Un hombre se termina una bebida
en la terraza de un bar y se va. La camarera recoge el vaso y, a pesar de que no
hay ni un duro de propina, se emociona mucho porque, en la servilleta, le ha
escrito las palabras “Comienza” y
“Deseo”. En inglés, porque es mucho más cool.
Hay un señor con sombrero subido
a lo alto de una torre metálica que luce un cartel de la misma marca de bebida
espirituosa que apreciaremos sutilmente en otras partes del anuncio. No
sabremos si es un suicida, un
funambulista o si quiere que le dé el viento fresco.
En la esquina de un callejón se dibuja
otra vez la palabra “Comienza” que se va, juguetona ella, calle arriba. Por si
acaso el mensaje no se entiende, el hombre que se balancea en las alturas hace
un gesto con la mano como diciendo “hala, mona, síguela”. Ella, sin dudarlo un
minuto ni pararse a pensar si la estarán intentando captar para una secta
chunga, se dispone a doblar la esquina y, súbitamente, alguien le coge la mano
cuando la apoya en la pared para asomarse. Es un hombre trajeado con la palabra
“Deseo” impresa cual dorsal de corredor de maratón que la hace correr por el
callejón con otros tantos flipados. Estoy esperando a ver cuándo aparecen los
toros de San Fermín pero no, así que no sé por qué todos corren por una
estrecha callejuela. En una calle que cruzan, hay dos sujetando una gigantesca
palabra “Cambio” también en inglés cuando justo en eso suena un silbato y un
policía hace detenerse a nuestra camarera y le arranca el delantal con un solo
movimiento. El de la torre metálica baila la jota aragonesa o entona el Hare
Krishna o no sé muy bien qué hace. Esto es peor que Twin Peaks.
El policía le pone a la camarera
una chaqueta blanca sobre los hombros. Será para que la pobre no pille un
catarro, que son fechas muy malas y los virus acechan. Ah, no, parece que es
para distinguirla de los demás, que van todos de negro. A esto es a lo que yo
llamo “ser un blanco fácil”. Ella sigue por el callejón, donde hay una mujer
con un montón de flores. Pareciera que las está repartiendo pero sólo entrega
una a la camarera porque es la más guay. Ella llega a una especie de estación
de tren donde se lee, esta vez en italiano, “El futuro eres tú”. Se queda
parada como diciendo “¿qué pinto yo aquí?” A buenas horas te lo preguntas, hija
mía. Coge una maleta vintage hábilmente colocada a sus pies donde aparece otra
vez la palabra “Deseo” y, mientras vemos al de la torre metálica hacer
peligrosos equilibrios a puntito de precipitarse al vacío, ella corre para
pillar el tren.
Una vez en el vagón, ella
despliega su servilletita, que no ha soltado en todo el camino y comprobamos
asombrados que ahora pone “El deseo comienza el cambio”. El hombre de la torre
lanza un besito al aire, el cartel de bebida alcohólica se ilumina y ya.
Me han dado más ganas de
apuntarme a una maratón que de beber vermouth.