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jueves, 26 de febrero de 2015

Mi vida esquimal

Como bien sabe la mayoría de vosotros, soy un ser por demás friolero. Y en invierno, más.

Os dejo aquí un ratito para que os tronchéis de risa con el pedazo de chiste que acabo de soltar con el único fin de iniciar el fin de semana con alegría y buen humor. Insértese redoble de tambores rematado con platillo al gusto.

Venga, ya, que sé que soy genial pero no es para tanto. Dejemos algo para los monologuistas profesionales, que luego se me ponen celosos ante mi derroche de talento.

El caso es que el otro día me dio por pensar en los esquimales. En primer lugar, no sé yo en qué estaría pensando esta gente el día que decidieron asentarse en el polo norte. Es decir, el género humano viene de África, donde en general hace calor y se está a gustito y tal. Como la gente no se puede estar quieta, empezaron a menearse en todas direcciones. Algunos se quedaron al Sur y otros empezaron a subir. Hasta llegar a Suiza lo puedo llegar a entender, haciendo un esfuercillo. Más para arriba ya no, oye. Y éstos llegaron a Finlandia y aún les pareció que hacía calor y siguieron subiendo ¿Dónde pretendían llegar? ¿Iban a dar la vuelta al mundo en plan pionero pero decidieron montar ahí mismo un iglú para pasar la noche y, como estaban cansados, se quedaron unos cuantos siglos más para reponer fuerzas o qué pasó ahí? Para mí es un misterio tremendo. No sé en qué cabeza cabe que un buen día llegaran al Polo y dijeran, “Oye, mira, pues aquí está bien para vivir, ¿no? Parece tranquilito, tenemos vistas al mar y no hay vecinos”. O estaban muy locos o había por ahí un agente inmobiliario que era la repera y vete tú a saber cómo les pintó el panorama para que pareciera apetecible.

Y todas estas dudas que me asaltaron, me llevaron a plantearme la cuestión definitiva. ¿Habrá esquimales frioleros? ¿Qué hubiera sido de mi vida si me hubiera tocado en suerte ser esquimal? Ya me imagino diciendo, “ay, me voy a echar una piel de oso por los hombros, al menos, que parece que refresca” y todo el iglú riéndose en mi cara diciendo “No dirás que tienes frío, ¡¡¡que estamos a cero grados!!!  Hace un calor que se nos derriten los casquetes y la tía rara ésta con una piel de oso por la vida”. Está visto que yo estoy destinada a ser la rara dondequiera que vaya. Hubiera sido la primera esquimal friolera de la historia. Menos mal que tengo poco sentido del ridículo, sobre todo en lo que tiene que ver con cuestiones climáticas, así que yo me quedaría tan a gusto envuelta en mi piel de oso y ya pueden reírse mientras beben batido de morsa con hielo. Lo bueno de vivir en el Polo es que no hay que ir a la gasolinera a por hielo cuando hacen fiestas.

Estoy hoy que lo tiro, ¿eh?

miércoles, 25 de febrero de 2015

Anuncios Pesadillescos CXXVIII: Los osos etéreos

Lo primero que vemos es una especie de carretera comarcal americana, de estas muy anchas, muy anchas. Parados en el semáforo, un coche y una moto. El coche me desconcierta porque tiene matrícula de Bilbao así que la carretera al final va a resultar que no es americana pero da el pego bastante bien, así que les perdonaremos esta parte. El motorista parece salido de los años cuarenta, a juzgar por su indumentaria. Los dos adolescentes que van en el asiento trasero del coche, ambos con auriculares de estos que ahora son modernos pero que hace un par de años hubiesen parecido sacados del baúl de los recuerdos (ya sabéis los que digo; los que te ocupan toda la cabeza y un poco más allá. El chico, en azul, la chica, en rosa, como debe ser) lo miran con indiferencia y siguen a sus cosas o, lo que es lo mismo, ella a mirar por la ventana con aire aburrido y él a mirar hacia abajo, claramente usando el móvil para tuitear lo aburrida que es su hermana.

Vemos que el motorista saca del bolsillo interior de su chupa de cuero un paquetito de pastillas refrescantes. El plano se acerca a su cara mientras se introduce una pastillita en la boca y podemos apreciar que tiene los mismos bigotes que tendría Pancho Villa si se hubiese reencarnado en motorista trasnochado. Pone una cara rara, como si de repente hubiese mordido un limón con cáscara y todo y, de repente, expulsa un aire blanquecino que se supone que es muy fresquito (yo consultaría al médico, por si acaso).

Pero el aire no viene solo. Va acompañado de decenas de ositos polares. Sí, ositos. ¿Nunca han salido ositos de vuestra boca al espirar? Vemos un primer plano de uno de los ositos y constatamos que tiene el mismo bigote de revolucionario mexicano que el motorista. Esto ya empieza a ser de lo más inquietante. Definitivamente, yo consultaría al médico. El chaval de los auriculares azules pierde interés en su móvil y se fija en el espectáculo que sucede a treinta centímetros de su cara. No es para menos. La chica sigue en la parra, mirando en sentido contrario con una expresión de hastío que nos hace preguntarnos qué clase de tragedia estará sucediendo en la vida de esta muchacha para que tenga esa desgana.

El motorista inspira y, en la inspiración, vuelve a absorber los ositos, que desaparecen por donde habían venido. Mira de soslayo al jovenzuelo al mismo tiempo que esboza una sonrisilla socarrona y hace un movimiento con la cabeza que indica claramente “hala, ahí lo llevas”. Arranca la moto sin más ni más, dejando atrás al adolescente boquiabierto, que se ha quitado sus giganto-auriculares en un obvio gesto de querer tener alerta sus cinco sentidos.

Ahí nos enseñan el slogan “¿Y tú qué respiras?” Pues yo no sé vosotros pero yo de momento respiro aire. Lo de respirar osos polares y demás fauna salvaje, de momento lo estoy dejando. 

lunes, 23 de febrero de 2015

Crónicas Felinas CXXIII: Se temen lo peor

Marrameowww!!!

Recuerdo que Luhay tenía una manía que yo nunca he tenido. Cuando la bruja y el consorte dormían, se tiraba a traición a sus pies con zarpas y todo. A veces, hasta remataba mordiendo el dedo gordo si nos encontrábamos en verano y los pies se hallaban desprotegidos.

Como digo, yo nunca he tenido esa costumbre, por lo que mis humanos se habían acostumbrado a dormir despreocupados hasta que Munchkin llegó a nuestras vidas.

Lo primero que notamos fue que le daba por perseguir pies en movimiento. Al ver actividad bajo el edredón, ahí que se tiraba en plancha pero como es invierno, no le han dado mayor importancia.

El problema es que el otro día, la bruja sacó imprudentemente un pie fuera del edredón y se llevó un zarpazo antológico. Pero no quedó ahí la cosa, no. Un rato más tarde, la bruja volvió a tener otra de sus brillantes ideas y decidió sacar una mano; aquí fue donde me percaté de que Munchkin supera con creces la malicia de Luhay. Habéis adivinado. La bruja también se llevó un zarpazo en la mano.

A riesgo de repetirme, haré hincapié en que ahora es invierno pero bien sé yo que la bruja está temblando sólo de pensar en qué sucederá cuando llegue el verano y, como mucho, sólo pueda protegerse de las uñas del imberbe con una fina sabanita.

Algunos diréis que la opción más lógica, llegado el caso, sería no dejar que Munchkin durmiese en la cama pero ya os digo yo que esto no es viable. Y no lo es porque sé de buena tinta que mis humanos no serían capaces de dejar que pasara la noche solo en el salón. La otra opción posible sería dejarme fuera también a mí para que le haga compañía pero por ahí sí que no paso así que esta segunda idea no puede ni siquiera ser tenida en cuenta.

En cuanto a lo de educarlo, la bruja y el consorte no tienen mucha pinta de estar demasiado capacitados para ellos. Más bien siempre hemos sido los felinos de la casa los que hemos ido educándolos a ellos con el paso del tiempo, utilizando la misma técnica que utiliza la marea con las rocas de la orilla. O sea, lo que viene siendo el desgaste de toda la vida. Llega un momento en que se hartan de intentar que vayamos por el sendero que pretenden marcarnos y terminan permitiendo que hagamos lo que nos dé la real gana con tal de tener un rato de paz. Cuesta gran esfuerzo conseguirlo pero el triunfo nos sabe a gloria.

Así que poco remedio le veo yo a la situación, a menos que la bruja se compre un traje de neopreno y duerma todo el verano como Jacques Cousteau en el Calypso. Otra buena opción podría ser un traje de esgrima o de apicultor. Se admiten sugerencias de todo tipo. Cuanto más ponga en ridículo a la bruja la hipotética situación, más contento me dejaréis.

Prrrrrr.

jueves, 19 de febrero de 2015

He leído: “Ell@s. Quiero vivir”, de Daniel Renau

He tardado la vida en escribir esta reseña. La segunda parte de esta historia que se abría con “Ell@s. No esperéis su piedad” y que reseñé en este post vio la luz allá por noviembre pero entre unas cosas y otras no lo he podido terminar antes. Ahora que me doy cuenta, algo parecido me sucedió con la primera entrega así que se ve que Daniel y yo no estamos bien coordinados.

Si me preguntaba en cuanto al libro anterior hasta qué punto estaríamos dispuestos a llegar por ocupar nuestro lugar en la sociedad, en éste se ve que, al menos nuestros protagonistas, están dispuestos a llegar incluso más allá de los límites. Llega un punto en que la historia se vuelve casi salvaje y alcanza ritmos vertiginosos. Reconozco que los métodos de los Dobles, como dan en llamarse estas personas que cambian de sexo a voluntad, no terminan de parecerme los mejores pero sí puedo alcanzar a comprenderlos y aquí es donde creo que está el logro de Daniel Renau. No es una historia que necesariamente te haga enamorarte de los protagonistas pero sí puedes intentar ver las cosas desde su óptica y entender por qué hacen las cosas de esa manera y no de otra.

Aparte, en esta entrega, y entre momento álgido y momento álgido, tenemos historias de amor (del guay, no del empalagoso) y hasta momentos de misterio y escenas “Pretty Woman” (yo sé lo que me digo). Vamos, que no se priva de nada y estas sub-historias que forman parte del todo, contribuyen a enriquecer la historia general.

Sé que todo esto suena muy críptico pero tampoco quiero contar mucho más. A ver si os voy a estropear la sorpresa.

En resumen, que si leísteis la primera parte, tenéis que haceros con la segunda para que no se os quede la historia trunca y/o inconclusa. Y si no leísteis la primera, pues es una gran oportunidad para adquirir el pack.

“¿Y cómo me hago con ella, Álter?”, tal vez te preguntes tú, querido lector. ¡Pues es mucho más fácil de lo que imaginas! Sólo tienes que pinchar aquí. Si dices que vas de mi parte no te dan nada ni participas en ningún sorteo pero me haces publicidad, que siempre viene bien. Total, ¿qué te cuesta?

miércoles, 18 de febrero de 2015

Anuncios Pesadillescos CXXVII: De pizzas y celebrities

Tuvieron poco tirón, parece, porque los vi un par de veces y luego nunca más volví a saber de ellos. En concreto, vi dos con la misma temática pero estoy segura de que deben de existir más porque a los creativos, cuando les da por hacer honor a su nombre, no hay quien los pare y se lanzan a lo kamikaze. Generalmente investigo en profundidad y me dedico al trabajo de campo, ya me conocéis, pero tengo que confesar que he tenido una semana de locos, así que habrá que conformarse.

Se trata de anuncios de una conocida empresa de envío de pizza a domicilio. A mí en lo personal no me gusta porque son un poco rácanos con los ingredientes y, para colmo, saben a plástico pero son famosísimas así que algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Vamos a lo que nos ocupa. En uno de estos anuncios, suena el timbre de una casa y abre un niño. El niño descubre que quien está llamando a su puerta son los mismísimos Reyes Magos de Oriente y les cierra la puerta en las narices. ¿Por qué? Porque a quien estaba esperando era al repartidor de la pizza y es harto fastidioso que vengan a molestar con oro, incienso y mirra cuando uno está babeando ante la perspectiva de una Cuatro Quesos.

La misma suerte que los Reyes Magos corre un militar con uniforme (el uniforme es importante porque si fuera vestido de paisano no nos daríamos cuenta de que es militar). No tengo ni idea de uniformes ni de rangos así que yo digo que es un coronel y me quedo más ancha que larga. La señora que abre la puerta manda a paseo al coronel porque ella quería su pizza barbacoa con borde relleno de queso; algo ligerito para hacer bien la digestión antes de dormir.

A mí los uniformes tanto me dan que me dan lo mismo y hace rato largo que me explicaron que los Reyes Magos son los padres. Bueno, en realidad no me lo explicaron; más bien comenté algo de los Reyes y mi madre me miró como si yo fuese de otro planeta y me dijo “¿Pero cómo es posible que a estas alturas no te hayas dado cuenta de que los Reyes no existen?”. Ésa es mi madre; siempre ha tenido mucho tacto para destrozar ilusiones infantiles (si me lees, que sepas que tengo trauma).

Pero aunque los uniformes y los Reyes me den igual, si se me presenta en la puerta Johnny Depp (un nombre cualquiera elegido de manera completamente aleatoria), dudo que fuera a mandarlo con viento fresco porque lo que yo en realidad quería era una Cuatro Estaciones con su jamoncito y sus champiñones y su… ¿Johnny Depp? ¿Quién es ése?

Estoy empezando a captar el sentido del anuncio pero luego recuerdo que las de esta empresa en concreto, como digo, saben a plástico así que no me cuesta nada volver a imaginarme nuevamente en brazos de mi Johnny.