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lunes, 22 de octubre de 2018

Queridos primos


Vengo hoy con una entrada muy random, con el único propósito de darle un poco de vidilla al blog y no dejarlo agonizar lentamente.

Antes que nada, quiero agradecer la de cosas bonitas que me habéis dicho en el post anterior. Si es que, con gente como vosotros, no se me pasa por la cabeza irme para siembre (Naar me llamó tarada pero sé que lo dice desde el cariño, así que hasta me gusta ser una tarada en su vida).

Tengo pendiente contaros cosillas de las vacaciones que tomé en septiembre. Ahora en noviembre me voy otra semana y todavía tomaré otra más en diciembre. Tengo la sensación de que reparto mal las vacaciones, días de compensación y demás. Siempre me pasa lo mismo. En los primeros seis o siete meses del año me suelo tomar una semanita o así y esto provoca que, a partir de julio, me vea de repente con un montón de días que me caducan por no haberme repartido un poco los descansos. En fin soy un desastre para según qué cosas.

Decía, entonces, que os tengo que contar mis vacaciones de septiembre. El motivo por el que este año vacacioné tan tarde (y no en julio, que es lo que me suele gustar a mí), fue que vino mi Santa Madre a verme. Tres semanitas, ahí es nada. Los billetes costaban mucho más baratos en septiembre y de ahí el desacople de meses, que ya me lleva de cabeza hasta final de año.

Mi madre me trajo yerba mate, dulce de leche, chocolatinas y un cojín de “El Principito” para que pueda echarme la siesta después de empacharme de dulce. También me trajo un libro que le encargué. Estoy deseando que vuelva porque ya casi se me ha terminado el dulce de leche. Y diréis “Pero Álter, se puede conseguir dulce de leche y yerba en casi cualquier sitio”. Ayyyyy, europeos ignorantes… Se pueden conseguir marcas argentinas en cualquier parte. Las marcas uruguayas ya son más peliagudas de encontrar y no os hacéis una idea de la “guerra” que hay entre argentinos y uruguayos sobre qué yerba y qué dulce de leche es mejor.

Viajar, lo que se dice viajar, pues más bien poco. Estuvimos haciendo turismo madrileño (que a mí, de vez en cuando, me viene bien porque soy de salir más bien poco y eso ocasiona que haya muchos sitios de la capital que para mí sean perfectos desconocidos) y de inmediaciones de Madrid. Ya os iré contando, que voy de a poco con la rehabilitación escritora y no se puede forzar la maquinaria. Aparte, los posts de viajes incluyen ver fotos, editar fotos, subir fotos, etiquetar fotos… y, a que no adivináis. Me da pereza. Así que lo dejo para otra ocasión.

Forlán también os contará alguna cosita un día de estos. Por lo demás, todos estamos bien. Yo sigo con mucho trabajo y el sábado pasado también fui a trabajar (cinco horitas, que tampoco hay que matarse haciendo funcionar España). Lo bueno es que por cada cinco horas de sábado, gano nueve horas libres que seguramente se me terminen acumulando para finales del año que viene cuando vea que me va a expirar el plazo para pedirlas, así que no sé si hago tan buen negocio.

Me acabo de dar cuenta de que esto, más que un post, parece una carta a unos primos hipotéticos que vivan en Australia, así que creo que, como puesta al día, ya por hoy vamos sobrados. De paso, ya tengo título para el post.

Me despido hasta una nueva misiva mandándoos mis mejores deseos.

Vuestra prima que os quiere,

Álter

lunes, 8 de octubre de 2018

Y cumplí mi amenaza


Sí, ya lo sé. Antes de que os tiréis a mi cuello con claras intenciones asesinas, aclaro que lo sé. El día 1 pasó hace una semana y yo no volví pero al menos estoy cumpliendo la amenaza que os hice hace ya más de un mes. Juré que volvería y aquí estoy. No sé si vosotros estáis pero yo sí.

El tema es que me está costando volver a la rutina, por lo que me he estado dedicando a vegetar en el sofá la vida contemplativa. Tengo anecdotillas vacacionales que contar y Forlán también tiene por ahí historias que relataros pero es que estoy con tanto trabajo (trabajo del de verdad, del que me pagan, quiero decir) que cuando llego a casa sólo quiero olvidarme del mundo y dejarme morir lentamente. Hasta fui a trabajar el sábado pasado, cosa que mis principios de vagancia me prohíben.

Mi queridísima Naar, publicó hace unas semanas en esta entrada la frase “La blogosfera ha muerto”. Por muy Nietzscheano que suene el concepto, mi niña lleva más razón que un santo. Cada vez desaparecen más blogs y, los que quedamos, estamos en un período de desidia que vergüenza debería darnos. Así que estuve hablando con ella… bueno, más que hablando estuve poniéndole la cabeza como un bombo con mis neuras y mis dramas existenciales blogueriles, confesándole lo que me da miedo confesar por aquí: que estoy un poco desmotivada en cuanto al blog.

En enero este espacio va a cumplir siete años. Y siete años de tu vida son mucha tela. Llega un punto en que, ya por mucho que te persiga el surrealismo, no te da material para tanto. Hasta los publicistas parecen estar portándose mejor (o yo tengo el radar estropeado, que también puede ser) y todo esto hace que últimamente me cueste un mundo sentarme a escribir. Así que estuve planteándole todos estos dramas a Naar, comentándole que no sabía si cerrar, si dejarlo un tiempo o qué hacer.

Y Naar me dijo que tal vez debería espaciar más las entradas. Escribir cuando me apetezca y de lo que me apetezca, que es la forma de mantenerlo vivo sin sentir que esto me pese como una losa. Vamos, que me entregue un poco a la anarquía (como veis, lo estoy poniendo en práctica, porque hoy debería estar escribiendo Forlán y, sin embargo, aquí estoy yo, dándole a la tecla). Soy consciente de que esto me va a pasar factura porque, probablemente, al escribir menos también os visitaré menos y Google me castigará por no publicar tan a menudo, haciendo que mi posicionamiento descienda estrepitosamente pero es mejor eso a dejarlo. Porque no quiero dejarlo; de verdad que no. Os tengo mucho cariño y me lo paso bien por estos lares. Es el rinconcito donde escupo todas mis locuras. A ver qué iba a hacer yo sin mi blog.

Pero, si permito que se me convierta en una obligación, al final lo único que voy a conseguir es cogerle tirria y me van a dar menos ganas de escribir; por lo que voy a seguir el consejo de Naar y voy a ir por la vida blogueril un poco a lo loco. Al menos de momento, hasta que las musas y la motivación vuelvan. O hasta que el aburrimiento me gane y considere que estoy más entretenida escribiendo que mimetizándome con el sofá, lo que suceda antes.

Y, como muestra de la nueva Álter,  voy a programar esto sin haber contado las palabras que llevo escritas, contraviniendo completamente mi superstición de las quinientas palabras.

A lo loco.