No sé si a vosotros os pasa pero he constatado que mi ropa
pasa por diferentes etapas a lo largo de su vida.
Cuando me compro alguna prenda no soy de las que la estrenan
inmediatamente, por lo general. Me gusta tenerla un tiempo colgadita en el
armario, con su etiqueta aún puesta, prolongando el momento de placer que
supone estrenar algo.
Más adelante, cuando la Madre Naturaleza y los excesos
navideños hacen mella en mi persona, constato con horror que la indumentaria
que otrora me sentara tan bien, ahora no sube de los muslos o resalta sin
piedad mis lorcillas, por lo que guardo la prenda para la próxima temporada con
la vana esperanza de que terminaré adelgazando y podré volver a lucirla con
orgullo en el momento en que suceda un milagro digno de Lourdes.
Llegada la próxima temporada, el milagro no ha sucedido,
claro está, y mi fuerza de voluntad para tomar cartas en el asunto y adelgazar
de forma activa está bajo mínimos, por lo que llega un momento en que soy
consciente de que no voy a volver a usar esa cosita tan divina. Si la cosita
divina en cuestión es un pantalón, poco hay que hacer ya, o sea que termina en
el montón de ropa para donar (que crece y crece porque soy tan vaga que nunca
bajo a llevarlo) o, si está muy perjudicado directamente pasa a la basura
peeeero, si la cosita divina es una camiseta empiezo a buscarle nuevos usos: ¿y
si la uso debajo de otra prenda? Si la idea funciona, ahí quedará la camiseta
porque lo más seguro es que sólo ponga en práctica tal genialidad una vez o dos
y, finalizada la temporada, volverá a ser guardada con la idea de utilizarla en
la siguiente.
Total, que llega la siguiente temporada y, según estoy
colocando los armarios me digo “¿realmente voy a volver a usar esto?” Con una
mano en el corazón, la mayor parte de las veces la respuesta es un no rotundo,
por lo que tal vez haya que asumir que aquí ha terminado el ciclo vital de la
camiseta y sea hora de que pase a engrosar el montón de ropa para donar. Pero
¿y si la dejo para estar por casa? Total, el churri ya sabe que tengo alguna
lorcilla. Es lo que hay y si no le gusta, que se busque una más buenorra. Y así
la camiseta pasa del estante de ropa de diario al cajón de ropa para usar en
casa.
El problema con esta decisión es que es una conclusión a la
que he llegado con otras tantas camisetas, predecesoras de la que hoy nos
ocupa, por lo que al final tengo montañas de ropa para estar por casa y me
termino dando cuenta de que el cajón ya empieza a estar hasta los topes.
Y ahí sí que sí doy ese paso definitivo de decirle adiós
entre lágrimas, momento que llegará cuando me decida a bajar el montón.