En casa somos grandes amantes del queso. Me refiero al
producto lácteo, no a que seamos fetichistas de los pies. Por eso, con una
buena tabla de quesos, podemos apañar una cena en un momento y nos sabe a
manjar de los dioses.
Pero hay que reconocer que hay quesos que, por muy ricos que
estén, huelen a mil demonios. Y uno los prueba y los come porque están muy
buenos pero el otro día me dio por pensar que uno los prueba porque ya alguien
te ha dicho que está muy bueno y que lo pruebes pero, ¿qué pasa cuando cierto
tipo de queso se elabora por primera vez?
Los que alguna vez hayáis probado el Appenzeller,
coincidiréis conmigo en que tiene un olor que tira para atrás y te hace pensar
en cualquier cosa menos en algo apetecible. Vamos, que dan ganas de salir
corriendo sin mirar atrás. Pues me imagino que, la primera vez que hicieron ese
queso, o bien estaban intentando hacer otra cosa y el resultado no fue el
esperado, o bien sí intentaban hacer un queso nuevo pero no contaban con que el
olor fuese a ser tan “intenso”, por decirlo de alguna manera. Pues ya hay que
echarle huevos para ir a comprobar tu creación, ver que huele a pies de troll
putrefacto y decir “voy a probarlo, a ver qué tal sabe”. Ole ahí, qué valor. Esos
son los auténticos pioneros que necesita la historia de la humanidad.
Ni qué decir tiene de los quesos que presentan larvas,
gusanos o demás fauna. O sea, tú elaboras un queso y de repente dices “Uy, se
me ha llenado de gusanos. Venga, para adentro que lo que no mata, engorda”.
Vamos, que no lo veo. Y encima te deleitas con tu queso agusanado y le llevas
un trozo a tus vecinos, conminándoles a probarlo bajo la premisa “No os dejéis
amilanar por los seres vivos que habitan en su interior. Eso es proteína pura”
y ahí que se dan todos el gran banquete, sacando unas aceitunitas y un vinito
de la región no sé si para acompañar o para ponerse de vino hasta las trancas y
que ya les den igual los gusanos, los olores y las invasiones extraterrestres.
De más está decir que el amor por el queso no me ha llevado
a probar estas variedades; que una tiene sus escrúpulos y siempre se puede
comer con una pinza en la nariz para evitar los malos olores pero no sé de
dónde sacaría valor para meterme larvas vivas en la boca. Todo tiene un límite.
En resumen, que estas cosas me desconciertan. Supongo que un
día a alguien se le cayó al fuego un grano de maíz y así tuvimos la primera palomita.
Pero es que una palomita es esponjosita, blanquita y prácticamente inodora; no
me extraña que quien las descubriera las probara. Pero el tema de los quesos es
un misterio para mí.
Y sobre esto meditaré todo el fin de semana.