Escríbeme!!!

¿Sugerencias? ¿Comentarios? ¿Quieres venderme algo o cyber-acosarme? Escríbeme a plagiando.a.mi.alter.ego@gmail.com

jueves, 10 de noviembre de 2016

Mi experiencia gallega IV: Día 2 en Santiago de Compostela

Pues vamos hoy con la última parte de las crónicas de mi viaje a Galicia (me tiro semanas para relatar un viaje de cuatro días; está visto que me enrollo como las persianas).

El altar, con el botafumeiro pendiendo sobre él.
El último día fue bastante relajadito. Por la mañana fuimos a ver la catedral por dentro y llegamos poco antes de que empezase la misa del peregrino. Decidimos quedarnos, ya que tenía pinta de que íbamos a ver el botafumeiro en acción. Efectivamente, anunciaron que íbamos a disfrutar de la ofrenda del botafumeiro gracias a una familia japonesa cuyo nombre no entendí pero que sonaba como a Tamagochi.

Antes de empezar la misa, avisan en varios idiomas que está prohibido sacar fotos o vídeo durante el tiempo que dure la misma. La gente estuvo bastante comedida hasta el momento en que hizo acto de presencia el botafumeiro. Aquello empezó a parecerse más a un concierto de One Direction que a una misa y sólo se veían pantallitas por doquier, inmortalizando el momento en que aquello se meneaba para un lado y para otro (menos mal que yo no estaba en el área de recorrido del botafumeiro, porque no hacía más que pensar en qué pasaría si eso de repente se caía). Yo no soy una persona especialmente religiosa, lo admito, pero sí me considero una persona respetuosa con las creencias de la gente y, sinceramente, me pareció una falta de respeto. Estás en una misa, no en un show. Si te dicen que no se puede grabar ni sacar fotos, pues no grabes ni saques fotos, hombre ya. Aunque me hizo mucha gracia un cura jovencito (creo que mexicano) que venía con todo el séquito de curas que ofician la misa, el cual sacó un móvil de debajo de la sotana y sacó una foto subrepticiamente. Un sacerdote más mayor, que estaba a su lado, lo reprendió y al final los dos se rieron. Se podían haber hecho un selfie, ya que estaban.

Nos tocó ver la misa debajo del órgano.
Casi nos quedamos sordos.
La catedral por dentro es impresionante. Demasiado recargada para mi gusto pero impresionante. Me llamó mucho la atención que tuvieran varias capillitas para dar misa en diferentes idiomas y también la cantidad impresionante de confesionarios (también en varios idiomas) con una lucecita arriba para saber cuáles están libres, como los taxis. Cuánta organización, oye.

Otra cosa que me llamó la atención es que, a la salida, antes de pisar la calle te ves dentro de una tienda, como cuando sales de una atracción en un parque temático. Se les ha ido un poco la mano con eso, en mi humilde opinión. Luego hicimos la pertinente cola para abrazar el santo y ver el sepulcro, como es tradición y nos fuimos a dar una vueltecilla y a comer (repetimos en Petiscos do Cardeal, que nos había gustado mucho el día anterior).

Y nos fuimos a descansar al hotel hasta la noche porque estábamos agotados. A la noche, tocaba desvirtualización (que me gusta a mí una desvirtualización). Quedamos con Cris Mandarica y su chico. Cris, que es muy maja, nos enseñó los pies de Cervantes. No lo explico porque, si viajáis a Santiago es mejor que os lo enseñe alguien de allí. ¡Gracias de nuevo, Cris!

Fuimos a cenar (no recuerdo dónde porque cuando voy con gente me dejo llevar y no me entero ni por dónde ando). Probé el raxo con patatas y me volví a poner hasta las patas de pulpo. Ayyyy, cómo echo de menos el pulpo…

Con la Mandi y su hijito-libro.
Aproveché la ocasión para que me firmase su libro “Detrás de la pistola” (en breve, reseña en este humilde blog) y ya con la pancita y el corazoncito henchidos de satisfacción, cada mochuelo voló a su olivo.

A la mañana siguiente, como teníamos unas horas hasta que saliese nuestro tren a Madrid, el churri y yo volvimos al casco antiguo a comprar un kilo de queso San Simón, que estoy cuidando como oro en paño. Qué cosa más rica, por favor… Y me monté al tren con el queso. Me faltaba la gallina y la bota de vino.

Así que, en conclusión, ha sido un viaje de lo más provechoso y una escapada que recomiendo a cualquiera que tenga por ahí unos días libres y no sepa a qué destino dirigirse.

Eso sí, recomiendo hacer dieta antes y después del viaje.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Anuncios Pesadillescos CXC: ¿No puedes permitirte la empatía?

Hace tiempo que veo este anuncio y he estado aplazando su destripe porque es un poco corto y, dada su escasa longitud, me cuesta escribir un post decente con tan poco material.

Pero el asunto es que lo siguen emitiendo… y yo cada vez me pongo más de los nervios cuando lo veo. Por tanto, procedamos a comentarlo.

Un hombre sale de su casa y se dirige a su coche. Detrás de la valla de la casa contigua, aparece un niño. Rubito, de ojos claros. Casi podría decirse que es un querubín bajado del cielo. Dirigiéndose al vecino, le dice “Bonito coche”. El vecino, que no sabe la que se le viene encima, sonríe y le da las gracias porque es un hombre educado.

El niño, viendo que su víctima ha mordido el anzuelo, prosigue preguntando si el precioso coche que tiene delante de sí tiene wifi incorporado. Ante la respuesta negativa, el  niño continúa su ataque preguntando “Lo controlas desde el móvil, ¿no?” y “¿Verdad que llama para pedir ayuda en caso de accidente?”. El pobre vecino ya no sabe qué cara poner. Mira su propio coche de hito en hito e imagino que estará pensando que para qué quiere él tanta pijotada; que él sólo busca un coche para desplazarse al trabajo y no un juguete a control remoto.

Y ahí ya viene la puntilla. La gota que desborda el vaso y que, si yo fuera el vecino, me darían ganas de soltarle una guantada con toda la mano abierta al niñato repelente. En serio, no soy una persona violenta pero este niño despierta en mí instintos asesinos. La pregunta en cuestión es “¿No puedes permitirte un (marca anunciante)?”.

¿Se puede ser tan clasista y asqueroso a una edad tan temprana? ¿Se puede tener menos educación? ¿Qué valores han inculcado a este niño ficticio sus igualmente ficticios padres? Habría que demandarlos o algo. Os juro que pocas cosas en materia televisiva me ponen de tan mala gaita como este anuncio.

De más está decir que, luego de soltada esta perlita por parte del niñato odioso, sale el padre del susodicho, que es un madurito interesante con pinta de moderno, a montarse en el maravilloso coche con wifi que lo espera en la entrada. Saluda al vecino con una sonrisa que me atrevería a decir que tiene un aire de condescendencia, como si le estuviese perdonando la vida al otro por no tener un coche que sepa llamar por teléfono.

Y luego nos cuentan las características del coche pero confieso que, a estas alturas, ya ni presto atención por estar rumiando mi cabreo y gritándole al churri “¡Qué patada en la boca tienen todos en esa familiaaaa!”

Un momento, que voy a respirar un rato en una bolsa de papel y vuelvo a terminar el post.






Hala, ya está. Ya no hiperventilo pero sigo de mal humor. Creo que el anuncio no está rodado en España y menos mal para el niño porque como me lo cruzara algún día…

lunes, 7 de noviembre de 2016

Crónicas Felinas CXCIII: Juegos de otoño

Marrameowww!!!

Parece que el otoño ya está aquí. La bruja se pasa el día como alma en pena lamentando la ausencia de sol, el frío y el exceso de lluvia. Dice que todos son desventajas. Hay que ponerse más ropa que terminará más apelotonada en el tendedero y, como consecuencia de la humedad reinante en el ambiente, tardará más en secarse, con el consiguiente desbaratamiento de su férrea organización de días dedicados al planchado. Vamos, que no hay quien la aguante.

Nosotros, sin embargo, estamos de parabienes. Por fin se ha ido el calor asfixiante y ya no tenemos que tirarnos en el suelo cual babosas, con lo poco elegante que queda eso. Ahora nos acurrucamos en el sofá, como gatitos de bien y hasta levantamos algún suspiro a la bruja cuando me tumbo encima de ella y la miro con ojitos de gusto. Ella dice que es porque la miro con cara de amor; en realidad es que lleva una manta encima y no ha nacido quien diga que no a una mantita en el sofá en una tarde de otoño.

Otra ventaja que tenemos ahora que han bajado las temperaturas es que ya podemos jugar a perseguirnos sin que nos parezca un esfuerzo sobrefelino. El viernes pasado por la noche, después de la cena de los humanos y luego de conseguir el trozo de merluza por el que habíamos estado dándole la brasa a la bruja, nos pusimos alegremente a jugar al pilla-pilla.

Pero lo que cualquiera vería como un entrañable momento lúdico terminó en tragedia (para la bruja) ya que, en un momento dado, nos dio por subir a pelearnos al sofá. Pero el sofá no estaba vacío. Sobre él reposaba la bruja cuan larga es viendo alguna tontería en la televisión. Munchkin y yo empezamos a pelearnos encima de la bruja porque a nosotros lo que diga el protocolo nos es indiferente. Por un zarpazo mal dado, ambos perdimos el precario equilibrio que manteníamos sobre ella y, lógicamente, de alguna manera teníamos que evitar dar con nuestros huesitos en el suelo. Así que optamos por aferrarnos con las uñas a lo que teníamos más a mano; dícese: su pierna.

El resultado fue un chillido indescriptible y el consorte echando agua oxigenada y soportando alaridos para curar un boquete que le hice yo mismo en el muslo con mi pata delantera y otros tres que le proporcionó el imberbe en la pantorrilla.

Total, que la hemos dejado como un colador. A la “pobre” se le acumulan las desgracias. Todavía no se le ha quitado una marca que le dejó Munchkin en verano sobre un tobillo porque decidió que era muy divertido jugar con un pie que se movía bajo la sábana y ahora tiene más heridas de guerra por las que preocuparse.

Eso sí, esto no fue óbice para despertarla religiosamente a las ocho y media de la mañana del sábado reclamando nuestro alimento, porque tanta carrera nos había hecho gastar muchas calorías y no conocemos el arrepentimiento.

Prrrrrr.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Mi experiencia gallega III: Día 1 en Santiago de Compostela

El tercer día de nuestro viaje pusimos rumbo a Santiago de Compostela, aunque A Coruña todavía tenía que sorprendernos con algo más. Cuando íbamos hacia la estación de tren, vimos en un parque cercano a nuestro hotel que el jardinero todos los días pone la fecha en los setos. Admirada por su trabajo (y por su gran paciencia) no pude sino fotografiar su obra:












El calendario más laborioso del mundo
Tomamos el tren a Santiago y, al llegar, no pude evitar reírme porque alguien que venía con nosotros en el tren desde Coruña, llegó con una tarta de Santiago. No sé a quién pretendía homenajear en Santiago con una tarta de Santiago pero me dio por pensar qué pensaría un madrileño si recibe visita de un pariente de Córdoba y se le presenta con un cocido madrileño.

Una vez vaciado nuestro maletoncio en el hotel, pusimos rumbo al casco histórico. Y ahí nos tiramos el día, paseando entre callejuelas que vete a saber cuántos pies han pisado desde hace tantos siglos. Esas cosas a mí me impresionan mucho. Hay que reconocer que, aunque es pequeñito y se puede recorrer perfectamente en medio día, tiene tanto que ver que, como te dé por averiguar la historia de cada edificio frente al que te paras, te puedes tirar allí semanas. Como no teníamos semanas, pues hicimos un recorrido un poco light, lo reconozco, y hay cosas que las veía sin saber lo que eran. De las cosas que sí sabemos lo que eran no hay mucha foto porque estaba todo lleno de gente y confieso que me da muuuucha pereza ponerme a borrar tanta carita en las fotos, así que lo siento si este post no es muy histórico que digamos y no se capta bien la esencia de lo que representa Santiago de Compostela.

Lo que sí supimos lo que era fue la Catedral, porque es inconfundible. Tuvimos la mala suerte de que el Pórtico de la Gloria, que es la entrada principal, estaba de obras, así que en la foto no ha quedado muy chulo pero en fin, es lo que hay. No pude utilizar mis influencias de blogstar para que retiraran los andamios ante mi visita.
El Pórtico de la Gloria con sus andamiajes.


De todas formas, ese día no entramos a la Catedral y, como digo, nos dedicamos a callejear, como puede apreciarse en las fotos, donde vemos unas callejuelas estrechísimas por las que es complicado pasar si te topas con alguien de frente. Tengo que reconocer que, si bien es cierto que yo tengo un sentido de la orientación nulo, Santiago de Compostela hizo que me desorientase todavía más. No entiendo cómo puede ser tan fácil perderse en un sitio tan pequeño.

En cuanto a la comida, que sé que lo estáis esperando porque un post mío de viajes es menos post si no comento lo que zampo. Al mediodía comimos en un local de tapas llamado “Petiscos do Cardeal”, que queda en el propio casco histórico (Calle del Franco, 10). Recuerdo que comimos navajas, unas hamburguesitas de buey que estaban de muerte y de postre me comí un queso do cebreiro con miel que hizo mis delicias (y que me recordó a mi ex jefa, que se había criado en Galicia y, como iba mucho, a la vuelta siempre nos traía cebreiro con miel). Todo delicioso.

A la noche cenamos en el restaurante “O Sendeiro” (Rúa do Olvido, 22). Creo que, cuando llamé por la mañana, conseguí mesa de chiripa porque no es muy grande y estaba lleno. Totalmente recomendable también. Allí comimos una tabla de quesos gracias a la cual conocí el queso San Simón, que ha conseguido conquistarme por completo, entrecotte de vaca y, de postre, una mousse de queso (sí, más queso) que no conseguí terminarme de tan llena que estaba. Para colmo, la vuelta al hotel era en cuesta y llegué sin resuello pero feliz.


La semana que viene terminamos la crónica. Por aquí os espero. Os dejo con foticos:

La Torre de las Campanas.

Una callejuela por la que no podría transitar Espinete.

Yo.

Otra vez yo.

El Mercado de Abastos, que a esas horas estaba cerrado.

Frente al Correo Gallego. Me dijo el churri que,
como periodista, no podía prescindir de esta foto.

Más calles.

Y más calles.

Esta foto tiene un deje nostálgico que me encantó.

Yo, sobre Santiago.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXXIX: La surfista dental

Este anuncio es una mezcla de animación con ordenador y actuación de personas reales. El resultado de esto no siempre es tan espectacular como el que vemos en algunas películas de ciencia ficción o terror (aunque da bastante miedito).

Vemos una mandíbula humana gigante que se abre y comprobamos que hay un hueco bastante considerable entre los dientes. No pasa nada. El hueco será rellenado con una prótesis de cuatro dientes que baja desde los cielos. La prótesis (igual que las desgracias)  no viene sola. Sobre ella, se mantiene en pie como buenamente puede una mujer. La mujer nos dice que, si llevamos dentadura, hagamos una prueba. Ya empezamos mal. Dentadura llevamos casi todos en esta vida. Deberían especificar que estamos hablando de una dentadura postiza. La prueba, digna de uno de los trabajos de Hércules, consiste en empujarse los dientes con la lengua para así constatar si se mueven o no.  Qué me vienes con andar matando toros en Creta o sacar a Cerbero del Inframundo. A Hércules le tenían que haber pedido que se empujara los piños con la lengua.

En el caso que nos ocupa efectivamente se mueven, lo que provoca que nuestra protagonista de hoy se tambalee y dé la sensación de que está haciendo surf sobre unos dientes. Surrealista y tétrico a partes iguales. Intenta hablar mientras aquello se menea como una barca a la deriva y pregunta si lo notamos. Pues no, yo no noto nada, y eso que llevo dentadura. Ahhhhh, que no aclararon que hablan de dentaduras postizas, es verdad.

Pero, por suerte para todos los usuarios de dentadura (postiza) hay un producto que se adapta de maravilla a las encías para que las piezas dentales queden fijas en su sitio y no salgan por ahí disparadas a la primera de cambio, con lo peligroso que es eso para los ojos de los demás (para ellos podrían hacer una secuela hablando de ojos de vidrio). Gracias a esto, la dentadura se queda ahí más firme que una roca y te puedes olvidar de ella. Espero que te puedas olvidar de ella mientras la llevas puesta, porque dejársela por ahí tirada después de quitársela no mola nada. Primero porque esas cosas cuestan dinero y, segundo, porque no me gustaría estar en el pellejo de quien se la encuentre.

Para finalizar tanto argumento científico, la chica muerde una manzana con cara de placer. A todas luces, ella no lleva dentadura (postiza) pero ya nos hacemos una idea porque somos muy listos a pesar de haber tenido que adivinar que se hablaba de dentaduras postizas.

Y poco más, sale un rótulo diciendo que este producto proporciona una fijación diez veces mayor y un asterisco nos aclara que este valor surge de la comparación con no usar adhesivo, lo que me hace pensar que, en realidad, da lo mismo usar un adhesivo u otro, y el anuncio termina, dejándonos a todos empujándonos los dientes con lengua por no haber aclarado bien las cosas desde un principio.