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jueves, 10 de diciembre de 2015

De regalitos y desvirtualizaciones

Si estabais esperando que hoy terminase el relato de los diversos envíos de paquetes, os vais a quedar con la intriga hasta la semana que viene. Soy lo peor, lo sé, pero veréis que la causa está más que justificada.

A principios del mes pasado, nuestra querida “Soñadora” del blog “Soñar es gratis” tuvo a bien realizar un sorteo para celebrar su primer añito en la blogosfera. El premio era muy especial, ya que era un imán de Leprechaun comprado en Irlanda que tenía toda una historia detrás (podéis leer la historia aquí). Dado que, tal como contaba, ese Leprechaun lo había tenido guardado para ella, me apunté al sorteo con un poco de recelo y hete aquí que gané. Este año voy a jugar a la lotería con recelo, a ver qué tal.

Pues eso, que me dijo Soñadora que, cuando lo tuviera en mi poder, os mostrara qué tal había quedado en mi nevera. El resultado sería este:



Y vosotros, avezados lectores, os preguntaréis ¿por qué utiliza mal los tiempos verbales esta insigne escritora? ¿Por qué dice “el resultado sería este” en lugar de “ha sido este” o “es este”?

Pues porque ahí no se va a quedar el Leprechaun. Las garras felinas asesinas que rondan por mi casa harían que el pobre duendecillo terminase hecho añicos en el suelo (lo sé por experiencia; ya ha habido que entonar un Réquiem por más de un imán en esta casa) por lo que ahora en la nevera sólo pongo porquerías de publicidad y otros imanes que no son porquerías pero no corren riesgo de quebrarse.

Por tanto, el sitio definitivo de mi Leprechaun ha sido este:



Ahí, entre los vasos de chupito, que es una cosa como muy irlandesa.

De más está decir que estoy contentísima con mi bichillo y que pienso cuidarlo mucho, sabiendo todo el significado que tiene. ¡Muchísimas gracias, guapetona! Me consta que también me entregaste un premio pero, como dije, estoy muyyyy vaga para el tema premios, aunque agradezco también los que me habéis entregado y no he publicado. Aprovecho la oportunidad que este medio me brinda para avisar que, al menos de momento, suspendo la recogida de premios porque me saturaron un poco, la verdad. Si reabro la veda en algún momento, os lo haré saber. No me lo toméis a mal, es que son muchos ya y llega un punto en que ya ni te apetece ponerte a cumplir penitencias. Espero que nadie se ofenda, no quiero parecer desagradecida ni nada.

Y para rematar os cuento que la semana pasada tuve la maravillosa oportunidad de conocer a nuestro mallorquín favorito, David Orell. Morid de envidia, mortales. Quedamos a desayunar porque somos muy guays. Bueno, no, quedamos a desayunar porque no había otro momento del día en que pudiésemos quedar pero tengo que decir que, a pesar de que tuve que levantarme una hora antes de la habitual, disfruté muchísimo de su compañía (y de la de su acompañante). Nos reímos un montón y fue como hablar con amigos de toda la vida. Hay documentos gráficos en Twitter si queréis ver lo guapísimos que somos. 

¡Muchísimas gracias, David, por sacar un ratillo en tu viaje para verme!

Hoy me he pasado con la extensión pero sabréis perdonar. Es la emoción que me embarga. La semana que viene continuamos con la historia de los paquetes, palabrita de Álter.

¡Muy buen fin de semana a todos!

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLX: Los peligros de la cocina

La primera imagen nos transporta a esa mítica escena de “Lo que el viento se llevó” donde una Escarlata O´Hara hecha polvo comía una patata (o un nabo o qué sé yo; nunca he sido capaz de descifrar qué hortaliza era) directamente de la tierra y nos emocionaba hasta el tuétano con aquello de “A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre” y sonaba la música y a todos se nos ponían los pelos como escarpias. Bueno, no sé si a todos pero a mí sí, que en el fondo soy un ser muy sensible, aunque no lo parezca.

En esta ocasión, nuestra Escarlata va vestida de dorado, en plan burbujita de anuncio de cava, con una camisa violeta atadita por encima. Levanta un postre lácteo de chocolate mientras jura que jamás volverá a renunciar al postre, plantando a continuación el envase sobre un lecho de cacao en polvo. Bastante más prosaico que la versión original y con menos de la mitad del glamour, sí, pero es lo que hay. Corren tiempos modernos.

Pero por si con esto no hubiéramos tenido bastante, la escena cambia drásticamente y nos muestran a cinco tías locas en una cocina (entre ellas nuestra Escarlata-burbujita), chupando chocolate directamente de la batidora. Sobre la encimera, cacao en polvo, granos de café desparramados y demás mezcolanza de alimentos que harían sufrir una implosión cerebral a cualquier inspector de sanidad que se precie y que se haya ganado el cargo a pulso, sin nepotismo alguno.

Mientras tanto, bailan dando saltitos y nos cantan una canción que dice no sé qué de “chocolate y cafesito”. Sí, dicen “cafesito” con “s” de “soy tarada y creo que si lo pronuncio con acento latino suena más sabrosón”. En un momento dado, una de ellas planta el taconazo sobre la encimera. Al inspector de sanidad a estas alturas ya se lo estaría llevando la ambulancia, pobre hombre, tanto estudiar para tener que presenciar estas escenas. Luego les tendrá que precintar el local y todavía el malo de la película será él. Cuánta injusticia hay en este mundo.

Tiran los granos de café por los aires, hacen volar el polvo de cacao… En fin, eso va a ser la fiesta de la aspiradora después del rodaje. Espero que entre las chicas saltarinas no haya ninguna asmática porque no debe ser agradable respirar eso. Y todo para contarnos que existen unos postres maravillosos sin materia grasa que están buenísimos de la muerte. Pues oye, para contarnos esto se podían haber ahorrado el desparramo de alimentos, que ya vas a ver la señora de la limpieza lo contenta que va a estar después, cuando tenga que entrar a limpiar el plató temiendo por su integridad física por si pisa un grano de “cafesito” y va a dar con sus huesos al suelo.

Lo bueno sería que ya podría aprovechar la ambulancia del inspector de sanidad, que con los recortes que hay ahora vete a saber si hubiese habido ambulancias para todos. 

lunes, 7 de diciembre de 2015

Crónicas Felinas CLVIII: El gato tira al monte

Marrameowww!!!

¿Habéis oído la expresión “la cabra tira al monte? Pues nosotros, los gatos, también. No sé si al monte exactamente, porque a mí la idea de tener que andar buscándome el alimento y durmiendo al raso como que no me va, con lo a gusto que se está en casita, pero sí es cierto que hay cosas que están en nuestra naturaleza, como aquel escorpión de la fábula que no pudo evitar picar a la rana que le servía de bote salvavidas para cruzar el río (o algo así, soy un gato y no es que esté tan puesto fábulas populares).

Todo este preámbulo es para contaros la metamorfosis que ha sufrido el castillito que nos regalaron la bruja y el consorte. Por si no lo recordáis (o si fuisteis tan ingratos como para no leer la entrada donde os lo presentaba, su estado original era este:



Los ratoncitos que colgaban para que pudiésemos jugar a cazarlos desaparecieron creo recordar que al tercer día pero, por lo demás, habíamos conseguido mantener la integridad del edificio. Pues bien, el otro día estaba la bruja escribiendo sus chorradas habituales sentada en la mesa del salón. Por el rabillo del ojo veía cómo nosotros nos peleábamos en la cestita más alta, ya que siempre ha sido el sitio más cotizado. De repente, oyó un ruido que la obligó a prestar atención y vio cómo el palitroque que sujetaba la cestita se iba irremediablemente al suelo y cómo nosotros saltábamos en todas direcciones intentando salvar nuestras vidas.

Como, en el fondo, tiene sentimientos, lo primero que hizo fue comprobar que nosotros no habíamos sufrido lesiones y, tras comprobar que gracias a nuestra legendaria agilidad habíamos salido completamente ilesos, fue a avisar al churri del derrumbamiento y comenzaron a hacer recuento de daños.

El palitroque no ha podido ser arreglado, por lo que hubo que quitar la casita, que ahora está en el suelo, junto al radiador (y se está ahí de lo más a gusto, he de decir), la plataforma con forma de pescadito fue intercambiada con la cestita delantera y la cestita superior ocupa el lugar de la casita. Vamos, que hemos perdido una altura y nuestro castillito es cada vez menos castillito y cada vez más chalet adosado.

La bruja, indignada, no hacía más que decirnos que éramos unos salvajes y que no se nos puede comprar cosas bonitas porque no nos duran ni un suspiro y que esto y que lo otro. En fin, una retahíla de reproches recordándonos el ímprobo esfuerzo que realizan tanto ella como el consorte, matándose a trabajar para darnos lo mejor de lo mejor y echándonos en cara que somos unos desagradecidos que no sabemos valorar nada porque nos lo dan todo hecho y que ya veríamos si seríamos igual si tuviésemos que rebuscar desperdicios en los cubos de basura capitalinos.

Y yo me acordaba del escorpión, explicándole a la rana que no había podido evitarlo; que es algo que estaba en su naturaleza.

Pues eso.

Prrrrrr.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Una serie de catastróficas desdichas V: La historia de un envío (o dos). Primera parte.

Continuando con mi saga de desgracias, hoy paso a relatar algo donde, si bien no hay ningún electrodoméstico implicado, me hizo darme cuenta de que, definitivamente, algo no marchaba bien en mi vida.

En realidad todo había comenzado meses atrás, cuando una compañera de trabajo de mi madre anunció que viajaba a Europa y que estaría unos días en casa de una sobrina que vive en Móstoles. Mi madre, emocionada, le preguntó si tendría a bien quedar conmigo para entregarme un paquetito. La mujer respondió afirmativamente y hacia España que viajó con el encargo pero, por azares del destino, no pudo quedar conmigo y el paquete quedó en Móstoles abandonado a su suerte hasta que yo tuviera tiempo de ir a rescatarlo.

Mi idea inicial era hacer intercambio de paquetes para que esta señora le llevase también algo a mi madre pero, dado que el plan A no había salido según lo esperado, decidí mandarlo por correo certificado. Hasta aquí, todo medianamente bien pero resulta que, al día siguiente de hacer el envío, miro el papelito de correos y veo que puse mal el número de apartamento. En serio, me sé la dirección de mi madre de memoria. Vete a saber en qué estaría yo pensando. Llamé a Correos y me dijeron que el paquete estaba todavía en la oficina. Ahí  que me dirigí rauda y me dijeron que no, que de ahí ya había salido (me encanta la coordinación que tienen, de verdad) pero que se podía mandar un fax a una especie de oficina internacional para corregir el dato. Me hicieron rellenar un formulario (hay formularios para todo en esta vida) y me dijeron que con eso quedaba solucionado. No obstante, mi madre ya estaba avisada de la locura transitoria de su hija y se había dedicado a informar de lo estúpida que soy a la portera del edificio y a la habitante del apartamento erróneo.

Días más tarde me meto en la página de Correos a ver qué tal va mi envío y me entero de que me lo tienen retenido en aduana. Al parecer, ahora quien recibe algo en Uruguay tiene que declarar el contenido (algo que ya hice yo al enviarlo) y pagar una tasa de aduanas por recogerlo (cosa que también pagué yo al enviarlo). Pero bueno, contra la burocracia no se puede luchar, así que mi madre rellenó online el formulario que han creado para tal fin e imprimió el justificante para ir a Correos a pagar los cinco dólares que le pedían como rescate por su paquete. A todo esto, tuve que decirle qué era y cuánto valía para que ella pudiera rellenar el formulario. Me cargué la sorpresa y las normas de educación en un abrir y cerrar de ojos. Dice el churri que la culpa es mía por andar mandando huevos Fabergé por correo.

Os contaré el resto de la historia en la próxima entrega para que esto no se haga eterno y para manteneros enganchados.

Sí, soy muy mala.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLIX: El ambientador-laca

Siento venir con noticias tan atrasadas. Lo digo porque me parece que éste ya no lo echan pero lo busqué en su momento, no lo encontré y ahí se quedó, el pobre, sepultado en la lista bajo otro montón de anuncios susceptibles de destripamiento. Pienso que los creativos se han propuesto volverme loca y que termine abandonando mi tarea a base de agobiarme con más anuncios de los que soy capaz de manejar, pero no cejaré en mi empeño. Esto es un servicio a la comunidad, ea.

No obstante, dado que el otro día finalmente lo encontré, paso a relataros esta maravilla porque nunca es tarde si el despelleje es bueno. Se creían que iban a poder conmigo. ¡Ja!

¿Por qué los anuncios de ambientadores son siempre tan rarunos? En esta ocasión, una rubia con melenita corta se dedica a rociar una estancia de su casa con un spray. En realidad, creo que es la única estancia. La chica tiene pinta de vivir en un estudio de estos “diminutos pero coquetos” que a la vista quedan muy monos pero con los que yo sufriría horrores sin saber dónde poner todas mis porquerías. De pequeña soñaba con vivir en un estudio pero eso se debía a que no era conocedora del síndrome de Diógenes que me aquejaría pasados los años.

Bueno, que, me enrollo, la chica rocía ambientador pero, oh desgracia, éste contiene agua, lo que provoca que la fragante niebla termine posándose en sus cabellos, obteniendo como resultado un cardado que haría palidecer de envidia a cualquier estrella de pop de los ochenta que se precie. De verdad, eso no es un encrespamiento normal. Eso requiere horas de peluquería con un peluquero muy paciente. A pesar de ello, sea poco o mucho el resultado, juro que jamás he conocido a nadie que se queje de que el pelo se le encrespa por culpa del ambientador pero de todo tiene que haber en esta vida.

Lo que más me gusta de esta escena es que nos ponen debajo un cartelito que reza “efecto dramatizado”, no sea cosa que alguien se piense que va a poder lucir un cardado sólo con ponerse debajo del chorro del ambientador y  termine demandando a la agencia por publicidad engañosa. Hay que estar al quite de todo.

Pero, por suerte y gracias a la ciencia, han sacado un ambientador sin agua. Nuestra protagonista echa un chorrito tímidamente, temiéndose lo peor. Se sujeta la melena con cara de desconfianza mientras mira de reojillo hacia arriba, como preocupada por el advenimiento de la lluvia ácida o por que el cielo se le caiga encima, como a Asterix. Su melena no sólo sigue donde se supone que debe estar, sino que la fragancia parece resistir y todo huele a gloria. Reto superado.

En serio ¿yo me preocupo demasiado poco por las cosas o en la publicidad parecen estar siempre empeñados en que sintamos que nuestras vidas son un infierno plagado de obstáculos infranqueables?

Qué temeraria me siento a veces.