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miércoles, 13 de abril de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXV: El arte y la limpieza no son compatibles

Hoy vamos con un producto de limpieza. Los productos de limpieza son de los que más presencia tienen en esta sección. Debe de ser que es complicado hacer algo creativo con un producto que sirve para mantener limpios nuestros hogares. O haces una cosa aburrida con tufillo a NO-DO o intentas innovar tanto que al final es un despropósito. Este pertenece a la segunda categoría.

Un chaval que trabaja en un taller mecánico se dispone a salir por la puerta, dando por finalizada su jornada laboral pero el jefe, que es un vil negrero, le tira un trapo pretendiendo que el pobre se quede toda la noche limpiando el taller, que está hecho una auténtica porquería. Al cerrar la puerta de persiana, se vuelca una lata de aceite, incrementando el caos aún más, si cabe.

El pobre chico mira con desolación la mancha de aceite que se expande por el suelo pero, resignado, se dirige al armario de los productos de limpieza, donde encuentra gran variedad de productos, todos de la marca anunciante, como no podía ser de otra manera. Echa un chorrito junto a la mancha de aceite y, al pasar el trapo, comprueba con satisfacción que ese trocito de suelo ha quedado de un blanco nuclear así que, con una sonrisa en los labios, se pone los cascos y se da a la tarea con gran alegría. Que empiece la fiesta.

En su reproductor de música suena la canción “Maniac” de Flash Dance y comienza a bailotear por el taller, rociando un poquito aquí y otro poquito allá, da volteretas, se sube por las paredes, patina con el trapo por el suelo y hasta da vueltas en una escalera con ruedas (“pa´haberse matao”) mientras lanza  escupitajos de eso por el techo sin ton ni son. Crea formas de lo más artísticas con el producto sobre techos, suelos y paredes. Vamos, que lo está dejando todo a lamparones. Ya, para finalizar, enciende los aspersores contra incendios y todo queda  limpio como una patena. Ni idea de cómo ha conseguido eso dados los movimientos aleatorios que ha utilizado para la limpieza.

Cuando el jefe entra al recinto a la mañana siguiente, de la impresión se le cae el café de la mano y si cualquiera de nosotros, en circunstancias normales, diríamos “¡A ver si tenemos un poco de cuidado, que acabo de limpiar!”, nuestro protagonista sonríe, se vuelve a poner los cascos y empieza a sonar la cancionceja en bucle nuevamente.

Si bien hay que reconocer que la coreografía es una pasada, también es justo decir que limpiar así es completamente imposible. En la limpieza, como en la vida, si no se sigue un orden al final todo es caos y el resultado termina siendo peor. Si limpiar fuera tan divertido siempre habría voluntarios para ello. A lo sumo se puede usar mi técnica, que consiste en movimiento de culete al compás de la bayeta.

Y ese es el máximo margen artístico que se permite  a la hora de limpiar. 

lunes, 11 de abril de 2016

Crónicas Felinas CLXXIII: Costumbres alimentarias

Marrameowww!!!

Munchkin y yo tenemos hábitos diferentes en lo que a alimentación se refiere (como para casi todo, la verdad sea dicha). Mientras él se abalanza sobre el plato en cuanto ve que ha sido rellenado y come sin respiro hasta que no queda ni un grano de pienso, no sea cosa que de repente vaya a aparecer un gato alienígena que le robe el alimento, yo soy de comer despacio y en varias tandas, masticando bien y dándome tiempo a disfrutar de la comida, porque soy muy fino y me han dicho que así se engorda menos, motivo por el que tengo una bolsa primordial envidiable.

Gracias a este estilo que tengo para comer, he dado con una fórmula perfecta para poner de los nervios  a la bruja. Como el imberbe es un zampabollos, no pueden dejar mi plato abandonado a su suerte para que yo vaya comiendo según me apetezca, ya que la consecuencia sería que el salvaje este se terminaría comiendo lo suyo y lo mío, por lo que nos ponen a comer en habitaciones separadas y, cuando yo ya no como más, guardan mi plato hasta que yo vuelvo a pedir comida y me vuelven a poner el plato en algún sitio alejado de la influencia de semejante glotón. Pues bien, cuando toca la comida del mediodía, la bruja sale de la ducha y le pone la comida en la cocina a Munchkin y a mí en el salón, cerrando la puerta para evitar injerencias. Mientras tanto, la bruja se pone a maquillarse en el salón (ella se maquilla en el salón porque dice que es donde tiene mejor luz natural; opino que da igual la luz que tenga, es fea y va a quedar hecha un cuadro con o sin maquillaje). Yo como tres granos y empiezo a maullar desesperado para que me deje salir a jugar con Munchkin, que ha terminado su plato en un suspiro. Ella, resignada, abre la puerta del salón dejándome salir y sigue a lo suyo.

Y es más tarde cuando pongo en marcha mi plan maestro. En cuanto veo que la bruja ya se ha maquillado, vestido y está poniéndose el abrigo para salir a trabajar, me acerco a ella y la miro con ojitos lastimeros, contemplando con suma satisfacción cómo ella mira de reojo el reloj y empieza a ponerse de los nervios pensando que va a llegar tarde a trabajar mientras yo mastico despacito y disfruto cada bocado con sumo deleite por dos motivos fundamentales: Uno de ellos es el simple hecho de comer, que siempre es algo muy gustoso y el otro, como era de esperar, es el saber que estoy consiguiendo que la bruja se ponga completamente histérica. Con un poco de suerte, cualquier día de estos le echan una bronca en el trabajo, lo que sería la culminación perfecta para mi maldad.

Tengo que practicar a ver si consigo masticar más despacio y relamerme bastante entre grano y grano, a ver si consigo mi propósito.

Prrrrrr.

jueves, 7 de abril de 2016

¿Recordáis la primavera?

Más de una vez he comentado por aquí que no me gusta nada el invierno. Yo soy de naturaleza friolera, así que sólo me siento a gusto a partir de los 25 grados (siendo generosa). Aparte, no me gusta nada ir cual cebolla embutida en capas y capas de ropa con lo fácil que es ponerse un vestidito, un par de sandalias y a vivir la vida.

Pero, desde hace unos años, creo que hay algo que detesto todavía más que el invierno y son estos primeros días de “primavera”, por decir algo, donde llueve y sigue haciendo frío cuando una ya se había hecho ilusiones de empezar a disfrutar un poco del buen tiempo. Porque el invierno es un asco (al menos para mí) pero tengo que reconocer que es una estación sincera. Se supone que tiene que hacer frío y llover y matarme a disgustos y es lo que hace. Va de frente, sin dobleces.

Pero esta primavera que no empieza nunca y que, siendo sinceros, ya ni siquiera empieza nunca sino que tal vez se limita a un par de días de clima templado para luego convertirse súbitamente en verano, se me antoja un ser traidor y despiadado. Y la culpa es del cambio climático, estoy segura. Cuando yo era pequeña, la primavera era primavera. Había cuatro estaciones bien definidas pero ahora tenemos dos y con suerte. Hacía tiempo que no había vivido un diciembre tan generoso como el que hemos tenido este año pero mi miedo era que al final nos íbamos a plantar en mayo todavía con el frío respirándonos en la nuca y, por lo que estoy viendo, mis temores no eran infundados.

Suelo ser una persona optimista pero tengo que reconocer que a mí el clima me afecta mucho y cuando miro por la ventana y veo que sigue haciendo frío cuando ya no debería hacerlo se me cae el alma a los pies. A ver si la situación mejora en breve y puedo salir  a la calle en mangas de camisa. Camisas que, por otra parte, tengo desde hace años porque hace tiempo que dejé de invertir en la llamada “ropa de entretiempo”. Me parece un gasto inútil en vista de que el entretiempo últimamente dura dos días en primavera y otros tantos en otoño. Por poner un ejemplo, siempre he sido una enamorada de las gabardinas y es por ello que tengo tres. Y tres son exactamente las oportunidades que tengo de usarlas durante el año. Lo bueno es que en ese sentido no repito modelito pero lo malo es que se pasan 362 días del año ocupando espacio en el armario (este año serán 363).

Así que tengo que admitir que ando un poco “chuchurría”, como sin ganas de nada. Y eso en mí no es habitual. Quiero disfrutar del solecillo, quiero que las prendas se me sequen rápido y quiero que la gente se dé cuenta de que debajo de todas esas capas de ropa se escondía una personita. 

miércoles, 6 de abril de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXIV: Tíooo

Estos caramelitos ya habían tenido su momento de protagonismo en esta sección pero, como parece que se superan a sí mismos día a día, hoy les vuelve a tocar. No es que me esté cebando con ellos, es que me ponen muy difícil ignorar sus anuncios.

Un tío con pinta de motero pasea un perro por la calle despreocupadamente. En un jardín aledaño, un vecino poda las ramas de un árbol de manera aún más despreocupada. Se masca la tragedia.

El del perrito pasa al lado del árbol y, efectivamente, le cae encima una rama. En la siguiente escena, vemos al motero bajo el follaje (siempre había tenido ganas de usar esta palabra y no veía yo la oportunidad). Sólo se le ve la cabeza, una mano y un pie en una posición de lo más antinatural. Lo único que atina a decirle al vecino que corre preocupado a socorrerle es “Tíooo”. No se acuerda de toda su familia, no le lanza improperios, no suplica que lo lleven a un hospital ni grita desesperado, no. Sólo dice “Tíooo” como si apenas le hubiesen pisado un callo. O bien el motero es muy estoico porque para eso es motero y tiene lo que hay que tener o bien es muy educado y le da apuro montarle el pollo al vecino, que el hecho de ser motero no necesariamente implica que tenga que ser un macarra.

El vecino, que es un experto en socorrer accidentados, le ofrece un caramelito que el motero acepta de buen grado extendiendo la mano para cogerlo. Quedaos con este dato, porque es de vital importancia para el destripamiento.

Lo siguiente que vemos es al vecino conduciendo un coche. De copiloto va el motero, escayolado literalmente de la cabeza a los pies y luciendo unas gafas de sol para no quemarse las córneas, que parece que es lo único que le ha quedado entero. Recordad que en el momento del accidente tenía la cabeza fuera de la rama y fue capaz de usar la mano para aceptar el caramelito que le ofrecía su vecino, por lo que veo muy poquito rigor científico en este anuncio.

El vecino que, pese a ser un total irresponsable, parece buena persona, se lleva al motero-momia a tomar un helado, dándoselo en la boquita porque el pobre hombre no puede mover un solo dedo, juegan al tenis sorprendentemente bien y hasta se van de copas aunque el pobre motero-momia, evidentemente, ni puede doblar el brazo para acercarse el brebaje ni puede agacharse para hacer uso de una pajita normal pero, afortunadamente, no hay nada que no se solucione con una buena dosis de ingenio en esta vida, por lo que arregla el problema usando una pajita “extra large”.

Y el anuncio termina nuevamente en el coche del vecino negligente, donde el motero-momia va siguiendo el ritmo de la música agitando un dedito que queda fuera de la escayola. El vecino lo mira con ojitos de profundo cariño.

Eso es amistad de la “güena”.

lunes, 4 de abril de 2016

Crónicas Felinas CLXXII: Trabajo en equipo

Marrameowww!!!

En alguna ocasión he compartido con vosotros las técnicas que tenemos tanto Munchkin como un servidor para despertar a nuestros humanos los fines de semana cuando el hambre arrecia. Si no fuera por nosotros, ellos seguirían durmiendo tan panchos mientras nosotros sufrimos una lenta y agónica muerte por inanición. Son unos irresponsables y los servicios sociales deberían retirarles nuestra custodia. Por todos es sabido que, si decides poner un gato en tu vida, primero va a estar el gato en cuestión y, si acaso en segundo plano, sus necesidades vitales.

Como ya he contado, yo soy de técnicas más sutiles, como el mimoseo extremo, mientras que Munchkin utiliza métodos más radicales como el zarpazo descarado. Por norma general, uno de nosotros lo intenta durante un rato y luego es el otro quien pasa al ataque pero, de un tiempo a esta parte, hemos aprendido que es mucho más efectivo atacar simultáneamente por varios flancos.

Si veo que la técnica del ronroneo y el cabezazo no surte el efecto deseado, paso a morder partes descubiertas de la anatomía de los humanos. Aquí tengo que reconocer que esto es más divertido en verano, donde hay más donde elegir y puedo optar por la parte carnosita de la mano (la que queda junto al dedo gordo), o partes de la cara. Las manos, en invierno, suelen estar tapadas, así que sólo me quedan sus caretos. Mis lugares preferidos para hincar el diente en esta parte de su organismo suelen ser la ceja, la barbilla o el moflete (este último cabrea especialmente a la bruja). Pongamos por caso que la bruja duerme sobre su lado izquierdo. Pues ahí que me pongo yo a darle bocados en el moflete mientras Munchkin se posiciona sobre la mesita de noche, que queda al lado derecho, para darle zarpazos en la espalda mientras tanto. De esta manera, a base de bocados, cabezazos y arañazos, la bruja termina abriendo el ojo porque no le queda más remedio y ya está cansada de repetirnos que nos estemos quietos y nos vayamos a molestar a otra parte.

Lo malo de todo esto es que, si bien nuestra intención es levantar a la bruja de la cama para que nos alimente, el damnificado suele ser el consorte, ya que la bruja (que es más mala que un dolor), le termina dando una patada y diciendo algo como “los cansinos estos tienen hambre”, lo que provoca que el consorte termine incorporándose, legañoso, harto de oír improperios y de recibir patadas.

Pero, como todo, también tiene una parte buena, y no sólo es que por fin alguien decide mover su enorme trasero y darnos de comer (que también) sino que el consorte ni siquiera se enfada con nosotros ya que se levanta hecho un basilisco con la bruja por haberlo despertado.

Creo que los entendidos llaman a eso “Ingeniería Social”. Me estoy planteando seriamente entrar al cuerpo diplomático para resolver conflictos internacionales.

Ya ibais a ver como a muchos se les quitaba la tontería.

Prrrrrrr.