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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLII: El piojo acosador

Éstos ya habían caído una vez pero, como se ve que no tuvieron suficiente o que les mola aparecer en esta sección, este año han vuelto a la carga con otra maravillosa obra de arte. Podéis leer el destripamiento anterior aquí, si es que os interesa y, si no os interesa, pues entonces no.

La escena nos ubica en un campamento. Alguien tañe una campanita y una horda de niños sale de su tienda de campaña. De fondo, suena una música de tambores que nos hace pensar más bien en un campamento militar pero se supone que es un campamento de verano para niños.

Como están muy bien aleccionados, van haciendo filita ordenadamente para que un monitor les pulverice el cuero cabelludo con “algo” que aún no sabemos lo que es. Un niño aspira embelesado el aroma que ha dejado en el aire la pulverización del mejunje y a una niña le echan el spray y, acto seguido, le cepillan su larga melena sin que haya un solo enredo. Qué maravilla, oye.

Los niños salen corriendo no  sabemos muy bien hacia dónde y, de repente, vemos que tras un árbol acecha un bicho de etilvinilacetato (o de goma eva, que viene siendo lo mismo y tiene menos sílabas, es que me quería hacer la culta…) que debe de medir aproximadamente un metro ochenta, centímetro arriba, centímetro abajo.

Por el contexto general del anuncio entenderemos que es un piojo gigante pero bien puede ser una cucaracha, un marciano o un inspector de Hacienda. No sé yo si un entomólogo reconocería este espécimen a la primera como un ftiráptero (ya estoy resultando pedante, ¿a que sí?).

El caso es que, sea lo que sea el bicharraco, los persigue por el bosque ocultándose entre la maleza, como un vulgar acosador. Y, entonces, vemos un niño que se dispone a saltar en tirolina y al bichejo escondido detrás del palo, esperando su momento para atacar. Lo de “escondido” es un decir. Muy tarado tienes que ser para no ver semejante esperpento detrás de ti.

O muy tarado o muy indiferente debido a que te han rociado la cabeza con el spray antedicho. No sé muy bien cómo debe de funcionar porque, según va avanzando el riel de la tirolina, va dejando a su paso un brillo anaranjado que hace que el piojo resbale y caiga cuando intenta ir a por su presa.

Eso sí, dicen que huele a naranja y mango, así que lo mismo te protege de los piojos pero te conviertes en un claro objetivo para las avispas. Seguro que el mismo fabricante también elabora repelentes de insectos y así tiene el negocio doblemente asegurado. Deben de ser unos genios de las finanzas, oye. Seguro que el repelente tiene olor a pescado para que te persigan los gatos y así te pueden vender antihistamínicos si eres alérgico. Lo tienen todo calculado al milímetro.

Al final, el pobre bicho abandona el campamento, hato al hombro, buscando nuevos emplazamientos donde no sean tan crueles. 

lunes, 28 de septiembre de 2015

Crónicas Felinas CL: La garra ejecutora

Marrameowww!!!

A pesar de que Munchkin nunca escribe en este blog, no debemos desmerecer su papel en la sombra. Cierto es que soy yo el que tiene que pensar las entradas de esta sección e intentar tirar por los suelos la reputación de la bruja a fin de que la abandonéis todos y os entreguéis con fervor sólo a estos escritos, lo que provocaría que al fin pudiera hacerme con el control absoluto de este espacio pero tengo que aprovechar la oportunidad que este medio me brinda para reconocer que el objetivo será más fácil de alcanzar con la colaboración del imberbe.

Su técnica consiste, básicamente, en no dejarla escribir. No importa con qué medios. En cuanto ella se sienta a darle a la tecla, él se planta encima de la mesa y empieza a darle con la pata (y las uñas) en la mano para que ella se ponga a hacerle mimitos. Cuando se cansa de mimitos, empieza  a tirarle bocados a la mano. Entonces ella da por finalizada la sesión de cariño y decide reemprender su tarea. Ilusa. Munchkin comienza entonces a mover el ratón y, en ocasiones, hasta se lo tira de la mesa.

La bruja le echa unas broncas de órdago… bueno, no, esto no hay quien se lo crea. La bruja más bien le implora con vocecita de dibujo animado “Chiquitín, yaaaaa”. Pero él no se da por aludido, por lo que ella continúa su feroz ataque con un “Mami se va a enfadar, ¿eh?”. Menos mal que no tiene hijos. Serían todos carne de Hermano Mayor. Ya me imagino al cani de turno dándole un sopapo y robándole el contenido de la cartera y ella diciendo con voz firme “Mami se va a enfadar y te vas a quedar sin postre y sin ver los dibujitos”. En serio, es el ser más pusilánime que ha parido madre.

 Al final, cuando ya decide ponerse firme lo castiga mandándolo al pasillo “hasta que se tranquilice”. Munchkin se queda un rato por ahí zascandileando (si entretanto puede romper algo, tanto mejor) y después maúlla lastimeramente detrás de la puerta.

Ella, que es tonta perdida, le deja entrar aunque lo amenaza al mismo nivel que la Yakuza y la Camorra juntas: “Pero te portas bien, ¿eh?”. Que se lo ha creído… Munchkin vuelve a las andadas e incorpora también la técnica de acercarse sigilosamente a la silla por la parte de atrás y clavarle las uñas en las posaderas (son amplias, es imposible fallar), dando por iniciado nuevamente el proceso.

De esta manera, para escribir un simple post la bruja puede estar fácilmente una hora. Tengo la esperanza de que estas técnicas del imberbe terminen minando su paciencia y un día de estos decida abandonar para siempre. Que, total, para lo que hace…

Así que vaya desde aquí mi agradecimiento al jovenzuelo, que parece que no aporta nada a la causa pero sí. Yo soy el cerebro. Él viene siendo el brutito que siempre hay que tener como aliado.

Prrrrrr. 

jueves, 24 de septiembre de 2015

Mi aventura norteña VI: Pizza, pintxos, sushi y un poco de turismo

El Ayuntamiento
La semana pasada nos habíamos quedado llegando a Bilbao. Mi cuñado y su chica habían venido a buscarnos a la estación de autobuses y realmente ni recuerdo de qué hablamos, tal era el grado de cansancio que aquejaba a mi mente y mi cuerpecillo.

Tomamos el tranvía (mira que me gusta a mí viajar en tranvía; tendrían que tenerlos en todas las ciudades) y, al cabo de unas pocas paradas, llegábamos a casita. La primera impresión que tuve fue que Bilbao es una ciudad muy limpia, cosa que me agradó sobremanera.

Una vez que llegamos a su casa estuvimos charlando un rato y, dado que ya se había hecho de noche, ¿qué íbamos a hacer sino cenar? Podríamos haber aprovechado para empezar a comer un poco más sano y así comenzar a perder los kilos ganados en días anteriores pero ¿para qué? Mucho mejor pedir unas pizzas con su borde relleno de queso y todas sus calorías. Peliculita (gore y malísima pero no preguntéis cuál era porque mi mente me ha hecho el gran favor de olvidarlo) y a la cama, que el agotamiento no nos permitía mucho más.

Al día siguiente nos llevaron a turistear. Estuvimos dando una vuelta por el centro, viendo el ayuntamiento (mucho más mono que el de Madrid, todo hay que reconocerlo en esta vida), la ría y las callejuelas antiguas. Tengo que decir que Bilbao me gustó mucho. 
La plaza donde comimos.
No recuerdo el nombre, sorry.

Y nos dio el mediodía y, claro, había que comer ¿cómo no? Pues a ponernos ciegos de pintxos, que ya se sabe que, donde fueres, haz lo que vieres. Comimos unos pintxos buenísimos que regamos con un txakoli más bueno todavía. Al ir a pagar me sorprendió que nos preguntaran qué había sido y fuimos nosotros los que les dijimos cuántos pintxos y cuántos txakolis. Eso en Madrid no se podría hacer nunca. Si tenemos en cuenta que cada txakoli costaba unos cuatro euros, ya podéis ir echando cuentas de a cuánto podrían ascender las pérdidas en un establecimiento de ese estilo ubicado en Madrid. Qué bonito es encontrarse en un sitio donde la gente es honesta, oye.

Luego nos fuimos a conocer el Guggenheim (por fuera, porque la cola para entrar era tremenda; cualquiera diría que actuaba Lady Gaga) y nos sacamos la típica foto chorra con la araña esa gigante que tienen fuera y con Puppy, el perro enorme hecho de flores que también anda por ahí en las inmediaciones. Hay también unos chorros de agua que salen directamente del suelo y estuvieron amenazándome con mojarme pero se ve que valoran su vida y no se atrevieron (entre lo friolera que soy y que el día estaba medio lluvioso, me puede llegar a dar un pasmo).

Los chorros del mal.
Fuimos a tomar un café y para casa, porque nuestros anfitriones habían reservado en un restaurante oriental donde pedimos una especie de transatlántico lleno de sushi. Con la excusa de que el sushi es muy sano, nos pusimos hasta las patas.

De milagro no llegamos rodando a casa. 



Venga, os dejo más fotitos para que no se diga:

La ría

Haciendo el chorra en el Ayuntamiento

Seguimos haciendo el chorra en la araña

El Puppy

En el culo del Puppy

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Anuncios Pesadillescos CLI: Los géeeermeneeees

Vemos una urbanización de casitas todas iguales y, en las zonas verdes del mismo, un pato del tamaño de un niño se dirige hacia la acera seguido de una hora de vecinos, cual miembros de una secta en pos de su líder. En este punto del anuncio ya supe yo que la cosa prometía y, a juzgar por el resultado final, no me equivoqué.

Lo que los une, al parecer, es el deseo de proteger a sus familias. No contra los ladrones ni contra la amenaza de las drogas. Ni siquiera contra una mafia chunga, no. Hay que protegerla de los géeeermeneeees.

Y, para que aprendan a defender a su familia de los géeeermeneeees han colocado sobre la acera una serie de inodoros que, bonitos no quedan, las cosas como son, pero la estética no es importante cuando se trata de luchar a brazo partido contra esta invisible amenaza. El pato saca un artilugio de difícil descripción. Lo intentaré, no obstante: Me ha recordado a una bomba para hinchar ruedas de bicicleta (bueno, vale, también me recuerda a cosas más políticamente incorrectas pero me ahorraré los grafismos). La gente mira al pato como si fuera un gurú, con la admiración patente en sus pupilas y se miran entre ellos mientras asienten con la cabeza como diciendo “este pato sí que sabe”.

Todos los vecinos se hacen con un artilugio de estos y colocan un disquito de una especie de blandi-blub en el interior de la taza. Este sencillo gesto sirve para acabar con los géeeermeneeees en cada descarga de la cisterna.

Y los inodoros descargan el agua (no sé si ya traían la cisterna cargada de casa o si se han dedicado a hacer la instalación de las tomas de agua en mitad de la acera). Y todo el inodoro se tiñe de un mágico color azul del que, después, salen como unas estrellitas luminosas que, supongo, son los espíritus de los difuntos géeeermeneeees.

Y los vecinos levantan sus artilugios como si se tratara de trofeos y todo es algarabía y felicidad porque ahora sus familias están protegidísimas. Y no sé si ahora les tocará desmontar todos esos inodoros de la acera o si los dejarán ahí, cual monumentos conmemorativos de ese día glorioso en que cambió el curso de la historia en lo que a batallas contra las enfermedades infectocontagiosas se refiere. Un día que será recordado por las generaciones venideras, que bien podrían no haber existido si no fuera porque un pato vino a salvarlos de la casi segura extinción de la especie humana. Y habrá leyendas en torno al pato, y los juglares de todas las comarcas cantarán odas rememorando las hazañas de este heroico ánade. Su nombre será dicho con orgullo, pero también con respeto y miedo, pues por todos será sabido que el pato era implacable en la lucha contra el enemigo.

Tal vez hasta erijan un busto del pato en oro macizo para no olvidar nunca al prócer que los condujo a la victoria. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

Crónicas Felinas CXLIX: Eolo y yo

Marrameowww!!!

El jueves pasado hizo viento en Madrid.

Pensaréis que éste es un dato irrelevante y que qué os importará a vosotros el parte meteorológico. O tal vez penséis que me estoy quedando sin material de escritura y que ahora me dedico a redactar posts que perfectamente podrían incluirse en una conversación de ascensor.

Pues no, no me estoy quedando sin material. Yo soy un gato por demás imaginativo y locuaz, al que jamás le faltará un tópico que tratar en este blog.

El motivo por el que comento que hizo viento es porque los soplidos de Eolo ejercen un poder muy extraño sobre mi gatunez (iba a escribir “sobre mi persona” pero ya me estaba viendo venir a algún purista diciendo que esa expresión no es aceptable en mi caso). Yo diría que me vuelvo hiperactivo. La bruja dice que me vuelvo loco, directamente, aunque no es ella la más indicada para andar opinando acerca de la locura y la cordura de los demás.

Pues sí, cada vez que sopla el viento no puedo parar quieto. Empiezo a correr por toda la casa no deteniéndome hasta que una pared me frena; doy saltos sobre cuanto mueble me encuentro por el camino; maúllo sin venir a cuento, aunque no haya nadie prestándome atención… y cosas así.

Munchkin nunca había sido testigo de mi reacción al aire embravecido, por lo que dedicó el día entero a mirarme con los ojos abiertos como platos, poniendo cara de Dos de Oros. Hasta cierto punto entiendo su cara de sorpresa, ya que por lo general soy un gato más bien tranquilote y pasota, al que parece que no se le mueve un bigote ante ninguna circunstancia, por lo que el cambio tan radical de actitud debe de ser bastante chocante. Pero, por otra parte, me pasa un poco como lo que comentaba antes de la bruja; es decir, este gato se tira el día entero haciendo cosas raras y luego tiene la desfachatez de venir a mirarme a mí como si viniera de otro planeta.

La culpa no es mía sino de la Madre Naturaleza, que es una malvada y parece disfrutar jugando con el comportamiento de cuanto ser vivo puebla el planeta. Así que espero que, la próxima vez que haya viento, quienes me rodean demuestren un poquito de empatía ante mi extrema sensibilidad, en lugar de llevarse las manos a la cabeza y preguntarme cuarenta veces qué me pasa.

La bruja se pone insoportable una vez al mes y nadie le dice nada. De repente se ríe, de repente llora y al final ya llega a un estado desquiciado donde llora y se ríe todo al mismo tiempo, en un fluir descontrolado de emociones. Y se supone que eso tenemos que aceptarlo como algo normal y ser comprensivos y bla bla bla… y luego uno sufre una sobredosis de energía y hay que ver la que se monta.

Desde luego, parece que en esta casa no miden a todos con la misma vara.

Prrrrrr.