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jueves, 29 de octubre de 2015

Una serie de catastróficas desdichas I: El Calentador

¿Sabéis cuando tenéis la sensación de que os ha mirado un tuerto? ¿De que alguien os ha echado mal de ojo? ¿De que os habéis estado levantando con el pie izquierdo durante un mes seguido? Pues eso es lo que me ha pasado a mí últimamente.

En las próximas semanas os relataré una serie de desgracias que me han ido aconteciendo en el plazo de un mes (o más, pero prefiero no pensarlo).

Lo primero fue una noche cuando llegué a casa de trabajar y comprobé con horror que no había agua caliente. Al parecer, el calentador estaba de huelga y no quería cumplir con su función.

Con la compañía de gas y de luz tengo contratado un mantenimiento para los electrodomésticos pero, en cuanto al calentador, tenía yo idea de que sólo me cubría la revisión anual. No obstante, decidí hacerme la loca y llamar.

En primer lugar me dijeron que era muy mala hora porque por las noches el sistema se actualiza y no se puede ver nada pero que le contase mi problema. Me pregunta de qué marca es el calentador, si se le enciende la llama piloto, cuánto tiempo tiene (ni idea, porque el piso es alquilado), si se enciende la lucecita, si hace chispa y si ya tiene hecha la primera comunión.

Finalmente, me pide que le diga qué conceptos me aparecen en la factura para, a continuación, confirmarme que, efectivamente, no tenemos contratado el mantenimiento (menos mal que yo al principio de todo le dije que no estaba segura de tenerlo) ¿No era más fácil haberme preguntado eso primero en vez de pedirme el currículum vitae del calentador?

Al día siguiente llamamos a un técnico que, tras revisar el calentador, dijo que era problema de la válvula y que tenía que pedirla porque nuestro modelo tenía la friolera de quince años. Ahí es nada. Vino como dos días más tarde y cambió la válvula. La válvula no era. Tuvo que cambiar la centralita. Milagro, funcionaba.

A la mañana siguiente ya no funcionaba. Volvió el técnico y dijo que habían quedado mal los cables. Los ajustó y volvió a funcionar.

Quince días más tarde se nos vuelve a morir y el técnico concluye que es cosa del “cuerpo de gas” (qué raro suena esto; si el gas es algo etéreo ¿cómo es posible que tenga cuerpo? Cómo se nota que yo no estudié para técnico de calentadores; me falta vocabulario) y que la única opción posible era cambiarlo porque arreglarlo era más caro que poner uno nuevo.

Por suerte, nuestro casero transigió y nos mandó poner uno nuevo, que ya me veía yo gastando un dineral en un cacharro que al final ni siquiera me iba a poder quedar.

Os puedo asegurar que, después de esto, valoro muchísimo el lujo de poder darse una ducha caliente. Yo no nací para amish y a mí eso de bañarme con un barreño y un cacito, calentando el agua en la cocina, pues como que no me va. 

miércoles, 28 de octubre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLV: La Torpe y La Enterada

¿Os acordáis de cuando os hablaba de mi afición por los anuncios de la teletienda? (era aquí, por si andáis desmemoriados).

Se ve que esta sección ha alcanzado una proyección insospechada para mí y todos andan como locos por tener su huequito en este espacio, porque parece que el recurso de “soy un puñetero torpe” ha dado el salto a la publicidad más al uso, por llamarla de alguna manera.

Se trata, en esta ocasión, del anuncio de unas tiras para pegotear cosas en las paredes. Parecen chicles masticados, la verdad sea dicha, pero se supone que la maravillosa ventaja de estas tiras es que uno no tiene que andar clavando clavitos como Pablito el que clavó un clavito y no se sabe qué clavito clavó. Para ilustrar esto, nos dividen en dos la pantalla y, a la derecha, hay una mujer a la que llamaremos “La Enterada”.

La Enterada pega unas tiritas de estas en una pizarrita o algo similar que se supone que es para que su churumbel juegue. Será muy enterada pero ha debido calcular que su niño de dos años mide un metro cincuenta y va para jugador de la NBA porque el pobre chiquillo no llega al tablero ese ni poniéndose de puntillas.

No problem! La Enterada no controlará mucho de medidas pero, gracias a que usa las tiritas esas, las estira hasta el infinito (esta es la parte que me ha recordado a un chicle mascado y me ha dado mucho asquito) y, sin haber dejado ningún rastro en la pared, pone nuevas tiritas y lo coloca, esta vez sí, medio metro más abajo. Se rumorea que Calatrava la va a contratar para su próximo proyecto, dada esta habilidad innata para enmendar errores.

Mientras tanto, en la parte izquierda de nuestras pantallas, otra mujer, a quien llamaremos “La Torpe” intenta clavar un clavo que, en un primer intento, se cae y tiene que andar buscándolo entre las flores del jarrón. En el segundo intento, parece que ha conseguido colgar una mini-estantería, aunque el concepto de “horizontalidad” no es algo que parezca dominar. La estantería se descuelga inevitablemente por el lado que estaba más bajo.

La Torpe empieza a quitar el clavo con unas tenazas (o como se llame eso). Se nota que la pared es de utilería porque se dobla al tirar (o si no es que La Torpe es como Hulk) hasta que, por fin, logra sacarlo sin poder evitar caerse de culo (no hay nada mejor que un gag clásico para echarse unas risas).

Pero La Torpe no ceja en su empeño, y tras incorporarse, intenta volver a clavar el clavo, consiguiendo dar un martillazo al jarrón.

Pues mira, si esta empresa también vende pegamento extrafuerte, ya pueden hacer una secuela. Una lucha encarnizada de La Torpe vs. La Enterada donde sólo puede sobrevivir la más fuerte. Ya estoy viendo a La Torpe pegándose los dedos al jarrón y a La Enterada adhiriendo el niño a la pizarrita.


Vivir para ver.

lunes, 26 de octubre de 2015

Crónicas Felinas CLIII: Munchkin el arqueólogo

Marrameowww!!!

Como Munchkin no se puede estar quietecito, ya ha encontrado una nueva actividad con la que desquiciar a la bruja. Sé que lo digo a menudo pero es que no puede dejar de mencionar la profunda admiración que despierta a veces este niñato en mí.

Su nueva obsesión es intentar averiguar qué se esconderá debajo del mueble del salón. Pelusas que a estas alturas ya deben de estar empadronadas y en trámite para sacarse el DNI y alguna otra porquería acumulada ahí durante años, supongo, pero el imberbe se pasa las horas muertas escudriñando bajo el mueble a ver si encuentra algún tesoro. Mira por el frontal y, posteriormente, por la parte trasera, que tiene más mérito porque está pegado a la pared y para meterse por ese huequecillo tiene que comprimirse como un archivo winrar (controlo de todo, soy el gato más culto que ha dado la historia).

Es una manía muy estúpida, qué duda cabe, pero lo que más me llama la atención es lo siguiente: Ya van varias veces que, de tanto meter la zarpa por debajo, consigue enganchar el cajón, abriéndolo de forma no intencionada. Cualquiera diría que, una vez abierto el cajón, su interés se desviaría hacia el contenido del mismo (y ahí ya os digo que hay cosas de lo más emocionantes como pilas, bombillas y demás material prohibido en general. Encontrar eso es como dar con un alijo sin proponérselo). Pues no. Es tan tonto que sigue intentando ver qué hay por debajo, ahora con el doble de dificultad porque tiene el cajón ahí estorbando. Muy listo nunca ha sido, no, pero hay que reconocerle que a insistente no le gana nadie.

No obstante el poco interés demostrado por Munchkin en el contenido del cajón, la bruja decidió vaciarlo en aras de salvaguardar nuestra integridad física durante las horas que nos quedamos solos en casa, por lo que se nos acabó la diversión.

Supongo que el siguiente paso será volver a llenar el cajón y poner un seguro infantil de esos que cada vez pueblan más ventanas, armarios y demás cosas divertidas que, según los humanos, no somos merecedores de abrir.

Desde luego, parece que obtienen un placer malsano en eso de prohibirnos cosas y arrebatarnos la fiesta de las mismas garras. De todas formas, las cuatro o cinco veces que puso a la bruja de los nervios teniendo que volver a cerrar el cajón no se pagan con dinero. Me causa un deleite mayúsculo el ver cómo está tan a gusto escribiendo sus paridas en el ordenador y tiene que levantarse cada cinco minutos para cerrar un cajón y echar la bronca pertinente. Ya sabéis, esas broncas tremendas de “Ayyy, qué malo eres”.

Y me apuesto lo que sea a que, en cuanto vuelvan a llenar el cajón y le pongan un implemento para impedir su apertura, la parte de debajo del mueble perderá todo el encanto para el niñato y nunca más volverá a acercase por ahí.

Como si lo viera.

Prrrrrr. 

jueves, 22 de octubre de 2015

El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…

Como ya terminé de relataros mis vacaciones de este verano (y las que he tomado en octubre no merecen mención especial salvo que hice el vago a placer), retomamos hoy las chorradas aleatorias de los jueves.

Poco después de volver de esas famosas vacaciones estivales, fui a la peluquería, que mis queridos estilistas ya me andaban echando de menos. No es mi intención hablaros de mi nuevo color de pelo. Yo en septiembre siempre me cambio el color de pelo porque me da una especie de síndrome de vuelta al cole y, ya que no estreno mochila, estreno estilismo. De lo que vengo a hablar es de que, según esperaba a que el tinte me subiera (curiosa expresión eso de que el tinte “sube”. ¿Desde dónde sube? ¿Hacia dónde? Incógnitas sin resolver del mundo capilar) me dio por salir a echarme un cigarro a la puerta, porque me aburría como una ostra y ya me había leído todos los blogs habidos y por haber. El próximo paso hubiera sido coger una revista para enterarme del último romance de Terelu Campos o de cuánto sufre la Pantoja en chirona o, incluso, qué peinado llevó la Reina en su último compromiso social  y por ahí sí que no paso.

Pues eso, salí a la calle. Con mi batita negra y mi pelo cubierto en potingue pegajoso, sujeto con una pinza. Y eso me dio que pensar y, como tenía ahí a mis peluqueros, pues me dio por comentarlo también. ¿En qué momento de la vida uno pierde totalmente el sentido del ridículo y cada vez le importa menos el qué dirán? Porque yo me imagino haciendo eso con 16 años y me da un pasmo sólo de pensarlo. La adolescencia (y diría que la primera juventud también) trae consigo una serie de inseguridades que, al parecer, con los años se van perdiendo. Tal vez por eso, cuando llueve, vemos tantas señoras con bolsas del supermercado en la cabeza. Imagino que será que ellas ya están en una escala evolutiva superior. Yo a tanto no he llegado, de momento, pero tiempo al tiempo. El primer paso es salir a fumar con la bata de la peluquería y el siguiente ya será ir a hacer los recados en pantuflas.

Yo nunca he sido especialmente vergonzosa y me apunto a hacer el imbécil como la que más pero no sé si a mis 16 años me hubiera dado por ponerme una bata-panda y colgar un vídeo en Internet al tiempo que imito al niño de un anuncio (pinchad aquí si os perdisteis uno de mis momentos más bochornosos en la blogosfera).

Querida “yo” de los 16 años: No te preocupes tanto de si esa chaqueta está pasada de moda. Dentro de 20 años te avergonzarás de mí, o de ti. No sé cómo se habla cuando uno desafía los bucles espacio-temporales.

¿Soy la única que nota que cada vez le da más igual lo que opine la gente o me estoy volviendo una vieja mamarracha?

P.S. El título se lo dedico a Eva, gran fan de Pablo Milanés.

P.S. 2 - Como hay que dar paso a las nuevas generaciones, una personita muy especial para mí se ha abierto un blog para enseñarnos las cuquerías de tarjetas que hace. Podéis (y debéis) leerla pinchando aquí Pues eso, que pinchéis, hombre ya. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLIV: La poción mágica

Cuatro amigos sentados a una mesa de plástico con sillas del mismo material para no desentonar. Uno de ellos ha hecho una grulla de origami a la que hace aletear por encima de la mesa. Beben cerveza con cara de aburridos y tienen un estilismo playero de estos que todos hemos llevado alguna vez, aunque nos avergüence reconocerlo. Bermudas y colores combinados sin ton ni son, siguiendo la tendencia de “es lo que tenía limpio y estoy de vacaciones; no me apetece lavar”.

En el centro de la mesa, una planta mustia es testigo del patetismo imperante en la reunión. El camarero del chiringuito rompe un vaso y coloca en su bolsillo un bolígrafo que comienza ipso facto a perder tinta, dejando a su paso una interesante mancha. Una de las chicas de la mesa lo mira con desinterés, la otra busca algo en el móvil (médicos dispuestos a participar en un suicidio asistido, supongo) y el de la grulla sigue a lo suyo. Hay que reconocer que, por penoso que sea, parece ser el que mejor se lo pasa en esta agradable velada entre amigos.

Pero, de repente, todo cambia. Una mano misteriosa descorcha una botella de una bebida espumante y lo que otrora fuera un chiringuito deprimente se convierte en una terraza de lo más moderna, con vegetación por doquier. Todos llevan unos estilismos que harían palidecer de envidia a los abonados a la Vogue (uno lleva chaqueta, lo cual me parece un poco exagerado en agosto) y el camarero ahora lleva traje y pajarita y exhibe con orgullo la botella de bebida frizzante. Y le salen unos bigotes de estos con las puntas retorcidas hacia arriba, al mejor estilo Dalí. Los de la mesa se miran un tanto desconcertados pero siguen bebiendo ese brebaje que parece alterar bastante la realidad (como casi todos, dependiendo de la cantidad ingerida). El bigote sigue creciendo con vida propia y, aunque sigue teniendo sus puntas dobladas hacia arriba, ahora es tan gordo que podría utilizarse para fregar el suelo.

Vuelven a brindar y el camarero utiliza uno de sus mostachos para estirarlo y pasar por él un arco de violín, consiguiendo que de él emanen sonidos aún más embriagadores que la propia bebida espirituosa que se anuncia. 

Ya, por último, alguien coloca la botella junto a la planta mustia de antes y, por arte de birlibirloque, ésta revive y se convierte en un frondoso vegetal, con flor exótica y todo.

Y para rematar el sinsentido, toman un último plano del camarero, quien mira a la cámara con sonrisita de ganador al tiempo que extiende hacia ella sus deditos índices en un claro gesto de “soy el amo del corral y lo sabes, baby”.

Como veréis, hoy no he escrito introducción para el anuncio y os he sumergido de lleno en la acción pero es que, ¿qué necesidad de introducción hay para esto?

Cada uno que saque sus propias conclusiones, que estáis mayorcitos y no os lo voy a dar todo hecho. 

lunes, 19 de octubre de 2015

Crónicas Felinas CLII: Diversión día y noche

Marrameowww!!!

Una vez disfrutada la semana de vacaciones (aunque el fin de semana volvimos a ser abandonados insensiblemente por el consorte, quien se fue a Albacete sin volver la vista atrás, dejándonos a merced de la cruel y despiadada bruja a quien vosotros conocéis como Álter), vengo hoy con un nuevo tutorial para ayudar a los compañeros felinos que me leen y que quieren mejorar sus técnicas en lo que a molestar a sus humanos se refiere.

Hablaremos hoy de la cama.

La cama, amigos míos, es un lugar ideal para dar rienda suelta a vuestras más oscuras perversiones. Sé que esto se puede interpretar de muchas maneras pero en este caso hablamos, claro está, de cómo hacer la vida imposible a vuestros humanos.

El tálamo ofrece muchas posibilidades en este sentido. Si es de día, no hay nada como tumbarse en su superficie cuando la cama está aún deshecha y disfrutar viendo cómo vuestros humanos ven pasar el tiempo y no son capaces de echaros para hacerla porque estáis tan monos…

Cuando ya se les hayan hinchado definitivamente las narices y finalmente os echen para poder hacer la cama, es el momento de ponerse a saltar en su superficie. Aunque no os apetezca, jugad con las mantas, las sábanas y los cojines. Esperad a que vuestro humano haya estirado las sábanas y aprovechad entonces para meteros debajo, creando un interesante bulto semoviente con el que tendrán que lidiar durante el resto de la tarea. Una vez hecha la cama, con bulto incluido, emerged a la superficie revolviendo cuanto más, mejor. Hay puntos extra si conseguís que tengan que reiniciar el proceso porque la cama haya quedado hecha un churro. De ser así, es vuestra decisión si vosotros también queréis retomar vuestra labor o si ya los dejáis en paz. Es por demás divertido pero no hay que forzar demasiado la maquinaria, que siempre pueden vengarse comprando pienso de marca blanca y no queremos eso, ¿verdad?

Si es de noche, plantaos en el centro de la cama de tal manera que no puedan estirar las piernas o darse la vuelta. Como en el caso anterior, intentad parecer lo más monos y cómodos posibles, de tal manera que no tengan valor a expulsaros. Las contracturas con las que se levantarán a la mañana siguiente les harán recordaros durante el resto de la jornada. Es una manera de lo más efectiva para que os tengan siempre presentes.

Otra actividad que puede resultar divertida durante la noche (en esto Munchkin es experto) es morder dedos de los pies, arañar cualquier cosa que se mueva bajo las sábanas o, lo que sería más bien mi modus operandi, ronronearles en la oreja hasta que no tengan más remedio que ponerse a haceros mimitos, sacrificando valioso tiempo de descanso.

Como veis, hay miles de posibilidades. Podéis echar zarpa de vuestra imaginación e inventar nuevas formas. Ya sabéis que no hay límites en lo que se refiere a dar por saco a vuestros humanos. ¡¡La imaginación al poder!!

Prrrrrr.

jueves, 8 de octubre de 2015

Mi aventura norteña VIII: Y fin

A la mañana siguiente nos levantamos tempranito porque tocaba volver. Las vacaciones tocaban a su fin.

Nos duchamos, terminamos de hacer las maletas y bajamos a la calle. Tuve que volver a subir, levantando de la cama a mi cuñado y su chica porque me había dejado en su casa la chaqueta. Muy lista nunca he sido, no.

Fuimos  a tomar un taxi y, al bajar el bordillo, me torcí un tobillo y me estuvo doliendo durante días. ¿Por qué en mis vueltas de vacaciones siempre me tiene que pasar algo? Cuando volví de Montevideo me picó un bicho de origen desconocido como conté aquí y, volviendo de California, se me cayó una muleta en la cabeza y llegué a casa con fiebre como pudisteis leer aquí . Está visto que las próximas vacaciones que me tome van a tener que ser para siempre si no quiero sufrir más desgracias en los regresos. Esto tiene que ser una señal del destino. Algo me está diciendo que mi verdadero propósito en la vida es andar viajando de aquí para allá para contároslo y hacer parecer a Willy Fog un aficionado a mi lado. Voy a hablar con los del Canal Viajar o con los de las guías Globe Trekker, a ver si tienen algún puesto chulo para mí haciendo críticas de hoteles de lujo (restaurantes también me valen, que ya he comprobado que tengo buen saque). Ni siquiera les cobraría dinero. Yo con andar bien dormida y alimentada me doy por pagada. Si me leéis, tenéis mi mail ahí arriba. Desde ya, muy agradecida.

Y nada, otras tropecientas horas de tren hasta Madrid, donde íbamos a parar unas horas antes de seguir viaje a Albacete. Así que aprovechamos para pasar por casa, soltar la maleta, poner dos lavadoras, comer algo (porque el estómago se había dado de sí y ya nos pedía comida a todas horas) y salir pitando a Atocha.

Ya en Albacete nos reencontramos con mis suegros y mis felinos, a los que percibí notablemente más “hermosotes” por ser diplomática y al día siguiente por la tarde hicimos la maleta que nos habíamos dejado allí antes de partir hacia el norte, metimos a los gatos en sus transportines y así, cargados cual mulas emprendimos el que, por fin, sería nuestro último viaje en tren con la esperanza de que no hubiese que repetir en bastante tiempo aunque, como ya os contó Forlán el lunes, al churri le tocó ir a Barcelona la semana pasada, por lo que el pobre no se ve libre de sufrir los viajes en tren (aunque, dicho sea de paso, prefiero el tren mil veces antes que el autobús; eso sí que es la muerte en camiseta).

Y, casi sin darme cuenta, ya estaba otra vez sentada en mi mesa de la oficina. Atrás habían quedado los días de suculentas y opíparas comidas. Todo mi universo gastronómico volvió a reducirse a lo que pudiera ofrecerme la máquina de vending.

Pero fue bueno (y rico) mientras duró. 

P.S. Hablando de vacaciones, me tomo una semanita de ídem. No me voy a ningún sitio pero necesito descansar como agua de mayo. Vuelvo en menos de lo que canta un gallo. 

miércoles, 7 de octubre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLIII: Que viva la amistad

En esta sección ya hemos destripado unos cuantos anuncios que dejan patente la falta de empatía y la “cabronez” de algunas que dicen llamarse amigas. Desde las que critican la porquería de vitrocerámica que tienes hasta las que te regalan un ambientador insinuando que tu casa huele a cuadra pero os puedo asegurar que estas mujeres podrían optar el premio a mejor amiga del año, comparadas con la que os presento hoy.  Esta se lleva la palma.

Vemos una terracita de verano a la que llega una mujer con cara de malas pulgas. En una mesita la espera su “amiga” quien le pregunta qué le pasa para llevar esa cara de estar peleada con el mundo. Ella, con total confianza en su amiga, señala sus partes bajas y le dice “es que creo que se me nota”. Se refiere a la compresa para la incontinencia, claro está, y la amiga, que es más maja que las pesetas de antes le dice que claro que se le nota y que si aún no conoce las de la marca anunciante. Por si acaso la pobre mujer, que está pasando un apuro del quince, no las conoce, la “amiga”, tan encantadora y solícita ella, planta el paquete encima de la mesa para que las vea bien.

Vamos a ver, no me creo que lo hayas hecho con total inocencia sin pararte a pensar ni por un segundo que quizás, sólo quizás, puedas hacer pasar un mal rato a tu amiga. Eso es de ser mala gente. O sea, que si alguien en la terracita no se había dado cuenta de que tu amiga lleva una compresa para la incontinencia, tú lo dejas patente. Te falta poner un cartel luminoso con una flecha apuntando a esta pobre santa y gritar con un megáfono “Ésta sufre de incontinencia”. Pues vaya amiga, digo yo. Cualquiera le confiesa que sufre en silencio las hemorroides o que el niño le ha pegado los piojos al volver del campamento. Es capaz de sacar una liendrera ahí mismo y ponerse a espulgarla como un mono ante la curiosa mirada de propios y ajenos. Esta mujer es la discreción hecha persona.

Aunque no sé si lo que más me llama la atención es la actitud de este súcubo del mal o la reacción de su víctima, quien parece encantada con el consejo de su “amiga” y corre a cambiarse, agradeciendo posteriormente el consejo a su “amiga” y corroborando que, efectivamente, con éstas no se nota nada.

Tan poco se nota que un artista bohemio que estaba sentado en la mesa contigua ha dibujado un retrato de ella. Esto no sé muy bien a qué viene pero habría que rellenar metraje, qué sé yo. Se ve que, aun estando sentada, el sensible artista hubiera sido capaz de percibir si la mujer llevaba la anterior compresa. Una cosa muy extraña. Tal vez el fallo sea mío, que no entiendo el intrincado mundo de los artistas bohemios.

Y tampoco el de las amigas cabronas.

lunes, 5 de octubre de 2015

Crónicas Felinas CLI: Víctimas de la negligencia

Marrameowww!!!

La semana pasada el consorte se fue dos días de viaje de trabajo a Barcelona. Realmente esto no debería afectarnos demasiado pero lo hizo y enseguida os explico por qué.

Normalmente, cuando el consorte se levanta, a eso de las siete de la mañana, nos da de comer. La bruja se levanta como a las diez porque es una marmota y, como yo nunca me termino el plato de una sentada, me sigue dando de a poco durante toda la mañana hasta que, al mediodía, nos sirve la segunda ración y después se va a trabajar.

El consorte vuelve de trabajar a eso de las cuatro de la tarde y continúa dándome la comida que me haya sobrado del mediodía. Y, a eso de las nueve, cae la cena.

Como el consorte no estaba, aquello se volvió un descontrol. La bruja se puso el despertador a las siete y creedme si os digo que no es nada agradable que te alimente un ser medio comatoso que a esas horas no sabe ni dónde está parada. Miedo me daba pensar que tal vez no me estuviera dando mi pienso sino vete a saber qué porquería. Se quedó un rato conmigo hasta que di por saciado mi apetito, guardó lo que me había dejado (con Munchkin no tiene este problema porque la comida siempre le dura un suspiro en el plato) y se fue otra vez a sobar hasta las diez.

Me estuvo dando de comer durante la mañana y, al mediodía, nos puso la comida y al rato se fue.

Y llegó la tarde y por ahí no aparecía nadie para darme de comer. Y yo tenía hambre. Y dieron las nueve y no había nadie para darnos la cena. Y Munchkin también empezó a tener hambre. ¿Qué clase de humanos irresponsables nos han tocado en suerte?

Sobre las once de la noche apareció la bruja y casi saltamos a su yugular con tal de obtener algo de alimento. Ella, tan perspicaz como siempre, nos preguntó “¿Tenéis hambre?”. De verdad, qué cruz con esta mujer… Es un auténtico genio. Pocas veces en la historia se ha visto una mente tan extremadamente privilegiada como la suya. Está a un pasito de descubrir la cura para alguna enfermedad.

Cuando por fin volvió el consorte de su viaje nos preguntó si le habíamos echado de menos, a lo que reaccionamos mirándole con una cara que quería decir “Si tú supieras…”. Aquello había sido una auténtica tortura. No se nos puede tener ahí viendo pasar las horas sin que nadie venga a saciar nuestro apetito. Eso es de seres desnaturalizados.

Así que desde aquí hago un llamamiento a los jefes del consorte para que no vuelvan a mandarlo a ningún sitio o, en caso de ser esto imprescindible, que lo manden a un hotel “pet friendly” para que podamos irnos con él porque está claro que la bruja no es capaz de cuidar de ningún ser vivo.

En cuanto a objetos inanimados, tengo mis reservas.

Prrrrrr.

jueves, 1 de octubre de 2015

Mi aventura norteña VII: De agradables paseos y un marmitako fallido

Subiendo a la cima
Al día siguiente mi cuñado y su chica trabajaban, así que el churri y yo nos fuimos a hacer turismo por nuestra cuenta, en plan aventurero.

El primer sitio a donde nos dirigimos fue al funicular que nos llevaría a la cima del monte Artxanda. Sólo había subido a un funicular en Santiago de Chile, hace como nueve años, así que me gustó repetir experiencia. No es que tenga tanta diferencia con un ascensor pero, al ser en diagonal, da más vertiguillo.

La verdad es que vale mucho la pena subir. El día estaba muy bonito (no llovía; gracias, Bilbao) y había mucha gente con toda la pinta de que iba a pasar el día ahí. Es un sitio ideal para ir de picnic. Las vistas son espectaculares y el paseíto fue muy agradable.
Con Bilbao a mis Bilbopies

Algo gracioso que vimos allí es que habían puesto unas huellas artificiales de pies en algunas partes. No supe cuál era su propósito o qué representaban pero dado que allí el autobús es el Bilbobus y el bote que recorre la ría es el Bilboat, deduje que eso sería el Bilbopie (eran como de un número 45 así que pinta de vascos sí que tenían). Si alguien sabe qué representan esos pinreles, por favor, que me desasne.

Volvimos a bajar al mundo real y dimos un paseo por las callejuelas. Ya se hacía la hora de comer y yo estaba como loca por comer marmitako (sí, en agosto; es que siempre he sido fan del marmitako y me parecía un crimen dejar pasar la ocasión). Pues me quedé con las ganas porque en todas partes se servía como plato del día y resultó que justo ese día no era el elegido para hacer marmitako en ningún sitio. Esto no fue óbice para que volviera a ponerme como una vaquita en el Asador Arriaga (Calle de Santa María, 13). Comimos un menú buenísimo con espárragos de Navarra, chorizo a la sidra, morcilla (no me gusta la morcilla pero estaba embalada y me comí mi parte también) y chistorra. Luego me trajeron un confit de muslo de pato que provocaba orgasmos de lo rico que estaba. Al terminar, nos ofrecieron tarta de queso de Idiazábal. Dije tímidamente que trajeran una sola ración y dos cucharitas. Casi muerdo al churri por pillar el último trozo. Nos dijeron que la tarta también la venden para llevar así que, si andáis por ahí, hacedme caso y comprad, que no puedo describir con palabras las sensaciones que me provocó esa tarta.


La tentación de hacer la tontería del Titanic era muy fuerte
Y, ya para rematar la jornada, nos fuimos a dar una vueltecita en el Bilboat, que te da un viajecito de media hora por la ría. Es un paseo muy agradable, aunque de repente salía el sol y de repente hacía viento, por lo que me pasé todo el trayecto poniéndome y quitándome la sudadera; a mí lo único que me tira para atrás del norte es el clima. Es una actividad un poco de guiris pero os la recomiendo igual.

Os dejo más fotitos hasta la semana que viene:

En una escultura rara que hay en el Artxanda

Ahí en el puente de Calatrava se estaban haciendo fotos unos novios.
Tenía la esperanza de que me invitaran también a una boda vasca pero no.

Paseando en el Bilboat.

Si no lo enseñaba, reventaba. Ese "all de way" es impagable.