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jueves, 30 de junio de 2016

La reencarnación

Hay veces en que me planteo qué pasaría si realmente existiese la reencarnación. Porque yo soy así, muy de plantearme cosas que no me llevan a ninguna parte.

Por un lado, me pregunto por qué será que cuando a una persona le dicen que es la reencarnación de otra, resulta que en su vida anterior siempre fue Cleopatra o Atila, el Rey de los Hunos (y de los Hotros). Nunca te dicen “Pues oye, fuiste un pobre hombre que se deslomó a trabajar en algo que no le gustaba y que pasó por la vida sin pena ni gloria”. No, parece que sólo se reencarna la gente que ha sido poderosa. Y digo yo que, si tan poderoso eras en tu vida anterior, a santo de qué te reencarnas en un mindundi. ¿Es para expiar tus pecados de vanidad y descubrir qué se siente siendo un Don Nadie? Porque anda que no me fastidiaría haber tenido una vida de lujo y confort o haber sido seguida por masas enfervorizadas y de repente verme en una oficina pasando el tiempo entre hojas de cálculo y cafés artificiales fabricados a base de polvillos de dudosa procedencia.

Y luego está la reencarnación animal. Por un lado, la perspectiva de reencarnarme en gato casero me pierde. Eso de poder hacer el vago todo el día, calentita en casa aunque en la calle estén cayendo chuzos de punta y que me den de comer y me mimoseen para mí es el no va más de la evolución pero pregunto yo ¿eso se puede elegir o te toca lo que te toca? Porque, con la suerte que tengo en los juegos de azar ya me veo yo reencarnada en cucaracha y sintiendo asco de mí misma. ¿Qué méritos hay que hacer en la vida para ser un gato casero? Porque, si te reencarnas en lo opuesto a lo que eras, pienso convertirme en un ser hiperactivo y workaholic, que bien vale la pena el esfuerzo si luego voy poder disfrutar de una larga vida de tener esclavos humanos. Si, por el contrario, te reencarnas en un ser parecido a lo que fuiste en tu vida humana, pues diría que voy por buen camino. No hay nada que me guste más que tumbarme en el sofá y esperar a que me traigan las cosas. Si por mí fuera, hasta que me dieran de comer en la boca, oye. Pena que no lo consigo nunca y no pasa de ser una mera ensoñación, porque luego veo las cosas sin hacer, me desespero y termino haciéndolo yo. Así no hay manera de sumar puntos en el carnet reencarnatorio.

Así que tengo que enterarme como sea de cómo va el asunto con el tema de las reencarnaciones, no sea cosa que al final sea yo la pardilla que se quede con el peldaño más bajo de la cadena evolutiva. ¿Existe alguna asociación que asesore en esta materia? ¿Algún cursillo online para asegurarse una reencarnación feliz?

Me tiene preocupada el tema.

miércoles, 29 de junio de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXX: Con ojos rojos sois despojos

Creo que de estos ya hablé alguna vez. Eran los que clasificaban el enrojecimiento de los ojos como “rojo ordenador”, “rojo humo” y ese tipo de cosas.

Y los podría haber dejado ya en paz pero es que se superan día a día y, de paso, me superan a mí. Ahora el protagonista del anuncio ha dejado de ser una persona de carne y hueso para pasar a ser un ojo. Sí, un ojo. Simplemente un ojo gigante con brazos y piernas que da mucha grima.

El ojo en cuestión está delante del ordenador cuando entra una videollamada. Resulta que está rojo, oh, pobrecito. La voz en off nos pone en situación haciéndonos imaginar que tenemos los ojos rojos y justo nos llama nuestra nueva novia. ¡Tragedia, tragedia! ¿Quién no ha dejado a una pareja por tener los ojos rojos? El ojo se echa unas gotitas del maravilloso líquido anunciante y, al atender la llamada, su supuesta novia (¿deberíamos llamarla “la oja”?) elogia lo fantástico que luce. Claro, cuando sólo eres un ojo con patas pues lo mismo se nota la diferencia pero, digo yo, ¿qué clase de cámara de súper mega ultra alta definición tienes que tener para que se te note el rojo de los ojos en una videollamada? Porque yo, que skypeo semanalmente con mi madre, hay veces que hasta la veo con poco color porque el día allende los mares se presenta nublado, así que si tengo que estar haciendo ejercicios de imaginación para saber de qué color lleva el jersey, imaginaos para ver si tiene los ojos rojos. Por tanto, el problema se puede resolver fácilmente bajando las luces de la habitación donde estéis. Disimuláis el rojo de los ojos al tiempo que os rodeáis de un halo de misterio, que siempre es de gran utilidad a la hora de la conquista.

Por otra parte, me pregunto qué clase de ser superficial abandona al hombre, mujer u ojo de sus sueños por una irritación o un enrojecimiento. Eso es que ya te querían dejar y estaban buscando una excusa, aunque más no sea alegar que tienes los ojos rojos. Me imagino a alguien diciendo que abandonó a Johnny Depp porque tenía los ojos rojos. No cuela. Eso es que algo más le viste y no tuviste lo que hay que tener para admitir el verdadero motivo del abandono porque, a ver, si no, si vas a estar soportando a alguien que te pone los cuernos o que te llama veintisiete veces al día para ver qué te has puesto, qué has comido y qué piensas hacer en los próximos cinco minutos simplemente porque tiene los ojos libres de enrojecimiento. “Es un ser abyecto pero el blanco de sus ojos es impecable”. Claro.

No sé en qué mundo viven los anunciantes de este colirio, donde mantener el blanco de tus ojos es de vital importancia para la supervivencia social y que tus semejantes no te traten como a un apestado, condenándote al ostracismo y la marginación. 

lunes, 27 de junio de 2016

Crónicas Felinas CLXXXII: Operación bikini

Marrameowww!!!

Seguimos con temas alimentarios. Últimamente parece que lo que más preocupa en esta casa es si comemos o no comemos.

Como os decía en mi anterior entrada, yo en verano como menos pero Munchkin no. Él come en ingentes cantidades haga frío, calor o en medio de un huracán. No se pueden dejar cosas de cartón o papel a su alcance porque también se las come. Es como una cabra pero sin los ojos diabólicos.

Hace un tiempo os comentaba que el veterinario les había mandado a nuestros humanos que le bajasen la ración de pienso porque su bolsa primordial tenía el tamaño de un saco de carbonero (me refiero a la bolsa primordial de Munchkin, aunque los humanos también deberían mirarse un poco la suya). Resulta que, meses más tarde, no ha bajado un gramo y pesa la vergonzante cifra de 5 kilos y medio. Ya está en el mismo peso que tenía Luhay, quien se ganó el apelativo de “El Gordi” pese a que era de constitución más grande que Munchkin, como buen gato serrano que era.

A todo esto, la feliz noticia se la dieron el día que lo llevaron a pincharse el antiparasitario, lo cual lo deja nerviosito perdido durante todo el día y anda por la casa maullando sin ton ni son.

Así que el veterinario ha decidido tomar medidas más drásticas y le han puesto pienso de dieta. Dieta para él, no para el bolsillo de los humanos, que casi sufren un infarto al enterarse del precio de la comida “light” del imberbe. La idea inicial es hacerle perder medio kilo en un principio y luego ya se verá. Se ve que, pese a que la cantidad en gramos que le dan ahora es superior a la que comía con el pienso anterior, el niñato está pasando más hambre que el perro de un ciego porque no hace más que pedir comida a todas horas. Los humanos ajenos a sus súplicas, lo ignoran completamente y le dicen cosas tan tiernas como “no te podemos dar más porque estás gordito”. No sé si la operación bikini dará algún resultado porque en el paquete viene la cantidad de gramos que hay que dar según cuánto quieres que pese el gato (nos manipulan el peso como a las modelos de alta costura) pero no se toma como referencia el peso inicial, por lo que no están muy convencidos de que el método vaya a ser muy efectivo. Lo mismo le tienen que dar menos y entonces ya tendremos orquesta de maullidos lastimeros día y noche. En el fondo compadezco lo que tendrán que soportar los humanos.

Definitivamente, no es la mejor época de Munchkin. Le pinchan porque se niega a tomarse la pastillita y, ya de paso, lo ponen a dieta. No fue lo que se dice un día ideal para él pero yo no puedo evitar partirme de risa cuando lo veo corriendo mientras sus chichotas se menean.

Que lo dejen así, que está muy gracioso.

Prrrrrr.

jueves, 23 de junio de 2016

Señales

Vaya por delante que no me considero una persona supersticiosa. Al menos, no extremadamente supersticiosa, aunque tengo mis cosillas, como no pasar por debajo de una escalera (esto creo que es más por miedo a que me caiga un bote de pintura o un cascote en la cabeza más que por superstición, que bien dicen que mujer prevenida vale por dos), no dejar las tijeras abiertas o echarme la sal por encima del hombro si se vuelca. Al final, lo mismo, un poco supersticiosa sí que soy.

Pero bueno, la historia que vengo a relatar tal vez no tenga tanto que ver con la superstición sino con el hecho de si se cree o no en las señales. Me refiero a las señales cósmicas, claro, no a las de tráfico, que en esas más nos vale creer si no queremos tener un disgusto. Yo, en lo personal, no suelo creer en las señales y siempre he sido de la idea de que, cuando una persona quiere ver señales, las va a ver por todas partes.

El caso es que este año decidí comprar el cupón de la ONCE para el sorteo del día de la madre, que nunca se sabe cuándo la suerte puede estar de mi lado y así  poder pasarme el resto de mis días tumbada en la playa bebiendo cocolocos. Sí, mi sueño es convertirme en una vaga alcohólica; cada cual con sus aspiraciones.

Antes de comprarlo, iba yo un día caminito del trabajo soñando con mi futuro enriquecimiento y posterior cirrosis cuando, en el trocito ese de arena que suele haber al pie de los árboles que adornan nuestras calles, veo, entre otro montón de porquerías, un naipe. Me pareció curioso encontrarme un naipe tirado en la calle (aunque no tan curioso como la vez que encontré una paloma con cascabel).



Vete a saber qué azaroso destino condujo el naipe hasta allí y, como justamente mis pensamientos versaban sobre el azar, me fijé en que se trataba de un seis de tréboles. Con aquello que dicen de que los tréboles dan suerte me dije “pues en seis va a terminar el cupón que me compre”.

Así lo hice y, curiosamente, en seis terminó. No acerté con ninguno de los otros cuatro dígitos pero igual me dio subidón. Tendría que haber seguido buscando naipes por la calle, a ver si en una de esas daba con la combinación correcta. Lo malo hubiese sido si daba con una figura.

Aproveché el reintegro para canjearlo por un cuponazo y un sueldazo pero ahí ya no me tocó nada porque no recibí más señales del más allá. Debo haberme quedado fuera de cobertura o algo. Por lo menos me consuela saber que mi dinerito fue destinado a una buena obra, aunque los cocolocos deban esperar.

¿Creéis en las señales del destino? ¿Las cosas que nos pasan son casuales o causales? ¿Os habéis encontrado naipes tirados por la calle? ¿Y alguna otra cosa rara? Abiertos quedan el debate y la polémica. 

miércoles, 22 de junio de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXIX: ¡Ding!

Anusca me comentó este anuncio el otro día y, si bien confieso que lo había visto, se ve que me pilló en un momento en que estaba con el radar de las pesadillas apagado porque no le había prestado yo demasiada atención. Tras un segundo visionado debo coincidir con ella en que estamos ante una nueva joya de los anuncios pesadillescos. Debo de estar perdiendo facultades, porque no alcanzo a comprender cómo casi se me escapa esta maravilla. Una vez más, gracias, Anusca, por haberme permitido contemplar esta obra maestra.

Estamos en un pueblo del lejano Oeste (o de Almería, mismamente, que no es tan lejana). Dos vaqueros se miran con cara de malas pulgas mientras el sepulturero del pueblo coloca tablones en un ataúd. Uno de los vaqueros escupe en el suelo. Qué cosa que me da asquito, venga de un rudo vaquero o de quien venga, en serio, qué costumbre más insana. Habría que multar a cuanto individuo se dedique a hacer estas porquerías en la vía pública.

Al ver que uno de los vaqueros se dispone a desenfundar su pistola, el sepulturero pone cara de susto. Desconozco por qué motivo, ya que en su caso un duelo significa negocio, por lo que más bien debería estar contento ante la perspectiva de tener un nuevo cliente a la vista. A lo mejor es que es un vago y no tiene ganas de trabajar, con el calor que hace en esos pueblos del lejano Oeste.

La tensión se puede cortar con un cuchillo. Las miradas de odio se cruzan sin piedad y, de repente, uno de los vaqueros empieza a dar vueltas sobre sí mismo, como la bailarina de una cajita de música, al tiempo que emite como un mantra un sonidito de “Ahhhhhhhh”, ante la cara de estupor del otro vaquero y del sepulturero, que se ve que ha perdido la ilusión de enterrar a alguien y piensa que le hubiera salido más rentable ser el dueño del manicomio del pueblo. Cuando por fin termina de dar vueltas dice “Ding”.

Nosotros, simples espectadores, nos quedamos con la misma cara de desconcierto que los protagonistas del anuncio, esperando a ver qué es lo que sucederá a continuación, pero no sucede nada. La escena termina y vemos a un chico sacando un vasito de arroz del microondas, quien se lo zampa mientras ve a los vaqueros por la tele. Todo muy lógico y muy normal. Me extraña que no hayan sacado una serie de anuncios donde pudiésemos ver a Rocky dando vueltecitas en el ring de combate, o a Escarlata O´Hara girando y girando con el rábano en la mano a la espera de poder gritar aquello de “A Dios pongo por testigo” (eso sí, no antes de haber emitido su conveniente “Ding”). Se podría crear toda una saga de grandes clásicos del cine convertidos en odas a los vasitos de arroz.

Ya que nos ponemos a hacer el ganso para vender un arroz instantáneo, pues nos ponemos en condiciones.