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jueves, 29 de octubre de 2015

Una serie de catastróficas desdichas I: El Calentador

¿Sabéis cuando tenéis la sensación de que os ha mirado un tuerto? ¿De que alguien os ha echado mal de ojo? ¿De que os habéis estado levantando con el pie izquierdo durante un mes seguido? Pues eso es lo que me ha pasado a mí últimamente.

En las próximas semanas os relataré una serie de desgracias que me han ido aconteciendo en el plazo de un mes (o más, pero prefiero no pensarlo).

Lo primero fue una noche cuando llegué a casa de trabajar y comprobé con horror que no había agua caliente. Al parecer, el calentador estaba de huelga y no quería cumplir con su función.

Con la compañía de gas y de luz tengo contratado un mantenimiento para los electrodomésticos pero, en cuanto al calentador, tenía yo idea de que sólo me cubría la revisión anual. No obstante, decidí hacerme la loca y llamar.

En primer lugar me dijeron que era muy mala hora porque por las noches el sistema se actualiza y no se puede ver nada pero que le contase mi problema. Me pregunta de qué marca es el calentador, si se le enciende la llama piloto, cuánto tiempo tiene (ni idea, porque el piso es alquilado), si se enciende la lucecita, si hace chispa y si ya tiene hecha la primera comunión.

Finalmente, me pide que le diga qué conceptos me aparecen en la factura para, a continuación, confirmarme que, efectivamente, no tenemos contratado el mantenimiento (menos mal que yo al principio de todo le dije que no estaba segura de tenerlo) ¿No era más fácil haberme preguntado eso primero en vez de pedirme el currículum vitae del calentador?

Al día siguiente llamamos a un técnico que, tras revisar el calentador, dijo que era problema de la válvula y que tenía que pedirla porque nuestro modelo tenía la friolera de quince años. Ahí es nada. Vino como dos días más tarde y cambió la válvula. La válvula no era. Tuvo que cambiar la centralita. Milagro, funcionaba.

A la mañana siguiente ya no funcionaba. Volvió el técnico y dijo que habían quedado mal los cables. Los ajustó y volvió a funcionar.

Quince días más tarde se nos vuelve a morir y el técnico concluye que es cosa del “cuerpo de gas” (qué raro suena esto; si el gas es algo etéreo ¿cómo es posible que tenga cuerpo? Cómo se nota que yo no estudié para técnico de calentadores; me falta vocabulario) y que la única opción posible era cambiarlo porque arreglarlo era más caro que poner uno nuevo.

Por suerte, nuestro casero transigió y nos mandó poner uno nuevo, que ya me veía yo gastando un dineral en un cacharro que al final ni siquiera me iba a poder quedar.

Os puedo asegurar que, después de esto, valoro muchísimo el lujo de poder darse una ducha caliente. Yo no nací para amish y a mí eso de bañarme con un barreño y un cacito, calentando el agua en la cocina, pues como que no me va. 

miércoles, 28 de octubre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLV: La Torpe y La Enterada

¿Os acordáis de cuando os hablaba de mi afición por los anuncios de la teletienda? (era aquí, por si andáis desmemoriados).

Se ve que esta sección ha alcanzado una proyección insospechada para mí y todos andan como locos por tener su huequito en este espacio, porque parece que el recurso de “soy un puñetero torpe” ha dado el salto a la publicidad más al uso, por llamarla de alguna manera.

Se trata, en esta ocasión, del anuncio de unas tiras para pegotear cosas en las paredes. Parecen chicles masticados, la verdad sea dicha, pero se supone que la maravillosa ventaja de estas tiras es que uno no tiene que andar clavando clavitos como Pablito el que clavó un clavito y no se sabe qué clavito clavó. Para ilustrar esto, nos dividen en dos la pantalla y, a la derecha, hay una mujer a la que llamaremos “La Enterada”.

La Enterada pega unas tiritas de estas en una pizarrita o algo similar que se supone que es para que su churumbel juegue. Será muy enterada pero ha debido calcular que su niño de dos años mide un metro cincuenta y va para jugador de la NBA porque el pobre chiquillo no llega al tablero ese ni poniéndose de puntillas.

No problem! La Enterada no controlará mucho de medidas pero, gracias a que usa las tiritas esas, las estira hasta el infinito (esta es la parte que me ha recordado a un chicle mascado y me ha dado mucho asquito) y, sin haber dejado ningún rastro en la pared, pone nuevas tiritas y lo coloca, esta vez sí, medio metro más abajo. Se rumorea que Calatrava la va a contratar para su próximo proyecto, dada esta habilidad innata para enmendar errores.

Mientras tanto, en la parte izquierda de nuestras pantallas, otra mujer, a quien llamaremos “La Torpe” intenta clavar un clavo que, en un primer intento, se cae y tiene que andar buscándolo entre las flores del jarrón. En el segundo intento, parece que ha conseguido colgar una mini-estantería, aunque el concepto de “horizontalidad” no es algo que parezca dominar. La estantería se descuelga inevitablemente por el lado que estaba más bajo.

La Torpe empieza a quitar el clavo con unas tenazas (o como se llame eso). Se nota que la pared es de utilería porque se dobla al tirar (o si no es que La Torpe es como Hulk) hasta que, por fin, logra sacarlo sin poder evitar caerse de culo (no hay nada mejor que un gag clásico para echarse unas risas).

Pero La Torpe no ceja en su empeño, y tras incorporarse, intenta volver a clavar el clavo, consiguiendo dar un martillazo al jarrón.

Pues mira, si esta empresa también vende pegamento extrafuerte, ya pueden hacer una secuela. Una lucha encarnizada de La Torpe vs. La Enterada donde sólo puede sobrevivir la más fuerte. Ya estoy viendo a La Torpe pegándose los dedos al jarrón y a La Enterada adhiriendo el niño a la pizarrita.


Vivir para ver.

lunes, 26 de octubre de 2015

Crónicas Felinas CLIII: Munchkin el arqueólogo

Marrameowww!!!

Como Munchkin no se puede estar quietecito, ya ha encontrado una nueva actividad con la que desquiciar a la bruja. Sé que lo digo a menudo pero es que no puede dejar de mencionar la profunda admiración que despierta a veces este niñato en mí.

Su nueva obsesión es intentar averiguar qué se esconderá debajo del mueble del salón. Pelusas que a estas alturas ya deben de estar empadronadas y en trámite para sacarse el DNI y alguna otra porquería acumulada ahí durante años, supongo, pero el imberbe se pasa las horas muertas escudriñando bajo el mueble a ver si encuentra algún tesoro. Mira por el frontal y, posteriormente, por la parte trasera, que tiene más mérito porque está pegado a la pared y para meterse por ese huequecillo tiene que comprimirse como un archivo winrar (controlo de todo, soy el gato más culto que ha dado la historia).

Es una manía muy estúpida, qué duda cabe, pero lo que más me llama la atención es lo siguiente: Ya van varias veces que, de tanto meter la zarpa por debajo, consigue enganchar el cajón, abriéndolo de forma no intencionada. Cualquiera diría que, una vez abierto el cajón, su interés se desviaría hacia el contenido del mismo (y ahí ya os digo que hay cosas de lo más emocionantes como pilas, bombillas y demás material prohibido en general. Encontrar eso es como dar con un alijo sin proponérselo). Pues no. Es tan tonto que sigue intentando ver qué hay por debajo, ahora con el doble de dificultad porque tiene el cajón ahí estorbando. Muy listo nunca ha sido, no, pero hay que reconocerle que a insistente no le gana nadie.

No obstante el poco interés demostrado por Munchkin en el contenido del cajón, la bruja decidió vaciarlo en aras de salvaguardar nuestra integridad física durante las horas que nos quedamos solos en casa, por lo que se nos acabó la diversión.

Supongo que el siguiente paso será volver a llenar el cajón y poner un seguro infantil de esos que cada vez pueblan más ventanas, armarios y demás cosas divertidas que, según los humanos, no somos merecedores de abrir.

Desde luego, parece que obtienen un placer malsano en eso de prohibirnos cosas y arrebatarnos la fiesta de las mismas garras. De todas formas, las cuatro o cinco veces que puso a la bruja de los nervios teniendo que volver a cerrar el cajón no se pagan con dinero. Me causa un deleite mayúsculo el ver cómo está tan a gusto escribiendo sus paridas en el ordenador y tiene que levantarse cada cinco minutos para cerrar un cajón y echar la bronca pertinente. Ya sabéis, esas broncas tremendas de “Ayyy, qué malo eres”.

Y me apuesto lo que sea a que, en cuanto vuelvan a llenar el cajón y le pongan un implemento para impedir su apertura, la parte de debajo del mueble perderá todo el encanto para el niñato y nunca más volverá a acercase por ahí.

Como si lo viera.

Prrrrrr. 

jueves, 22 de octubre de 2015

El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…

Como ya terminé de relataros mis vacaciones de este verano (y las que he tomado en octubre no merecen mención especial salvo que hice el vago a placer), retomamos hoy las chorradas aleatorias de los jueves.

Poco después de volver de esas famosas vacaciones estivales, fui a la peluquería, que mis queridos estilistas ya me andaban echando de menos. No es mi intención hablaros de mi nuevo color de pelo. Yo en septiembre siempre me cambio el color de pelo porque me da una especie de síndrome de vuelta al cole y, ya que no estreno mochila, estreno estilismo. De lo que vengo a hablar es de que, según esperaba a que el tinte me subiera (curiosa expresión eso de que el tinte “sube”. ¿Desde dónde sube? ¿Hacia dónde? Incógnitas sin resolver del mundo capilar) me dio por salir a echarme un cigarro a la puerta, porque me aburría como una ostra y ya me había leído todos los blogs habidos y por haber. El próximo paso hubiera sido coger una revista para enterarme del último romance de Terelu Campos o de cuánto sufre la Pantoja en chirona o, incluso, qué peinado llevó la Reina en su último compromiso social  y por ahí sí que no paso.

Pues eso, salí a la calle. Con mi batita negra y mi pelo cubierto en potingue pegajoso, sujeto con una pinza. Y eso me dio que pensar y, como tenía ahí a mis peluqueros, pues me dio por comentarlo también. ¿En qué momento de la vida uno pierde totalmente el sentido del ridículo y cada vez le importa menos el qué dirán? Porque yo me imagino haciendo eso con 16 años y me da un pasmo sólo de pensarlo. La adolescencia (y diría que la primera juventud también) trae consigo una serie de inseguridades que, al parecer, con los años se van perdiendo. Tal vez por eso, cuando llueve, vemos tantas señoras con bolsas del supermercado en la cabeza. Imagino que será que ellas ya están en una escala evolutiva superior. Yo a tanto no he llegado, de momento, pero tiempo al tiempo. El primer paso es salir a fumar con la bata de la peluquería y el siguiente ya será ir a hacer los recados en pantuflas.

Yo nunca he sido especialmente vergonzosa y me apunto a hacer el imbécil como la que más pero no sé si a mis 16 años me hubiera dado por ponerme una bata-panda y colgar un vídeo en Internet al tiempo que imito al niño de un anuncio (pinchad aquí si os perdisteis uno de mis momentos más bochornosos en la blogosfera).

Querida “yo” de los 16 años: No te preocupes tanto de si esa chaqueta está pasada de moda. Dentro de 20 años te avergonzarás de mí, o de ti. No sé cómo se habla cuando uno desafía los bucles espacio-temporales.

¿Soy la única que nota que cada vez le da más igual lo que opine la gente o me estoy volviendo una vieja mamarracha?

P.S. El título se lo dedico a Eva, gran fan de Pablo Milanés.

P.S. 2 - Como hay que dar paso a las nuevas generaciones, una personita muy especial para mí se ha abierto un blog para enseñarnos las cuquerías de tarjetas que hace. Podéis (y debéis) leerla pinchando aquí Pues eso, que pinchéis, hombre ya. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLIV: La poción mágica

Cuatro amigos sentados a una mesa de plástico con sillas del mismo material para no desentonar. Uno de ellos ha hecho una grulla de origami a la que hace aletear por encima de la mesa. Beben cerveza con cara de aburridos y tienen un estilismo playero de estos que todos hemos llevado alguna vez, aunque nos avergüence reconocerlo. Bermudas y colores combinados sin ton ni son, siguiendo la tendencia de “es lo que tenía limpio y estoy de vacaciones; no me apetece lavar”.

En el centro de la mesa, una planta mustia es testigo del patetismo imperante en la reunión. El camarero del chiringuito rompe un vaso y coloca en su bolsillo un bolígrafo que comienza ipso facto a perder tinta, dejando a su paso una interesante mancha. Una de las chicas de la mesa lo mira con desinterés, la otra busca algo en el móvil (médicos dispuestos a participar en un suicidio asistido, supongo) y el de la grulla sigue a lo suyo. Hay que reconocer que, por penoso que sea, parece ser el que mejor se lo pasa en esta agradable velada entre amigos.

Pero, de repente, todo cambia. Una mano misteriosa descorcha una botella de una bebida espumante y lo que otrora fuera un chiringuito deprimente se convierte en una terraza de lo más moderna, con vegetación por doquier. Todos llevan unos estilismos que harían palidecer de envidia a los abonados a la Vogue (uno lleva chaqueta, lo cual me parece un poco exagerado en agosto) y el camarero ahora lleva traje y pajarita y exhibe con orgullo la botella de bebida frizzante. Y le salen unos bigotes de estos con las puntas retorcidas hacia arriba, al mejor estilo Dalí. Los de la mesa se miran un tanto desconcertados pero siguen bebiendo ese brebaje que parece alterar bastante la realidad (como casi todos, dependiendo de la cantidad ingerida). El bigote sigue creciendo con vida propia y, aunque sigue teniendo sus puntas dobladas hacia arriba, ahora es tan gordo que podría utilizarse para fregar el suelo.

Vuelven a brindar y el camarero utiliza uno de sus mostachos para estirarlo y pasar por él un arco de violín, consiguiendo que de él emanen sonidos aún más embriagadores que la propia bebida espirituosa que se anuncia. 

Ya, por último, alguien coloca la botella junto a la planta mustia de antes y, por arte de birlibirloque, ésta revive y se convierte en un frondoso vegetal, con flor exótica y todo.

Y para rematar el sinsentido, toman un último plano del camarero, quien mira a la cámara con sonrisita de ganador al tiempo que extiende hacia ella sus deditos índices en un claro gesto de “soy el amo del corral y lo sabes, baby”.

Como veréis, hoy no he escrito introducción para el anuncio y os he sumergido de lleno en la acción pero es que, ¿qué necesidad de introducción hay para esto?

Cada uno que saque sus propias conclusiones, que estáis mayorcitos y no os lo voy a dar todo hecho.