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jueves, 28 de noviembre de 2013

Limpia, brilla y da esplendor

En mi trabajo nos hemos mudado varias veces; debe ser que les gusta tenernos cada dos por tres embalando cosas y apostando a ver qué perderemos por el camino. ¡¡Podremos perderlo todo menos la dignidad, compañeros!! Perdón, he sido poseída por un sindicalista. Ya pasó.
En la antigua sede teníamos una señora de la limpieza que hablaba mucho y lo reconocía abiertamente. “A mí me gusta mucho hablar”, decía. Y te daban ganas de contestarle “Cualquiera lo diría…”. Pero si veía que no podías prestarle atención en ese momento respetaba eso y te dejaba tranquila.
Cuando nos mudamos a la nueva sede, tenía la esperanza de que nos tocase una señora de la limpieza menos habladora porque, la verdad, la que teníamos era muy maja pero a mí en lo personal me pone muy nerviosa tener que hablar de temas que ni me interesan, sólo porque se supone que hay que socializarse y esas cosas…
Pues a nuestra señora de la limpieza la mandaron a otra planta y a nosotros nos pusieron otra y… ¿habéis escuchado alguna vez la expresión “Virgencita, que me quede como estoy”? Pues eso. No sólo es que no calle ni debajo del agua, es que no se da ni por aludida cuando ve que no puedes (o no quieres) prestarle atención. Yo confieso que cada vez estoy más borde con ella y me da rabia porque tampoco es que me haya hecho nada pero os voy a poner un par de ejemplos para que veáis que mi reacción es hasta normal.
Si ve que estás hablando de algo con un compañero (y no me refiero a cotilleos, que ahí puede ser hasta comprensible, sino de temas de trabajo que supongo que deben resultar aburridos para quien no desempeña nuestras mismas tareas) no es que haga el típico truco de “voy pasando el trapito por aquí y lo paso despacito porque quiero dejar esto impoluto”. No, el disimulo no va con ella. Ella directamente se apoya en el palo de la fregona y te mira directamente para no perder ripio de la conversación. Si la miras con cara asesina le da igual.
Una vez trajo un bizcocho y nos dio un trocito a cada uno. Yo estaba hablando por teléfono (de un tema laboral, se entiende) y ella no hacía más que meterme el bizcocho por las narices, que me dieron ganas de decirle “pero a ver, ¿no ves que estoy hablando? ¿No puedes venir luego o dejarlo aquí encima de la mesa y ya luego me cuentas?”.
Yo generalmente trabajo con los cascos puestos porque así escucho mis éxitos ochenteros mientras tanto y la tarde se me hace más amena. Suelo ponerlos bajitos porque me pone nerviosa que alguien quiera hablarme y no enterarme. Sin embargo, confieso que hay veces en que ella me habla y yo finjo no escucharla. Perdón, finjo no oírla. Escucharla, no la escucho nunca. Pero no os creáis que esto le supone algún impedimento. Ella sigue, aunque no la esté ni mirando.
Sus temas preferidos suelen ser el retraso del pedido de los productos de limpieza y la última discusión que haya tenido con su jefa a quien, por cierto, nunca hemos visto pero ella a cada rato nos pregunta si ha pasado por la oficina. Bueno, y tiene más temas pero éstos me los dedica exclusivamente a mí, que no soy naaada aprensiva, como sabéis. Me ha contado su última diarrea, el aspecto de sus mocos en su último resfriado y una vez también vino a contarme que ese día no había tenido tiempo de bañarse. Genial.
Una vez, para variar, me pilló de consejera de belleza y me comentó que se había hecho una limpieza de cutis y, para confirmar los resultados, me preguntó:
- ¿Me se nota?
Y pude tener mi venganza silenciosa y liberadora contestándole:
- Te se nota muchísimo.
Aunque desde entonces siempre se lleva mi silla por delante cuando pasa detrás de mí con el carro de sus utensilios.

P.S. Macondo ha cometido la imprudencia de contar conmigo para sus Macondografías. Podéis leer la mía pinchando aquí y de paso echarle un ojo al resto, que no tienen desperdicio.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXVII: El ataque de los electrodomésticos asesinos

De pequeña flipaba con los Muppets. De un poco más mayor, seguía flipando con los Fraggle (vale, con ésos flipo todavía hoy, que eran una caña.  Me recuerdo con 18 años, ya cursando estudios terciarios y viendo los Fraggle… y no me da vergüenza ni nada). Con lo que he flipado menos es con el nuevo anuncio de una popular cadena de electrodomésticos e implementos informáticos y de ocio electrónico en general (ésa que te hace sentir que eres un pardillo si no compras ahí), de lo que deducimos que no cualquier cosa que caiga a mis retinas en formato marioneta me hace flipar.

Pues sí, las protagonistas de su nueva campaña son unas marionetas que simulan ser compañeros de piso. Un piso donde parece no funcionar nada. Uno de ellos sale volando a causa de un chorro de aire asesino emergente del aparato de aire acondicionado, mientras otro es perseguido por una lavadora semoviente (en mi casa esto sí podría llegar a suceder, que es ella muy aficionada a irse de paseo durante el centrifugado. Se ve que el ritmillo sabrosón le provoca marcarse unos bailes por mi cocina. Aún no he conseguido pillarle el paso). El pobre “marioneto” perseguido por la máquina de lavar pasa por delante de otros que juegan a la consola (¿en esta casa nadie trabaja?) hasta que la tele les explota en la cara. Esto de que explote la tele también me ha pasado, como colofón a una serie de catastróficas desdichas electrónicas que tuvieron lugar en mi casa en el lapso de una semana y donde nos quedamos sin un móvil, un ordenador y, ya para rematar, la tele, que optó por abandonarnos mostrando su disconformidad y haciendo el mayor escándalo posible para trauma de mis gatos.  Creo que se han inspirado en mí o algo para hacer el anuncio.

Viene otro “marioneto” que se sienta en la misma butaca de la marioneta femenina que se acaba de cargar la tele y, como el suelo se ve que tampoco era de buena calidad, se hunden en el abismo yendo a parar al piso de abajo, ante el asombro de la concurrencia (humana, en este caso, que hacer tanta marioneta se ve que ya daba perecita). ¿Y qué hay en el piso de abajo? Efectivamente, una tienda de electrodomésticos de la empresa anunciante. Se emocionan y concuerdan en que ése es su piso ideal. Se ve que no han salido nunca a la calle si hasta ese día no se habían dado cuenta de que vivían encima de una tienda. Serán como los Diminutos, que nadie sabe dónde están y seguro que no los verás.

Y tan contentos que se quedan ellos sabiendo que van a poder reponer con comodidad todos sus electrodomésticos infernales. El tema del agujero en el suelo no sé cómo piensan resolverlo, aunque en las proximidades de estas tiendas suele haber otra cadena de implementos de bricolaje. Esta gente (o lo que sea) debe de vivir en un polígono industrial. 

martes, 26 de noviembre de 2013

Ustedes Dirán LXV: Nostalgia de una serie nostálgica (sugerido por Mukali)

Tengo unos lectores que no me los merezco (bueno, sí me los merezco, qué leches…). La semana pasada comentaba que me había quedado sin propuestas y me llegaron dos el mismo día. Si es que sois unos soletes.
Me he dado cuenta de que esto del Ustedes Dirán va como por rachas. Tuvimos nuestra etapa de los manuales de instrucciones de todo lo habido y por haber y ahora llevamos una temporadita de momento remember total. Vamos con el momento remember de Mukali.
Hoy le toca el turno a otra de esas series que marcaron mi infancia (ya casi adolescencia). Hablamos de “Aquellos maravillosos años”.
He de confesar que, cuando Mukali me lo propuso, me quedé un poco desconcertada. Porque es la típica serie que recuerdo con muchísimo cariño pero sólo tengo breves pantallazos en mi mente de qué era lo que se cocía allí. Lo que sí que podría reconocer siempre, siempre, era su melodía de cabecera: “With a little help from my friends” de Joe Cocker. Por lo demás, pues eso, imágenes sueltas, flashes pero no recuerdo exactamente el argumento.
Recuerdo, eso sí, que estaba ambientada allá por el final de la década de los sesenta y principios de los setenta y la mecánica era un poco parecida a nuestra española “Cuéntame cómo pasó”. Un niño va creciendo ante nuestros ojos mientras su “yo” adulto nos va contando cosas de esos años (tan maravillosos). Vamos, que con “Cuéntame cómo pasó” no descubrieron precisamente la pólvora.
También recuerdo que el protagonista, Kevin, tenía un amigo híper-inteligente y nerd llamado Paul Pfeiffer. Recuerdo también que una compañera mía de colegio tenía unas gafas igualitas a las del tal Paul. Y, claro, la vacilaban cosa mala. Y, claro, se mosqueaba.
¿Qué más recuerdo? Pues que Kevin esta enamoradísimo de una tal Winnie (tenía nombre de oso adicto a la  miel pero no era el caso), que un día se fue a estudiar arte a París (oyoyoyoy) y, cuando finalmente volvió, él ya estaba casado y era papi. No recuerdo si ella también se había casado. No es que le hiciera yo mucho caso a esa mala pécora que pasó de mi Kevin y se fue a comer baguettes con paté de oca cirrótica. A modo de curiosidad (me acabo de enterar; no es que sea yo un libro abierto en cuanto a anécdotas televisivas), resulta que la vecina de Winnie en la serie, que competía con ella por el amor de Kevin, era en la vida real la hermana de la actriz que interpretaba a Winnie. Vamos, que todo quedaba en familia.
En definitiva, que me han dado unas ganitas tremendas de agenciarme la serie y volver a verla, a ver si recuerdo algún capítulo completo, que todo lo que me viene a la mente son retazos y así no se puede ir por la vida, ni que estuviera gagá. ¿Será que cuando conocí Twin Peaks olvidé todo lo acontecido televisivamente hasta el momento?
Qué vicio con la Laura Palmer ésa...
P.S. Seguid mandándome cositas, que luego vienen las vacas flacas y sufro por mi sección. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

Crónicas Felinas LXIX: La bata-panda

Marrameowww!!!
Seguramente recordaréis mi post de la semana pasada (espero que lo recordéis porque si no es que no me hacéis ni caso y seré un “gaconejo” triste). Pues bien, tengo que contaros que estos últimos días no he tenido yo demasiado tiempo para preocuparme acerca de mi identidad. ¿El motivo? Que creo que la bruja está peor que yo y no diré que me da pena porque no me la da, básicamente, pero sí que me causa cierta inquietud.
Como sabréis, el invierno ha entrado así como que de golpe. Un día estábamos a gustito y al día siguiente estábamos con castañeteo de dientes y todo (bueno, sobre todo los humanos porque yo me pongo el rabo a modo de echarpe y que salga el sol por Antequera). Este repentino descenso de las temperaturas provocó que la bruja se pusiera una bata de color blanco con los puñitos negros. Hasta ahí, bien. Tenía pinta de maruja pero tampoco es que en otras circunstancias tenga un aspecto mucho mejor así que no le di mayor importancia.
Total, que me pongo tan tranquilo a ver un documental de animalitos (me encantan los documentales de animalitos) y, cuando miro a mi lado, doy un respingo del susto que me meto. Aquello que había ahí parecía la bruja pero no era la bruja. Tenía ojos grandotes, y morritos y dos orejas negras en la punta de la cabeza. Me acerqué con los ojos como el dos de oros y no sin cierto recelo a olfatear aquellos apéndices que le habían salido de repente. ¿Se estaba convirtiendo en un oso panda? ¿Qué cruel broma del destino se suponía que era aquella?
Pero no. Finalmente, descubrí que la cabeza de panda no era más que la capucha de la bata. ¿Habéis visto la bata-manta? ¿Esa que te da aspecto de pertenecer a una secta OVNI o un monje capuchino? Pues ésta es la bata-panda. Y así va ella tan campante por la casa. En cuanto le da frío en las orejas se sube la capucha y se transforma en oso. Con un par.
Mi susto inicial ya pasó. Ya he caído en la cuenta de que es la misma tarada de siempre transformada en úrsido. Lo que nos venía faltando, ya. Dicen que aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Yo añadiría que aunque la bruja se vista de panda, sigue siendo bruja y encima con pinta de ridícula. Mira tú que dos por uno más guapo.
En definitiva, que no sé quién está peor. El consorte a veces se pone a hablar con ella y, al rato recapacita y dice “no sé qué hago yo hablando de esto con un panda”. Yo sólo quería una familia normal para que me dieran de comer y me hicieran mimitos de vez en cuando. ¿Qué necesidad tengo yo de vivir en esta casa de locos? No me extraña que luego tenga crisis existenciales. Como para no tenerlas, en este entorno desequilibrado en el que vivo.
Prrrrrr.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El cine no es para mí

Hace poco (bueno, no tan poco, pero este blog no se caracteriza por estar en la cresta de la ola en lo que a actualidad se refiere) se realizó la Fiesta del Cine donde, durante tres días se podía ir a ver una peliculita (o varias, según tu grado de cinefilia) al irrisorio precio de 2,90 €. Como era de esperar, las salas se llenaron porque al precio que está el cine hoy en día este precio para una entrada no era nada despreciable y gente que hacía años que no pisaba un cine se puso las botas esos días.
Menos una servidora. Dolega escribió una entrada acerca de esto que podéis (y debéis) leer pinchando aquí. Y estoy muy de acuerdo con ella cuando comenta que tampoco es que haya últimamente muchas películas por las que valga la pena abandonar el calorcito y la seguridad de tu hogar para ir a una sala de cine pero creo que, aunque saliera una pieza del séptimo arte que estuviese yo muriéndome por ver, me esperaría a poder verla en DVD o por la tele. Porque soy vaga, sí, tampoco vamos a estar buscando explicaciones rebuscadas.
Pero hay algo más que la vagancia. El cine es incómodo. No las butacas que son, en muchos casos, más cómodas que el sofá de mi casa con diferencia. Es la gente quien lo vuelve incómodo. Yo tengo mucho tino y me suele tocar delante el armario de dos metros (tal vez no es tan alto y simplemente es cabezón, qué se yo), por lo que ya tengo que estar ladeando la cabecita toda la película si quiero ver algo. Detrás me suele tocar un niño que guste de dar pataditas al asiento de delante (dícese, al mío). Por los alrededores tendré, seguro, alguna pareja de críticos frustrados poniendo pegas, comentado que si fulanito está muy flojo en el papel  o que si la iluminación es desastrosa, cuando probablemente lo más que entiendan sobre iluminación sea el pasillo de lámparas de cierta famosa tienda sueca de muebles.
Y después tendré, da igual si cerca o lejos porque a éstos se les oye bien, a los cinéfilos gourmets, que parece que han ayunado tres días antes de ir al cine a fin de aprovechar la película para inflarse a cuanta porquería engordante conozcan. Las palomitas son algo muy ad hoc para el cine y apenas hacen ruido, así que ésas las perdonamos pero… ¿Patatas fritas? ¿Hay algo que haga más ruido que eso? Sólo el hecho de abrir la bolsa ya implica sufrimiento auditivo, por no hablar de cuando empiezan a masticar, con ese crujido insoportable. ¿Y los refrescos? Mientras queda líquido en el recipiente, no vamos mal del todo pero nunca falta quien se dedica a sorber las últimas gotas de refresco, con ese sonido característico de quien consume más aire que bebida. Como buena rioplatense, siempre tengo ganas de preguntar “¿Está bueno, el mate?”.
Y por todo lo antedicho, como en casita en ningún sitio.