido en películas y series hasta la saciedad pero que no se corresponde con ningún hecho real alguna vez acontecido. Al menos, yo no conozco a nadie que se haya fotocopiados sus posaderas y yo misma nunca he tenido la tentación de fotocopiar esa o ninguna otra parte de mi cuerpo. Si alguno de vosotros lo ha hecho alguna vez o conoce a alguien que lo haya hecho (sólo en el caso de que lo conozca directamente; no me vale lo de “a mí me contaron que” o “un amigo de un amigo, al que yo no conozco”), le agradecería infinitamente que relatara aquí su experiencia.

El caso es que “Sujeto B” sí parece tener esa inclinación pero desiste de su intento cuando aparece su correspondiente cabeza gigante a hacerle desistir de sus intenciones cuando ya está a punto de apretar el botoncito verde, haciéndole ver que lo acaban de contratar y que continúa en período de prueba. También le recuerda que son ya las 9 de la mañana, argumento que sirve para que “Sujeto B” se baje de la fotocopiadora de un saltito y compruebe que, de repente,  la oficina se ha llenado de gente. El argumento del período de prueba que esgrime el cabezón ese, me parece un poco pobre. Digo yo que, si te da por fotocopiar tus nalgas y te pillan, te caerá como mínimo una bronca aunque lleves veinte años trabajando en la empresa. Si bien el despido les costaría más caro, puedes ir olvidándote de ascender si te ven cometiendo tales actos. Así que mi Álter-Consejo de hoy sería no fotocopiarse nunca el trasero. Nunca. Bajo ninguna circunstancia. No hay absolutamente ninguna necesidad y las cosas cubiertas por pantalones, faldas y demás, mejor dejarlas cubiertas en el trabajo.

Iba a relataros también hoy los anuncios de “Sujeta” pero me he entusiasmado con “Sujeto B”, que, pese a tener un solo anuncio,  hay que reconocer que es de lo más jugoso, y esto va a quedar muy largo si también hablo de ella, así que a la damisela la vamos a dejar para la semana que viene. Será mejor así, porque siempre había querido escribir una trilogía.

lunes, 22 de agosto de 2016

Crónicas Felinas CLXXXVI: 1, 2, 3, el escondite inglés

Marrameowww!!!

El sábado pasado le dimos un susto morrocotudo a la bruja y todavía me estoy riendo.

Como bien sabéis, soy muy aficionado a colarme en el armario y ahí simplemente tumbarme o arañar un rato la ropa, que también es muy entretenido. Pues bien, el sábado la bruja, prudentemente, cerró la puerta del dormitorio para evitar que nos coláramos y abrió el armario. Al comprobar que lo que fuera que buscaba no estaba ahí sino en otro armario (la bruja tiene las cosas desparramadas por toda la casa porque es  una consumista y con un armario solo no le llega) salió del dormitorio en busca de la prenda en cuestión dejando abiertas tras de sí la puerta del dormitorio y la del armario.

Al volver, se encontró a Munchkin intentando colarse en dicho mueble. Lo persuadió hábilmente de su intento y cerró la puerta del armario. Munchkin no hacía más que contemplar la puerta cerrada y proferir lastimeros maullidos. La bruja, que ya sabemos que muchas luces nunca ha tenido, no hacía más que  preguntarle qué le pasaba. Al final, cogió en brazos al imberbe, abrió el armario y, enseñándole su interior, le dijo “¿Ves cómo no hay nada? Hala, ya te puedes ir tranquilo” y lo sacó fuera de la habitación cerrando (esta vez sí) la puerta.

Procedió entonces la bruja a guardar algo en el ropero detrás de una montaña de camisetas, en una parte oscurita. Pegó un bote monumental cuando su mano dio con algo peludo que se movió repentinamente. El algo peludo era un servidor, que había estado ahí agazapado todo el tiempo.

Repuesta del susto, procedió a echarme, no sin evitar que, en mi lucha por quedarme donde estaba, tirase de una patada la montaña de camisetas al suelo. Me echó, dando alaridos de considerables decibelios y recogió la montaña de camisetas, momento que aproveché para volver a colarme en el armario. Finalmente, pudo echarme no sin antes llevarse un par de bocados y de arañazos con mis patas traseras.

Sé que podría haber conseguido solo esta hazaña pero tengo que reconocer que la colaboración de Munchkin hizo que el proceso fuese aún más entretenido ya que luego ella se culpaba diciendo que, si el imberbe maullaba, por algo era, y que tenía que haber revisado el armario con más atención. Que había sido vilmente engañada como una pardilla y que cuando los gatos están obsesionados con algo, es que algo hay, que parecía mentira que, a estas alturas, no hubiese sido capaz de captar las señales. Aunque, siendo francos, creo que la bruja no es capaz de captar las señales ni aunque le pongan un letrero de neón en la puerta del armario con la indicación “Aquí hay un gato” y una flecha señalando el punto exacto. Ella es así de pava. Si no le das las cosas mascadas, puede pasarse la vida intentando resolver un rompecabezas indicado para niños de 2 a 4 años.

Fue de lo más divertido. A ver cuándo repetimos.

Prrrrrr.