Escríbeme!!!

¿Sugerencias? ¿Comentarios? ¿Quieres venderme algo o cyber-acosarme? Escríbeme a plagiando.a.mi.alter.ego@gmail.com

miércoles, 25 de abril de 2018

Anuncios Pesadillescos CCXLV: Conmigo no existiría historia que contar


Hoy le toca el turno a una cadena de supermercados. Creo que es la primera vez que traigo un spot de un supermercado pero oye, en la variedad está el gusto y si algo tienen de bueno los anuncios pesadillescos es que no son nada clasistas. Se pueden encontrar cosas raras en todos los rubros. Me va a quedar más largo de lo habitual pero no soy capaz de resumir esto menos palabras. De todas formas, como el lunes Forlán escribió menos y os pensamos dejar abandonados hasta el 14 de mayo aproximadamente, compensamos una cosa con otra.

La gracia del anuncio consiste en que, en un principio, vemos a un hombre oliendo con deleite una bandeja de horno que contiene una musaka. El plano se abre y vemos una cocina hecha un auténtico desastre (se podría conocer con la del detergente de la semana pasada) y, entonces, las imágenes comienzan a ir hacia atrás, para mostrarnos cómo hemos llegado a ese resultado. Yo lo contaré al derecho porque contarlo al revés va a ser un lío absoluto.

El protagonista va al supermercado en cuestión y ve unas berenjenas. Las berenjenas le dan la idea de cocinar por lo que, ya en su casa, sube al desván y , encaramado a una escalera, alcanza un libro, cayéndose posteriormente con escalera y todo porque si los protagonistas de los anuncios no son algo torpes parece que no tienen gracia.

Vemos que el libro que ha cogido de la estantería es el libro de recetas de su madre pero, como se ve que hay algo de la receta que no entiende, opta por llamarla. La madre no atiende el teléfono porque en ese momento está muy ocupada partiendo tablas a patadas en su clase de artes marciales.

Eso no va a ser impedimento para que nuestro héroe termine cocinando su musaka. Se dirige a un restaurante griego donde un hombre que tiene de griego lo mismo que yo de bielorrusa le explica cómo debe prepararla. Él apunta la receta con un boli de estos de cuatro colores que pensé que habían quedado relegados a los años ochenta pero, al parecer, continúan vivos. Al irse, tropieza y rompe una estatua en su caída (¿ya he dicho que si la gente no es torpe en los anuncios no tiene gracia?).

Luego (o antes, ya me pierdo) vemos la bolsa del súper sobre la encimera y cómo de ella salen todos los ingredientes. Desconozco si es que no ha ido a comprarlos hasta asegurarse de tener la receta o si los propios publicistas se han liado con el orden de los acontecimientos porque si primero estaba en el súper, lo segundo debería ser la bolsa y después el desván, así que para verlo el orden debería ser: Desván – bolsa – berenjenas en el súper.

Lo siguiente en la reconstrucción de los hechos sería cuando ralla las cebollas llorando a moco tendido y cómo pone unos tomates en la batidora, olvidando colocar la tapa y salpicando todo de salsa de tomate que, se ve que de tan densa que es, tira en su salpicadura el reloj de gato Félix de la pared (en serio, quiero un reloj de esos desde que tengo memoria).

Y, por último (o al principio del todo del anuncio porque este bucle temporal me está matando), ya veríamos cómo pone una berenjena entera en la sartén (con su rabito y todo), la sartén se prende fuego, él grita desesperado pero, finalmente, consigue montar su musaka y cocinarla en el horno con el resultado final (o inicial) que ya hemos visto.

 Mucho “Regreso al Futuro” han visto estos…  En fin, el caso es que yo, siendo como soy, seguro que vería las berenjenas y diría “Me apetece musaka” y lo siguiente sería pillar una de la sección de congelados o llamar a un restaurante griego para que me la traigan.

No habría mucho que relatar pero no veáis lo que simplifica la vida.

P.S. Forlán ya se despidió de vosotros el lunes pero ahora me toca a mí. Sed felices y nos leemos a la vuelta de nuestro/vuestro reposo.

lunes, 23 de abril de 2018

Crónicas Felinas CCLII: Nos ausentamos

Marrameowww!!!

Esta vez el turno me lo he pedido yo. Normalmente es la bruja la encargada de decir que nos vamos de vacaciones y yo soy el que tiene que ocuparse de barrer y quitar las telarañas a la vuelta. Pero esta vez me he negado porque también quiero ser portador de buenas noticias de vez en cuando y permitirme el lujo de escribir un post de menor longitud.

No obstante, como la bruja ya tenía escrito el anuncio pesadillesco de esta semana, os informo que éste será publicado en tiempo y forma el próximo miércoles, por lo que yo me despido pero a ella la dejamos currando un par de días más. El jueves no publicará nada porque está hecha una vaga y porque su vida últimamente es un aburrimiento.

Parece que los humanos no se van a ninguna parte. Tenían intención de huir de los Madriles (y de nosotros, que les adivino las intenciones) pero por motivos ajenos a su voluntad, al final no va a poder ser, así que aquí tendremos que sufrirlos. Aprovecharemos, por tanto, a hacerles la vida imposible estos días. Ya que tenemos que aguantarlos, al menos que se sientan culpables por ello.

En cuanto a la fecha prevista de regreso, en principio será el próximo lunes 14 de mayo. Si tardamos más, pues será porque estamos más vagos de lo habitual y, si tardamos menos, será que estamos aburridos.

Sed malos, no hagáis nada que yo no haría (es decir, no os portéis bien nunca) y podréis disfrutar de mi peludita piel al regreso.

Prrrrrr.

jueves, 19 de abril de 2018

Estoy preciosa


Estoy vieja. Bien dice un dicho que los años no vienen solos (a lo mejor no es un dicho pero mi madre lo decía mucho y supongo que de algún lado lo sacaría). No es que me sienta vieja, sigo haciendo las mismas chorradas que cuando tenía 20 años (tal vez con algo más de visión de futuro pero básicamente sigo estando igual de loca) pero mi cuerpo no opina lo mismo. Me he pasado desde el fin de semana con unos dolores de ciática que van y vienen. Un momento estoy andando como una persona medianamente normal y al momento siguiente noto un latigazo entre la espalda y el punto donde pierde su casto nombre y me transformo en Robocop. A esto hay que sumarle que llevo también un par de días en los que siento como que me está por atacar la gripe pero no me ataca, así que ni siquiera experimento el placer de poder dar penita y andar quejándome por las esquinas mientras continúo con mis quehaceres habituales, que es mi más importante actividad cuando estoy enferma. Creo que siento una especie de placer morboso en autotorturarme yendo a trabajar y planchando la ropa cuando estoy volando de fiebre. Tal vez deberían estudiarme o mejor no, no sea cosa que termine dándole nombre a un síndrome.

Así que ahí sigo. Hecha una patata pero no una patata entera, no. Una especie de puré de patatas caducado que es lo que uno debe parecer para declararse oficialmente enfermo. 
No es agradable, no obstante. Sobre todo ahora que parece que el buen tiempo asoma tímidamente y debería lucir mi mejor sonrisa en vez de caminar como un muñeco articulado mientras me tomo la temperatura cada dos horas porque a cada rato tengo la sensación de que estoy ardiendo de fiebre.

Lo dicho, que anímicamente me siento una adolescente pero mi cuerpo se empeña en recordarme que no me cuezo en el primer hervor.

Encima, se me ha inflamado un ganglio. Uno del cuello, para más señas. Aunque ayer empecé a notar también un dolor sospechoso en la axila por lo que puede que más ganglios quieran venir a inflamarse para que el del cuello no se sienta el gordito del grupo. Lo que me faltaba, pillar paperas a estas alturas de mi vida.  Recuerdo que mi tía las pilló de adulta y recordaba aquello como la peor experiencia de su vida.

Eso sí, parece que mi anatomía también quiere recordarme la (no) tan lejana adolescencia porque, para rematar este aspecto de cadáver ambulante que luzco últimamente, me salió un grano del tamaño de un volcán en mitad de la mejilla. Cuando vi que medianamente podía reventarse, me puse a la tarea con tanta fruición que ahora no tengo volcán pero tengo un cráter.

Pensaré, siendo optimista, que eso es que la naturaleza quiere que pase todas las penurias juntas acabando la treintena para inaugurar mi cuarta década fresca como una lechuga.


No se consuela el que no quiere.

miércoles, 18 de abril de 2018

Anuncios Pesadillescos CCXLIV: Ni yo soy tan torpe

Los anuncios de detergente para la ropa suelen ser todos más o menos iguales. O sea, nos muestran una ropa, generalmente blanca,  que se engorrina con alguna sustancia (cuanto más pegajosa y colorida, mejor) y luego nos muestran cómo consiguen que, tras el uso del detergente que nos quieran vender, la prenda recupera su blancura original y vuelve a lucir impoluta para que podamos seguir engorrinándola a gusto.

Dado que, como digo, suelen ser todos iguales, raras son las ocasiones en las que traigo este tipo de productos a esta sección (aunque alguna vez, ha habido, no nos vamos a engañar) y ésta, sin duda, es una de esas ocasiones.

Es un anuncio de un jabón para lavar la ropa muy conocido aquí en las Españas. De hecho, recuerdo ver un spot allá por los ochenta (así de vieja soy) que se convirtió en uno de los anuncios más recordados de la publicidad española. Hablo del famoso anuncio de la chica que preguntaba dónde estaba su kimono. Pues bien, como ahora parece que practicar artes marciales ya  no está tan de moda como en mi infancia y estamos en la época donde todo el mundo quiere ser chef, en este caso vemos a una mujer poniéndose un delantal y comenzando a preparar deliciosos platos. No sé qué tal será como cocinera pero torpe es un rato largo. Ni yo con mis dos manos izquierdas consigo ensuciarme tanto. Le salpica el jugo de un tomate al cortarlo, un poco de salsa que prepara como en un molinillo (desconozco el nombre del utensilio y, como podéis imaginar, me importa más bien poco saber cómo se llama), adereza el delantal con unas pocas gotas de aceite que saltan de la sartén y, para rematar, se limpia las manos llenas de pesto en el mismo.

Como no cocino, tal vez esté equivocada pero, las pocas veces que lo he hecho no me limpio las manos llenas de porquería en el delantal. Me las lavo con agua en el fregadero y, como mucho, uso el delantal para secarme (aunque  suelo tener un paño de cocina para tal propósito). El caso es que se ve que a esta le da igual haber dejado el delantal como una obra de Pollock porque tiene su magnífico detergente, que le va a permitir tener un delantal impecable para poder llenarlo nuevamente de porquería en la próxima ocasión.

Y más o menos esto es todo. No es que haya mucha más tela que cortar pero, en serio, tenéis que verlo para entender el nivel de porquería que acumula ese delantal. Dudo que sea científicamente posible ensuciarse tanto.

Bonus track: Gracias a Naar he visto con otros ojos un anuncio de otro detergente, al que no había prestado ninguna atención porque los de esta marca siempre consisten en echar una prenda en un tanque de agua, removerla con un montón de porquería y después sacar la prenda impecable tras haber usado el antimanchas ese. Pero este tweet de mi querida amiga me hizo percatarme de algo:


En la versión de Internet lo han corregido y dicen “yodo” pero, en la versión televisada, se continúa diciendo “chocolate”.

Bienvenidos a la nave del misterio.

lunes, 16 de abril de 2018

Crónicas Felinas CCLI: Es un por una buena causa

Marrameowww!!!

Bienvenidos una semana más a vuestra sección favorita, donde las miserias de la bruja salen a la luz. Soy plenamente consciente de que os encanta que os cuente las maldades que le hago y, haciendo memoria, creo recordar que nunca os hablé de la estratagema que utilizamos el imberbe y yo para conseguir que la bruja no sea capaz de dormir bien una sola noche.

Sí os he contado, por ejemplo, que la despertamos a horas intempestivas los fines de semana para que nos dé de comer pero no sé si os he llegado a hablar del hecho de dormir en sí mismo. De haberlo hecho, ruego que me disculpéis, que uno ya tiene ocho años (los cumplí el uno de abril pero nadie, absolutamente nadie, me felicitó) y a veces se le olvidan cosas.

A lo que iba: A la hora de dormir adoptamos posiciones muy específicas, con la clara intención de que la bruja duerma lo más incómoda posible. No sucede así con el consorte, al que permitimos dormir a pierna suelta porque nos cae mejor.

Pues bien, Munchkin se acomoda a sus pies. Y diréis “pues no es para tanto; muchos gatos duermen a los pies de sus humanos”. Y sí, eso es cierto pero Munchkin tiene la feliz idea de considerar “pies” a la última cuarta parte de la cama, lo que obliga a la bruja a dormir con las piernas encogidas porque no tiene espacio para estirarlas. Con esto conseguimos que se levante a diario con dolor de piernas.

Pero, claro está, no iba a quedar así la cosa, porque si nos esforzamos para que tenga dolores en el hemisferio inferior de su cuerpo, también tendremos que hacer algo para conseguir incomodidades en el superior y ahí es donde entro yo, que me posiciono sobre la almohada junto a la cabeza de la bruja pero intentando arrinconarla lo más posible contra el borde de la cama. No es cuestión de ponerme al centro y que ella esté medianamente cómoda, no. Lo interesante de todo esto es ocupar toda su zona para que a ella sólo le quede disponible una esquinita y se vea forzada a dormir con el cuello torcido. De esta manera, consigo que viva en una tortícolis permanente.

Y así queda de guapa: con las piernas encorvadas y el cuello torcido se presenta todos los días en el trabajo como si fuera el Jorobado de Notre Dame. El objetivo, básicamente, es que la gente rehúya de ella pensando que es un engendro del averno y así sólo esté pendiente de darnos de comer a nosotros. A menos simpatías provocadas en la gente, menos posibilidad de vida social y, por tanto, menos oportunidades de dejarnos abandonados a nuestra suerte los fines de semana esperando el alimento.

Hay que atar todos los cabos sin dejar nada al azar. A ver si pensáis que dormimos pegados a ella por capricho, con el asquito que da. Todas nuestras acciones están pensadas en pro de un bien mayor.

Prrrrrr.

jueves, 12 de abril de 2018

¿Heavy o hippie?


Mi trabajo es una auténtica mina de conversaciones absurdas. Sobre todo en la zona donde me siento yo, donde nos sentamos las más escandalosas. Creo que ya se han cansado de separarnos como en el cole (ha pasado ya varias veces; no os creáis que exagero) y al final han optado por dejarnos todas juntas, supongo que con la vana esperanza de que nos terminemos agotando entre nosotras.

El caso es que esta situación provoca que haya conversaciones dignas de ser grabadas, como la que tuvo lugar el pasado viernes. No la grabé pero la retuve en mi memoria y por eso hoy vengo a reproducirla.

Las protagonistas fueron dos compañeras, a quienes llamaremos Juanita y Pepita. Suelo dar iniciales pero no sé quién va a entrar a leer esto y no quiero despertar suspicacias.

El caso es que Juanita estaba hablando con otra gente de sus planes para el puente de mayo (como andamos prácticamente todos a estas alturas; yo no veo la hora de que llegue y salir un poco de Madrid si puedo). Pepita, que se sienta a mi lado, un poco lejos de Juanita, oyó (o creyó oír) algo acerca de Granada y comenzó la siguiente conversación, que no tiene desperdicio (pondremos a Pepita en color rosa y a Juanita en color azul, por ningún motivo en especial):

—¿Te vas a Granada?

—¿Quién se va a Granada?

—Tú.

—No, yo no me voy a Granada.

—Ah, había oído algo de Granada.

—Pues no me voy a Granada. Me voy a Águilas y, si puedo, iré también a Mojácar.

—¿Y qué vas a ir a hacer a Mojácar?

—Hay un festival.

—¿Hay un festival en Mojácar?

—Sí, un festival hippie.

—Sí, no va a ser un festival heavy.

—¿Por?

—Porque no pega.

—¿A mí no me pega Mojácar?

—No, el heavy no le pega a Mojácar.

—Ah, ya.

—Yo, si puedo también me iré en el puente.

Y ahí ya no me pude resistir y pregunté “¿A Granada?” con claras intenciones de entrar en un bucle conversacional preguntando si en Granada había heavies o hippies pero la cosa no prosperó, por lo que me puse a hablar con otra compañera de no sé qué otro tema que tampoco era el colmo de la seriedad, luego de haber comentado con otra más que la conversación que acabábamos de presenciar era de lo más surrealista. A todo esto, Pepita se había puesto los cascos y, de repente, mirando por la ventana, exclamó “¡Un relámpago!”, ajena completamente a lo que nos habíamos reído con su conversación.  Ella es así.

La pena es que, por haberse puesto los cascos, se perdió el sonido del trueno, del cual le avisamos pertinentemente, claro está, porque, ante todo, somos buenas compañeras.

Comprobar que me junto con gente que está igual que yo en cuanto a salud mental, me hace plantearme qué tipo de parámetros se siguieron en las entrevistas de trabajo. No sé si creer que es casualidad o si buscar ayuda profesional urgente.

miércoles, 11 de abril de 2018

Anuncios Pesadillescos CCXLIII: La boda más glamourosa “ever”

Carpanta en chándal
Carpanta en chándal (¡¡Gracias, Chema!!)
Creo (sólo creo, porque llevamos ya más de doscientos cuarenta anuncios y mi memoria no da para tanto) que nunca había traído un anuncio de una tienda deportiva. No es que en términos generales me parezcan la panacea pero, hasta el momento, me parece que ninguno había hecho saltar mi radar detector de pesadillas.

Pero, recalco, eso ha sido hasta el momento porque la racha de sequía de indumentaria deportiva ha terminado y, por fin, podemos sufrir con algo de este rubro.

Vemos una boda. El novio y la novia se miran embelesados frente al altar donde un cura los contempla entre sonriente y beatífico. Del lado izquierdo de nuestra pantalla, los “damos de honor” o como se llamen los acompañantes del novio (nunca lo he sabido y me da pereza buscarlo, así que quien me quiera sacar de la ignorancia será bien recibido). Del lado derecho, las damas de honor (ahora sí que sí). Ni unos ni otras merecerían mención alguna si no fuera porque he observado que una de las damas de honor lleva en su mano el bolso. No es que sea yo una gran experta en bodas ni nada parecido pero no he visto jamás a una dama de honor con bolso. Me da que debe ser una antigua compañera de instituto de la novia y se han reencontrado por Facebook. La dama de honor no conoce mucho a la familia y teme por sus pertenencias (o le han llegado rumores de que los allegados del novio son un poco mangantes). Sea como fuere, la muchacha se aferra a su bolso como Sofía, la de las Chicas de Oro.

El caso es que la voz en off nos dice que se supone que tu boda es el día más feliz de mi vida (y yo aquí, perdiéndomelo) y por ello nos animan a imaginárnoslo en chándal. Y de repente vemos a los novios e invitados haciendo cabriolas en indumentaria deportiva. La novia sigue llevando velo pero sujeto con una diadema de estas que usan los tenistas (tendrán un nombre, pero no soy aficionada al tenis y sigo con la misma pereza para buscarlo). El novio mantiene su pajarita pero, en lugar de chaqueta de traje, lleva una de chándal. La de toda la vida, con rayas blancas longitudinales. Un cuadro, los dos.

Los invitados tampoco se quedan atrás, aunque por lo menos llevan un look menos ecléctico. Van en ropa deportiva de pies a cabeza, de no ser por las joyas que lucen las abuelas sobre sus camisetas rosas.

Nos informan que la vida es mejor en chándal y ahí queda la cosa. No es que haya mucho más que contar pero sentí la imperiosa necesidad de compartir esto con vosotros.

La única duda que me queda es si la dama de honor seguirá aferrada al bolso a pesar del cambio de atuendo. Le he perdido la pista entre la multitud y la intriga me está carcomiendo.

Lo mismo se lo han birlado en el vestuario.

lunes, 9 de abril de 2018

Crónicas Felinas CCL: Se nos vuelve más loca


Marrameowww!!!

Para cualquiera que haya tenido contacto con gatos o que, al menos, nos haya visto en algún documental de animales, es sabido que somos una especie friolera  pero la ventaja que tenemos los gatos caseros es que podemos acurrucarnos junto al radiador y no movernos de ahí en todo el día, quedándonos en casa de lo más calentitos. Llevamos peor el verano porque en esta casa hace mucho calor y nos toca pasar tres meses desparramados en el suelo como vulgares babosas, con lo poco que nos gusta eso porque nos hace perder todo el glamour y la elegancia inherente a nuestra naturaleza. Sobre todo el imberbe, que se tumba boca arriba con las patas abiertas, enseñando todas las vergüenzas, sin dejar nada al erotismo ni a la imaginación.

La bruja no corre con tanta suerte como nosotros en lo que se refiere a salvaguardarse del frío y de la lluvia (ni en prácticamente ningún otro aspecto de la vida, si nos ponemos a analizar exhaustivamente su existencia, la verdad), por lo que todas las mañanas (o noches, no sé muy bien cómo describir la franja del día en que la bruja abandona el hogar) tiene que salir a la calle a fin de dirigirse a su puesto de trabajo para ganar un dinerillo con el que comprarnos pienso, juguetes y pagarnos las vacunas y el antiparasitario.

Y, friolera como es (el único aspecto en el que se parece en algo a nosotros, salvando las distancias), dice que está hartita de frío y de lluvia y que está deseando que llegue la primavera de una buena vez porque, de momento, sólo ha llegado al calendario y a los grandes almacenes. Que no sabemos la suerte que tenemos de poder quedarnos en casa todo el día. Y creo que se nos está empezando a deprimir por cosas tan absurdas como que el otro día se compró una chaqueta (monísima, según ella; a mí únicamente me ha parecido que está fabricada en una tela muy ideal para clavar en ella las uñas) y que no ha tenido ocasión de estrenarla y que seguro que cualquier día nos levantaremos con cuarenta grados y entonces la chaqueta ya no tendrá sentido y que no entiende cómo sigue sin escarmentar y continúa comprando ropa de entretiempo año tras año si al final apenas tiene ocasión de usarla y que es todo una desgracia y que...  No sé; mucho escándalo está montando por una simple chaqueta. A ver si va a ser que se está volviendo más loca de lo habitual y va a empezar a olvidarse de darnos de comer o de limpiarnos el cajón de arena.

Por suerte, tenemos nuestras técnicas recordatorias y, ante el hambre, Munchkin le clavará las uñas en la rabadilla cuando esté sentada en la silla del comedor y yo haré pis en algún objeto preciado para ella a fin de recordarle que debe preservar la higiene de nuestra bandeja sanitaria.

Aun así, tendremos que estar atentos a su evolución.

Prrrrrr.

jueves, 5 de abril de 2018

La hipotermia


Tal vez os hayáis percatado de que la semana pasada estuve bastante desaparecida. O tal vez no os hayáis percatado de nada porque la mayoría estabais de vacaciones y andabais tan desaparecidos como yo.

El tema fue que, entre la visita del casero que salió bien pese a los intentos de boicot de Forlán que contó el pasado lunes, las salidas a hacer recados para preparar la visita antedicha y diversos eventos sociales que tuve los días festivos, al final ni me pasé a visitar a nadie ni pude publicar post el jueves. De hecho, hasta tuve que sacar tiempo de debajo de las piedras para publicar y responder vuestros comentarios. Así que, mis disculpas si os  habéis sentido ultrajados por mi desaparición.

Pero no venía a hablar de esto. Lo que quiero comentar es que, entre los múltiples eventos sociales que tuve, uno de ellos fue quedar a tomar algo con Naar y Chema.

De más está decir que nos lo pasamos muy bien y nos reímos mucho de canciones horribles que se te pegan y de gente que usa emoticonos que no se entienden pero el problema fue que, pese a que unos días atrás el tiempo parecía querer mejorar y la primavera hizo un leve amago de entrada, el viernes pasado la temperatura volvió a bajar y, al viento huracanado que amenazaba con volar la carpa en la que estábamos, se sumó una lluvia torrencial (bueno, no era tan torrencial pero quiero darle dramatismo al asunto), lo que provocó que, pese a que en la carpa habían encendido las estufitas, yo me pasé congelada las más de cuatro horas que estuvimos ahí (que nos gusta darle a la sin hueso). Cuando nos íbamos, yo me percaté de que no sentía los dedos de los pies y llegué a mi casa al borde de la hipotermia, preguntándome si habría que amputar.  Menos mal que Naar me acercó en su coche muy amablemente, porque si encima me tocaba andar hasta y desde el Metro, creo que no hubiese vivido para contarlo.

Cuando llegué a casa, me puse mi ropa calentita de hacer el oso en el sofá pero ni así. Para cuando me fui a la cama todavía tenía las piernas frías y un tembleque de cuerpo generalizado. ¿Cómo es posible que me cueste tanto recuperar el calor?

Eso sí, la experiencia me sirvió para ver que no estoy sola en este mundo con respecto a algo que pensé que sólo me pasaba a mí porque siempre que lo comento la gente me mira como si estuviera loca: Cuando se me enfrían los pies, me duele la barriga. Nunca había conocido a nadie más a quien le pasara esto pero, al comentárselo a Naar, resulta que a ella también le pasa y siempre es agradable saber que una no está sola en su locura y sus múltiples disfunciones.

Me lo pasé muy bien pero pasé mucho frío. He sacado quinientas palabras de algo que se resumía en media línea.

miércoles, 4 de abril de 2018

Anuncios Pesadillescos CCXLII: De haberlo sabido…


Una parejita se está dando el lote sobre la cama del dormitorio de la chica. Imagino que es el dormitorio de la chica porque, de repente, alguien toca con los nudillos a la puerta, llama a la chica por su nombre y ella, aterrada, susurra “Mi padre”; por lo que supongo que los padres de ella no van a irrumpir de repente en la casa del chico, que eso es allanamiento de morada y está muy mal visto. Aunque vete a saber porque, si el anuncio original es americano (que no lo sé, esto sólo es parte de mi fructífera imaginación), lo mismo sí han entrado a la casa del chico con esa manía que tienen de dejar las puertas abiertas a todas horas.

Bueno, que me disperso. Se levantan de la cama y empiezan a recuperar su ropa a toda prisa. El chico le pide a la muchacha que le pase sus vaqueros; suponemos que para ponérselos a toda prisa y que no le pillen en calzoncillos pero suponemos mal. Lo único que hace es rebuscar en uno de los bolsillos de la prenda y extraer de su interior un paquete de chicles para llevarse uno a la boca.

A todo esto, ella, que parece tener un poco más de sentido común, ya ha terminado de vestirse (aunque sigue descalza y no sé qué excusa va a inventarse para justificar este hecho) y la puerta se abre. Al otro lado del umbral vemos a una pareja que, sinceramente, más que los padres de la chica parecen sus abuelos. No tanto por la edad (que sería raro de ver pero no imposible) sino por el estilismo que me llevan. Sobre todo la madre. No hay más que ver esa blusa con lazada al frente, esa chaquetita marrón con bolsito de cadena colgando de uno de sus hombros, esos pendientes de perlita y, sobre todo, ese corte de pelo ligeramente ondulado. Es el famoso “granny look”. Le falta llevar el pelo teñido de rosa o de lila para dar imagen de abuela, completamente. Bueno, eso y la bolsa del supermercado en la cabeza los días de lluvia.

Ay, que me vuelvo a dispersar. Los padres miran estupefactos y bajan la mirada para comprobar que el chico les ha abierto la puerta en calzoncillos tipo bóxer holgado con diseño de corazoncitos de colores. Una monada absoluta. Pero no pasa nada porque el chaval sonríe, saluda y se presenta. El padre le estrecha efusivamente la mano y la madre/abuela levanta una ceja, en actitud claramente picarona.

Vamos, que parece ser que porque el muchacho tiene buen aliento y carece de dientes picados ya no existe problema alguno con el tema de que ande paseándose por su casa en paños menores, mancillando el honor de su princesita. Muy creíble todo.

Si hubiésemos sabido esto en nuestra juventud no hubiésemos tenido que inventar mil quinientas excusas ni andar escondiéndonos. Con llevar un paquete de chicles siempre encima, todo en nuestra vida hubiese resultado más sencillo.

lunes, 2 de abril de 2018

Crónicas Felinas CCXLIX: El broche de oro


Marrameowww!!!

La semana pasada escuché el rumor de que iba a venir el casero a firmar no sé qué y, por tanto, mis humanos andaban de lo más alborotados adecentando la casa para dar la sensación de ser personas cívicas y responsables.

Adecentar la casa incluye, entre otras, tareas destinadas a cubrir nuestro rastro de destrucción, motivo por el que tuvieron que salir a comprar una funda nueva para el sofá (ya que la anterior había sido convenientemente arañada) y una cortina de ducha (porque la sustituida había sido mordida; por algún motivo me gusta más morder la cortina de ducha que arañarla). Hay que aclarar que el casero sólo les alquila el continente. El contenido es de mis humanos pero la bruja tiene la teoría de que, si el contenido está cuidadito, das mejor imagen.

Pues hete aquí que estaban el día anterior muy atareados, como digo, eliminando pruebas del crimen e intentando dar la imagen de que no vivimos como pordioseros. Y ya sabéis que yo soy fanático de colarme en la habitación de invitados. El caso es que me colé y, como la bruja no tenía tiempo de estar peleando conmigo para que saliese de detrás del sofá-cama, decidió dejarme ahí un momento, cerrar la puerta para que no se colase también el imberbe, irse a hacer unas cosas y, cuando nos pusieron la comida, abrir la puerta para que yo saliese corriendo a recibir la pitanza, volviendo a cerrar la puerta. Hasta aquí, todo correcto.

Un rato más tarde, la bruja entró a la habitación de invitados y notó un olor sospechoso, por lo que preguntó al consorte si había sacado basura a la terraza o algo (la ventana de esa habitación da a la terraza). Ante la respuesta negativa, pensó que eran paranoias suyas y siguió a la tarea. Al día siguiente tenía que ir a trabajar, por lo que volvió a entrar a la habitación para coger su bolso y prepararlo para el día siguiente y allí fue cuando me descubrió.

Sí, habéis adivinado, me había hecho pis dentro de su bolso. Digo “dentro” porque, la muy incauta, lo había dejado abierto. Esto fue el martes pasado por la tarde. Lo comento porque probablemente hayáis escuchado aullidos cuya procedencia desconocíais. Era la bruja al percatarse de que tenía que lavar el bolso con todo su contenido, abrir de par en par la ventana y poner un ambientador eléctrico a máxima potencia para eliminar cualquier rastro de mi acción vandálica.

A día de hoy se andan preguntando por qué lo hice. Nunca confesaré que tenía que poner un broche de oro a la ola de caos que sembré allá por el verano pasado (lo relaté aquí con mi gracia y salero habituales).

Pese a los nervios que les hice pasar, os comunico que la visita fue todo un éxito y el casero no se dio cuenta de nada. Incluso comentó lo cuidadito que estaba el sofá pese a habitar gatos en la vivienda.

Yo me parto.

Prrrrrr.