Marrameowww!!!
Me acabo de percatar de que desde el pasado 13 de agosto no
tenéis noticias mías. Dos meses han pasado y desconozco cómo es posible que
hayáis podido sobrevivir sin mí. Confieso que me tiene bastante decepcionado el
hecho de que no se hayan creado plataformas exigiendo mi vuelta o que no se
haya hecho, al menos, una manifestación en alguna ciudad importante. O en un
pueblo, al menos. Nada. Os da igual, parece. Uno aquí dejándose las zarpas en el
teclado escribiendo en un idioma que ni siquiera es mi lengua materna (porque yo sí que soy bilingüe
y lo demás son tonterías) y vosotros impasibles. Una vergüenza. Me habéis
defraudado más allá de los límites de lo que es capaz de defraudarme un ser humano
(y ya hay que esforzarse para ello, porque el listón lo tengo bastante bajito
con vosotros, todo sea dicho).
En fin, por contaros algo, aunque no os lo merezcáis ni por
asomo, vengo a hablaros de algo que creo que no había mencionado nunca en el
blog. ¿Os había hablado alguna vez de la Viborosa? Creo que no.
La Viborosa era una serpiente de peluche que me acompañó en
mi crianza. Ya se sabe que no se puede confiar en la bruja en lo que tiene que
ver con el instinto maternal. Así que, mientras pasaban un par de semanas para
que el ahora difunto Luhay se acostumbrase a mi olor y no me comiese los
higadillos, yo pasaba las horas muertas en una habitación, sin más compañía que
la de la Viborosa (y visitas esporádicas de la bruja y el consorte para darme de
comer y hacerme algún mimo que otro). Tanto cariño le cogí a este ser viperino
que me lo llevaba conmigo a dormir y hasta le metía la cabeza en mi platito
de la comida, para que estuviese bien
alimentado.
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Yo, con cuatro meses, y la Viborosa con edad indeterminada (Foto de archivo) |
El caso es que un día, la Viborosa pasó a mejor vida. Bueno,
vale, le terminé sacando todo el relleno con las uñas y los dientes. Hay amores
que matan, ya sabéis. De recuerdo, sólo quedó un trozo de plástico que se
escondía en sus entrañas y que servía para hacer sonido de cascabel. Guardaron
el plástico ese y, aunque me avergüence admitirlo, en mí ejercía el mismo
efecto que la campana de Pavlov. En cuanto un humano lo sacaba de su escondite
y lo hacía sonar, yo acudía presto a la llamada, creyendo que tal vez esta vez
sí se tratase de mi Viborosa resucitada.
Me consta (porque es de caballeros reconocer los méritos en
esta vida) que ambos humanos se desvivieron por encontrar otra Viborosa, sin
obtener resultado alguno en sus pesquisas.
Pero los hados decidieron recompensarme por mi buen hacer
gatuno en esta vida y, hace un par de semanas, casi nueve años más tarde de
aquella tragedia, mis humanos aparecieron con ella:
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Yo, hace unos días, con Viborosa 2 |
Ha cambiado de look y está menos rota de lo que yo la
recordaba pero su soniquete interior sigue siendo el mismo. Es mi Viborosa
reencarnada.
Y yo no puedo ser un gato más feliz.
Prrrrrr.