Este lo vi hace un montón; mi percepción cronológica es de
lo más exacta. Se había quedado por ahí perdido en mis apuntes del móvil, que
es básicamente una notita donde me voy apuntando las rayadas que veo para que
después no se me olviden. Por lo visto, con notita o sin ella las cosas igual
corren riesgo de olvidárseme. Conclusión: mi sistema es una bazofia.
El producto en sí mismo ya ha pasado alguna vez por esta
sección y consiste en un producto lácteo con cosas maravillosas que sirve para
darnos mucha energía y tenernos a tope de power funcionando todo el día. La
única diferencia es que, en este caso, es una variante pensada especialmente
para los más peques de la casa.
Vemos a un niño con gafitas, ricitos y pinta de empollón
(puedo decirlo porque yo he sido una niña con gafitas y pinta de empollona,
aunque sin ricitos) sentarse a la mesa de la cocina, presto a desayunar. Su
madre le pregunta si está listo para el colegio. El niño pone cara de terror y
vemos cómo se imagina (se puede ver una imaginación, sí; es la magia del
séptimo arte) sentadito en su pupitre, donde se amontonan montañas y montañas
de deberes. Tan altas que atraviesan el techo. Entre las pilas de deberes, una
maestra que parece la Señorita Rottenmeier, lo mira con cara de severidad.
Sale al patio y la niña rubia de pelo largo y pinta de niña
bien que le gusta a nuestro protagonista, está con un niño con vaqueros
ajustados con cadenita y chaleco vaquero sobre camiseta blanca. Conduce una
bicicleta modelo “chopper”. Desconozco si esto existe o la han fabricado
exprofeso para el anuncio pero es un auténtico horror. Sobre todo porque, en
lugar de llevar pintadas unas llamaradas o algo así, lleva una especie de
estampado de leopardo que le da un aire bastante choni y hace que el modelo “chopper”
se convierta en modelo “chopped”. A las niñas bien siempre les han gustado los
malotes (si es que a esto se le puede llamar “malote”).
En clase de karate o de taekwondo o lo que sea, el profesor
decide que el contrincante del pobre niño sea el más grandote de la clase, que
no parece tener especial predilección por nuestro infante.
Ante semejantes perspectivas, el niño vuelve a la realidad y
se toma el mejunje. El cambio es asombroso. Cruza el jardín sin importarle
mojarse con los aspersores, ataviado con una chaqueta dorada y gafas de aviador
que hubiesen hecho la delicias de Tom Cruise cuando “Top Gun”. La madre observa
orgullosa desde la ventana cómo su hijo se ha convertido en un macarra y, al
verlo de espaldas, comprobamos con horror que en la parte trasera de la chaqueta
lleva estampado un dragón chino que, para más inri, tiene alrededor de su
silueta una especie de neones que se encienden y se apagan al mejor estilo club
de carretera.
Lo que cualquier madre desearía para su churumbel.