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lunes, 12 de marzo de 2012

Seré pava...


Lo admito. Soy incapaz de discutir. Con “incapaz de discutir” no quiero decir “incapaz de dar mi opinión” sino que me refiero a que soy incapaz de enzarzarme en una discusión o pelea.

Cuando era adolescente, mis hormonas alborotadas me instaban a discutir y pelear a grito pelado si era necesario pero, según fui creciendo, mis hormonas se apaciguaron y me convirtieron en una especie de conejito asustado que prefiere callar y aguantar el chaparrón a enfrentarse a alguien si le están pasando por encima.

Esto me trae varios inconvenientes ya que, al no dar jamás una mala contestación, me convierto en el punching-ball de todo el mundo. Si alguien viene cabreado porque le han cobrado de más en el súper, le ha costado encontrar aparcamiento o le ha salido un juanete, la culpa, indefectiblemente, acabo teniéndola yo.

Llamadme loca pero tengo la costumbre de dejar mis problemas personales en la puerta cuando entro a algún sitio. Considero que nadie tiene que pagar por mi mal humor. Tanto en casa, como en el trabajo, como en cualquier ámbito en el que me mueva. Sin embargo, la mayor parte de la gente, cuando está de mal humor, lo demuestra (y vaya si lo demuestra). Tú vas de buen rollito a comentarle algo a alguien y de repente te suelta un bufido que ni mis gatos, oye. Es en ese tipo de situaciones, en las que tendría que decir algo como “a ver, que yo no te he hecho nada” donde yo me quedo con cara de paisaje, sin saber bien cómo reaccionar. Me callo y me retiro discretamente. A lo mejor luego comento el tema, si considero pertinente comentarlo, cuando ya los ánimos están más calmados y se puede dialogar.

Otra cosa que no llevo nada bien son los gritos. En una discusión, según me van subiendo más la voz, más la voy bajando yo, alegando que no es necesario gritar, que le estoy oyendo perfectamente y que no por gritar más va a tener más razón. Si siguen a lo suyo, gritando, directamente me cierro en banda y ya no hay manera de arrancarme una palabra. Si la cosa va de ver quién grita más, ni lo intento. No hay discusión en el mundo que merezca que sacrifique una de mis preciosas cuerdas vocales.

Lo curioso de esto es que, al final, siempre me quedo con ganas de decir cosas pero, con los nervios del momento, no atino con la frase exacta. Es únicamente cuando ya me encuentro sola que me vienen a la mente todas las genialidades que podía haber dicho y no dije (debo tener cierto delay mental). Ahí reproduzco mentalmente la conversación y doy todas las contestaciones que me da la gana quedando, claro está, con la última palabra.

El resultado final es una extraña mezcla de sensación de triunfo con frustración por no haberlo dicho y un mantra que repito hasta la saciedad “Seré pava…”

domingo, 11 de marzo de 2012

Juventud ¿divino tesoro?


Desde que tengo memoria he estado estudiando, trabajando, o haciendo ambas cosas a la vez. Esto de la generación Ni-ni (que ni estudian ni trabajan) me resulta apabullante. No voy a empezar con eso de que la juventud está perdida, que sé yo que hay mucho joven de provecho, estudiando, trabajando, colaborando con ONG´s y cosas así, pero esta apología que se hace últimamente de “vivir del cuento” me pone un poquito de los nervios.

Ya de por sí, el hecho de que se les haya puesto hasta nombre de tribu urbana, me parece surrealista. Generación Ni-Ni ha habido toda la vida. La diferencia es que antes los llamábamos “vagos” a secas.

Parece que, hoy en día, lo que mola es no tener ilusión por nada. Quejarse de que la sociedad es una m****a pero no hacer nada por cambiarla. No estudian porque les parece una pérdida de tiempo (o porque resulta más cómodo poner la excusa de que son unos burros y por eso no se esfuerzan) y se quejan de que los trabajos que hay, o son una porquería o no hay ninguno porque hay crisis. Es así como entran en un círculo vicioso del que es muy difícil salir. Es decir, quieren que un buen trabajo les llueva del cielo. No estudian pero no quieren un trabajo para el que no se requieran estudios.

En primer lugar, los trabajos donde no se requieren estudios no sólo son igual de importantes. Son necesarios. No todo el mundo tiene por qué tener una carrera. De hecho, si todo el mundo tiene carrera se genera mucho más paro porque no hay mercado para absorber tanto profesional. ¿Qué sucedería si el mundo estuviese lleno de cirujanos pero no hubiese nadie que amasase el pan a las cuatro de la mañana?

En segundo lugar, si piensas que un trabajo para el que no se requieren estudios no es para ti, estudia. No hay más vueltas que darle.

La sociedad ha avanzado mucho y eso es algo bueno pero hay cosas en las que ha involucionado, a mi entender. Hace no tantos años, al que no hacía nada se le daban dos leches bien dadas y espabilaba. Hoy en día, al que no hace nada se le mete en un Reality Show. Pululan los programas de “reinserción en la sociedad” de jovenzuelos a los que se muestra como un caso perdido y, si nos basamos en esos programas, el porcentaje de éxito de la terapia es de un cien por cien. Nunca muestran los casos en los que no se pudo hacer nada. Muy rara vez los muestran seis meses más tarde, para ver si el cambio que dijeron haber experimentado ha perdurado en el tiempo. Llamadme escéptica pero dudo mucho que una persona que tenga el no hacer nada como modus vivendi durante años, comportándose de manera violenta con quienes le rodean y, en ocasiones, hasta cometiendo pequeños delitos, vaya a dar un cambio tan radical en una semana. Lo siento, pero no me lo creo.

¿Por qué no hacen Realities con gente joven que sí hace cosas? Gente que estudia, que trabaja, que aporta algo a la sociedad. Hay muchos y, por culpa de este tipo de programas, la imagen de la juventud se está distorsionando, ya no sólo de cara a la gente más mayor, que los mirará diciendo “Ay, estos jóvenes de hoy en día”, sino de cara a los propios jóvenes. Creo que para un chico que esté un poco perdido en la vida tiene que ser mucho más inspirador ver gente de su edad que se mueve y hace cosas, que ver más gente igual de perdida que él porque el mensaje va a ser “¿Ves? Si es que estamos todos igual…”.

Imagino que este tipo de programas funcionan (y los que yo propongo no funcionarían) porque siempre da más morbo ver a un adolescente pegándole a su madre, fumando cannabis e insultando a todo el que se le ponga por delante que ver a un adolescente ayudando en casa, yendo a trabajar o sentado a su escritorio estudiando.

Dice el dicho “Juventud, divino tesoro” pero hay gente que se ve que prefiere despilfarrar sus riquezas ¿Quién tiene la culpa? ¿Los jovenzuelos descarriados o los que les dan protagonismo?

sábado, 10 de marzo de 2012

Nunca bailaré a tu son


Hoy relato algo que me pone mala: La gente que va escuchando música en el móvil en cualquier medio de transporte público y no tiene la decencia de ponerse unos cascos.

Se ve que estos especímenes, muestra viviente de la falta de civismo, están muy orgullosos de sus gustos musicales y consideran un deber ciudadano compartirlos con el resto de la humanidad.

Curiosamente, los géneros musicales en cuestión suelen ser casi siempre los mismos: Chunda-chunda, reggaetón o flamenqueo. Nunca he visto un heavy-metal con el móvil a todo trapo (los habrá, supongo, pero no es una especie que abunde), mucho menos a alguien atronando en el Metro con música New-Age tipo Vangelis o Jean-Michel Jarre.

A ver, proyecto de ser humano. Sé que todo el mundo es libre de escuchar lo que le plazca y, quien más quien menos, todos hemos bailado (o perreado) alguna vez cualquier chorrada en una fiesta de pueblo pero no tengo el más mínimo interés en que compartas tus intereses artísticos conmigo, de verdad que no. Es evidente que lo haces para que te miren, para que vean lo cool que eres con tu móvil super fashion al que no te llaman más que tus acreedores, tus padres para preguntarte dónde narices te has metido o tus colegas para pasarte vídeos de caídas en youtube (ni se les ocurre preguntar qué tal te va la vida).

La escena más patética que he visto, fue un grupo de adolescentes-ya-saliendo-de-la-adolescencia, con las hormonas alborotadas, que, al ver a una chica muy mona que iba jugando con el móvil, pusieron el reggaetón a todos los decibelios que fuera capaz de aguantar su móvil y, no conformes con eso, ponerse a bailar en la plataforma que hay entre los vagones (para los que no sois de Madrid, tenemos por aquí algunos Metros cuyos vagones van unidos por una plataforma articulada, de tal guisa que todo el Metro parece una oruga donde hay un solo pasillo, dando la sensación de que es un único vagón enorme. No sé si los habrá en el resto de España, he de reconocer que no viajo mucho, así que lo explico por si acaso). Los miramos todos los del metro, partiéndonos la caja, claro está, salvo la chica, que estaba más interesada en evitar que la matasen los marcianitos.

Mi jefa se ha guardado “Rigoletto” en el móvil para ponerlo a toda castaña la próxima vez que se encuentre con alguno de estos pseudo-humanoides. Deseandito estoy que me lo cuente.

Es como volver a la famosa época ochentera de los “loros” pero esta vez en chiquitito. Con lo pequeños que soy hoy en día los auriculares (aunque esté de moda llevarlos más grandes que tu cabeza, como comentaba aquí) ¿qué necesidad tienes de torturarme? Que son más de las once de la noche, acabo de salir de trabajar, estoy hecha una piltrafa humana con el rímel en los tobillos, intento concentrarme en mi librito sin molestar a nadie y tú estás ahí con el “Ai se eu te pego”, dale que te pego, valga la redundancia, o la repugnancia, según el caso.

Encima yo soy muy tímida, así que no me atrevo, ya no digo a decirles algo, sino directamente a mirarlos con mirada asesina (mucho menos a ponerles “Rigoletto”), así que soporto estoicamente mientras me pregunto si habrá alguna farmacia de guardia para comprar tapones para los oídos.

Me he puesto a investigar en plan Félix Rodríguez de la Fuente y lo más curioso de todo es que estos cavernícolas con mononucleosis son territoriales. En el vagón donde hay uno, no hay otro. Menos mal, porque de otra manera eso ya sería un caos infernal y saldríamos de ahí necesitando una tortilla de ansiolíticos.

A lo mejor es que están mejor organizados de lo que pensamos y se lo montan en plan macro-discoteca. En un vagón, House; en otro, pachangueo; en otro, reggaetón y así hasta llegar al Hardcore. Visto así, el transporte no está tan caro, tienes transporte y rave todo en uno.

El único día que no me pongo de mala leche es los viernes por la noche. Ves ahí a los jovenarios que van de fiestuqui, compartiendo con sus compañeros (y con el resto de viajeros) su alegre musiquilla y oye, que hasta te dan ganas de irte de botellón con ellos. Es viernes por la noche y hay que ser más permisivo, que para cabrearnos ya tenemos el resto de la semana. 

viernes, 9 de marzo de 2012

La cara que pusimos!


Hace unos días recordábamos con mis compañeras de departamento en el trabajo (las del turno de tarde, que somos unas valientes), la llegada del euro a nuestras vidas. Todo venía por el triste tema de Grecia y nos preguntábamos si no hubiese sido mejor para ellos no haberse acogido a la moneda única. Comenzamos a pensar en cómo subieron los precios de todo en nuestro paisejo con la llegada del euro.

V. tiene mi edad pero M. es más pequeñita (tiene 22) así que ella recordaba que su madre le empezó a recortar el presupuesto de huevos de estos con sorpresa porque habían subido muchísimo.

A V. y a mí nos hizo mucha gracia que valorase la subida de los precios en función de un huevo de chocolate pero, una vez que tuvimos en cuenta su edad, la cosa ya cuadraba.

En fin, éste no es un blog político ni económico (ni lo será nunca), así que esta introducción sólo sirve para pasar a contaros mi chorrada diaria. Ahí va.

V. ha ido hoy al supermercado a comprarse algo para merendar. A la vuelta nos dice: “Estaba en el super comprando la merienda, he visto esto y me he acordado de vosotras, así que os he traído uno a cada una”. Y ahí estaban, sendos huevitos con sorpresa. V. es un puntazo.

Años hacía que no comía un huevo de esos. No sé si me sabía mejor el chocolate o los recuerdos que me estaba evocando aquella regresión a mi niñez. No hacíamos más que repetir, con la boca llena de chocolate: “Gracias, V. Gracias, V.”.

El mejor momento, por supuesto, como dice el anuncio, ha sido el de abrir las sorpresitas. A mí me ha tocado una especie de bicho raro, con un pincel en la cabeza y unas acuarelas sobre cartón. Se supone que la idea es mojar el pincelillo y, con las acuarelas, despejar la incógnita. Tiene los brazos y las piernas cruzados ante sí para que puedas meter tu dedo índice y utilizar tus falanges como si fuesen el mango del pincel. Con estas manos canijas que me ha dado la naturaleza, en el dedo índice me queda grande (menos mal que son para niños), así que me lo tengo que poner en el dedo de insultar. Por si acaso os lo estáis preguntando, no, no me he puesto a pintar en el curro.

A M. le ha tocado un cochecito de estos que salen disparados cuando les das marcha atrás. Ahí he empezado yo “Jo, V., le has dado el mejor a M. Es tu favorita. La quieres más a ella. M. tiene un coche molón”. V. miraba al cielo pidiendo clemencia, seguramente preguntándose en qué horita se le había ocurrido traernos los huevos de los ídem.

Como veía que mi técnica no resultaba, pasé a la psicología inversa “A M. le ha tocado un juguete de chico, jajaja”. Pero, oye, que no soltaba el cochecito, la condenada.

Hemos dejado de adorno nuestros juguetitos en nuestras mesas (las mismas mesas que usan nuestros compis de la mañana. Van a pedir pasarse todos a la tarde cuando empiecen a sospechar lo bien que nos lo pasamos).

Ah, y los gatos también han tenido su sorpresita, que me he traído los recipientes amarillos de los regalitos. Sí, los dos. M. me ha dado el suyo supongo que para compensar lo del coche molón y el cargo de conciencia por no haberme cambiado el juguete.

Lo que da de sí un huevo de esos, oye. Tiene razón el anuncio. La cara que pusimos!

jueves, 8 de marzo de 2012

Poniéndonos las pilas


Anoche, cuando salí de trabajar, íbamos andando hacia la estación de Atocha dos compañeros (a quienes utilizo vilmente como guardaespaldas) y yo.

Uno de ellos decía que nunca encontraba momento para leer porque leer le da sueño y, en cuanto se pone a ello, se queda frito. Yo comenté lo que ya es sabido por vosotros y mi otro compañero dijo que a él también le gustaría eso de leer en la cama pero que no encuentra ninguna luz que le convenza porque le parece demasiada iluminación incluso la de la lamparita de la mesilla (será de 100 Watts, digo yo; si no, no me lo explico).

Entonces le digo “¿Y por qué no te compras una pincita de estas de enganchar a los libros?”.

Sorprendentemente, mi compañero nunca las había visto, así que le expliqué que era una pinza con linternita para enganchar al libro y poder leer a oscuras, si le daba la gana. A lo que me responde: “Ah, pues es una buena idea”. “Si es que se nota que los de Facturación le dan al coco”, apostilla mi otro compañero. Mi detector de ironías estaba al rojo vivo pero como éste está siempre igual, ya lo tomo como moneda corriente y me río, diciendo “No lo sabes tú bien, majete”.

El caso es que el posible nuevo comprador de la pincita, comenzó a solicitar información sobre el invento.

Posible Comprador (PC): Pero será complicado pasar las páginas.

Yo (Yo): No, cenutrio, la enganchas a la tapa trasera, no a las hojas”.

PC: Ah. ¿Y eso va con pilas?

Yo: Claro.

PC: ¿Y no pesará?

Yo: Hombre, es una minilinternita con dos pilas botón o una pila AAA. Dudo que vayas a notar mucho el peso, a no ser que te compres una linterna de espeleólogo con dos pilas tamaño D.

PC: ¿Cuáles eran esas?

Yo: Las gordotas estas que se usaban antes para los radioassettes portátiles, esos que llevaban los raperos de antes en plan loro al hombro.

Mr. Ironía (Mr. I): También podría llevar de estas de nueve voltios.

Ahí tuve un momento moviola mental, y recordé ¿quién no ha hecho alguna vez el canelo poniendo la lengua en una pila de nueve voltios? Lo que nos divertíamos sintiendo la descarga. Era como el momento fetiche-masoquista de la infancia.

Al pensar en esto, llego a una conclusión. Los faquires realmente son gente estancada en sus primeros años de vida. Experimentan con electricidad, con clavos, comen cosas raras… Hay un pequeño faquir dentro de cada uno de nosotros. Lo único que debemos hacer es dejarlo libre.