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jueves, 28 de noviembre de 2013

Limpia, brilla y da esplendor

En mi trabajo nos hemos mudado varias veces; debe ser que les gusta tenernos cada dos por tres embalando cosas y apostando a ver qué perderemos por el camino. ¡¡Podremos perderlo todo menos la dignidad, compañeros!! Perdón, he sido poseída por un sindicalista. Ya pasó.
En la antigua sede teníamos una señora de la limpieza que hablaba mucho y lo reconocía abiertamente. “A mí me gusta mucho hablar”, decía. Y te daban ganas de contestarle “Cualquiera lo diría…”. Pero si veía que no podías prestarle atención en ese momento respetaba eso y te dejaba tranquila.
Cuando nos mudamos a la nueva sede, tenía la esperanza de que nos tocase una señora de la limpieza menos habladora porque, la verdad, la que teníamos era muy maja pero a mí en lo personal me pone muy nerviosa tener que hablar de temas que ni me interesan, sólo porque se supone que hay que socializarse y esas cosas…
Pues a nuestra señora de la limpieza la mandaron a otra planta y a nosotros nos pusieron otra y… ¿habéis escuchado alguna vez la expresión “Virgencita, que me quede como estoy”? Pues eso. No sólo es que no calle ni debajo del agua, es que no se da ni por aludida cuando ve que no puedes (o no quieres) prestarle atención. Yo confieso que cada vez estoy más borde con ella y me da rabia porque tampoco es que me haya hecho nada pero os voy a poner un par de ejemplos para que veáis que mi reacción es hasta normal.
Si ve que estás hablando de algo con un compañero (y no me refiero a cotilleos, que ahí puede ser hasta comprensible, sino de temas de trabajo que supongo que deben resultar aburridos para quien no desempeña nuestras mismas tareas) no es que haga el típico truco de “voy pasando el trapito por aquí y lo paso despacito porque quiero dejar esto impoluto”. No, el disimulo no va con ella. Ella directamente se apoya en el palo de la fregona y te mira directamente para no perder ripio de la conversación. Si la miras con cara asesina le da igual.
Una vez trajo un bizcocho y nos dio un trocito a cada uno. Yo estaba hablando por teléfono (de un tema laboral, se entiende) y ella no hacía más que meterme el bizcocho por las narices, que me dieron ganas de decirle “pero a ver, ¿no ves que estoy hablando? ¿No puedes venir luego o dejarlo aquí encima de la mesa y ya luego me cuentas?”.
Yo generalmente trabajo con los cascos puestos porque así escucho mis éxitos ochenteros mientras tanto y la tarde se me hace más amena. Suelo ponerlos bajitos porque me pone nerviosa que alguien quiera hablarme y no enterarme. Sin embargo, confieso que hay veces en que ella me habla y yo finjo no escucharla. Perdón, finjo no oírla. Escucharla, no la escucho nunca. Pero no os creáis que esto le supone algún impedimento. Ella sigue, aunque no la esté ni mirando.
Sus temas preferidos suelen ser el retraso del pedido de los productos de limpieza y la última discusión que haya tenido con su jefa a quien, por cierto, nunca hemos visto pero ella a cada rato nos pregunta si ha pasado por la oficina. Bueno, y tiene más temas pero éstos me los dedica exclusivamente a mí, que no soy naaada aprensiva, como sabéis. Me ha contado su última diarrea, el aspecto de sus mocos en su último resfriado y una vez también vino a contarme que ese día no había tenido tiempo de bañarse. Genial.
Una vez, para variar, me pilló de consejera de belleza y me comentó que se había hecho una limpieza de cutis y, para confirmar los resultados, me preguntó:
- ¿Me se nota?
Y pude tener mi venganza silenciosa y liberadora contestándole:
- Te se nota muchísimo.
Aunque desde entonces siempre se lleva mi silla por delante cuando pasa detrás de mí con el carro de sus utensilios.

P.S. Macondo ha cometido la imprudencia de contar conmigo para sus Macondografías. Podéis leer la mía pinchando aquí y de paso echarle un ojo al resto, que no tienen desperdicio.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXVII: El ataque de los electrodomésticos asesinos

De pequeña flipaba con los Muppets. De un poco más mayor, seguía flipando con los Fraggle (vale, con ésos flipo todavía hoy, que eran una caña.  Me recuerdo con 18 años, ya cursando estudios terciarios y viendo los Fraggle… y no me da vergüenza ni nada). Con lo que he flipado menos es con el nuevo anuncio de una popular cadena de electrodomésticos e implementos informáticos y de ocio electrónico en general (ésa que te hace sentir que eres un pardillo si no compras ahí), de lo que deducimos que no cualquier cosa que caiga a mis retinas en formato marioneta me hace flipar.

Pues sí, las protagonistas de su nueva campaña son unas marionetas que simulan ser compañeros de piso. Un piso donde parece no funcionar nada. Uno de ellos sale volando a causa de un chorro de aire asesino emergente del aparato de aire acondicionado, mientras otro es perseguido por una lavadora semoviente (en mi casa esto sí podría llegar a suceder, que es ella muy aficionada a irse de paseo durante el centrifugado. Se ve que el ritmillo sabrosón le provoca marcarse unos bailes por mi cocina. Aún no he conseguido pillarle el paso). El pobre “marioneto” perseguido por la máquina de lavar pasa por delante de otros que juegan a la consola (¿en esta casa nadie trabaja?) hasta que la tele les explota en la cara. Esto de que explote la tele también me ha pasado, como colofón a una serie de catastróficas desdichas electrónicas que tuvieron lugar en mi casa en el lapso de una semana y donde nos quedamos sin un móvil, un ordenador y, ya para rematar, la tele, que optó por abandonarnos mostrando su disconformidad y haciendo el mayor escándalo posible para trauma de mis gatos.  Creo que se han inspirado en mí o algo para hacer el anuncio.

Viene otro “marioneto” que se sienta en la misma butaca de la marioneta femenina que se acaba de cargar la tele y, como el suelo se ve que tampoco era de buena calidad, se hunden en el abismo yendo a parar al piso de abajo, ante el asombro de la concurrencia (humana, en este caso, que hacer tanta marioneta se ve que ya daba perecita). ¿Y qué hay en el piso de abajo? Efectivamente, una tienda de electrodomésticos de la empresa anunciante. Se emocionan y concuerdan en que ése es su piso ideal. Se ve que no han salido nunca a la calle si hasta ese día no se habían dado cuenta de que vivían encima de una tienda. Serán como los Diminutos, que nadie sabe dónde están y seguro que no los verás.

Y tan contentos que se quedan ellos sabiendo que van a poder reponer con comodidad todos sus electrodomésticos infernales. El tema del agujero en el suelo no sé cómo piensan resolverlo, aunque en las proximidades de estas tiendas suele haber otra cadena de implementos de bricolaje. Esta gente (o lo que sea) debe de vivir en un polígono industrial. 

martes, 26 de noviembre de 2013

Ustedes Dirán LXV: Nostalgia de una serie nostálgica (sugerido por Mukali)

Tengo unos lectores que no me los merezco (bueno, sí me los merezco, qué leches…). La semana pasada comentaba que me había quedado sin propuestas y me llegaron dos el mismo día. Si es que sois unos soletes.
Me he dado cuenta de que esto del Ustedes Dirán va como por rachas. Tuvimos nuestra etapa de los manuales de instrucciones de todo lo habido y por haber y ahora llevamos una temporadita de momento remember total. Vamos con el momento remember de Mukali.
Hoy le toca el turno a otra de esas series que marcaron mi infancia (ya casi adolescencia). Hablamos de “Aquellos maravillosos años”.
He de confesar que, cuando Mukali me lo propuso, me quedé un poco desconcertada. Porque es la típica serie que recuerdo con muchísimo cariño pero sólo tengo breves pantallazos en mi mente de qué era lo que se cocía allí. Lo que sí que podría reconocer siempre, siempre, era su melodía de cabecera: “With a little help from my friends” de Joe Cocker. Por lo demás, pues eso, imágenes sueltas, flashes pero no recuerdo exactamente el argumento.
Recuerdo, eso sí, que estaba ambientada allá por el final de la década de los sesenta y principios de los setenta y la mecánica era un poco parecida a nuestra española “Cuéntame cómo pasó”. Un niño va creciendo ante nuestros ojos mientras su “yo” adulto nos va contando cosas de esos años (tan maravillosos). Vamos, que con “Cuéntame cómo pasó” no descubrieron precisamente la pólvora.
También recuerdo que el protagonista, Kevin, tenía un amigo híper-inteligente y nerd llamado Paul Pfeiffer. Recuerdo también que una compañera mía de colegio tenía unas gafas igualitas a las del tal Paul. Y, claro, la vacilaban cosa mala. Y, claro, se mosqueaba.
¿Qué más recuerdo? Pues que Kevin esta enamoradísimo de una tal Winnie (tenía nombre de oso adicto a la  miel pero no era el caso), que un día se fue a estudiar arte a París (oyoyoyoy) y, cuando finalmente volvió, él ya estaba casado y era papi. No recuerdo si ella también se había casado. No es que le hiciera yo mucho caso a esa mala pécora que pasó de mi Kevin y se fue a comer baguettes con paté de oca cirrótica. A modo de curiosidad (me acabo de enterar; no es que sea yo un libro abierto en cuanto a anécdotas televisivas), resulta que la vecina de Winnie en la serie, que competía con ella por el amor de Kevin, era en la vida real la hermana de la actriz que interpretaba a Winnie. Vamos, que todo quedaba en familia.
En definitiva, que me han dado unas ganitas tremendas de agenciarme la serie y volver a verla, a ver si recuerdo algún capítulo completo, que todo lo que me viene a la mente son retazos y así no se puede ir por la vida, ni que estuviera gagá. ¿Será que cuando conocí Twin Peaks olvidé todo lo acontecido televisivamente hasta el momento?
Qué vicio con la Laura Palmer ésa...
P.S. Seguid mandándome cositas, que luego vienen las vacas flacas y sufro por mi sección. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

Crónicas Felinas LXIX: La bata-panda

Marrameowww!!!
Seguramente recordaréis mi post de la semana pasada (espero que lo recordéis porque si no es que no me hacéis ni caso y seré un “gaconejo” triste). Pues bien, tengo que contaros que estos últimos días no he tenido yo demasiado tiempo para preocuparme acerca de mi identidad. ¿El motivo? Que creo que la bruja está peor que yo y no diré que me da pena porque no me la da, básicamente, pero sí que me causa cierta inquietud.
Como sabréis, el invierno ha entrado así como que de golpe. Un día estábamos a gustito y al día siguiente estábamos con castañeteo de dientes y todo (bueno, sobre todo los humanos porque yo me pongo el rabo a modo de echarpe y que salga el sol por Antequera). Este repentino descenso de las temperaturas provocó que la bruja se pusiera una bata de color blanco con los puñitos negros. Hasta ahí, bien. Tenía pinta de maruja pero tampoco es que en otras circunstancias tenga un aspecto mucho mejor así que no le di mayor importancia.
Total, que me pongo tan tranquilo a ver un documental de animalitos (me encantan los documentales de animalitos) y, cuando miro a mi lado, doy un respingo del susto que me meto. Aquello que había ahí parecía la bruja pero no era la bruja. Tenía ojos grandotes, y morritos y dos orejas negras en la punta de la cabeza. Me acerqué con los ojos como el dos de oros y no sin cierto recelo a olfatear aquellos apéndices que le habían salido de repente. ¿Se estaba convirtiendo en un oso panda? ¿Qué cruel broma del destino se suponía que era aquella?
Pero no. Finalmente, descubrí que la cabeza de panda no era más que la capucha de la bata. ¿Habéis visto la bata-manta? ¿Esa que te da aspecto de pertenecer a una secta OVNI o un monje capuchino? Pues ésta es la bata-panda. Y así va ella tan campante por la casa. En cuanto le da frío en las orejas se sube la capucha y se transforma en oso. Con un par.
Mi susto inicial ya pasó. Ya he caído en la cuenta de que es la misma tarada de siempre transformada en úrsido. Lo que nos venía faltando, ya. Dicen que aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Yo añadiría que aunque la bruja se vista de panda, sigue siendo bruja y encima con pinta de ridícula. Mira tú que dos por uno más guapo.
En definitiva, que no sé quién está peor. El consorte a veces se pone a hablar con ella y, al rato recapacita y dice “no sé qué hago yo hablando de esto con un panda”. Yo sólo quería una familia normal para que me dieran de comer y me hicieran mimitos de vez en cuando. ¿Qué necesidad tengo yo de vivir en esta casa de locos? No me extraña que luego tenga crisis existenciales. Como para no tenerlas, en este entorno desequilibrado en el que vivo.
Prrrrrr.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El cine no es para mí

Hace poco (bueno, no tan poco, pero este blog no se caracteriza por estar en la cresta de la ola en lo que a actualidad se refiere) se realizó la Fiesta del Cine donde, durante tres días se podía ir a ver una peliculita (o varias, según tu grado de cinefilia) al irrisorio precio de 2,90 €. Como era de esperar, las salas se llenaron porque al precio que está el cine hoy en día este precio para una entrada no era nada despreciable y gente que hacía años que no pisaba un cine se puso las botas esos días.
Menos una servidora. Dolega escribió una entrada acerca de esto que podéis (y debéis) leer pinchando aquí. Y estoy muy de acuerdo con ella cuando comenta que tampoco es que haya últimamente muchas películas por las que valga la pena abandonar el calorcito y la seguridad de tu hogar para ir a una sala de cine pero creo que, aunque saliera una pieza del séptimo arte que estuviese yo muriéndome por ver, me esperaría a poder verla en DVD o por la tele. Porque soy vaga, sí, tampoco vamos a estar buscando explicaciones rebuscadas.
Pero hay algo más que la vagancia. El cine es incómodo. No las butacas que son, en muchos casos, más cómodas que el sofá de mi casa con diferencia. Es la gente quien lo vuelve incómodo. Yo tengo mucho tino y me suele tocar delante el armario de dos metros (tal vez no es tan alto y simplemente es cabezón, qué se yo), por lo que ya tengo que estar ladeando la cabecita toda la película si quiero ver algo. Detrás me suele tocar un niño que guste de dar pataditas al asiento de delante (dícese, al mío). Por los alrededores tendré, seguro, alguna pareja de críticos frustrados poniendo pegas, comentado que si fulanito está muy flojo en el papel  o que si la iluminación es desastrosa, cuando probablemente lo más que entiendan sobre iluminación sea el pasillo de lámparas de cierta famosa tienda sueca de muebles.
Y después tendré, da igual si cerca o lejos porque a éstos se les oye bien, a los cinéfilos gourmets, que parece que han ayunado tres días antes de ir al cine a fin de aprovechar la película para inflarse a cuanta porquería engordante conozcan. Las palomitas son algo muy ad hoc para el cine y apenas hacen ruido, así que ésas las perdonamos pero… ¿Patatas fritas? ¿Hay algo que haga más ruido que eso? Sólo el hecho de abrir la bolsa ya implica sufrimiento auditivo, por no hablar de cuando empiezan a masticar, con ese crujido insoportable. ¿Y los refrescos? Mientras queda líquido en el recipiente, no vamos mal del todo pero nunca falta quien se dedica a sorber las últimas gotas de refresco, con ese sonido característico de quien consume más aire que bebida. Como buena rioplatense, siempre tengo ganas de preguntar “¿Está bueno, el mate?”.
Y por todo lo antedicho, como en casita en ningún sitio. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXVI: Que vuelva el calvo, por favor

¿Os acordáis del calvo de la lotería? Qué tiempos, aquellos, ¿verdad? Desde su partida, ya nada ha vuelto a ser igual y el anuncio de la lotería de Navidad, que otrora esperábamos con ilusión y ansias por saber con qué nos sorprenderían este nuevo año, se ha convertido en un cúmulo de despropósitos.

El anuncio de este año 2013 no iba a ser la excepción, por supuesto. Alquilaron un pueblo entero y contrataron a cinco cantantes famosos (que no nombraré porque ya bastante tienen con lo que tienen, los pobres). Vamos, que se deben haber dejado una buena pasta en la producción de este mensaje publicitario infernal.

La acción comienza con un tío corriendo con una velita en la mano por un pueblo desierto plagado de más velitas por los suelos, marcando el camino hacia la ilusión y el espíritu navideño. Le falta llevar un reloj en la mano, como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, comentando lo tarde que se le ha hecho. Y sí se le debe haber hecho tarde porque el pueblo no es que esté desierto, es que están todos concentrados en la plaza, viendo cómo nos cantan una especie de villancico aggiornado con la música de “You were always on my mind” de Elvis Presley. Un sinsentido, todo. La decoración, pues muy navideña, con su árbol gigante en el medio de la plaza y montañas de velitas por doquier, presentes también en las manos de los asistentes a los que se ve como muy espontáneos, todos ellos (guapísimos, monísimos, con unos gorritos ideales y que se abrazan y se dan besitos llenos de amor y de buenas intenciones). En un gasto energético y unos efectos especiales sin precedentes, los pelos de dos de los cantantes vuelan al viento de macroventiladores (para los otros tres no soplaba el viento, que se nos despeinan). Una famosísima soprano, participante en el canturreo, tiene cara de “¿Qué pinto yo aquí?” y no es para menos. A lo que hemos llegado.

El anuncio es soso, trillado y aburrido a decir basta. Me dieron ganas de cortarme las venas con una pestaña según lo veía. Quiero que vuelva el calvo y quiero que vuelva ya. No me ha gustado nada. Pero nada de nada. Se nota, ¿verdad? Es que me da miedo que alguien vaya a pensar por un momento que esto me ha gustado siquiera un poquito.

Como no todo van a ser malas noticias, Desmadreando ha propuesto una versión alternativa que podéis ver aquí y, ya de paso, participar de su décimo que, en un ataque de generosidad sin parangón (bueno, con parangón sí, porque ya lo hizo el año pasado) ha decidido compartir con sus lectores en caso de resultar agraciada. Eso es espíritu navideño y no lo de esta gente. La tenían que haber contratado a ella para crear el anuncio, que seguro que nos íbamos a echar unas risas y no se nos iban a atragantar los polvorones contemplando semejante horror televisivo. 

Editado 7 de mayo de 2014. Este anuncio ha sido galardonado con el PAPA (Premio al Anuncio más Pesadillesco del Año) 2014. Enhorabuena!!! He aquí su estatuilla. 


martes, 19 de noviembre de 2013

Ustedes Dirán LXIV: Mieditos de otros tiempos (sugerido por Yeste Lima)

Como recordaréis, la semana pasada hablábamos del popular concurso "Un, Dos, Tres: Responda otra vez" nacido del magín de Chicho Ibáñez Serrador. Pues bien, sin ponerse de acuerdo con Dessjuest, Yeste Lima me sugirió escribir acerca de una serie a la que también dio vida mi cuasi compatriota: "Historias para no dormir".

La primera de tres temporadas se estrenó en el año 1966 por lo que, como comprenderéis dado que soy prácticamente una adolescente, sólo alcancé a ver en vivo y en directo (bueno, la vi en diferido pero ya entendéis lo que quiero decir), la tercera.

Se trataba, en su mayor parte, de recreaciones de relatos clásicos de terror, surgidos de la pluma de, por ejemplo, mi queridísimo Edgar Allan Poe (algún día tendré que hablaros de la obsesión enfermiza que tuve con este hombre en mi adolescencia) o Ray Bradbury, aunque también hubo otros que contaron con idea original exprofeso para el programa. En mi casa no nos lo perdíamos y, por suerte, tuve la oportunidad de disfrutar de la primera temporada ya de talludita, gracias a una reposición que hicieron en el canal “Dcine Español”.

Se trataba, por tanto, de dar miedito. Y a pesar (o tal vez precisamente por eso) de que eran grabaciones en blanco y negro, vaya que si lo daba. Los efectos especiales en aquellas épocas no eran, por supuesto, ni de lejos los de ahora, por lo que optaban, más que por sorprendernos con las imágenes, por sumergirnos en un ambiente claustrofóbico y angustioso. Esto lo bordaban, oye. Contaban con buenos actores (algunos de los cuales son famosos aún hoy en día) que conseguían transmitirnos pavor o desesperación, según tocase. Era una gran serie y la prueba está en que, a pesar que la había visto de pequeña, cuando me enteré de que la reponían no dudé ni un segundo en grabarla porque, si bien sólo recordaba pinceladas, esas pinceladas me daban como un escalofrío que significaba que la serie había calado hondo en mi subconsciente. Tal vez deba echarle a Chicho la culpa de mi desequilibrio mental pero sería jugar sucio.

Sobre todo, me encantaba la disertación inicial que hacía el propio Ibáñez Serrador, donde nos regalaba una especie de introducción a lo que estábamos por ver. Es curioso (pero esto a título personal, que ya sabemos que cualquier tontería que me recuerde el terruño me hace saltar la lagrimilla) ver cómo, según avanzaban las temporadas, nuestro querido Narciso iba perdiendo su acento uruguayo.

Si os la perdisteis, está colgada en la web de RTVE, con sus dos rombitos y todo, y con esa introducción donde se abría una puerta chirriante y escuchábamos un grito desgarrador, que nos hacía prepararnos para vivir unos momentos de miedito, pero con gustirrinín.

La echo de menos pero no creo que me gustara ver una nueva temporada con los medios actuales. Parte de su encanto reside en su regusto añejo, como un buen vino. Muchas gracias, Yeste, por recordarnos esta joyita de la televisión nacional.

P.S. Estáis muy vaguetes con las propuestas. Animaos, que me dejáis sin sección…

lunes, 18 de noviembre de 2013

Crónicas Felinas LXVIII: ¿Seré un conejo?

 Marrameowww!!!

No pongáis esa cara. Ipso facto paso a explicarme y veréis cómo termináis, no sólo entendiéndome sino seguramente dándome la razón.

Dicen de los gatos que son mamíferos carnívoros. Mamífero debo ser, porque no me veo yo mucha pinta de reptil o de ave, además de que soy tremendamente mono, peludito y con la sangre caliente. Pero lo de carnívoro… eso es otro cantar.

Que no digo yo que si me ponen por delante una latita de buey o de pescado no me la coma con bastante placer pero con lo que pierdo absolutamente los papeles es con los vegetales. Lo mismo con la verdura que con la fruta, tanto me da: Canónigos, lechuga, judías verdes, sandía, melón, pera, plátano, manzana… Y seguro que hay más placeres de la tierra por ahí que todavía ni he catado.

Y, según los humanos con los que cohabito, esto no es ni medio normal en un gato. A Luhay no le molaba lo verde. Como mucho, probaba un poco de melón fresquito en verano pero es que yo, es ver un vegetal y desesperarme por pillar algo.

Esto me ha hecho pensar. ¿Habéis visto estos documentales de animales donde un cerdito se queda sin madre y es amamantado por una vaca? ¿Y si yo nací conejo y me criaron entre gatos? Tal vez mi aspecto físico se deba a una mutación genética producida a raíz de la ingesta de leche felina. Como la bruja y el consorte no conocen nada sobre mis orígenes no pueden aclararme esta incógnita que me reconcome por dentro. ¿Alguien conoce alguna clínica donde se realicen exámenes de ADN para gatos? Para mí sería muy importante saber si mis orígenes son realmente de roedor porque, en ese caso, debería empezar a plantearme cambiar mi comportamiento; que una cosa es tener pinta de gato y otra muy diferente actuar como tal cuando realmente no se es un gato. La velocidad en la carrera la tengo controlada pero tendría que practicar lo de los saltitos y el movimiento continuo de bigotillos, que eso se me da peor. Aparte de la clínica de ADN ¿conocéis alguna academia para conejos donde no me discriminen por tener un aspecto diferente? Porque ésa es otra. Si resulta que soy un conejo, los gatos me darán de lado por ser un conejo y los conejos harán lo mismo por no tener su misma apariencia. Estaré de por vida condenado al ostracismo y a la soledad. Hasta mi novia Trax me abandonará por ser distinto. A ver cómo se lo digo, que bastante teníamos con la diferencia cultural por ser de países diferentes, como para ahora tener que afrontar que somos también de especies diferentes. ¿Y si me quiere comer?

Y ya, por último. Aparte de la clínica de ADN y la academia para conejos ¿conocéis algún psicólogo para animales con conflictos de personalidad? Cualquier ayuda que podáis proporcionarme al respecto será bien recibida, ya que estoy atravesando una profunda crisis existencial que no me deja vivir.

Prrrrrr (o pfpfpf… ¿cómo leches hacen los conejos? Creo que también voy a necesitar un logopeda.)

jueves, 14 de noviembre de 2013

Nunca menospreciarás un plumas

El 1 de noviembre el churri y yo decidimos ir con mis amigos C y J a Rascafría, para ver los arbolitos otoñales, tan bonitos con sus colorines y comprar unos chocolates artesanos que no pueden faltar cada vez que vamos.

Como viven bastante más cerca de Rascafría que nosotros, fuimos en tren hasta su pueblo para, desde la estación ya ir en el coche con ellos. Antes de salir de casa, me pertreché con un plumas y unos guantes. El churri me dijo que tampoco hacía tanto frío; que ni que me fuera de excursión al Polo.

Ya de camino en su monovolumen, pasado el Puerto de Navacerrada, el coche murió en una curva de la carretera hacia Cotos. A bajar del coche, poner triangulitos, llamar al seguro y  esperar la grúa. El churri, para no aburrirse durante la media hora que tardaría ésta, hacía el cabra por las lomas de al lado de la carretera. Casi pedí que mandaran también una ambulancia pero al final hubo suerte y no se descalabró, para variar. A mí me decían que fingiese ser la muerta de la curva para quedarnos con el personal. No, no lo hice, aunque comprendo que a estas alturas tuvieseis la duda.

Llegó la grúa y nuestro gruísta dijo que se podía llamar un taxi en ese momento para que nos devolviese a nuestro punto de partida pero que nos aconsejaba que aprovechásemos aunque fuera para pasar el día en el Puerto de Navacerrada y volviésemos por la tarde. En la grúa montamos C con la niña y una servidora. Nuestros aguerridos machotes se fueron andando dos kilómetros por la carretera no sin antes tener que escuchar mil veces que mucho cuidadito y que no aceptasen caramelitos de desconocidos.

En el Puerto de Navacerrada, fuimos a comer y después dimos un largo paseo para reducir algo la ingesta de calorías. Llamamos al taxi. Y esperaaaaamos. A cuatro grados estábamos y aquí fue donde mi plumas y mis guantes comenzaron a tomar protagonismo. Yo me subí la capucha y me abroché hasta la boca y ahí no entraban ni las balas. Lo que al principio fueron burlas diciendo que parecía Kenny el de South Park, se fueron convirtiendo en envidia malsana al comprobar que desde dentro de mi capucha salía calor. Para evitar que se nos gangrenasen los miembros bailábamos extrañas danzas tribales delante del cochecito de la niña, que nos miraba estupefacta; igual que algún vecino desde la ventana. Como el taxi seguía tardando (necesitábamos un siete plazas para que pudiesen traer sillita para la niña. En la Sierra. Un día festivo. Ja.) a C le dio miedo que la niña fuese a coger frío y decidimos dejar esperando a nuestros machotes mientras nosotras nos refugiábamos en la cafetería de la estación de tren. La cafetería estaba cerrada (como la estación) pero al menos en el porche había sillitas y no corría tanto aire. Desde ahí se veía una capilla con un crucifijo más grande que ella en la cúspide. Ahí caí en la cuenta de que estábamos el Día de los Difuntos después de la caída del sol  en una estación cerrada y mirando un crucifijo y empecé a preguntarme cuánto tardaría en aparecer el loco del hacha. Por suerte, apareció antes J chillando que había llegado el transporte, que al final fueron dos taxis normaluchos que tuvieron que venir desde El Escorial ante la ausencia total de un siete plazas. Así pudimos emprender el regreso.

Estuvimos por imprimir camisetas con la leyenda “Yo sobreviví al loco del hacha”.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXV: El Señor de las Manzanas

He buscado y buscado pero no doy con este anuncio en Tú Tubo ni en ninguna otra página de Internet. Para colmo, en la tele sólo lo he pillado un par de veces, así que lamento si se pierden detalles debido a mi traicionera memoria pero no podía dejar pasar la oportunidad de comentar este anuncio que me ha parecido extraño a decir basta.

Anuncian manzanas. Lo cual podría parecer fácil. No sé, digo yo que, por ejemplo, podrían haber hecho un anuncio de alguna escena cotidiana donde alguien se deleite comiendo una manzana y hablando de sus magníficas propiedades y de lo sanota que parece esa marca en concreto, que no en vano se crió en el Sud-Tirol, donde los pajaritos cantan, las nubes se levantan y anda Heidi por ahí dando saltos descalza entre las rocas.

Pero no. La cuestión, como siempre, es complicar las cosas así que un árbol gigante que parece sacado del Señor de los Anillos se pasea por las calles de un pueblo ofreciendo con una rama a modo de brazo improvisado el fruto de su testa a cuanto transeúnte se cruza por el camino. Si esto sucediera en la vida real, el árbol en cuestión sembraría el pánico, aplastando coches a su paso con las raíces que utiliza a modo de pies y metiéndole una rama en un ojo a alguna vieja del visillo que haya tenido a bien asomarse al balcón a enterarse a qué venía tanto estruendo.

Pero, en la ficción publicitaria, todo vale y es así como tenemos que ver que un árbol se comporta como Papá Noel y vaya entregando regalitos a diestro y siniestro, y que los niños no tienen miedo de ese manzano gigante que parece ser muy apto para destrozar toda la idílica villa de un solo pisotón. Ya de paso, podría acompañarle un hobbit sentado en la copa, arrojando manzanas al aire diciendo “Soy Mánzanon Góldensmith, hijo de Végetal. Os traemos este manjar de las tierras élficas de Mánzanar. Disfrutémoslo todos con alegría”. Se ve que no había presupuesto para gente bajita con las orejas en punta y los pies enormes, que digo yo que eso debe estar cotizado.

Pues eso, que como dicen en mi tierra “tanto Gre Gre para decir Gregorio”. Se ve que el tema de la simplicidad no les llama la atención y piensan que van a conseguir vender más manzanas si pensamos que la Tierra Media está en el Tirol. Nos toman por tontos. Todos sabemos perfectamente que la Tierra Media está en Nueva Zelanda de toda la vida de Dios. Ahí está el poblado en Google Earth para demostrarlo. Aparte, a mí en lo personal me da un poco de miedito. A ver si la cosa sí que va a guardar cierta similitud con El Señor de los Anillos y luego la manzana me va a abducir y me voy a volver igual de loca que Gólum (igual de fea no, que donde hay buen material, hay buen material).

martes, 12 de noviembre de 2013

Ustedes Dirán LXIII: Responda otra vez (sugerido por Dessjuest)

Antes que nada, aviso que me quedó algo largo pero así se va a quedar. Os chincháis.

Nuestro líder de opinión, Dessjuest me sugirió, ya ni recuerdo a santo de qué porque son demasiadas las temáticas chorras que tratamos en este blog, que rememorásemos ese concurso creado por Narciso "Chicho" Ibáñez Serrador (uruguayo de nacimiento, para más inri) que hizo nuestras delicias y que dio en llamarse "Un, Dos, Tres (responda otra vez)".

Desconozco si el éxito sin parangón del programa se debía a la originalidad del mismo o a que, por aquellos tiempos, elegías entre eso o un documental de La 2. Qué épocas aquéllas en que sólo había dos canales... pero el caso es que todos esperábamos embobados frente a la tele a que diera comienzo el soniquete de apertura del programa, con la calabaza Ruperta cantando con voz de cazallera aquello de "Un, dos, tres. Aquí estamos otra vez". Y ahí nos tenían horas viendo a las parejas de concursantes que acudían en masa con la esperanza de ganar el ansiado apartamento en Torrevieja. Aún tengo en la cabeza la retahíla de Mayra Gómez-Kemp con aquello de "Conchita y Manuel son amigos y residentes en Madrid". Las parejas de concursantes debían contestar cosas de lo más inverosímiles, elaborando complicados listados a raíz de propuestas como ésta: "Cosas que encontramos en una cocina. Como, por ejemplo, una batidora. Un, dos, tres, responda otra vez". Conchita repetía, "Una batidora", a lo que Manuel rebatía "un tenedor rojo" y entrábamos en el universo de los tenedores: Un tenedor negro, un tenedor verde, un tenedor azul, un tenedor de cuatro dientes, un tenedor de tres dientes, un tenedor de plata... Y así hasta el infinito. Bueno, hasta el infinito no porque podían pasar dos cosas: O que repitiesen algo y ya se acabó lo que se daba o que se terminase el tiempo, momento que aprovechaban las Tacañonas (a mí me daban hasta miedo) para tocar una campana que tenía pinta de haber sido sustraída de la iglesia de un pueblo y dijeran aquello de "campana y se acabó". Hablaban en verso, las condenadas, con lo mal que se me da a mí la rima y la métrica. Entonces venía el recuento de respuestas correctas, que valían 25 pesetas cada una... Veinticinco pesetas, madre mía, qué tiempos. El recuento lo hacían las azafatas, que eran unas gafapastas buenorras y que hacían el cálculo con una calculadora gigante.

Cuando las tres parejas ya terminaban por fin de darnos todas las variantes posibles de tenedores, baberos o instrumental quirúrgico, se hacía el recuento general y la pareja que llevaba más pasta ganada volvía a la semana siguiente. Las otras dos, pasaban a la eliminatoria.

La eliminatoria era una especie de Grand Prix pero sin hinchada de pueblo. Eran pruebas de habilidad física donde el canal se gastaba sus buenos cuartos en un escenario con, un suponer, una piscina con patitos de goma que tenían que pescar sujetando una caña con los dientes y llevarlos bailando la conga hasta un barreño situado en la otra punta. Cosas así, de diversión para toda la familia. Creo recordar que los que perdían por torpones tenían derecho a un premio de consolación, que se jugaba en un tablero a suerte, básicamente, pero no me acuerdo muy bien de cómo iba el rollo éste. Se ve que los perdedores me interesaban poco.

Los que ganaban pescando patitos o llevando una bandeja cargada de vasos de agua por un tobogán previamente untado en aceite, pasaban a la subasta. Y eso sí que era la panacea. Iban trayendo objetos acerca de los cuales contaban una especie de acertijo y había que andar adivinado si ahí había un premio estupendo o una reverenda porquería. Si te había gustado, pongamos, un zapato, te quedabas con él y tenías oportunidad de cambiarlo por otro objeto que trajeran o seguir aferrado al zapato como si no hubiera un mañana. Según iban descartando objetos, iban desvelando el premio oculto en cada uno de ellos (aquí pintaban mucho los "Sufridores") que era alguien que concursaba sin concursar. Vamos, que se llevaba lo que tuvieran a bien ganar los concursantes y a quien tenían encadenado en una jaula cual león de circo hasta que aquella tortura terminaba, sin derecho a opinar ni nada). Cuando llegaba el final y ya tenías sólo tu zapato (o la cosa que tuvieras sobre la mesa) te ofrecían pasta a cambio del objeto. Podías aceptar el dinero de la negociación o seguir erre que erre con que el zapato te había dado buenas vibraciones desde el principio y que no te iban a separar de él ni bajo tortura. Cuando al fin se desvelaba el premio oculto en el objeto de tu elección, podía haber gran fiesta al llevarte un coche, un viaje o el consabido apartamento en Torrevieja o gran tristeza por sacar a la calabaza Ruperta e irte a casa igual que como llegaste. También podías llevarte una bombilla, una bolsa de agua caliente o cualquier otra absurdez que se os ocurra.

Y a la semana siguiente, más de lo mismo. En bucle infinito.


P.S. Seguro que se os ocurren temas para proponer. No seáis tímidos. 

lunes, 11 de noviembre de 2013

Crónicas Felinas LXVII: Dulces sueños

Marrameowww!!!

A pesar de que a la bruja se la llevan los demonios cada vez que lee de algún twittero levantino que a ver si se va ya de una vez el calor y que están deseando que llegue el invierno de una buena vez, ya que aquí por los Madriles ya se empieza a notar el fresquito, he de confesar que yo estoy encantado.

Y es que tengo que reconocer que, cuando viene el frío, yo estoy más feliz. Ya no tengo que dormir despatarrado en el suelo y puedo hacerme una rosquillita sobre el sofá, tapándome la nariz con el rabo a modo de echarpe de angora. Ésta es una pose que me hace ganar muchos piropos y caritas ñoñas por parte de mis compañeros de piso humanos, que se ponen a babear a chorros cada vez que me ven durmiendo así, cosa que no sucede cuando parezco una babosa arrastrándome por los suelos muerto de calor.

Otra opción, si el frío ya aprieta bastante, es acercarme a un humano y tumbarme encima de ellos, lo que también me hace recibir un sinnúmero de momentos empalagosos, porque los muy tontos se piensan que lo hago porque soy así de cariñoso. Se ve que no se ha dado cuenta que no tiene mucho sentido que mis niveles de cariño se comporten de forma inversamente proporcional a la temperatura ambiente. Si es que no tienen ni idea de nada.

Para dormir, tres cuartos de lo mismo. La temperatura que otrora me hiciera dormir en mi cojín o en una caja vieja para no tener que soportar el calor humano, hoy me invita a meterme en la cama con ellos (a veces, incluso, debajo de las mantas). Esto tiene el añadido de que, a la postre, molesto bastante. Porque ellos son tan pavos que, con tal de no perturbar mi sueño felino, son capaces de levantarse por la mañana con la espalda hecha una maraña de nudos que ni el mismísimo Houdini sería capaz de desenredar. Ellos son así de bobos. Anda que voy a estar yo incómodo para que otro duerma a gusto. Aquí, cada palo que aguante su vela y que cada cual se acomode para dormir como mejor pueda. Si el compañero de cama se fastidia, que se fastidie. Por suerte, como soy el más pequeñito, con poco espacio me apaño, aunque intento estirarme lo máximo posible para ocupar más o, si prefiero dormir enroscado, por lo menos tumbarme encima de la pierna de alguno, que así ya sé que no se va a menear en toda la noche. La víctima ideal para esto suele ser la bruja ya que, por un lado es más pusilánime y, por otro, tiene el sueño menos inquieto que el consorte, que hay veces que creo que sueña que está en una Rave o algo, de tanto que se mueve.

Y mientras la bruja continúa despotricando en Twitter, yo no puedo más que compadecerme por los felinos de la zona Este del país.


Prrrrrr.

jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Hace un semana que pasó Jalogüin (o Halloween, si sois así de puristas) y, por una vez voy a sucumbir a hablar de algún tema que se haya mencionado ya en media blogosfera. Por lo menos he dejado pasar una semanita para ir un poco desfasada y atacar cuando menos os lo esperáis.

Hablaremos, pues, de pelis de terror. Yo siempre he sido una gran fan. Recuerdo que vi El Exorcista como a los once años y casi obligué a mi mejor amiga a verla conmigo otra vez. Aún no me lo ha perdonado. La pobre tuvo pesadillas hasta los dieciocho, por lo menos.

Generalmente prefiero aquéllas de miedito más bien psicológico, donde intuyes pero no ves. Cuanto menos se vea, mejor, porque en cuanto te enseñan un fantasma, un monstruo o lo que sea, generalmente la fastidian porque seguro que tú te lo habías imaginado mucho más terrorífico de lo que te enseñan. ¿Por qué? Pues porque esa criatura es la que le da miedo al guionista o al atrezzista o al que hace los bichejos y ahora no me acuerdo cómo se llama (podría buscarlo pero no me da la gana, básicamente. Molo mucho.) o sencillamente al que fue a llevar las pizzas y, ya que estaba, metió baza. Lo guay es imaginárselo porque la mente es así de puñetera y siempre se va a ir a lo que más pavor nos cause. ¿Que te dan miedo las monjas? Pues una monja. ¿Que te dan miedo los payasos? Pues un payaso. ¿Que te dan miedo los cobradores de Hacienda? Haber chanchulleado menos.

El problema de ser una gran fan del cine de terror es que llega un momento en que se vuelven predecibles.

Ejemplo: Grupito de jovenzuelos que van a pasar la noche a una casa abandonada por alguna razón que suele ser:

a)      El coche se ha quedado parado justo enfrente.

b)      Han oído muchas leyendas acerca de la casa y quieren comprobarlo.

c)       Han oído muchas leyendas acerca de la casa y no quieren comprobarlo pero el coche se ha quedado parado justo enfrente.

Según entren en la casa, ¿qué será lo primero que harán? ¿Ir todos juntitos en una piña para hacerse compañía y enfrentarse juntos a los peligros del más allá? No. Separarse. Y si eligen habitaciones separadas para pasar la noche, pues mejor todavía.

Importante también que hagan cosas ilógicas. Yo oigo un ruido de arañazos en el sótano y salgo por patas en dirección opuesta. Hasta el ático no me para nadie.  Pues no. Aquí lo que mola es bajar. A oscuras. Y haciendo preguntas del tipo “¿Hola? ¿Hay alguien?”. Encima, para que te contesten… Lo del “hola” es lo que más estupor me causa. No vaya a decir el fantasma que no eres educado. 

En el grupo tiene que haber un cachas, un negro, una rubia tetona, un escéptico, un graciosillo y tal vez una intelectual, pero esta última es opcional (¡oh, sorpresa!). El negro muere el primero. El cachas se lía con la rubia tetona pero también muere, ya sobre el final. El resto mueren en orden aleatorio menos la rubia, que es la única que sobrevive tras correr un rato por el bosque en camiseta de tirantes sin sujetador.

Y fin.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Anuncios Pesadillescos LXXIV: Ése no es mi pollo

Realmente esto debería ir en “Ustedes Dirán” pero como esta semana, milagrosamente, no había descubierto ningún espanto en la televisión, rescato esto que me propuso por Facebook mi querida Merengaza.

He tenido la suerte de no verlo en televisión (no sé si se quedó en un proyecto piloto o qué). Lo digo, más que nada, porque la pantalla de mi tele es de dimensiones considerablemente mayores a las del monitor de mi portátil - rosa – horterísima de la muerte – que me tiene loquita de amor. Y ver esto en un tamaño mayor seguramente me hubiese hecho colapsar.

Asistimos a un casting de pollos. De pollos vestidos de pollo. De hombres haciendo el pollo (que no montando el pollo, aunque también un poco). Bueno, que es un casting para hacer de pollo, vaya.

Vemos desfilar varios candidatos, algunos de los cuales actúan en grupo, que intentan en vano convencer a una directora de casting implacable de que sus habilidades avícolas son idóneas para convertirse en su pollo ideal. Contemplamos con dolor una cascada de sueños rotos, ilusiones tiradas a la basura cual colillas pisoteadas y ambiciones heridas en lo más profundo de su ser. Una auténtica escabechina de talentos donde no queda pollo con cabeza (lo que da de sí el pollo lingüísticamente hablando, oye).  Unos cacarean, otros bailan, otros dan saltitos pero ninguno es capaz de convencer a esta bruja sin corazón de que el papel ha sido creado para él.

Y de repente aparece un pollo que se destaca entre todos los pollos. Un pollo cachas de nívea sonrisa, que hace posturitas a lo Power Ranger y consigue que la directora imperturbable hasta bizquee, víctima de la emoción, y hasta se quite las gafas (suponemos que las tiene empañadas tras el aumento de temperatura corporal). Sabemos que éste será el elegido porque ella dice, muy convencida “ése es nuestro pollo”.

Y tras esta sarta de sandeces, por fin nos muestran el producto. Es una pechuga de pollo enlatada, cual atún en escabeche. Confieso que ver esa carne blancuzca metida en una lata me dio mucho repelús. El pollo no es de mis alimentos preferidos. Me hace bola. Me pasa desde siempre y ver esa cosa medio gelatinosa servida en un plato junto a cuatro verduritas me hizo desviar la vista. Vamos, que a estas alturas yo ya casi que estaba perdonando el casting de pollos, que una cosa es intentar enterrar la cabeza en la arena cual avestruz, presa de la vergüenza ajena, y otra cosa es que se me revuelva el estómago tras el visionado de esa plasta que parece carne para enviar a los soldados en situación de conflicto armado o que ha salido de alguna cartilla de racionamiento de cuando la posguerra. Vamos, que me ha dado mucha grimilla, supongo que el concepto queda bastante claro.

Así que, en esta ocasión, no sólo es la historieta que nos relatan lo que me va a provocar pesadillas, sino también el producto en sí. Eso es puntuar doble. 

martes, 5 de noviembre de 2013

Ustedes Dirán LXII: Si yo fuera hombre (sugerido por Amagic Mother)

Amagic Mother me mandó un correo, en plan muy formalito, consultándome si alguna vez me había dado por pensar cómo sería mi vida si yo perteneciese al sexo opuesto. Y la verdad es que no. No me había dado por pensarlo. Siempre he estado muy satisfecha con mi condición femenina, a pesar de que esta frase parezca sacada de un anuncio de artículos de higiene íntima.

Así que, como no lo he pensado nunca, hoy lo pienso con vosotros por testigo. Imaginaos la musiquilla de “Si yo fuera rico” (estoy poseída por el espíritu del sapo Abraham) y allá que vamos.

Si yo fuera hombre (dubidubidubidubidubidubidubidu)

No diría “me debo depilar”

Y me iría al fútbol a jugar.

No me teñiría (dubidubidubidubidubidubidubidu)

No estaría nada “preocupao”

Por si el verde pega con el “morao”

Me dejaría una barba

Muy fea y muy larga

Para no tenerme que afeitar.

 Pasaría horas en el bar.

Sería un poco macarra

Bebiendo birra en jarra

No me debería maquillar.

En tacones yo no iba a andar.

Sería muy valiente (dubidubidubidubidubidubidubidu)

Y saldría a la calle sin temor

De toparme con un violador.

Tendría un buen trabajo (dubidubidubidubidubidubidubidu)

No debería nunca demostrar

Que de siempre tuve un buen par.


P.S. Sigo esperando vuestras sugerencias. Soy capaz de prometer no volver a intentarlo con la poesía. Que no, que no es lo mío…

lunes, 4 de noviembre de 2013

Crónicas Felinas LXVI: Me falta mi otra mitad

Marrameowww!!!

A raíz de un comentario recibido en mi anterior post, recordé que nunca os había hablado de mi afición a los armarios. Tal vez no os interese pero me da igual. Os lo voy a contar lo mismo, que para algo yo soy el amo y señor de esta sección (y de casi todo lo que me rodea, dicho sea de paso).

Cuando la bruja se va a cambiar de ropa o a elegir el modelito que va a lucir ese día (no sé para qué pierde el tiempo. Va  a estar hecha un cuadro se ponga lo que se ponga) siempre cierra la puerta del dormitorio, sabedora ella de que al más mínimo descuido aprovecharé yo para colarme en el interior del armario. Lo bueno es que a veces el consorte está en casa y, casi siempre, entra a decirle algo a la bruja dejando la puerta abierta tras de sí, momento que aprovecho para colarme (si no subrepticiamente porque se me ve muy bien, al menos sí veloz como un rayo).

Y no hay cosa que yo disfrute más que colgarme de las cosas que penden de las perchas, dejando mi impronta ungular en los tejidos (sobre todo si son caros o nuevos). Con las camisetas que están dobladitas y ordenadas por colores de forma maniática, nada mejor que hacer “bollitos” sobre ellas, dejándolas hechas un churro y arrojándolas luego fuera del recinto. La cara de la bruja es un cuadro cuando descubre sus prendas hechas una bola en el suelo, aunque esto sólo puedo hacerlo si da la rara casualidad de que no me hayan visto entrar. También puede suceder que, si no me ven entrar, cierren la puerta y me dejen encerrado un rato largo hasta que alguno de los dos recuerde que en algún momento de su vida tuvieron un gato y parece que hace tiempo que no se me ve.

De todas formas, en esto del asalto a los armarios yo no soy más que un mero aprendiz. El maestro de maestros era Luhay. Basta deciros que la bruja tuvo que comprar en una famosa tienda sueca de muebles un adminículo de seguridad para que no se pudiesen abrir los armarios porque el muy bruto, metiendo la uña entre las puertas, era capaz de abrirlo. Del cajón de los sujetadores ni hablamos. Es incontable la cantidad de veces que la bruja llegó a casa y se encontró el pasillo sembrado de sujetadores, que decoraban el suelo cual alegres florecillas de colores. Y, como ya se sabe que las flores hay que regarlas, pues también había alguno que otro metido en el platito del agua.

Así que,  en momentos como estos, es cuando más echo de menos a Luhay, que yo tengo muy mala idea pero muy poca fuerza y juntos formábamos una dupla como pocas se han visto en la historia (tal vez El Gordo y El Flaco o Martes y Trece; poco más). Hacer maldades solo es menos productivo.

Al menos sin ariete.

Prrrrrr.