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jueves, 28 de enero de 2016

La vida misma (en bucle)

A consecuencia de vete a saber qué conexión neuronal, hace unos días me estaba acordando de una antigua compañera de trabajo de la que no volví a saber nada nunca más en mi vida.

La chica no me caía mal aunque era bastante peculiar. De entre todas sus particularidades, recordé que había días que no daba pie con bola porque se había quedado despierta hasta las tantas debido a que era fanática de los Sims.

Yo respeto que cada cual tenga sus aficiones y que un hobby inofensivo como ese no debería ser objeto de chanza pero, de verdad, no lo entiendo. No por el hecho de jugar a juegos de ordenador; ya confesé alguna vez en este blog que soy una auténtica freaky de las aventuras gráficas y que, cuando tengo un día libre, me encanta tirarme las horas muertas resolviendo puzles e intentando averiguar qué tengo que hacer con un palo de escoba que encontré en el capítulo uno y que no he necesitado aún a pesar de que ya voy por el capítulo cinco. El churri, sin ir más lejos, es muy fan de los juegos de rol y le encanta codearse con trolls, elfos, dragones y demás seres imaginarios. A mí el rol no me entusiasma pero reconozco que una buena forma de desconectar de las cosas del diario vivir es sumergirse en un mundo de fantasía.

Pero ¿Los Sims? Si hay algún aficionado a este juego leyendo esto, le ruego que me explique la gracia de esto porque no me entra en la cabeza que alguien vuelva a su casa de trabajar y flipe viviendo una vida paralela donde tiene que tener otro trabajo, otra pareja, otros hijos, otra hipoteca y otras mascotas. Menuda aventura. Juego a un juego donde hago las mismas cosas que en mi vida real. Estoy ahorrando para poder comprar una lámpara de pie y mañana voy a llevar a mi imaginario perro a un imaginario veterinario. Yupi, qué emocionante. Esto es tan adictivo que no puedo dejar de jugar.

O sea, que a menudo vivimos quejándonos del asco de vida que nos ha tocado vivir y diciendo que estamos hasta las narices de levantarnos cada día para ir al curro y que cuándo llegará el día en que nos toque el Euromillón para poder mandar todo a la porra e irnos a tomar cocolocos a una playa desierta y paradisíaca y luego, en cuanto tenemos un rato libre, pasamos horas encantados de la vida yendo a trabajar y haciendo la compra.

Y, para darle mayor emoción a la cosa, puedes mantener emocionantes conversaciones con tus supuestos amigos, pareja y familiares, donde no se entiende absolutamente nada de lo que te cuentan porque todos hablan un extraño dialecto que creo que no ha habido lingüista capaz de descifrar aún. Aunque tengo que reconocer que esto último sí que podría tener sus ventajas. Hay días de mi vida en los que daría oro por no entender muchas de las cosas que oigo. 

miércoles, 27 de enero de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXV: ¿Cómo hemos vivido sin esto?

Hoy vengo a hablar de compresas. Los anuncios de productos de higiene femenina siempre han sido una fuente inagotable de despropósitos; desde la posibilidad de encontrarte con tu menstruación encarnada en mujer vestida de rojo en mitad de un pasillo hasta actrices famosas enseñando a hombres en una piscina cómo se pone un tampón. Casi diría que, apostar por este tipo de anuncios para esta sección es, casi siempre, ir con el caballo ganador. Un valor seguro.

Pero ahora una conocida marca de compresas le da una vuelta a la situación. Y le da una vuelta en el sentido literal. La primera escena que vemos es la imagen de dos mujeres con las melenas de punta. Tras un giro de la cámara, nos percatamos de que no es que les haya dado por el look punky sino que están boca abajo. ¿Por qué? Pues porque, según nos dicen, a los de esta marca de compresas les gusta ver los problemas como retos a los que encontrar una solución (se ve que se han empollado un libro de autoayuda y ahora quieren poner en práctica los conocimientos aprendidos). Y, como quieren encontrar solución a los problemas, retos, obstáculos o como quieran llamarlos, han diseñado una compresa que absorbe boca abajo.

Pues qué bien. Ya voy a poder colgarme del techo como un murciélago en cualquier momento del mes sin miedo a posibles fugas. Si me convierto en vampiro, ya ni os cuento lo maravilloso que va a ser para echarme la siesta. No me va a despertar ni el mismísimo Van Helsing. Para diseñar estas compresas deben de haberse inspirado en la gente que hace la estalagmita en clase de yoga (hablé de esto aquí porque en este blog hemos hablado ya de casi todo)

También es muy útil para hacer bungee jumping o, las que sean más gamberras, balconing.  Nunca se sabe cuándo se te va a quedar el pie enganchado a la barandilla y te veas ahí pendiendo boca abajo hasta que alguno de tus borrachos amigos se dé cuenta de que esa no era la idea y decida devolverte a tu posición original o empujarte hacia abajo de una patada o la genial idea de borracho que se le ocurra antes.

Otra opción puede ser desplazarte haciendo el pino. Para ir al trabajo, por ejemplo. Haces ejercicio y, si vas acompañada de un mono amaestrado puede ir recogiendo moneditas para ti en el camino. Te sacas un sobresueldo con total tranquilidad.

Ni qué decir tiene que, si eres trapecista de circo, estás de parabienes. Ya puedes balancearte sin miedo a dar un espectáculo más allá del que estaba programado en la cartelera. Las contorsionistas también encontrarán en estas compresas su tabla de salvación.

Sí, sin duda esto de las compresas que absorben boca abajo tiene muchas utilidades. Seguro que vosotros, que sois muy ingeniosos, me dais muchas más ideas a fin de darme excusas para salir corriendo a comprarlas. No os cortéis; estoy ansiosa por leer vuestras ideas disparatadas. 

lunes, 25 de enero de 2016

Crónicas Felinas CLXIII: El eslabón perdido

Marrameowww!!!

Pese a que la semana pasada os contaba que el maniático de la casa se supone que soy yo (y la bruja, sí), hay que reconocer que Munchkin también tiene manías muy extrañas.

Una de las características principales de los gatos, y todos los felinos en general, es que estamos siempre alerta ante cualquier peligro o, incluso, por si aparece una presa que podamos llevarnos al buche. Es por esto que tenemos unos párpados que permiten que se filtre la luz mientras dormimos: para detectar los cambios de luz en caso de que se nos aproxime algún ser con intenciones aviesas mientras nosotros estamos tan plácidamente dormiditos (que suelen ser unas cuantas horas al día) o por si algún manjar desprevenido anda pavoneándose en nuestras proximidades creyéndose a salvo por vernos en brazos de Morfeo. Lo que aprendéis conmigo, ¿eh?

Pues Munchkin no goza de este mecanismo. Munchkin es contra natura. Y no porque no cuente con sus dobles párpados o tenga alguna malformación genética, en cuyo caso siempre podríamos compadecernos diciendo “es que nació así el pobre, no tuvo la misma suerte que otros gatos”, sino porque es un tonto y un inconsciente (bueno, vale, es que nació así el pobre, no tuvo la misma suerte que otros gatos).

Y os preguntaréis por qué digo esto. Muy simple: el imberbe se tumba a dormir, por ejemplo, en la cama. Y resulta que en el dormitorio está levantada la persiana. En mi casa siempre entra muchísimo sol por las ventanas durante todo el día, cosa que agradecemos infinitamente porque nos embelesa tirarnos al sol. Pero al señorito le molesta la luz en los ojos para dormir, por lo que se coloca una de las patas delanteras sobre ellos a modo de antifaz improvisado.

Suerte tiene de vivir en una casa donde, mal que bien, los humanos están bastante zumbados pero no son peligrosos (o no lo parecen de momento) porque como le tocara vivir en la naturaleza, a merced de las inclemencias del tiempo y del destino, este no aguantaba dos días. Si viene un oso pardo a devorarlo, él no se entera. Si un delicioso ratón con toxoplasmosis menea la colita con movimiento sexy delante de sus morros, él tampoco se entera. Es como el eslabón perdido de la cadena evolutiva felina. De verdad que yo no me lo explico. Y no es sólo eso sino que, si viene la bruja o el consorte para moverlo de sitio, eso es como levantar un saco de patatas. Hay veces que se despierta cuando ya lleva un rato en el aire y descubre de repente que está siendo transportado.

Aunque hay que reconocer que, ver no verá, pero oye de una forma asombrosa. Sobre todo en lo que tiene que ver con productos alimentarios. Ya puede estar en el quinto sueño que, como caiga un grano de pienso en la otra punta de la casa, le falta tiempo para correr hacia el origen del sonido.

Algo tenía que funcionarle en condiciones.

Prrrrrr.

jueves, 21 de enero de 2016

Que sigo sin ser un robot

Allá por febrero de 2012 (anda que no ha llovido) una servidora publicaba este post.

En aquella época tenía puesto un detector de bots en el blog que terminé quitando porque, una vez que había sufrido en mis carnes la penuria de tener que estar demostrando constantemente que soy de carne y hueso, no quise hacer pasar por eso a mis lectores aparte de darme cuenta de que me estaba perdiendo cosas muy interesantes.

Pero, no por no hacer sufrir a mis lectores me vi yo libre de tener que seguir escribiendo palabritas absurdas. Y la cosa se modernizó (por decir algo) y, de las palabritas absurdas, pasamos a fotos de números, a veces sacadas con poco luz a mala leche, para dejarse las córneas intentando descifrar qué número había que poner.

Y, no contentos con eso, de un tiempo a esta parte he visto que la cosa ha llegado a los límites del retorcimiento. Ahora te ponen, por ejemplo, un montón de fotos de comida y te dicen “Marca las hamburguesas”. Venga, en serio, si quiero hacer pasatiempos me compro la Quiz. Y quien dice hamburguesas dice platos de pasta, vegetales o comida tradicional angoleña. Me estoy convirtiendo en una experta en gastronomía. El año que viene me presento a Master Chef que, a pesar de no haber pasado de los filetes y los huevos fritos (no sin cierto miedo a que me salpique el aceite hirviendo) este profundo conocimiento de los alimentos seguro que me convalida algo.

Tal vez pensaron que si hacían captchas más interactivos la cosa nos entretendría más y así sentiríamos menos fastidio a la hora de demostrar que no somos robots pero va a ser que no. Hay veces en que me quedo mirando una foto y no tengo claro si eso es lo que me piden “¿Eso es una hamburguesa? Es que más bien parece un filete ruso pero ¿qué es un filete ruso si no una hamburguesa homeless?”. Y claro, sufro ante las múltiples posibilidades de interpretación que me plantean las fotos de marras; que una siempre ha sido de rizar mucho el rizo y una letra, aunque torcida, fea y tachada, siempre será una letra pero ¿y si quien preparó los spaghetti era igual de torpe en la cocina que yo y la cosa se parece más a unas gachas migas? Tampoco quiero ofender al cocinero no reconociendo su plato. Total, que una birria todo.

Miedo me da pensar cuál puede ser el próximo paso. Tal vez nos obliguen a escribir poemas o pintar cuadros o componer una sinfonía para que se vea que somos seres sensibles con inquietudes artísticas, cosa que un robot jamás haría. Porque imagino que, con las maravillas que hacen hoy en día los robots, bien pueden ser capaces de distinguir una hamburguesa de un sándwich de pavo. He visto gorilas capaces de realizar transacciones económicas ¿no vas a poder programar un robot para distinguir comida?

Mejor no doy ideas, que estas cosas las carga el diablo.


P.S. Acabo de darme cuenta de que ya se le ha quitado la tontería a blogger y, los vídeos que no se veían, ya se ven. Así que, para los que os quejabais de que no podías ver mi magistral interpretación del niño del palo, aquí lo tenéis.

miércoles, 20 de enero de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXIV: Pasión de antigripales

Sabéis de sobra que detesto el invierno pero, si algo bueno tiene esta estación infernal, aparte de lo maravillosamente bien que me sientan los gorritos, es que es divertido ver anuncios de antigripales. Sobre todo porque, básicamente, son todos lo mismo y, como consecuencia, entran en una guerra mediática para ver cuál consigue captar más nuestra atención, dejándonos verdaderas joyas publicitarias para nuestro deleite visual o, en su defecto, para que yo tenga material para esta sección.

En esta ocasión, han optado por el formato “culebrón venezolano”. Por suerte, sin fingir el acento, que no hay cosa que me ponga más de los nervios que los acentos fingidos.

En una cama yace un señor mayor tosiendo como si no hubiera un mañana. Un hombre sentado en una butaca de un rincón con papeles en la mano (los cuales lucen el dibujo de una balanza, supongo que para que deduzcamos que es abogado), le dice a la mujer, mucho más joven y sentada en la cama con cara compungida y tomando la mano de su doliente esposo, que vaya gripe ha cogido su marido.

Ella, con actitud claramente afectada, le dice que sí, que tiene tos seca, fiebre, dolor, congestión y secreción nasal. Vamos, lo que viene siendo una gripe de toda la vida. El abogado lo resumió mucho mejor; cómo se nota que tiene estudios. Por cierto, ¿hay alguien que utilice la expresión “secreción nasal” en su día a día? Luego de este pormenorizado detalle de los síntomas del hombre (a todas luces, rico) susurra al abogado que el paciente no aguantará mucho más y entonces… No nos aclara qué pasará entonces pero el apasionado morreo que se pega con el abogado da que pensar que no planean nada bueno. Yo os lo explico porque la historia es muy compleja y hay que estar atenta a los detalles: Piensan quedarse con la herencia del anciano y darse la gran vida. Qué seres tan perversos.

Para acelerar el proceso, vemos cómo la futura viuda abre las ventanas de par en par dejando pasar el gélido aire invernal y cómo el abogado enciende el aire acondicionado con cara de villano muy villano.

Pero el tiro les sale por la culata porque el marido, que seguro que no se hizo rico a base de ser tonto, se ha tomado un fantástico antigripal y, cuando la mujer y el abogado ya están festejando en el dormitorio (ella ya se ha vestido de negro y se ha puesto un sombrerito con velo para ir ahorrando tiempo), él toca el claxon desde abajo y le vemos radiante en su descapotable rojo, partiéndose de risa, supongo que al tiempo que planea cómo va a deshacerse de su esposa dejándola sin un duro, por mala pécora, y se va a ir con la niñera, que es aún más joven y, de momento, todavía no se le ha caído nada. Que viva el Plan Renove.

Vale, lo de la niñera me lo invento pero ¿qué otro final podría tener?