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lunes, 11 de noviembre de 2013

Crónicas Felinas LXVII: Dulces sueños

Marrameowww!!!

A pesar de que a la bruja se la llevan los demonios cada vez que lee de algún twittero levantino que a ver si se va ya de una vez el calor y que están deseando que llegue el invierno de una buena vez, ya que aquí por los Madriles ya se empieza a notar el fresquito, he de confesar que yo estoy encantado.

Y es que tengo que reconocer que, cuando viene el frío, yo estoy más feliz. Ya no tengo que dormir despatarrado en el suelo y puedo hacerme una rosquillita sobre el sofá, tapándome la nariz con el rabo a modo de echarpe de angora. Ésta es una pose que me hace ganar muchos piropos y caritas ñoñas por parte de mis compañeros de piso humanos, que se ponen a babear a chorros cada vez que me ven durmiendo así, cosa que no sucede cuando parezco una babosa arrastrándome por los suelos muerto de calor.

Otra opción, si el frío ya aprieta bastante, es acercarme a un humano y tumbarme encima de ellos, lo que también me hace recibir un sinnúmero de momentos empalagosos, porque los muy tontos se piensan que lo hago porque soy así de cariñoso. Se ve que no se ha dado cuenta que no tiene mucho sentido que mis niveles de cariño se comporten de forma inversamente proporcional a la temperatura ambiente. Si es que no tienen ni idea de nada.

Para dormir, tres cuartos de lo mismo. La temperatura que otrora me hiciera dormir en mi cojín o en una caja vieja para no tener que soportar el calor humano, hoy me invita a meterme en la cama con ellos (a veces, incluso, debajo de las mantas). Esto tiene el añadido de que, a la postre, molesto bastante. Porque ellos son tan pavos que, con tal de no perturbar mi sueño felino, son capaces de levantarse por la mañana con la espalda hecha una maraña de nudos que ni el mismísimo Houdini sería capaz de desenredar. Ellos son así de bobos. Anda que voy a estar yo incómodo para que otro duerma a gusto. Aquí, cada palo que aguante su vela y que cada cual se acomode para dormir como mejor pueda. Si el compañero de cama se fastidia, que se fastidie. Por suerte, como soy el más pequeñito, con poco espacio me apaño, aunque intento estirarme lo máximo posible para ocupar más o, si prefiero dormir enroscado, por lo menos tumbarme encima de la pierna de alguno, que así ya sé que no se va a menear en toda la noche. La víctima ideal para esto suele ser la bruja ya que, por un lado es más pusilánime y, por otro, tiene el sueño menos inquieto que el consorte, que hay veces que creo que sueña que está en una Rave o algo, de tanto que se mueve.

Y mientras la bruja continúa despotricando en Twitter, yo no puedo más que compadecerme por los felinos de la zona Este del país.


Prrrrrr.

jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Hace un semana que pasó Jalogüin (o Halloween, si sois así de puristas) y, por una vez voy a sucumbir a hablar de algún tema que se haya mencionado ya en media blogosfera. Por lo menos he dejado pasar una semanita para ir un poco desfasada y atacar cuando menos os lo esperáis.

Hablaremos, pues, de pelis de terror. Yo siempre he sido una gran fan. Recuerdo que vi El Exorcista como a los once años y casi obligué a mi mejor amiga a verla conmigo otra vez. Aún no me lo ha perdonado. La pobre tuvo pesadillas hasta los dieciocho, por lo menos.

Generalmente prefiero aquéllas de miedito más bien psicológico, donde intuyes pero no ves. Cuanto menos se vea, mejor, porque en cuanto te enseñan un fantasma, un monstruo o lo que sea, generalmente la fastidian porque seguro que tú te lo habías imaginado mucho más terrorífico de lo que te enseñan. ¿Por qué? Pues porque esa criatura es la que le da miedo al guionista o al atrezzista o al que hace los bichejos y ahora no me acuerdo cómo se llama (podría buscarlo pero no me da la gana, básicamente. Molo mucho.) o sencillamente al que fue a llevar las pizzas y, ya que estaba, metió baza. Lo guay es imaginárselo porque la mente es así de puñetera y siempre se va a ir a lo que más pavor nos cause. ¿Que te dan miedo las monjas? Pues una monja. ¿Que te dan miedo los payasos? Pues un payaso. ¿Que te dan miedo los cobradores de Hacienda? Haber chanchulleado menos.

El problema de ser una gran fan del cine de terror es que llega un momento en que se vuelven predecibles.

Ejemplo: Grupito de jovenzuelos que van a pasar la noche a una casa abandonada por alguna razón que suele ser:

a)      El coche se ha quedado parado justo enfrente.

b)      Han oído muchas leyendas acerca de la casa y quieren comprobarlo.

c)       Han oído muchas leyendas acerca de la casa y no quieren comprobarlo pero el coche se ha quedado parado justo enfrente.

Según entren en la casa, ¿qué será lo primero que harán? ¿Ir todos juntitos en una piña para hacerse compañía y enfrentarse juntos a los peligros del más allá? No. Separarse. Y si eligen habitaciones separadas para pasar la noche, pues mejor todavía.

Importante también que hagan cosas ilógicas. Yo oigo un ruido de arañazos en el sótano y salgo por patas en dirección opuesta. Hasta el ático no me para nadie.  Pues no. Aquí lo que mola es bajar. A oscuras. Y haciendo preguntas del tipo “¿Hola? ¿Hay alguien?”. Encima, para que te contesten… Lo del “hola” es lo que más estupor me causa. No vaya a decir el fantasma que no eres educado. 

En el grupo tiene que haber un cachas, un negro, una rubia tetona, un escéptico, un graciosillo y tal vez una intelectual, pero esta última es opcional (¡oh, sorpresa!). El negro muere el primero. El cachas se lía con la rubia tetona pero también muere, ya sobre el final. El resto mueren en orden aleatorio menos la rubia, que es la única que sobrevive tras correr un rato por el bosque en camiseta de tirantes sin sujetador.

Y fin.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXIV: Ése no es mi pollo

Realmente esto debería ir en “Ustedes Dirán” pero como esta semana, milagrosamente, no había descubierto ningún espanto en la televisión, rescato esto que me propuso por Facebook mi querida Merengaza.

He tenido la suerte de no verlo en televisión (no sé si se quedó en un proyecto piloto o qué). Lo digo, más que nada, porque la pantalla de mi tele es de dimensiones considerablemente mayores a las del monitor de mi portátil - rosa – horterísima de la muerte – que me tiene loquita de amor. Y ver esto en un tamaño mayor seguramente me hubiese hecho colapsar.

Asistimos a un casting de pollos. De pollos vestidos de pollo. De hombres haciendo el pollo (que no montando el pollo, aunque también un poco). Bueno, que es un casting para hacer de pollo, vaya.

Vemos desfilar varios candidatos, algunos de los cuales actúan en grupo, que intentan en vano convencer a una directora de casting implacable de que sus habilidades avícolas son idóneas para convertirse en su pollo ideal. Contemplamos con dolor una cascada de sueños rotos, ilusiones tiradas a la basura cual colillas pisoteadas y ambiciones heridas en lo más profundo de su ser. Una auténtica escabechina de talentos donde no queda pollo con cabeza (lo que da de sí el pollo lingüísticamente hablando, oye).  Unos cacarean, otros bailan, otros dan saltitos pero ninguno es capaz de convencer a esta bruja sin corazón de que el papel ha sido creado para él.

Y de repente aparece un pollo que se destaca entre todos los pollos. Un pollo cachas de nívea sonrisa, que hace posturitas a lo Power Ranger y consigue que la directora imperturbable hasta bizquee, víctima de la emoción, y hasta se quite las gafas (suponemos que las tiene empañadas tras el aumento de temperatura corporal). Sabemos que éste será el elegido porque ella dice, muy convencida “ése es nuestro pollo”.

Y tras esta sarta de sandeces, por fin nos muestran el producto. Es una pechuga de pollo enlatada, cual atún en escabeche. Confieso que ver esa carne blancuzca metida en una lata me dio mucho repelús. El pollo no es de mis alimentos preferidos. Me hace bola. Me pasa desde siempre y ver esa cosa medio gelatinosa servida en un plato junto a cuatro verduritas me hizo desviar la vista. Vamos, que a estas alturas yo ya casi que estaba perdonando el casting de pollos, que una cosa es intentar enterrar la cabeza en la arena cual avestruz, presa de la vergüenza ajena, y otra cosa es que se me revuelva el estómago tras el visionado de esa plasta que parece carne para enviar a los soldados en situación de conflicto armado o que ha salido de alguna cartilla de racionamiento de cuando la posguerra. Vamos, que me ha dado mucha grimilla, supongo que el concepto queda bastante claro.

Así que, en esta ocasión, no sólo es la historieta que nos relatan lo que me va a provocar pesadillas, sino también el producto en sí. Eso es puntuar doble. 

martes, 5 de noviembre de 2013

Ustedes Dirán LXII: Si yo fuera hombre (sugerido por Amagic Mother)

Amagic Mother me mandó un correo, en plan muy formalito, consultándome si alguna vez me había dado por pensar cómo sería mi vida si yo perteneciese al sexo opuesto. Y la verdad es que no. No me había dado por pensarlo. Siempre he estado muy satisfecha con mi condición femenina, a pesar de que esta frase parezca sacada de un anuncio de artículos de higiene íntima.

Así que, como no lo he pensado nunca, hoy lo pienso con vosotros por testigo. Imaginaos la musiquilla de “Si yo fuera rico” (estoy poseída por el espíritu del sapo Abraham) y allá que vamos.

Si yo fuera hombre (dubidubidubidubidubidubidubidu)

No diría “me debo depilar”

Y me iría al fútbol a jugar.

No me teñiría (dubidubidubidubidubidubidubidu)

No estaría nada “preocupao”

Por si el verde pega con el “morao”

Me dejaría una barba

Muy fea y muy larga

Para no tenerme que afeitar.

 Pasaría horas en el bar.

Sería un poco macarra

Bebiendo birra en jarra

No me debería maquillar.

En tacones yo no iba a andar.

Sería muy valiente (dubidubidubidubidubidubidubidu)

Y saldría a la calle sin temor

De toparme con un violador.

Tendría un buen trabajo (dubidubidubidubidubidubidubidu)

No debería nunca demostrar

Que de siempre tuve un buen par.


P.S. Sigo esperando vuestras sugerencias. Soy capaz de prometer no volver a intentarlo con la poesía. Que no, que no es lo mío…

lunes, 4 de noviembre de 2013

Crónicas Felinas LXVI: Me falta mi otra mitad

Marrameowww!!!

A raíz de un comentario recibido en mi anterior post, recordé que nunca os había hablado de mi afición a los armarios. Tal vez no os interese pero me da igual. Os lo voy a contar lo mismo, que para algo yo soy el amo y señor de esta sección (y de casi todo lo que me rodea, dicho sea de paso).

Cuando la bruja se va a cambiar de ropa o a elegir el modelito que va a lucir ese día (no sé para qué pierde el tiempo. Va  a estar hecha un cuadro se ponga lo que se ponga) siempre cierra la puerta del dormitorio, sabedora ella de que al más mínimo descuido aprovecharé yo para colarme en el interior del armario. Lo bueno es que a veces el consorte está en casa y, casi siempre, entra a decirle algo a la bruja dejando la puerta abierta tras de sí, momento que aprovecho para colarme (si no subrepticiamente porque se me ve muy bien, al menos sí veloz como un rayo).

Y no hay cosa que yo disfrute más que colgarme de las cosas que penden de las perchas, dejando mi impronta ungular en los tejidos (sobre todo si son caros o nuevos). Con las camisetas que están dobladitas y ordenadas por colores de forma maniática, nada mejor que hacer “bollitos” sobre ellas, dejándolas hechas un churro y arrojándolas luego fuera del recinto. La cara de la bruja es un cuadro cuando descubre sus prendas hechas una bola en el suelo, aunque esto sólo puedo hacerlo si da la rara casualidad de que no me hayan visto entrar. También puede suceder que, si no me ven entrar, cierren la puerta y me dejen encerrado un rato largo hasta que alguno de los dos recuerde que en algún momento de su vida tuvieron un gato y parece que hace tiempo que no se me ve.

De todas formas, en esto del asalto a los armarios yo no soy más que un mero aprendiz. El maestro de maestros era Luhay. Basta deciros que la bruja tuvo que comprar en una famosa tienda sueca de muebles un adminículo de seguridad para que no se pudiesen abrir los armarios porque el muy bruto, metiendo la uña entre las puertas, era capaz de abrirlo. Del cajón de los sujetadores ni hablamos. Es incontable la cantidad de veces que la bruja llegó a casa y se encontró el pasillo sembrado de sujetadores, que decoraban el suelo cual alegres florecillas de colores. Y, como ya se sabe que las flores hay que regarlas, pues también había alguno que otro metido en el platito del agua.

Así que,  en momentos como estos, es cuando más echo de menos a Luhay, que yo tengo muy mala idea pero muy poca fuerza y juntos formábamos una dupla como pocas se han visto en la historia (tal vez El Gordo y El Flaco o Martes y Trece; poco más). Hacer maldades solo es menos productivo.

Al menos sin ariete.

Prrrrrr.