Escríbeme!!!

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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Anuncios Pesadillescos CXCIII: El usurero hortera

El que os traigo hoy tiene todos los ingredientes para formar parte de esta sección: Es cutre, ridículo y da vergüenza ajena. Lo digo así, sin paños calientes para que luego no haya sorpresas y nadie se lleve un disgusto si luego le da por buscarlo en las redes, que ya voy sintiéndome un poco responsable de vuestra salud mental y debo avisar de los efectos secundarios.

La cosa empieza en una cocina, suponemos. Digo “suponemos” porque en realidad es un plató vacío (y de un verde de lo más desagradable) donde sólo hay una mesa con un frutero y una taza, un par de sillas y una lámpara de techo que parecen flotar en el vacío porque son del mismo tono de verde que el resto del plató. Aparte de este impresionante decorado, también tenemos a un hombre y una mujer quienes, por suerte, no van vestidos de verde o veríamos una cabecitas y unas manos en suspensión, lo cual sería (aun si cabe) más grimoso.  Eso sí, cabe destacar que al hombre le queda grande la ropa. Me da que tenían pensado que el anuncio lo protagonizase otro que lo superaba en un par de tallas.

Ella revisa unos papeles con cara de preocupación y él comenta con voz consternada que han llegado los recibos. Ella lo mira esperando que él sea el héroe que la libre de todo mal y le pregunta qué van a hacer. Él dirige la vista hacia la cámara con los brazos en jarras y, por la cara que pone, le falta decir “Oh, y ahora ¿quién podrá defendernos?”.

Pero, en lugar de aparecer el Chapulín Colorado, lo que aparece es un cartel luminoso con la palabra “Calma” y un tío ataviado con pantalón negro, zapatos que juraría que son marrones pero que espero que no por mantener un poco el buen gusto y, atención, una camisa estilo Elvis Presley de purpurina aguamarina con flecos en las mangas y cuello levantado. Este hombre tan elegante contonea las caderas y canta una versión de una canción de… ¿Elvis? No. De Sergio Dalma. De verdad, esto de los covers en la publicidad se les está yendo de las manos.

Canta una oda a un microcrédito rápido de hasta tres mil euros mientras debajo te ponen las condiciones bien pequeñitas para que no veas, tan embobado como estás viendo el movimiento de pelvis de este señor, que para un préstamo de mil euros terminas devolviendo casi dos mil al cabo de 24 meses gracias a un maravilloso TAE del 79,38% ¿79,38%? ¿Estamos locos?  Vamos, que si tenías problemas para pagar los recibos ahora le vas a sumar un recibo más. Pero esto no te lo cuentan, claro está. Es mucho mejor pensar que el hombre de las caderas bamboleantes viene a solucionarnos la vida como si de un hada madrina hortera se tratase.

Pues lo dicho, cutre, ridículo, hortera y, si nos da por leer la letra pequeña, hasta un poco indignante.

En qué mundo vivimos…

lunes, 28 de noviembre de 2016

Crónicas Felinas CXCVI: Soy el gato Fénix

Marrameowww!!!

Luego del bache que os relataba la semana pasada, me enorgullece comunicaros que Munchkin y yo hemos vuelto a nuestro ser y las trastadas han vuelto a formar parte de la cotidianeidad de este nuestro hogar. Bien dice la sabiduría popular que no hay mal que cien años dure y que siempre que llovió, paró, aunque en estos madriles parezca que no vaya a parar nunca y que en cualquier momento vayamos a tener que salir en canoa (a mí no me molesta; yo estoy calentito en casa y me divierte ver cómo la bruja se enfada porque no se le seca la ropa).

Munchkin, por su parte, ha aprendido una nueva habilidad de la que estoy seguro que vamos a sacar mucho partido. Ya os he contado en varias ocasiones que le encanta despertar a la bruja a zarpazos los fines de semana para que nos provea el alimento que tanta falta nos hace pero ahora ha descubierto que hay una técnica bastante más sutil y muy, pero muy, efectiva. Veréis: Junto a su lado de la cama, la bruja tiene un bloque de madera pintado hace años por un amigo suyo que ella usa a modo de mesita de noche. Como es una cosa artesanal, no es perfectamente plano, por lo que Munchkin había descubierto hace tiempo que era muy divertido subirse ahí y moverse  para que aquello emitiese un repiqueteo allegro ma non troppo que la ponía bastante de los nervios. No contento con eso, ahora ha caído en la cuenta de que el boque en cuestión está colocado justo debajo del interruptor de la luz del techo, por lo que ahora, si no consigue que se levante con el concierto de percusión acompañado de arañazos, también le da con la luz en los ojos a modo de interrogador del FBI.

En cuanto a mí, hace unos días descubrí sobre el microondas un extraño recipiente negro. Llevaba ahí bastante tiempo pero no le había prestado atención. Pues me dio por mirar dentro y vi que en su interior habían tirado cápsulas de las que se usan para preparar tés y cafés en esa máquina infernal que compraron el invierno pasado y que hace sus delicias. Ni corto ni perezoso, me las ingenié para extraer una cápsula usada de leche y jugar con ella por todo el pasillo, dejando a mi paso el inevitable rastro de leche que se escapaba por el agujerito y que la bruja tuvo que limpiar mientras blasfemaba de lo lindo.

Así que, como veis, ha sido una semana muy provechosa llena de nuevos descubrimientos. Como de bien nacidos es ser agradecidos, no puedo sino presentar mi gratitud a todos aquellos que aportasteis vuestras ideas en el post anterior. También los hubo que dijeron que no fuera malo y blablablá…  Las moralinas me dan sueño, así que reconozco que no presté demasiada atención a dichos comentarios.

Pero a los que habéis contribuido con mi acervo maligno, muchas gracias desde mi corazón gatuno.

I´m back.

Prrrrrr.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Napoleón y las perchas

Os he hablado en múltiples ocasiones de mis muchas rarezas. No tenéis más que pinchar en la etiqueta “Mis manías” para sentiros un poco más cuerdos. Pero tengo que decir que el tema ya empieza a toma un cariz preocupante.

Hallábame yo el otro día viendo tranquilamente una serie de televisión, cuando una fruslería, un detalle sin importancia, una nimiedad, vino a perturbar la tranquilidad que estaba teniendo hasta aquel entonces el visionado.

Una de las protagonistas de la serie estaba hablando con su hermano en el dormitorio mientras colocaba su ropa en perchas. Hasta aquí, todo muy normal, salvo por el hecho de que me percaté de que la muchacha metía la percha en las camisetas por arriba. Es decir, por el cuello de la prenda.

Y no os exagero ni una pizca si os digo que me desconcentré y al final tuve que tirar para atrás la secuencia para poder enterarme de qué habían dicho haciendo ímprobos esfuerzos para no fijarme en ese detalle. Mi mente no era capaz de otra cosa que no fuera gritarle a la televisión (como los abueletes) “¡No metas la percha así! ¡Métela por debajo porque si no vas a dar de sí el cuello de la camiseta!”. No diré que llegué a hiperventilar pero creo que me faltó el canto de un duro. Bueno, vale, con esto último estoy exagerando, a ver si al final os vais a pensar que estoy todavía más loca y para qué queremos más, pero no negaré que el asunto me hizo pasar un mal rato y bastante inquietud.

De verdad, ¿lo mío es normal? ¿Ya no sólo me preocupo porque mis prendas no se den de sí sino que ahora también me preocupo por las prendas de ficticios personajes de televisión? ¿En qué momento las manías, las extravagancias, o como queráis llamarlo, dejan de ser un simpático dato anecdótico y comienzan a ser susceptibles de tratamiento psicológico? ¿A alguien más le pasan estas cosas? Decidme que sí, por piedad. Mentidme si es necesario para que no sienta que voy a terminar mis días en un pabellón psiquiátrico, presumiendo con mis amigos de que he conocido en persona a Napoleón y a Catalina la Grande, porque si algo tiene de bueno verse recluido en un pabellón psiquiátrico es que se conoce a un montón de gente interesante. Sobre todo si terminas trabando amistad con alguien que padezca de personalidad múltiple. Eso mola; tienes cinco o seis amistades en una. Lo que no sé es si se conformaría con un solo regalo de cumpleaños o si debería comprar uno para cada una de las personalidades. ¿Qué dicta el protocolo en estos casos? Es importante que lo sepa porque tengo que ir aprendiendo a comportarme entre mis pares, que luego no me va a gustar convertirme en el bicho raro del manicomio y que nadie vaya a querer contarme la batalla de Waterloo mientras yo le coloco las casacas en perchas.

Cuidando que no se les arruguen las solapas.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Anuncios Pesadillescos CXCII: De surrealismo, productos bancarios y Lionel Richie

Hoy vamos con otro “largometraje”. Había visto algún anuncio cortito de esto y ya de por sí me había quedado alucinada pero, trasteando en TúTubo, he visto para mi alegría que existe versión extendida y, como buena freaky que soy, vengo a compartirla con vosotros porque yo soy así, generosa y altruista.

Voy a empezar hablando del producto porque es algo así como intangible. Se trata de un sistema de pagos por el móvil, tanto en locales comerciales como entre amigos y conocidos. A esta intangibilidad se le suma que todo el anuncio es una versión de la canción “Say you, say me” de Lionel Richie, que han modificado ingeniosamente por “Pay you, pay me”. Y diréis “¿Pero no hay subtítulos?”. Haberlos, haylos, pero en inglés, así que si no sabes inglés y ves este anuncio pues no te enteras mucho de qué narices anuncian. Muy útil, el spot, sin duda.

Primero medio te lo explica un tío sentado en una butaca dentro de un despacho maravillosamente decorado con una bola del mundo ¿Aún queda gente que tenga algo así en su casa o su despacho? Por suerte, lo explica en español, para que no nos quedemos tan colgados, pero enseguida amenaza con que lo va a cantar (en inglés).

Paso de transcribir la letra, así que os voy contando la secuencia de imágenes.  El pibe este empieza a cantar y un hombre bigotudo pintado en un cuadro le hace los coros. Luego canta a dúo con una chica. A él lo vemos dentro de una tele ochentera y, a ella, de otra. Las teles se mueven arriba y abajo y, entre las dos, rebota un móvil que va y viene en un claro homenaje al Pong, que tanto furor causó en los 70´s. Ya voy entendiendo lo del mapamundi.

Después sale una abuelilla duplicada por ordenador portando en su mano un vaso con una dentadura postiza que canta la canción. ¿Por qué? Pues ni idea pero ahí está. A la abuelilla le sigue el hombre del principio flotando sobre una nube en la posición del loto. Luego vemos una especie de presentación de oficina donde se proyecta sobre una pantalla el funcionamiento del sistema pero explicado de aquella manera, así que seguimos sin enterarnos de mucho.

Él y la anterior chica de la tele recorren los pasillos de la oficina sentados en unas sillas con rueditas mientras a su alrededor bailan billetes, monederos y moneditas creados por ordenador.

Y llega el momento del solo de batería, donde la abuelilla (que, al parecer, ya se ha puesto la dentadura) aporrea sin piedad unos tupperwares. No tengo muy claro si lo hace con baquetas o con agujas de tejer pero, ya a estas alturas, ¿qué más da ese detalle sin importancia? Y ya, por fin, se reúnen todos los personajes en la oficina cantando a coro y acompañados por un mono de juguete que toca los platillos sobre la fotocopiadora.

Cae una lluvia de confeti y desaparecen todos.

Salvo el mono.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Crónicas Felinas CXCV: Se aceptan sugerencias

Marrameowww!!!

No es agradable deciros esto pero tengo que confesar que hoy estoy algo falto de inspiración.

Parte de la culpa de esta terrible noticia que, sin duda, os ha devastado, la tiene el hecho de que hoy el día está lluvioso. Eso hace que solamente tenga ganas de dormir y acurrucarme en la cestita. Diréis, no sin cierta razón, que esto lo hago también los días de sol pero cuando hace sol dan ganas de salir a la terracita a mirar pájaros y, con suerte, cazar y comerse algún bichillo lo suficientemente imprudente como para colarse desde el exterior, para deleite nuestro y espanto de la bruja. Cuando hace frío la terraza permanece cerrada porque la bruja no permite que pase una pizca de fresquito, no sea cosa que a la mínima se ponga a tiritar. Esto le pasa porque tiene la manía de depilarse. No sé en qué cabeza cabe quitarse los pelos, que son lo que mantienen calentito a cualquier ser vivo que se precie. Los humanos hacéis cosas muy raras. No os podéis imaginar lo agradable que resulta tener una buena mata de pelo que tape hasta el último resquicio de tu anatomía. En verano es más molesto, no lo negaré, pero en invierno es muy de agradecer lucir un abriguito natural; sobre todo si es tan elegante como el nuestro y, para más inri, hecho a medida.

Otro motivo por el que hoy no tenía mucha idea acerca de qué contaros es que tengo la sensación de que esta semana nos hemos portado demasiado bien. No hemos hecho ninguna trastada reseñable y eso restringe mucho el material. La ventaja de esto es que hemos gozado de más golosinas y latitas que de costumbre pero tengo que plantearme seriamente conseguir una agenda para que no me pille el toro y tener, al menos, una maldad completada al finalizar la semana. Lo último que querría como gato bloguero que soy es defraudar a mis lectores no teniendo nada que contar o, lo que sería peor todavía, relatando lo monísimo y buenísimo que soy y lo feliz que me hace compartir un armónico hogar con mis amos. En la vida he usado la palabra “amo” porque aquí el único amo que existe soy yo y el día que eso cambie esta sección mutaría en ñoño-sección y tendría que ilustrarla con gifs llenos de purpurina y tiernas imágenes de gatitos bebés durmiendo apaciblemente.

Por tanto, como sé que no queréis que semejante aberración se produzca en esta sección, os animo a proponerme nuevas maldades que cometer en esta casa a fin de que siga reinando el caos (bueno, el caos y yo) y nunca, pero nunca, volvamos a vernos exentos de material. Prometo repartirlas en función de la personalidad de cada uno. Las que requieran de fuerza bruta las dejaremos para Munchkin y a mí me serán reservadas aquellas que impliquen una mayor estrategia intelectual.

Como Scarlett O´Hara, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a portarme bien.

Prrrrrr.

jueves, 17 de noviembre de 2016

He leído: “Detrás de la pistola” de Cristina Grela

Como os adelantaba en el post del jueves pasado, aproveché mi visita a Santiago de Compostela para desvirtualizar a Cris Mandarica y que, de paso, me firmara su libro. Sí, siento decepcionaros pero su apellido no es Mandarica. Sorpresas que nos da la vida…

Aproveché parte del viaje en tren y parte de la estancia en el hotel para terminarlo y así ir con los deberes hechos. Dado que lo leí en un viaje, cabe destacar que es un libro ideal para este fin. No es extenso, la historia es entretenida y el estilo es muy ameno, nada recargado, por lo que su lectura viene muy bien cuando estamos en “modo desconexión” que es como intento vivir yo la mayor parte de mis días.

Dado que no es extenso, no quiero contar demasiado. Sólo diré que la protagonista es Pilar, una mañica de pro, que tras sufrir un accidente, ve cómo todo su mundo se pone patas arriba.

Confieso que, al empezar a leer el libro, pensé que iba a ser una novela romanticona de esas que ahora los modernos dan por llamar chick-lit pero no. No es eso. Ni por asomo. En este libro nada es lo que parece y por eso os recomiendo encarecidamente que le deis una oportunidad y que os planteéis qué haríais vosotros si os vieseis en la misma situación que la protagonista. ¿Es mejor la venganza o dejar las cosas pasar? ¿Conviene confiar ciegamente en una persona?

Y no cuento más porque prefiero que empecéis a descubrirlo vosotros mismos pinchando aquí.

¡Feliz lectura!

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Anuncios Pesadillescos CXCI: La sexy-patata

El anuncio de hoy viene del otro lado del charco. De México, concretamente. Me lo pasó nuestra Avecilla preferida y, salvo error u omisión, no lo he visto por estos lares.

Vemos a una chica en un avión. Monísima ella, guapísima ella. Y, probablemente, riquísima ella porque vuela en Business y tiene espacio para las piernas, no como una que se mete vuelos de doce horas encajonada como puede y prescindiendo de la circulación sanguínea porque ese es un privilegio reservado a los pudientes.

Junto a su asiento pasa una azafata portando una bandeja con bolsitas de patatas fritas. La chica coge una bolsa y lo que sucede a continuación, pese a ser indescriptible, intentaré describirlo para vosotros.

Mira hacia el monitor que tiene en el respaldo del asiento delantero y se lleva un dedo a los labios pidiendo silencio, porque está a punto de hacer algo prohibido. En el monitor, vemos una patata frita “desnuda” de cintura para arriba pero con gafas de sol, pantalones y gorra de policía. Seguidamente, la chica abre la bolsa y muerde una patata cerrando los ojitos y con una sensualidad que no se asemeja en absoluto a cuando yo me pongo gocha delante de la tele, desparramando migas por doquier. En vista de esto, la patata-policía se deshace de su gorra lanzándola por los aires y ella se desata la coleta (vamos, que se desmelena).

La patata-policía se quita el cinturón con un brusco movimiento mientras ella acaricia el canto de una segunda patata frita. La patata-policía, aprovechando que es de las onduladitas, se acaricia el torso dando a entender que tiene unos abdominales de infarto. Ella sigue zampando con glamour y sensualidad (lo único que me consuela es la paliza que se va a tener que meter en el gimnasio para que no se note el consumo de grasas saturadas) y, a lo loco, la patata-policía lanza los pantalones contra la cámara. Qué cosa más sexy; se me agita el pulso y todo.

Ella se hace la tímida tapándose los ojos pero luego le pide a la patata que aparte los pantalones de la cámara. La patata, que es de lo más chistosilla, obedece para mostrar que ahora luce informales vaqueros. Ella se ríe, picarona, mordiéndose un dedito y sin restos de patata entre los dientes.

Y la voz en off nos dice que no nos resistamos a semejante tentación.  No sé a vosotros pero a mí me han convencido. Estoy por pedirle al churri que se vista de policía para observarlo mientras como patatas fritas. Aunque no sé cómo voy a hacer para que él mismo luzca como una patata frita porque ahora mi mito erótico es un tubérculo ondulado y pasado por la freidora, nada de hombres de carne y hueso. Debe ser un nuevo fetichismo y yo aquí sin enterarme, tan moderna que me creía. Pronto hasta los anuncios de ropa interior serán protagonizados por patatas fritas.

Lástima que, con tanta patata, ya no vamos a entrar en ella.

P.S. Este anuncio resultó ganador del PAPA 2017 en la categoría Internacional:


lunes, 14 de noviembre de 2016

Crónicas Felinas CXCIV: De publicidad engañosa

Marrameowww!!!

Hoy vengo a relataros algo que me tiene preso de la indignación. Sé que la bruja ostenta el monopolio de hablar de anuncios en este blog pero, como le gano por goleada en lo que a estilo literario se refiere, procedo hoy yo también a aportar mi granito de arena en cuanto a la publicidad.

No voy a centrarme en un único anuncio, como hace ella, sino que voy a hablar en general de un tipo concreto de anuncios: Los de pienso para gatos.

Yo reconozco que la bruja es muy bruja y tal vez existan por ahí humanos de naturaleza más generosa pero, sea como fuere, esto no hace sino ofenderme sobremanera. Me refiero a que, hasta la fecha, no he visto un solo anuncio donde el  humano pese la comida antes de echarla en el platito como hace la bruja. Ni siquiera sirven una cantidad calculada a ojímetro con la ración que se supone que nos corresponde en función de nuestro peso y constitución. No. En los anuncios de pienso, los humanos sirven alimento hasta que el plato rebosa. Si esto no es cierto, me molesta que nos hagan creer que los humanos son así de dadivosos y que los que nos han tocado en suerte son unos agarrados de cuidado, que andan midiendo hasta el último grano de comida con tal de tener que comprar menos, aunque su excusa sea evitar que nos terminemos convirtiendo en bolitas ambulantes.

En caso de que sí sea cierto, entonces es que efectivamente me ha tocado la humana más roñosa del universo, lo cual me hace enfadarme todavía más y preguntarme “¿por qué a mí?”. ¿Quiere esto decir que yo podría estar comiendo montañas de pienso y tengo que conformarme con los granos contados (y pesados) que me proporciona la bruja?

De todas formas, tengo que decir que yo no soy de comer en grandes cantidades y, si me sobra pienso, ya no quiero el sobrante porque con el paso de las horas se queda como resequillo y ya no me mola. Yo soy así. Pero, más allá de esto, quiero disipar mis dudas en cuanto a si la bruja es así de avara o si la publicidad nos engaña haciéndonos creer que esos humanos generosos realmente existen.

Y otra cosa más. Que no os lleve a engaño esa típica escena de gato corriendo a la puerta cuando ve llegar a su humano. Os lo intentan vender como que estamos de lo más felices de veros y no, no es eso. Lo que tenemos es hambre y queremos que nos echéis algo en el plato, ya sea medido con cuentagotas como en cantidades dignas de banquete romano, pero algo.

Ese, y sólo ese, es el motivo de nuestras demostraciones de afecto cuando traspasáis el umbral, que parece que la publicidad de pienso quiere engañar tanto a los humanos como a los felinos y no se puede consentir.

A ver si unos y otros aprendemos a decir no a la publicidad engañosa.

Prrrrrr.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Mi experiencia gallega IV: Día 2 en Santiago de Compostela

Pues vamos hoy con la última parte de las crónicas de mi viaje a Galicia (me tiro semanas para relatar un viaje de cuatro días; está visto que me enrollo como las persianas).

El altar, con el botafumeiro pendiendo sobre él.
El último día fue bastante relajadito. Por la mañana fuimos a ver la catedral por dentro y llegamos poco antes de que empezase la misa del peregrino. Decidimos quedarnos, ya que tenía pinta de que íbamos a ver el botafumeiro en acción. Efectivamente, anunciaron que íbamos a disfrutar de la ofrenda del botafumeiro gracias a una familia japonesa cuyo nombre no entendí pero que sonaba como a Tamagochi.

Antes de empezar la misa, avisan en varios idiomas que está prohibido sacar fotos o vídeo durante el tiempo que dure la misma. La gente estuvo bastante comedida hasta el momento en que hizo acto de presencia el botafumeiro. Aquello empezó a parecerse más a un concierto de One Direction que a una misa y sólo se veían pantallitas por doquier, inmortalizando el momento en que aquello se meneaba para un lado y para otro (menos mal que yo no estaba en el área de recorrido del botafumeiro, porque no hacía más que pensar en qué pasaría si eso de repente se caía). Yo no soy una persona especialmente religiosa, lo admito, pero sí me considero una persona respetuosa con las creencias de la gente y, sinceramente, me pareció una falta de respeto. Estás en una misa, no en un show. Si te dicen que no se puede grabar ni sacar fotos, pues no grabes ni saques fotos, hombre ya. Aunque me hizo mucha gracia un cura jovencito (creo que mexicano) que venía con todo el séquito de curas que ofician la misa, el cual sacó un móvil de debajo de la sotana y sacó una foto subrepticiamente. Un sacerdote más mayor, que estaba a su lado, lo reprendió y al final los dos se rieron. Se podían haber hecho un selfie, ya que estaban.

Nos tocó ver la misa debajo del órgano.
Casi nos quedamos sordos.
La catedral por dentro es impresionante. Demasiado recargada para mi gusto pero impresionante. Me llamó mucho la atención que tuvieran varias capillitas para dar misa en diferentes idiomas y también la cantidad impresionante de confesionarios (también en varios idiomas) con una lucecita arriba para saber cuáles están libres, como los taxis. Cuánta organización, oye.

Otra cosa que me llamó la atención es que, a la salida, antes de pisar la calle te ves dentro de una tienda, como cuando sales de una atracción en un parque temático. Se les ha ido un poco la mano con eso, en mi humilde opinión. Luego hicimos la pertinente cola para abrazar el santo y ver el sepulcro, como es tradición y nos fuimos a dar una vueltecilla y a comer (repetimos en Petiscos do Cardeal, que nos había gustado mucho el día anterior).

Y nos fuimos a descansar al hotel hasta la noche porque estábamos agotados. A la noche, tocaba desvirtualización (que me gusta a mí una desvirtualización). Quedamos con Cris Mandarica y su chico. Cris, que es muy maja, nos enseñó los pies de Cervantes. No lo explico porque, si viajáis a Santiago es mejor que os lo enseñe alguien de allí. ¡Gracias de nuevo, Cris!

Fuimos a cenar (no recuerdo dónde porque cuando voy con gente me dejo llevar y no me entero ni por dónde ando). Probé el raxo con patatas y me volví a poner hasta las patas de pulpo. Ayyyy, cómo echo de menos el pulpo…

Con la Mandi y su hijito-libro.
Aproveché la ocasión para que me firmase su libro “Detrás de la pistola” (en breve, reseña en este humilde blog) y ya con la pancita y el corazoncito henchidos de satisfacción, cada mochuelo voló a su olivo.

A la mañana siguiente, como teníamos unas horas hasta que saliese nuestro tren a Madrid, el churri y yo volvimos al casco antiguo a comprar un kilo de queso San Simón, que estoy cuidando como oro en paño. Qué cosa más rica, por favor… Y me monté al tren con el queso. Me faltaba la gallina y la bota de vino.

Así que, en conclusión, ha sido un viaje de lo más provechoso y una escapada que recomiendo a cualquiera que tenga por ahí unos días libres y no sepa a qué destino dirigirse.

Eso sí, recomiendo hacer dieta antes y después del viaje.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Anuncios Pesadillescos CXC: ¿No puedes permitirte la empatía?

Hace tiempo que veo este anuncio y he estado aplazando su destripe porque es un poco corto y, dada su escasa longitud, me cuesta escribir un post decente con tan poco material.

Pero el asunto es que lo siguen emitiendo… y yo cada vez me pongo más de los nervios cuando lo veo. Por tanto, procedamos a comentarlo.

Un hombre sale de su casa y se dirige a su coche. Detrás de la valla de la casa contigua, aparece un niño. Rubito, de ojos claros. Casi podría decirse que es un querubín bajado del cielo. Dirigiéndose al vecino, le dice “Bonito coche”. El vecino, que no sabe la que se le viene encima, sonríe y le da las gracias porque es un hombre educado.

El niño, viendo que su víctima ha mordido el anzuelo, prosigue preguntando si el precioso coche que tiene delante de sí tiene wifi incorporado. Ante la respuesta negativa, el  niño continúa su ataque preguntando “Lo controlas desde el móvil, ¿no?” y “¿Verdad que llama para pedir ayuda en caso de accidente?”. El pobre vecino ya no sabe qué cara poner. Mira su propio coche de hito en hito e imagino que estará pensando que para qué quiere él tanta pijotada; que él sólo busca un coche para desplazarse al trabajo y no un juguete a control remoto.

Y ahí ya viene la puntilla. La gota que desborda el vaso y que, si yo fuera el vecino, me darían ganas de soltarle una guantada con toda la mano abierta al niñato repelente. En serio, no soy una persona violenta pero este niño despierta en mí instintos asesinos. La pregunta en cuestión es “¿No puedes permitirte un (marca anunciante)?”.

¿Se puede ser tan clasista y asqueroso a una edad tan temprana? ¿Se puede tener menos educación? ¿Qué valores han inculcado a este niño ficticio sus igualmente ficticios padres? Habría que demandarlos o algo. Os juro que pocas cosas en materia televisiva me ponen de tan mala gaita como este anuncio.

De más está decir que, luego de soltada esta perlita por parte del niñato odioso, sale el padre del susodicho, que es un madurito interesante con pinta de moderno, a montarse en el maravilloso coche con wifi que lo espera en la entrada. Saluda al vecino con una sonrisa que me atrevería a decir que tiene un aire de condescendencia, como si le estuviese perdonando la vida al otro por no tener un coche que sepa llamar por teléfono.

Y luego nos cuentan las características del coche pero confieso que, a estas alturas, ya ni presto atención por estar rumiando mi cabreo y gritándole al churri “¡Qué patada en la boca tienen todos en esa familiaaaa!”

Un momento, que voy a respirar un rato en una bolsa de papel y vuelvo a terminar el post.






Hala, ya está. Ya no hiperventilo pero sigo de mal humor. Creo que el anuncio no está rodado en España y menos mal para el niño porque como me lo cruzara algún día…

lunes, 7 de noviembre de 2016

Crónicas Felinas CXCIII: Juegos de otoño

Marrameowww!!!

Parece que el otoño ya está aquí. La bruja se pasa el día como alma en pena lamentando la ausencia de sol, el frío y el exceso de lluvia. Dice que todos son desventajas. Hay que ponerse más ropa que terminará más apelotonada en el tendedero y, como consecuencia de la humedad reinante en el ambiente, tardará más en secarse, con el consiguiente desbaratamiento de su férrea organización de días dedicados al planchado. Vamos, que no hay quien la aguante.

Nosotros, sin embargo, estamos de parabienes. Por fin se ha ido el calor asfixiante y ya no tenemos que tirarnos en el suelo cual babosas, con lo poco elegante que queda eso. Ahora nos acurrucamos en el sofá, como gatitos de bien y hasta levantamos algún suspiro a la bruja cuando me tumbo encima de ella y la miro con ojitos de gusto. Ella dice que es porque la miro con cara de amor; en realidad es que lleva una manta encima y no ha nacido quien diga que no a una mantita en el sofá en una tarde de otoño.

Otra ventaja que tenemos ahora que han bajado las temperaturas es que ya podemos jugar a perseguirnos sin que nos parezca un esfuerzo sobrefelino. El viernes pasado por la noche, después de la cena de los humanos y luego de conseguir el trozo de merluza por el que habíamos estado dándole la brasa a la bruja, nos pusimos alegremente a jugar al pilla-pilla.

Pero lo que cualquiera vería como un entrañable momento lúdico terminó en tragedia (para la bruja) ya que, en un momento dado, nos dio por subir a pelearnos al sofá. Pero el sofá no estaba vacío. Sobre él reposaba la bruja cuan larga es viendo alguna tontería en la televisión. Munchkin y yo empezamos a pelearnos encima de la bruja porque a nosotros lo que diga el protocolo nos es indiferente. Por un zarpazo mal dado, ambos perdimos el precario equilibrio que manteníamos sobre ella y, lógicamente, de alguna manera teníamos que evitar dar con nuestros huesitos en el suelo. Así que optamos por aferrarnos con las uñas a lo que teníamos más a mano; dícese: su pierna.

El resultado fue un chillido indescriptible y el consorte echando agua oxigenada y soportando alaridos para curar un boquete que le hice yo mismo en el muslo con mi pata delantera y otros tres que le proporcionó el imberbe en la pantorrilla.

Total, que la hemos dejado como un colador. A la “pobre” se le acumulan las desgracias. Todavía no se le ha quitado una marca que le dejó Munchkin en verano sobre un tobillo porque decidió que era muy divertido jugar con un pie que se movía bajo la sábana y ahora tiene más heridas de guerra por las que preocuparse.

Eso sí, esto no fue óbice para despertarla religiosamente a las ocho y media de la mañana del sábado reclamando nuestro alimento, porque tanta carrera nos había hecho gastar muchas calorías y no conocemos el arrepentimiento.

Prrrrrr.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Mi experiencia gallega III: Día 1 en Santiago de Compostela

El tercer día de nuestro viaje pusimos rumbo a Santiago de Compostela, aunque A Coruña todavía tenía que sorprendernos con algo más. Cuando íbamos hacia la estación de tren, vimos en un parque cercano a nuestro hotel que el jardinero todos los días pone la fecha en los setos. Admirada por su trabajo (y por su gran paciencia) no pude sino fotografiar su obra:












El calendario más laborioso del mundo
Tomamos el tren a Santiago y, al llegar, no pude evitar reírme porque alguien que venía con nosotros en el tren desde Coruña, llegó con una tarta de Santiago. No sé a quién pretendía homenajear en Santiago con una tarta de Santiago pero me dio por pensar qué pensaría un madrileño si recibe visita de un pariente de Córdoba y se le presenta con un cocido madrileño.

Una vez vaciado nuestro maletoncio en el hotel, pusimos rumbo al casco histórico. Y ahí nos tiramos el día, paseando entre callejuelas que vete a saber cuántos pies han pisado desde hace tantos siglos. Esas cosas a mí me impresionan mucho. Hay que reconocer que, aunque es pequeñito y se puede recorrer perfectamente en medio día, tiene tanto que ver que, como te dé por averiguar la historia de cada edificio frente al que te paras, te puedes tirar allí semanas. Como no teníamos semanas, pues hicimos un recorrido un poco light, lo reconozco, y hay cosas que las veía sin saber lo que eran. De las cosas que sí sabemos lo que eran no hay mucha foto porque estaba todo lleno de gente y confieso que me da muuuucha pereza ponerme a borrar tanta carita en las fotos, así que lo siento si este post no es muy histórico que digamos y no se capta bien la esencia de lo que representa Santiago de Compostela.

Lo que sí supimos lo que era fue la Catedral, porque es inconfundible. Tuvimos la mala suerte de que el Pórtico de la Gloria, que es la entrada principal, estaba de obras, así que en la foto no ha quedado muy chulo pero en fin, es lo que hay. No pude utilizar mis influencias de blogstar para que retiraran los andamios ante mi visita.
El Pórtico de la Gloria con sus andamiajes.


De todas formas, ese día no entramos a la Catedral y, como digo, nos dedicamos a callejear, como puede apreciarse en las fotos, donde vemos unas callejuelas estrechísimas por las que es complicado pasar si te topas con alguien de frente. Tengo que reconocer que, si bien es cierto que yo tengo un sentido de la orientación nulo, Santiago de Compostela hizo que me desorientase todavía más. No entiendo cómo puede ser tan fácil perderse en un sitio tan pequeño.

En cuanto a la comida, que sé que lo estáis esperando porque un post mío de viajes es menos post si no comento lo que zampo. Al mediodía comimos en un local de tapas llamado “Petiscos do Cardeal”, que queda en el propio casco histórico (Calle del Franco, 10). Recuerdo que comimos navajas, unas hamburguesitas de buey que estaban de muerte y de postre me comí un queso do cebreiro con miel que hizo mis delicias (y que me recordó a mi ex jefa, que se había criado en Galicia y, como iba mucho, a la vuelta siempre nos traía cebreiro con miel). Todo delicioso.

A la noche cenamos en el restaurante “O Sendeiro” (Rúa do Olvido, 22). Creo que, cuando llamé por la mañana, conseguí mesa de chiripa porque no es muy grande y estaba lleno. Totalmente recomendable también. Allí comimos una tabla de quesos gracias a la cual conocí el queso San Simón, que ha conseguido conquistarme por completo, entrecotte de vaca y, de postre, una mousse de queso (sí, más queso) que no conseguí terminarme de tan llena que estaba. Para colmo, la vuelta al hotel era en cuesta y llegué sin resuello pero feliz.


La semana que viene terminamos la crónica. Por aquí os espero. Os dejo con foticos:

La Torre de las Campanas.

Una callejuela por la que no podría transitar Espinete.

Yo.

Otra vez yo.

El Mercado de Abastos, que a esas horas estaba cerrado.

Frente al Correo Gallego. Me dijo el churri que,
como periodista, no podía prescindir de esta foto.

Más calles.

Y más calles.

Esta foto tiene un deje nostálgico que me encantó.

Yo, sobre Santiago.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Anuncios Pesadillescos CLXXXIX: La surfista dental

Este anuncio es una mezcla de animación con ordenador y actuación de personas reales. El resultado de esto no siempre es tan espectacular como el que vemos en algunas películas de ciencia ficción o terror (aunque da bastante miedito).

Vemos una mandíbula humana gigante que se abre y comprobamos que hay un hueco bastante considerable entre los dientes. No pasa nada. El hueco será rellenado con una prótesis de cuatro dientes que baja desde los cielos. La prótesis (igual que las desgracias)  no viene sola. Sobre ella, se mantiene en pie como buenamente puede una mujer. La mujer nos dice que, si llevamos dentadura, hagamos una prueba. Ya empezamos mal. Dentadura llevamos casi todos en esta vida. Deberían especificar que estamos hablando de una dentadura postiza. La prueba, digna de uno de los trabajos de Hércules, consiste en empujarse los dientes con la lengua para así constatar si se mueven o no.  Qué me vienes con andar matando toros en Creta o sacar a Cerbero del Inframundo. A Hércules le tenían que haber pedido que se empujara los piños con la lengua.

En el caso que nos ocupa efectivamente se mueven, lo que provoca que nuestra protagonista de hoy se tambalee y dé la sensación de que está haciendo surf sobre unos dientes. Surrealista y tétrico a partes iguales. Intenta hablar mientras aquello se menea como una barca a la deriva y pregunta si lo notamos. Pues no, yo no noto nada, y eso que llevo dentadura. Ahhhhh, que no aclararon que hablan de dentaduras postizas, es verdad.

Pero, por suerte para todos los usuarios de dentadura (postiza) hay un producto que se adapta de maravilla a las encías para que las piezas dentales queden fijas en su sitio y no salgan por ahí disparadas a la primera de cambio, con lo peligroso que es eso para los ojos de los demás (para ellos podrían hacer una secuela hablando de ojos de vidrio). Gracias a esto, la dentadura se queda ahí más firme que una roca y te puedes olvidar de ella. Espero que te puedas olvidar de ella mientras la llevas puesta, porque dejársela por ahí tirada después de quitársela no mola nada. Primero porque esas cosas cuestan dinero y, segundo, porque no me gustaría estar en el pellejo de quien se la encuentre.

Para finalizar tanto argumento científico, la chica muerde una manzana con cara de placer. A todas luces, ella no lleva dentadura (postiza) pero ya nos hacemos una idea porque somos muy listos a pesar de haber tenido que adivinar que se hablaba de dentaduras postizas.

Y poco más, sale un rótulo diciendo que este producto proporciona una fijación diez veces mayor y un asterisco nos aclara que este valor surge de la comparación con no usar adhesivo, lo que me hace pensar que, en realidad, da lo mismo usar un adhesivo u otro, y el anuncio termina, dejándonos a todos empujándonos los dientes con lengua por no haber aclarado bien las cosas desde un principio.