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jueves, 10 de septiembre de 2015

Mi aventura norteña IV: La postboda

Yo, en el hórreo
La noche de la boda, cuando por fin llegamos a descansar, agotados de tanto bailar y columpiarnos en la zona infantil (sí, nos colamos en la zona infantil, somos unos seres rebeldes), vimos que encima de la mesa había un montón de monedas. ¿Recordáis que la semana pasada os dije que habíamos dejado la habitación hecha un desastre? Pues llegamos a la conclusión de que todas esas monedas provenían de unos vaqueros que el churri había dejado sobre la cama. Se nos cayó la cara de vergüenza imaginando a la pobre mujer recogiendo todo aquello del suelo.

Al dejar la habitación al día siguiente, yo estaba haciendo el check out en la recepción y el churri estaba sentado fuera, en la terraza. Justo en esto pasaron las señoras de la limpieza y, al ver cómo iba vestido el churri, una de ellas comentó a las otras “esos son los pantalones”. Cielo santo, sólo de escribirlo se me suben los colores. A las señoras de la limpieza que lean esto, de verdad, soy muy respetuosa del trabajo ajeno y esto fue una causa de fuerza mayor, en serio, no me odiéis.

Pasado el bochorno, nos reunimos con MLS y Poti-Poti para ir todos nuevamente al pueblo de Eva a seguir la jarana. Imaginaos unos diez coches en filita todos yendo al mismo sitio; decía la prima de Eva que parecía que íbamos de entierro.

Conociendo a Ferny
(foto robada a Eva porque ella la tiene editada y yo no)
Y allí que llegamos a seguir comiendo y bebiendo sidra. Creo que mi cuerpo me ha odiado un poco más este verano. Tuvimos una larga sobremesa y nos fuimos nada menos que a conocer al gato más querido y detestado de la blogosfera. Sí, me refiero a Ferny, que es un troll y un asqueroso que no me dejó ni tocarlo. Perfidita es otro cantar. Es de lo más mimosona y buena. A Grace no la pude ver porque es muy tímida y no salió. Y Ramón (el perro) es otro encanto.

Nos fuimos a casa de Eva. A cenar, no fuera cosa que nos fuéramos al hotel con el estómago vacío y pereciéramos de inanición durante la noche. Le voy a hacer un monumento a mi estómago. Allí conocimos a más fauna de Eva: los gatos Faruk y Salve-el-atún. El churri hizo muchas migas con Salve-el-atún pero dijo MLS que no tenía mérito porque es una facilona. Sin embargo, Faruk, que es borde en general, se acercó a mí a que le hiciera mimos. Soy genial.
Salve-el-atún, la facilona
Nos dieron las dos de la mañana y Miki nos acompañó al hotel, mientras nos explicaba cosas de allí. Nunca había hecho turismo en plena noche cargada con una maleta y dos bolsas pero siempre hay una primera vez para todo.


Faruk, escondiéndose de los fans
Nuestra habitación del hotel estaba en un ático, con una ventana en el techo. Al churri le dio por dejar la persiana abierta para ver las estrellas. De más está decir que a las seis de la mañana tuve que andar cerrando la persiana para poder seguir durmiendo.


Continuará.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CXLIX: The eternal countdown

En un anuncio de cerveza se puede hacer un poco el ganso (sobre todo dependiendo de la cantidad ingerida) pero no sé si es debido a que las rimas forzadas me sacan de los nervios que, cuando lo vi, enseguida pensé que esto tenía que formar parte de esta sección.

Va de una cuenta atrás, realizada para que un tío con mono verde y amarillo y botas de percebeiro se lance desde un cañón. Aprovechan cada número para hacer una rima. Con “diez” rimaría “qué sed”, así que un montón de latitas se deslizan por una barra para dar de beber a un sediento grupo de amigos. El nueve sería “haz el percebe”. Nunca lo he hecho pero parece que consiste en despatarrarse sobre una roca en el mar y torrarse ahí al sol (a lo mejor lo de las botas de percebeiro viene por ahí). Se ve que “ocho” no quisieron rimarlo con “bizcocho”, que está muy visto, por lo que optaron por “un bicho tocho”, que es una especie de langostino gigante que hace water ski con otro grupo de gente que parece acogerlo estupendamente, pese a sus diferencias. El “siete” es para el “buen rollete”, que sería ir en chanclas y ropa de playa con las latas de cerveza en la mano a una comida de gala. Eso yo más bien lo llamo no tener sentido de la ubicación pero allá cada uno. Con el seis ya se lucieron. Se ve que no se les ocurría nada en la lengua de Cervantes, por lo que optaron por un “in your face” consistente en dos tías tirándose sendas tartas a la cara, mientras un pibe cuya cabeza sobresale de una diana se pregunta para qué narices lo han puesto ahí.

Llegamos al cinco, que es el que más me horripila. ¿Cuál es la rima fácil con cinco? Esa no, borricos, a tanto no llegan. Brinco. Y, ¿quién da brinquitos supuestamente graciosos? Sí, Chiquito de la Calzada. De verdad, no hay persona que me ponga más nerviosa en el mundo que él y si ya lo remata, como en este caso, diciendo “Nolll”, pues ya quiero suicidarme directamente.  El cuatro se lo dedican al “puro teatro”, donde uno se hace el ahogado para que lo atiendan unas vigilantes de la playa de muy buen ver. El tres es “refresh”, donde una pareja va  a darse un besito junto a una piscina y algo cae en la misma, salpicándolos (se estaban quedando sin ideas, a estas alturas). El dos es el “boss”, que es un tío que juega al pingpong bebiendo cerveza sin que se le escape una sola pelota y el uno es un “pincho moruno” de gente apiñándose en una banana (no sé si en España se le llama igual. Son estos plátanos gigantes que flotan en el agua para que la gente haga el canelo).

Llegan al cero y disparan al percebeiro que nos habla de la cerveza que lleva en la mano mientras vuela.

Por fin. 

lunes, 7 de septiembre de 2015

Crónicas Felinas CXLVII: Dilemas humanos

Marrameowww!!!

Estos humanos son muy raros. Sé que, a estas alturas, no debería yo sorprenderme por esto pero es que cada día que pasa me dan un motivo más para no salir de mi asombro.

Los humanos siempre tienen unos dilemas muy extraños. Uno de ellos, del que adolece más la bruja que el consorte, es el “qué me pongo”. No hay mañana que la bruja no se pase un buen rato observando el armario como si ahí dentro se escondiese el secreto de la vida eterna, barajando diferentes posibilidades hasta que al final dice “pues esto mismo y a tomar por saco”. No sé para qué tanta historia, entonces. Un día de estos le voy a proponer que se vende los ojos antes de abrir el armario y que saque la ropa al buen tuntún. Aunque, sabiendo que es un poco loca y clasifica la ropa por colores, seguro que sabría encontrar al tacto una prenda concreta.

Otro, en este caso más común en el consorte que en la bruja, es el “qué hago de cena”. El viernes pasado aquello ya alcanzó tintes surrealistas. Según tengo entendido, por la tarde el consorte comunicó a la bruja que cenarían fajitas. Por la noche, le dijo que no, que iban a cenar guisantes con jamón porque se había dado cuenta de que tenía relleno de fajitas y tortillas pero no guacamole.

Al rato le pregunta que si quiere mini pizzetas. Ella responde que va a ser poco y él le dice que pueden acompañarlo con caldo de pescado. A la bruja le parece una combinación un tanto extraña y dice que no. El consorte propone arroz marinera, pero no hay limón y a la bruja no le gusta comer arroz marinera sin limón. El consorte descubre en el congelador un preparado para huevos rotos; pero no hay huevos, así que eso también queda descartado.

Cuando ya parece que el consorte está al borde de la desesperación y que va a haber que llamar al Tele-Loquesea, descubre unos calamares y queda decidido que esa será la cena de esa noche. La bruja, que es un poco lerda y tarda en darse cuenta de las cosas una barbaridad pero al final espabila, le pregunta que por qué no cenan los guisantes con jamón de los que habían hablado antes, a lo que el consorte responde que es debido a que tienen jamón, pero no guisantes.

Total, que resultó que nuestra casa era un despliegue de medias comidas que, en conjunto, no valían para cenar nada decente. Eso les pasa por no comer pienso a diario, como nosotros, y por no ir por la vida como nuestra mamá gata nos trajo al mundo, como nosotros. Si nos imitaran un poco más toda su preocupación sería si echarse la quinta siesta en la cama, en el sofá, o en una cestita. Tenéis que  probar algún día, hacedme caso.

Se ahorra muchísimo tiempo cuando uno deja de preocuparse por esas nimiedades por las que os preocupáis vosotros.

Prrrrrr.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Mi aventura norteña III: La boda

Con la novia, roja y radiante.
Sonó el despertador y hubo que darse prisa para poder estar arreglados y monos antes de que comenzase la ceremonia. Vale que era al mediodía pero nosotros somos tardones por naturaleza así que entre que desayunamos y demás, cuando me quise dar cuenta se nos echaba el tiempo encima.

Tengo que decir que suelo ser una persona bastante ordenadita y que, cuando estoy en un hotel, me gusta dejar la habitación lo más presentable posible para facilitarle la vida a quien venga a limpiarla y para que no piensen que vivo como una marrana. En esta ocasión no fue posible. Por un lado, porque con las prisas no me dio tiempo a recoger nada y, en segundo lugar, porque la ducha tenía mampara en un lado pero no en la parte que queda frente al chorro de la ducha, por lo que no fui capaz de ducharme sin dejar el baño como las lagunas de Ruidera.

Total, que dejando caos y destrucción a nuestro paso, partimos a la boda. Por suerte, llegamos a tiempo y pudimos ver la entrada de la novia y, posteriormente, a Eva y Miki en su hórreo decorado, dándose el “sí quiero” para que después los pusiésemos llenar de pompas de jabón y arroz de colores. Ahí ya empezamos a zampar. Los aperitivos estaban de muerte, todo hay que decirlo, y con eso dábamos el pistoletazo de salida a lo que sería un día entero moviendo los carrillos.

Luego del aperitivo, fuimos a sentarnos a la mesa que teníamos asignada el consorte, Poti-Poti, María la Solterona B. y J. (amigos de los novios), la famosa Virginia y una servidora. Nos tocó la mesa 8. Nos faltó tiempo para darle la vuelta al cartelito y decir que estábamos en la mesa “Infinito”. Un camarero sin sentido del humor nos quitó el cartelito poco después. Según la propia Eva, fuimos la mesa más escandalosa de la mesa (bueno, ella dijo “animada” pero es que cuando quiere es muy diplomática). El primer plato fue bogavante y a mí me tocó una mamá. Confieso que me dio un poco de pena comerme a los hijitos de la “bogavanta” pero es que estaban buenos. Y luego pescado, y luego carne (que yo ya no me pude terminar). Para cuando llegó la tarta, yo ya estaba que iba a salir rodando en cualquier momento.

Empezó el bailongo. Y venga a beber y a bailar. Yo bailé más de lo que bebí, la verdad, porque suelo ser bastante comedida con la bebida pero, sin dar nombres, diré que las copas volaban por ahí con una velocidad pasmosa.

Cuando ya  parecía que había digerido el último trozo de tarta, nos dijeron que a la mesa otra vez, que tocaba la cena. Cielos. Menos mal que era una cena más bien de picoteo pero yo ya estaba que no me entraba nada en el cuerpecito.

Y más baile, y más bebida. Estos asturianos sí que saben hacer bodas. En total estuvimos allí como más de doce horas y el ánimo no decaía. De a ratos yo me quitaba los tacones y me ponía unas sandalias que Eva había tenido a bien regalar a las asistentes. Me parece una idea fantástica, en serio. Hay que patentar esto ya.

Total, que nos lo pasamos genial y que estoy intentando hacerme amiga de muchos asturianos, a ver si voy a más bodas de estas. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CXLVIII: Qué fue de…

Lo que me ha pasado con este anuncio es un misterio. Lo vi en la tele, lo busqué en Tú Tubo, lo encontré y, ahora que lo he vuelto a buscar para presentároslo, ha desaparecido. Pero bueno, confiemos en que mi prodigiosa memoria no me permita saltarme ningún dato importante. No es que haya mucho que recordar, tampoco; para qué vamos a engañarnos.

Una mujer con un vestido blanco entra en una tienda que no sé si se supone que es una perfumería. No va sola. La acompaña un osito de peluche semoviente. El  mismo osito de peluche semoviente que hemos estado viendo durante generaciones dando saltos sobre la ropa recién planchada o hablándonos de lo suavecita y bien oliente que queda la ropa usando su suavizante. Sí, ese osito de peluche que era más gordo durante nuestra infancia pero luego fue sometido a la dieta Dukan o vete a saber a qué y ahora está más estilizado para adaptarse mejor a los cánones actuales.

El caso es que la mujer y el osito entran en la, digamos, perfumería. Allí no les recibe un ser humano sino un hombre que en realidad es un dibujo animado. Lleva gafas para parecer más creativo. El hombrecillo se pone a adicionar mejunjes en una botella con cara de estar creando el mejor perfume del universo mientras explica el proceso con un acento que  pretende ser francés pero que más bien suena a alemán del extrarradio. Creo que tiene complejo de Jean-Baptiste Grenouille. Sólo espero que no le termine dando por descuartizar a la mujer para hacerse con su esencia. Termina el hombre de preparar su poción mágica y de la botella salen montones de flores que, al volar por el aire,  se posan delicadamente sobre el vestido de la mujer, que ahora luce unos floripondios azules de lo más horteras. Ella, no obstante, está encantada con su nuevo look y, sobre todo, con la fragancia que ahora se desprende de su ropa. Me da a mí que va a ir por la calle apestando al personal parisino (sí, la escena se desarrolla en París, como no podía ser de otra manera).

Y os preguntaréis qué pinta el osito semoviente en todo esto. Pues parece que sus días de gloria han pasado a la historia y, tras haber dilapidado la fortuna que hizo en sus días de fama saltando sobre la ropa, ahora tiene que malvenderse ejerciendo de oso de los recados para la parisina tirana, quien lo utiliza para que le lleve los paquetes.

Siento ser yo quien os dé estas terribles noticias pero considero que teníais derecho a saber qué había sucedido con la vida de este oso que fue todo un símbolo en nuestra infancia. Nadie escapa al afán destructor de la fama: Le pasó a Lindsay Lohan, le pasó a Macaulay Culkin y el osito ha sido la última víctima de la fama despiadada.

Se rumorea que fue visto en fiestas salvajes con la oveja del jabón para prendas delicadas.