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jueves, 9 de noviembre de 2017

Halloween gatuno y solidario

El martes de la semana pasada, aprovechando que el miércoles era festivo y al día siguiente no tenía que levantarme cuando aún no están puestas las calles, aproveché para aceptar la invitación que me hizo MadreDesesperada para asistir a un encuentro de Halloween para amantes de los gatos, organizado por el blog Bigotes de gato. Oh, sí, me invitaban a una frikada y yo no podía resistirme. Invité también a Naar porque es otra loca de los gatos y porque cualquier excusa me vale para ver un rato a Naar.

Habíamos quedado a las nueve en el local donde se iba a desarrollar el encuentro pero Naar calculó mal los tiempos y llegó como media hora antes, por lo que dijo que iba a aprovechar para entrar a una tienda de ropa (esta es de las mías, en cuanto tiene cinco minutos que ocupar en algo, los ocupa en mirar trapos). El caso es que el churri y yo llegamos a las nueve como un clavo y llamé a Naar, que no me lo cogía. Llamé, pues, a Madre Desesperada que ya estaba en el interior del local y salió a nuestro encuentro. Sospeché que Naar había sido abducida por el espíritu de la compra compulsiva pero me devolvió la llamada y me dijo que no sabía bien por qué calle tenía que tirar. Madre Desesperada lo buscó en el móvil y me dijo “Dile que coja por la calle X para arriba”. Traslado la información. Naar me dice “¿Cómo que para arriba, si esto es cuesta abajo?”. Le digo que ni idea, que a mí lo de subir o bajar calles siempre me ha parecido una información muy confusa. Soy más de decir a la izquierda o a la derecha pero yo era una simple mensajera en ese momento. Finalmente, nos encontramos. Beso, beso, cotilleos varios y para adentro.

Al principio había poquita gente pero luego la cosa se animó. La idea era la siguiente y os la traslado por si os queréis apuntar, que aún estáis a tiempo: Hay que hacerse una foto luciendo una máscara de gato o unos bigotitos de gato y subirla a Instagram con el hashtag #Retodebigotes. Royal Canin donará, por cada foto subida antes del 15 de noviembre, una ración de comida para gatos a una protectora. Yo no tengo Instagram pero para algo iba con dos Instagrammers de tomo y lomo, por lo que me presté como modelo para hacer un rato el gato:


Madre Desesperada y Mi Álter Ego
Madre Desesperada y una servidora. Felinas, felinas.

Naar y Mi Álter Ego
Con Naar. La pose de las garritas es la misma pero no somos modelos profesionales

Como veis, la máscara me sienta fatal porque me hace los ojos muy juntos y quedo como medio bizca pero todo sea por los peludos. Para que luego Forlán me lo pague poniéndome  a caer de un burro en el blog.

En definitiva, que nos lo pasamos muy bien, nos reímos mucho, hablamos de todo lo habido y por haber y gracias a los consejos de compras de Naar, he podido encontrar unos pantalones pitillo que me valen.

Ya no puedo pedir más a la vida. 

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXXVI: Dragones de Komodo y una Twitstar frustrada

Hoy traigo uno de una cadena de reparto de pizza a domicilio. En realidad también se puede comer ahí mismo o incluso recoger el pedido en el local que, dicho sea de paso, es una opción que nunca comprenderé. Si llamo a la pizzería o a cualquier otro local de comida rápida es porque no quiero ni cocinar ni salir a la calle. Lo que quiero es quedarme en mi casa con mi chándal de pelotillas y mis pantuflas y que me traigan la comida (y porque no hay servicios donde te den de comer en la boca, que si no también me apuntaba).  Eso de pedir por teléfono para acto seguido tener que vestirme, bajar a la calle, ir a la pizzería y volver a mi casa a volver a ponerme el chándal de pelotillas para posteriormente comerme una pizza ya medio fría, como que no lo veo.

Pero en fin, a lo iba, que es el anuncio (que me gusta a mí dispersarme como las marujas de mercado). La cadena pretende vendernos unas nuevas pizzas que han sacado. Para ello, como es lógico, lo primero de todo es presentarnos a unos dragones de Komodo hablando. Sí, parece que se ha puesto de moda eso de hacer hablar a los animales; no haré más comentarios al respecto. Uno de ellos estornuda, provocando que de sus fauces salga una llamarada. El otro comenta asombrado a su compañero que está echando fuego como un dragón de verdad. El otro le responde, también sin dar crédito “Tú estás hablando”. El que no está acatarrado opina que eso es una evolución tremenda y ambos se ríen como si no hubiera un mañana.

Y entonces, sólo entonces, vemos un montón de harina con aceite siendo vertido sobre ella y unas cuantas aceitunas troceadas. Posteriormente, una mano fuerte y varonil amasa la masa (lo que me gusta decir “amasa la masa”). Nos cuentan que han sacado una nueva masa con aceitunas.

Y preguntaréis que tiene que ver eso con los dragones de Komodo que escupen fuego y mantienen sesudas conversaciones. Pues que la evolución de verdad es la masa con aceitunas no que los dragones de Komodo hagan cosas raras, que todo hay que explicároslo, con lo claro que estaba.

Nos muestran las pizzas ya hechas y ahí termina el anuncio. Seguro que ahora comprenderéis a qué venía mi extensa reflexión del principio del post acerca de la posibilidad de recoger la pizza en el local. Es que si os cuento “un dragón de Komodo estornuda y habla con otro y después nos muestran una masa de pizza con aceitunas”, la entrada de hoy se iba a quedar un tanto escasa. A lo mejor para un tweet me hubiera venido bien pero ¿desde cuándo yo puedo expresar todo lo que siento en ciento cuarenta caracteres? Yo necesito dar visibilidad a todo mi sentir. Y ese es, básicamente, el motivo por el que no soy Twitstar.

Tampoco soy Blogstar pero este último hecho sí es inexplicable. 

lunes, 6 de noviembre de 2017

Crónicas Felinas CCXXXIII: Daños colaterales

Marrameowww!!!

Las cosas últimamente pintan negras en Bruja’s Manor para nosotros los felinos. No me había recuperado yo del susto de la última vez yendo al veterinario, donde me anduvieron metiendo mano por todas partes y dictaminando que me falta hidratación (y todo por haber perdido un diente, que en qué horita se me ocurrió perderlo en el platito de la comida; si lo hubiese perdido en cualquier otro sitio, como debajo de un mueble, por ejemplo, aprovechando que nunca los mueven para limpiar debajo y ahí se acumulan cosas y seres del inframundo, me hubiese ahorrado el mal trago…) Vaya, creo que me he ido por las ramas pero no os preocupéis que, en este caso, no hay que llamar a los bomberos. A lo que iba: que ahora le tocaba el turno a Munchkin. En realidad le tocaba turno hace cerca de un mes para llevarlo a desparasitar pero se había librado gracias a mi diente perdido. Son unos dejados porque ya me diréis que tiene que ver mi pieza dental con la desparasitación. Excusas vanas.

Pues eso, que allá lo llevaron porque, como ya os he contado alguna vez, éste no se toma la pastilla diligentemente como un servidor, sino que hay que llevarlo. El veterinario se las prometía muy felices y le comentó al consorte que él sí le iba a hacer tomar la pastilla (la bruja no había ido porque había preferido irse de pingo con sus amigotes; para que luego digáis que es buena madre). El consorte quiso recordarle que eso ya lo había intentado una vez con nulos resultados pero como el chaval es muy jovencito dijo que en este tiempo había aprendido nuevas técnicas de persuasión y que vería cómo conseguía que se tragase el obús ese. Ja. Lo único que consiguió fue encabronarlo y que todavía fuese más difícil pincharlo, que es lo que tendría que haber hecho desde un principio. Le pincharon porque ya un par de veces atrás le habían dado una pastita que, lo que es tomársela, se la tomaba, pero salía por donde había entrado un par de horas más tarde, con lo que hacíamos un pan como unas tortas. Así que nada, pinchazo al canto y arreando, que es gerundio (o eso dicen porque yo no entiendo de conjugaciones verbales).

Pero lo peor no fue el intento de imposición de pastilla por la fuerza ni el pinchazo (ya se desquitó él arañando tanto a veterinario como a consorte). Lo peor fue que dictaminaron que ha vuelto a ganar peso tras la dieta que ya le habían retirado. Vamos, lo que se conoce de toda la vida como “efecto rebote”. Conclusión: vuelve a estar a dieta, para fastidio de todos menos mío, porque a mí no me afecta en absoluto. El imberbe pasa hambre y los humanos se gastan un pastizal en el pienso especial que tienen que darle. Me da pena por el niñato; los humanos, como ya sabéis, no me dan nada de pena.

Sólo faltaba.

Prrrrrr.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Momentos de ocio, gula y delirio

La semana pasada, debido a un problema administrativo en mi trabajo, nos quedamos unos cuantos sin nada que hacer. Esto sucedió el miércoles y el jueves. El miércoles, a eso de las diez y media de la mañana nos mandaron directamente a casa porque ya dieron por sentado que ese día no se iba a resolver el problema y que, para tenernos ahí muertos del asco, era mejor que nos fuéramos y no estuviéramos ahí alborotando y molestando a los demás. Barajé varias opciones para disfrutar de la mañana libre pero al final opté por ir a comprar el pienso de los gatos y poner lavadoras. Yo sí que sé aprovechar el tiempo libre inesperado.

El jueves seguían sin mandarnos los ficheros que necesitábamos pero tampoco nos mandaban a casa porque tenían esperanza de que llegasen a lo largo de la mañana. A eso de las doce del mediodía, como nos aburríamos mucho, unas compañeras me dijeron que se iban al supermercado a comprar picoteo porque parece que el aburrimiento se lleva mejor si estás comiendo porquerías y contemplando cómo se ensanchan tus caderas. Opté por acompañarlas para, al menos, tener algo que hacer. Las llamaremos A, B y C (son sus iniciales en serio; ni a propósito me hubiese quedado esto tan currado). Lo primero que dije fue que iba por acompañarlas pero que no me llevaba ni el monedero, a lo que B me replicó “pues que no se te antoje nada”.

Nunca habíamos estado en ese supermercado y, aunque en mi barrio hay otro de la misma cadena, éste en concreto es enorme, por lo que no sólo aprovechamos para comprar el picoteo sino para cotillear la sección de cosméticos y, en nuestra locura habitual, planteábamos posibles entretenimientos para nuestros ratos de ocio:

1) Si la cosa seguía igual, al día siguiente ir a trabajar directamente con el carrito de la compra, así volvíamos a la oficina con una lechuga y una barra de pan asomando.

2) Comprar calabazas y cuatro cuchillos y montar un concurso de calabazas de Halloween con el resto de compañeros como jurado.

3) Llevar mascarillas para la cara, un par de velas y montar un spa en el baño del trabajo para salir todas con la piel radiante.

También podíamos haber jugado al escondite en el supermercado, dado que C. se nos perdía constantemente como una niña pequeña.

Al final no hubo nada de esto pero, cuando salíamos ya del supermercado, nos llamaron por teléfono y nos dijeron que nos podíamos ir ya, que era la una de la tarde y eso no tenía visos de mejoría. Pena que no nos habíamos llevado los bolsos y tuvimos que subir a por ellos.

A., que es colombiana, propuso que al día siguiente podíamos ir a un sitio que queda medianamente cerca donde hacen empanadas de su país. Se me hizo la boca agua pero nos quedamos sin catarlas porque el viernes ya se ocuparon de tenernos entretenidos.

Y ahora sólo pienso en empanadas. 

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Anuncios Pesadillescos CCXXV: ¿Qué le ha pasado a esa madre?

Voy al grano, sin hacer ninguna introducción, porque aquí hay tela que cortar.

Lo primero que vemos es un primer plano de un niño con gafitas redondas, camisa, chalequito de lana y pelo rubio. Vamos, lo que viene siendo un niño angelical de esos que no han roto un plato en su vida. Nos cuenta que a su madre no le sentaba bien la leche y, para ilustrar sus palabras, se lleva la mano a la tripita y pone como carita de asco mientras hace un sonido de… pues de eso, de asco. No sé cómo reproducir la onomatopeya.

Pero resulta que su madre descubrió una leche sin lactosa que le cambió la vida. Tanto se la cambió que vemos a su madre en acción. Esto es: con un brick de leche en la mano a modo de micrófono mientras canta y da saltitos por la cocina mientras su familia la mira como si eso fuera lo más normal del mundo. Eso no es propio de una madre. Bueno, de la mía tal vez sí y ya veis cómo he quedado. Dos cosas a puntualizar en esta escena:

1) En la vida he visto un brick de leche ejercer como micrófono. Esa función desde que el mundo es mundo la cumplen los cepillos de pelo, desodorantes y, si me apuras, cepillos de dientes. Y punto. Un brick de leche no es un micrófono creíble.

2) La madre loca en cuestión es, a todas luces, bastante menor que yo, por lo que no cuela que ese chaval de 17 años que está sentado a la mesa del desayuno sea su hijo mayor. O eso o la muy asquerosa se conserva muy bien y, por ende, debo probar esa leche con urgencia.

El niño, que tiene alma de reportero, graba a su madre mientras ésta se bebe de un trago un vaso de leche y termina con un “Mmmmm, me encanta la leche”. No haré comentarios al respecto. En serio, no los haré. Pero estoy pensando lo mismo que vosotros, seguro.

Luego la madre, juguetona, le alborota el pelo a su benjamín mientras le dice en tono jocoso “Sabelotodooooo”. El niño nos mira con el pelo revuelto, convertido en una versión posmoderna de Einstein y nos informa que ahora todas las mañanas son así.

No sonríe al decir esta última frase, lo cual me hace pensar que lo que pretende el niño con su vídeo es lanzar un grito de socorro para que lo rescatemos de la loca de su madre que, desde que bebe leche sin lactosa se ha convertido en una hippie saltarina que lo despeina y toma a los bricks de leche por micrófonos, dando claras muestras de inestabilidad mental. Él quiere a su madre de siempre, la que tenía acidez estomacal y le preguntaba si había hecho los deberes mientras lo peinaba con gomina, no a esta desquiciada a la que sólo le falta teñirse el pelo de colorines.

La estabilidad es algo muy importante para nuestros infantes.