Y lo estuvo. Había refrescado algo pero no caía ni gota, por
lo que había que aprovechar para disfrutar el día.
Para comenzar la jornada, queríamos ir al Museo Histórico
Nacional y el Museo Romántico (están en el mismo edificio). Lo habíamos
intentado el día anterior, antes de ir al Museo del Carnaval, pero no habíamos
podido porque nos dijeron que ese día lo tenían cerrado porque había no sé qué
evento raro.
Este segundo intento también fue infructuoso. (Curiosa
palabra en este caso porque el Museo es conocido como casa del General
Fructuoso Rivera). El motivo, esta vez, era que había muchos funcionarios
de vacaciones y no tenían personal suficiente porque hay crisis. Me imaginé a
la gente del Museo del Prado dando esa excusa y me dio la risa. Entre los del
Ministerio de Turismo y éstos yo seguía dándome cabezazos contra la burocracia
uruguaya. Por si os lo estáis preguntando, no conseguimos ver el Museo
Histórico ni un solo día.
Total, que nos fuimos al MAPI (Museo de Arte Precolombino e
Indígena), donde hay una amplia muestra… pues de eso mismo. El nombre lo dice
todo.
Aquí me veis con la representación de un antepasado |
En la segunda planta también había una exposición de
fotografía muy interesante, aunque a mí la parte que más me gustó fue la de
instrumentos musicales indígenas. Me pareció chulísima.
El Museo en sí está emplazado en una típica casa antigua de
la Ciudad Vieja, lo que hace que el interior del mismo sea así de espectacular:
De ahí nos fuimos al Palacio Taranco, que perteneció en los
albores de Montevideo a una familia aristocrática y que constituye el Museo de
Artes Decorativas.
El semisótano está dedicado a objetos decorativos de la
antigua Europa y Asia. A esa parte le echamos un vistazo por encima porque esas
cosas las tenemos ya muy vistas, aunque tiene piezas interesantes. No obstante,
no resistí la tentación de fotografiarme junto a mi bandera adoptiva:
La parte que a mí siempre me ha gustado más, desde pequeña, son
la planta baja y la primera planta, donde nos muestran la “casita” de estos
señores:
El salón de baile. No, no bailé. |
Tengo las manos así porque se supone que soy Sissi Emperatriz apoyándome en el miriñaque. Echadle un poco de imaginación… |
Una salita. |
El balcón. |
Por la tarde me esperaban más reencuentros. Esta vez, con mis compañeras de piso de cuando yo tenía veinte años. Anda que no ha llovido. A pesar de que ya todas son madres, conseguimos cuadrar agendas para quedar todas en la casa de una de ellas. Volví a disfrutar del mate cebado por K., nos contamos nuestras vidas, nos reímos, hablaron de sus hijos (yo hablé de mis gatos) y tuve que dar la eterna explicación de qué hago yo que no me decido a ser madre de una vez, que se me pasa el arroz y que bla bla bla. Pero bueno, una vez hechas las aclaraciones pertinentes, me lo pasé muy bien y fue muy divertido volver a experimentar esa sensación de estar las cuatro sentadas en un salón tomando mate y riéndonos. M. decía que echaba eso de menos. Yo le dije que no se puede tener veinte años toda la vida, que la gente crece y cada cual hace su vida. No se puede pretender vivir como jovenzuelas alocadas toda la vida, ¿no?
En fin, fue un encuentro muy bonito y estaban todas muy
guapas. Somos como el vino. Mejoramos con los años.