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miércoles, 11 de febrero de 2015

Anuncios Pesadillescos CXXVI: La liberación láctea

El de hoy es un anuncio-musical de Broadway. Sale una mujer de un portal cantando “No me gustan los clichés”. Quedaos con esa frase. Grabadla a fuego en vuestros cerebros.

La cancioncilla sigue, con una comiéndose un yogur en la oficina diciendo que no le gusta renunciar, otra en la piscina demostrando su repulsa a que la juzguen (y luciendo tipazo) y una señora con pinta de ejecutiva a la que no le gusta no llegar (a tiempo, supongo).

Luego sale otra en el salón de su casa con los niños liándola parda mientras nos informa que es madre, amiga, currante y amante. A continuación, vemos a otra con intenciones de comerse el mundo mientras se observa en el espejo ataviada con sus mejores galas.

Ahí la cosa ya se va desmadrando y sale una dando saltitos por la calle mientras dice que no se complica y que vive su vida. Otra nos informa que lo que le importa es sentirse bien, mientras saca un cartón de leche sin lactosa de la nevera. Otra fémina elige un vestidito en una tienda instándonos a sentirnos libres y vivir ligeras (en femenino). Sale una más, que bailotea en la sección de lácteos del súper (confieso que esto lo he hecho yo también con el hilo musical) y nos dice que demos el paso y cambiemos.

En la segunda estrofa, una chica en una oficina se queja porque cobra menos y otra, también en su puesto de trabajo y embarazada se niega a esforzarse el doble para ser igual que “tú”, dice. Supongo que se refiere al género masculino.

Repiten el estribillo mientras bailan nuevamente en el pasillo del supermercado, en la oficina, en la cocina, en la calle… Al final ya salen todas en plan manifestación por mitad de la calle.

Y todo esto para vendernos producto sin lactosa.

Por si no lo habéis notado, en el anuncio no sale un solo hombre. Ni uno. Se ve que si ellos son alérgicos a la lactosa, que se fastidien, que para eso nosotras somos mujeres y ya sufrimos demasiado en la vida.

De verdad, no es que esté en contra del feminismo así, de plano. Pero ¿alguien me puede explicar qué tiene que ver la intolerancia a la lactosa con las reivindicaciones laborales femeninas? Es que me parece un burdo intento por apelar a nuestra dignidad como mujeres y que salgamos como dulces y mansas borreguitas a comprar yogures y leche como si temiéramos la escasez mundial.

Pero no les gustan los clichés.

Por eso se ve que la madre-amiga-currante-amante no tiene a nadie que le eche una mano en casa. Dan por sentado que todo el peso del hogar recae sobre ella. ¿En qué cabeza cabe que su marido, amante o lo que sea va a ponerse después a bañar niños o a preparar la cena? Eso no lo hace nadie, hombre.

Por eso hay que ser una buena profesional y, al tiempo, estar divina de la muerte.

Ole esas ideas rompedoras.

lunes, 9 de febrero de 2015

Crónicas Felinas CXXI: Libertad vs. Comodidad

Marrameowww!!!

Munchkin tiene una afición que yo no he desarrollado en los casi cinco años de vida que tengo: mirar por la ventana. Todas las mañanas está deseoso de que la bruja levante las persianas para quedarse ahí las horas muertas, mirando quién pasa por la calle y los coches que van y vienen. Es el gato del visillo.

Tampoco sé si se entera de mucho porque vivimos en un piso muy alto y las cosas allá abajo se ven muy chiquitajas. En Albacete era otra cosa, porque es un segundo y desde ahí observaba el movimiento callejero con mucho mayor detalle. A veces me da por pensar si será que echa de menos la libertad de andar por ahí un poco a su aire. Según tengo entendido, en su casa anterior tenía jardín al que salir a zascandilear entre las plantas. Aquí a lo máximo es a una mini-terracita de la que sólo puede hacerse uso cuando la bruja no tiene ropa tendida, como ya bien sabéis.

Por un lado, no es por echarme flores pero yo creo haber sido un buen anfitrión. Ni siquiera me quejo cuando por las mañanas me echa de mi sitio en la almohada, justo en la cabeza de la bruja. Ése ha sido mi sitio desde que tengo uso de razón y ahora, de repente, viene el niñato éste a quitarme mi lugar tan cómodo y calentito. Más de una mañana se ha levantado la bruja y me ha encontrado en el sofá cual ser desamparado, sin un poco de calor humano por haberme sido éste arrebatado. Aun así, le perdono todo al canijo (que ya no es tan canijo y está más grande que yo) y hasta le cojo por banda para darle unos cuantos lametones en la cabeza y dejarle las orejas impolutas, así que no creo yo que esté tan a disgusto.

Pero por otra parte, dicen los gatos que han saboreado las mieles de la libertad, que por muy a gusto que se esté en una casa, siempre se echa un poco de menos eso de tener el cielo como techo. Yo de eso no sé porque me tuvieron en casa de acogida hasta que la bruja y el consorte vinieron a buscarme (dicen que me eligieron por Internet, como quien mira un catálogo de muebles suecos) o, al menos, eso creo porque a estas alturas ya no me acuerdo y como mis humanos desconocen mi pasado, tampoco me pueden dar mayor información al respecto pero el ya difunto Luhay recordaba, a veces con cariño, su primer mes y medio en la calle hasta que un día de ventisca se plantó con su hermana Aída en la puerta de la casa de la bruja en busca de una vida quizás menos aventurera pero al resguardo del frío serrano. Una cosa es sentir amor por vivir experiencias y otra muy distinta que uno no sepa valorar la calidad de vida que ofrece la calefacción y un cojín mullidito.

Tampoco somos tontos.

Prrrrrr.

jueves, 5 de febrero de 2015

Quiero ser estrella

Vengo observando “from a time to this part” (o, lo que es lo mismo, de un tiempo a esta parte) que se ha puesto de moda que los bloggers salten a la pequeña pantalla.

Es así como ahora hay programas de televisión con la inestimable colaboración de blogueros estilistas, blogueros decoradores, blogueros viajeros, blogueros maquilladores y blogueros cocineros. Que todo esto está muy bien, sí, pero no negaré que me parezca harto discriminatorio que nadie se fije en los que tenemos blogs personales.

- “Es que yo sé fabricar lámparas con palillos de dientes usados”, saltará alguna blogstar televisiva.

Pues yo fui atacada violentamente (¿se puede atacar en forma no violenta?) por un cubo de basura. ¿Acaso no es eso interesante? Opino que el mundo debería saberlo.

- “Es que yo lavo la ropa metiéndola en la cisterna. Así en cada descarga aprovechas para darle un enjuague y ahorras agua que no veas”, dirá algún experto en economía doméstica sostenible.

Pues yo imito al niño del palo ataviada con una bata-panda. Anda que no molo.

- “Es que yo hago huevos fritos deconstruidos, que son básicamente un huevo crudo con una ramita de eneldo para que haga bonito”, apunta un bloguero cocinero.

Pues yo sólo aterrizo en la cocina cuando me desoriento por casa y así tengo más tiempo de escribir sandeces como la presente. A veces también para buscar patatas fritas, que estarán más o menos deconstruidas en función de lo que se haya espachurrado la bolsa en el carrito de la compra.

- “Es que yo he comido escarabajos a la parrilla con el Dalai Lama en el Tíbet”, presume un bloguero viajero.

Pues yo he comido dos tostadas con su mermeladita para desayunar yo sola, sin que me molesten con filosofadas, y me han sabido a gloria.

 Y así.

Los bloggers personales estamos condenados a un mundo de ostracismo donde sólo sabemos lo que escribimos nosotros mismos y los seguidores que podamos conseguir con sangre, sudor y lágrimas.

Es por ello (y por puritita envidia) que reivindico el derecho de los bloggers personales a tener su espacio en la tele. Si ya está pillado el espacio “Blogueros cocineros” pues que nos den el de “Blogueros porculeros”, al menos, que yo de fastidiar y hacerle perder el tiempo a la gente siempre tengo ganas. Con la de cosas interesantes que tendríamos para compartir, como que nos ha salido un grano o que hemos perdido el Metro. Nuestros blogs son un canto a la vida cotidiana; un espejo en el que puede verse reflejado el ciudadano de a pie. ¿Para qué quiero ver a alguien que demuestre un talento sin par, sea cual sea su disciplina? Ya os lo digo yo: Para sentirme una inútil tirada en el sofá en chándal comiendo patatas deconstruidas sin hacer nada de provecho. Yo pagaría por ver gente que me haga sentir mejor conmigo misma.

¡Anda!, que para eso están los realities. Pues ya sé por qué no hay programas de bloggers personales.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Anuncios Pesadillescos CXXV: No apto para estómagos sensibles

Hace mucho que no lo veo, alabada sea la divina providencia pero, mi estimada Mandarica hace un tiempo me hizo recordarlo. No sé si estarle agradecida por ello porque realmente es una de las cosas más repulsivas que he tenido que ver en lo que a materia publicitaria se refiere. No obstante, desconozco la razón por la que en el momento en que este espanto se televisaba, yo no hice el correspondiente destripamiento. Bueno, tal vez sea porque era algo tan repulsivo que a ver cómo consigues escribir un post al respecto evitando al mismo tiempo que se te revuelvan las tripas. Hoy, sin embargo, voy a hacer de tripas corazón y me dispongo a hablaros de esto, con la esperanza de que el alimento que he ingerido hace un rato permanezca en su lugar.

El anuncio es corto (entonemos el Aleluya una vez más) y más simple que el mecanismo de un Chupa-Chups pero es justamente en su simpleza y su falta de paños calientes lo que lo hace especialmente desagradable.  Se nota que estoy dando vueltas por no entrar en detalles, ¿verdad? Venga, al toro, Álter, que tú puedes.

Vemos un lavabo blanco, impoluto, y a la vez oímos a alguien cepillándose los dientes. Algo habitual en nuestro día a día. Lo que uno tiene menos ganas de ver es el escupitajo sanguinolento que de repente se deposita en la superficie del níveo aparato de baño. Entonces te dicen que si te sangran las encías es algo malo (no fastidies, ¿en serio?) y que puedes terminar perdiendo piezas dentales.

Y, por increíble que pueda parecer, el anuncio aún va más allá en eso de poner a prueba nuestro sistema digestivo y, en un desafío al buen gusto sin precedentes, llega un segundo escupitajo que arrastra con él un diente bien cubiertito de sangre, el cual produce un alegre repiqueteo allegro ma non troppo sobre la superficie cerámica.

O sea, de verdad, ¿qué mente privilegiada ideó esta campaña pensando que iba a ser todo un éxito? Es tal la repulsa que provoca, que hace que desvíes la vista y al final ni te enteres de la marca del dentífrico que pretenden venderte apelando a tus terrores más primarios.

Si hay por ahí alguien con mucho tiempo libre a quien alguna vez le haya dado por contar la extensión de mis posts, sabrá que por norma general escribo quinientas palabras clavaditas. Hoy me quedo corta pero es que soy incapaz de seguir ahondando en este espanto.

Sabréis disculpar. 

lunes, 2 de febrero de 2015

Crónicas Felinas CXX: Redefiniendo alianzas

Marrameowww!!!

Vengo a relataros hoy unos hechos que me tienen con los bigotes encogidos.

De sobra es sabido que, tanto Munchkin como yo, preferimos normalmente al consorte porque es más blandito y permisivo, por lo que es más fácil sacarle lo que queremos. Así que, para estar a bien con él, la mayoría de muestras de cariño por nuestra parte suelen ir dirigidas a su persona.

Pero sucedieron el sábado pasado unos sucesos escalofriantes que nos han hecho plantearnos la posibilidad de redirigir nuestras atenciones hacia la bruja, que es más borde pero menos patosa.

La cosa fue así. El sábado, como digo, el consorte se va a hacer la compra mientras la bruja, que es una vaga, se queda en casa leyendo cosas en vuestros blogs. Vuelve el consorte con el carrito de la compra y yo me siento en el pasillo a fin de seguirlo hasta la cocina para cotillear si nos ha traído algo rico, que es una costumbre de la que soy muy gustoso de practicar.

Avanza el consorte por el pasillo y la bruja sólo tuvo tiempo de decir “Cuidado, el r…” El “r…” en cuestión era mi rabo, que se vio atropellado sin remedio por una rueda del carrito. Salí corriendo como alma que lleva el diablo y, tras comprobar que no había que lamentar males mayores ni partes amputadas de mi hermosa anatomía, decidí subirme a la encimera de la cocina, desde donde poder espiar sin miedo a que una rueda atacara otro de mis miembros.

Estaba yo husmeando cuando a Munchkin le dio por saltar desde el armario de enfrente también a la encimera. Como ya he hablado de su legendaria torpeza, se resbaló, sobresaltando primero al consorte que, con el bote que pegó le terminó pegando un codazo a Munchkin en plena caída y, en segundo término, a mí, ya que con el bote antedicho del consorte, también tiró un tupper del armario, que no tuvo mejor sitio donde caer que no fuera encima de mi cabeza.

Al final yo me congratulé con el consorte y dormí la siesta con él pero Munchkin prefirió ir a sentarse en el regazo de la bruja mientras ella escribía no sé qué. Creo que es la primera vez que veo al imberbe sentado encima de la bruja, así que me da a mí que al consorte le va  costar recuperar la confianza de mini-minino.

Que sí, que uno intenta pensar bien y razonar que el humano lo hizo sin maldad pero no sé hasta qué punto compensa andar jugándose la integridad física a cambio de recibir una chuchería o un trocito microscópico de jamón. Hay que admitir que lo nuestro es capricho más que auténtica necesidad y, visto lo visto, tal vez sea más conveniente despedirse de ciertos vicios superfluos y conformarse con el pienso que la bruja nos sirve sin rocambolescos accidentes.

Ya sé que dicen que tenemos siete vidas pero no está demostrado empíricamente y no ando yo con demasiadas ganas de comprobarlo.

Prrrrrr.