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martes, 31 de enero de 2012

Mamá amasa la masa

Relato hoy una conversación mantenida con mi churri y otros dos compañeros en la puerta de mi trabajo.

Un compañero estaba que se caía de sueño. Empieza a bostezar y parecía mi gato. Pensé que se tragaba algo (o a alguno de nosotros) hasta que le decimos "Se te va a desencajar la mandíbula". "Ya, como si eso pudiese pasar", dice nuestro otro compañero.

Yo no sé si es que mi familia es muy rara pero el caso es que a mi madre sí se le desencajó la mandíbula bostezando.

Total, que lo cuento.

- Pues sí puede pasar. A mi madre le pasó, yo no había nacido, pero dice que dolía aquello que ni te imaginas.
- ¿Cómo se lo arreglaron?
- Pues, según ella, en un momentito. Al parecer es muy fácil y el médico simplemente te coge la cara y te vuelve a poner la mandíbula en su sitio. El problema era ir en la ambulancia con la boca abierta.
- Sí, se tiene que pasar una vergüenza espantosa.
- Bueno, mi madre que es muy cuca se puso un pañuelito, en plan Reina Mora.
- Pero ¿cómo llamó a la ambulancia?
- Llamaron por ella.
- Ah, vale, es que imagínate que te pase estando sola en casa.
- Ya, en plan "Emergencias ¿Dígame?" "Ka sa ba dasancahada la badábala". "Perdone ¿me lo puede repetir? ¿Cuál es su emergencia?". "Ka sa ba dasancahada la badábala. Ka vangas yaaaaaa. Ahhhhh".
- Activarían todo el protocolo de emergencia. Iban a pensar que la pobre mujer estaba llamando  ya con su último aliento.

Si no fuera por estos momentos de surrealismo absurdo, no sé qué sería  de nosotros.

lunes, 30 de enero de 2012

Hay que...

Hay que pintar la casa. Hay que cambiar los muebles.

Hay que. Pero tengo cero ganas.

Sólo el hecho de tener que pararme a pensar en qué muebles quiero, tomar medidas, ver los colores para saber cómo quiero pintar me da tanta pereza que casi prefiero dejar todo como está.

En este piso vivía mi chico antes que yo. Anteriormente fue un piso de estudiantes, así que le pasa lo que les pasa a todos los pisos de estudiantes. No le falta de nada pero nada combina. Una mesa prestada, un armario comprado en plan “como necesito un armario compro este mismo” y así sucesivamente. Vamos, de cada pueblo un indio y no, no queda bonito. Tengo que reconocerlo.

Pero, así como disfruto eligiendo ropa o viendo cada mañana qué voy a ponerme para salir a la calle, el tema “Decoración” me desquicia. Puede conmigo. Me siento frustrada cada vez que veo que lo que me gusta no entra, lo que entra no me gusta y lo que me gusta y entra no sé con qué combinarlo o tiene un precio prohibitivo. Esa es otra. Soy una millonaria atrapada en un cuerpo de clase media. Cada vez que veo ropa en alguna revista, el vestido que más me gusta resulta que es el más caro (primero miro el objeto y después el precio y, claro, así me va, una frustración constante).

Es así que llevamos como dos años con el plan renove de nuestro hogar. Y nada. No hay manera. Casi cada fin de semana mi churri intenta convencerme de ir a pasar el día a alguna macrosuperficie con mobiliario y/o artículos de bricolaje. No puedo con ello, es superior a mis fuerzas, de verdad. Me canso, me aburro y no me gustan las albóndigas. Lo único que consigo al final del día es tener sueño, un aburrimiento mortífero y una ensalada mental con tanto mueble que ya no sé ni por dónde ando.

Si mi esencia millonaria pudiese salir a relucir sin tapujos contrataría un decorador. Eso tiene que ser la gloria. Que me sondee bien para conocer mis gustos y mis necesidades. Mis posibilidades, no, porque soy millonaria, y llegar un día a casa (de jugar a las cartas con mis amigas millonarias, no va a ser de trabajar) y encontrármelo todo nuevecito, precioso, sin haber hecho más esfuerzo que llamar por teléfono al susodicho decorador, contestar sus preguntitas y firmar un talón.

Pero no. Mi esencia millonaria está atrapada sin posibilidad de expresarse a gusto así que mi cuerpo clase media no va a tener más opción que transigir un día de estos, liarse la manta a la cabeza y ponerse, metro en ristre, a tomar decisiones trascendentales. Tendré que hacer antes un curso de motivación o algo. 

domingo, 29 de enero de 2012

Como un queso

Hace unos días me sucedió algo inesperado. No sé si el tema de la llamarada solar que se avecinaba habrá tenido algo que ver pero a mis treinta y tres añazos no estaba yo ya preparada para lo que me aconteció.

Ligué. En la calle. Así, como suena.  

La historia se desarrolló de la siguiente manera: Iba yo a trabajar como cada tarde y, al cruzar la calle, me percaté de que esperaban su luz verde dos coches y una moto. Yo no me fijé ni en los unos ni en la otra. Cruzo y, justo cuando termino de cruzar, el semáforo se pone verde para los coches. La moto hace un pirulo muy raro, se sube a la acera y se para a mi lado.

El hombre se quita el casco. No podría decir que estaba buenísimo ni que era muy guapo pero tranquilamente se lo podría catalogar de “interesante”. Treinta y tantos largos o cuarenta y poco, barbita entrecana, buena planta, buena moto… Total, que me dice (con acento francés, que esto también suma puntos):

- Oye, perdona.
- Sí. Dime.
- ¿Sabes donde hay un (insértese aquí nombre de cadena de establecimientos alimentarios muy conocida. Horizontal. Cuatro letras. Logo de palabra blanca sobre fondo rojo. Creo que ya lo tenéis) por aquí?
- Pues no, ni idea…

Sirvo de mucha ayuda, es lo que tengo. Me disponía ya a darme media vuelta y proseguir mi Via Crucis camino cuando va y me suelta

- ¿Te puedo invitar a tomar un café?
- No, gracias.
- ¿Tienes prisa? ¿Puede ser en otro momento?
- No, gracias. (Cuando me pillan desprevenida tengo una facilidad de palabra pasmosa, como fácilmente podéis comprobar).
- Vale, lo siento.
- Hasta luego.

Análisis de la conversación:

“¿Te puedo invitar a tomar un café?”:  No sólo me invita cortésmente a degustar una infusión sino que encima me pide permiso para invitarme. ¿Se puede ser más caballeroso? Le faltaban la capa y la espada (el caballo no porque, al ser un caballero moderno, lo había sustituido hábilmente por una moto).

“¿Tienes prisa? ¿Puede ser en otro momento?”: O sea, que estaba dispuesto a pedirme el teléfono y tomar el café cuando a mí me viniese bien. Un puntazo.

“Vale, lo siento”: ¿Qué decir a esto? Es tan caballero que hasta me pide disculpas por haberme abordado así, en medio de la calle, sin anestesia ni nada. Soy un poco cortadilla pero le tenia que haber dicho “No lo sientas, majo, que me acabas de alegrar el día”

Conclusión: Llegué al trabajo inflada como un pavo. Lo primero que hice fue contárselo a mi churri (sí, trabajamos en el mismo sitio así que lo veo prácticamente las 24 horas del día. Otra cosa, no sé, pero comunicación tenemos para dar y regalar), instándole a sentirse orgulloso de que, a mis años, aún le tiran los tejos a su chica por la calle. Mejoro con el tiempo. Lo dicho: Como un queso.  

sábado, 28 de enero de 2012

Recuerdos infantiles: Mi pelota con cuernos

Como me he quedado traumatizada con esto de que todo el mundo recuerda sus excursiones escolares menos yo, apelo a mi memoria para percibir que hay otra serie de tonterías que sí siguen ahí, indelebles.

Uno de los juguetes que más recuerdo de mi infancia es una pelota de estas gigantes que se pusieron de moda en los 80. Tenían como unos cuernitos en la parte superior a modo de manillar y toda la gracia del juego consistía en sentarse encima e ir botando cual batracio enloquecido.

La mía era verde y no le daba resuello. No comía sentada encima dando saltos supongo que porque me lo prohibían.

Tenía una costumbre (divertidísima para mí aunque dudo que mi Santa Madre esté de acuerdo) de saltar al jardín directamente desde la parte de arriba del porche. No veas como rebotaba aquello cuando tocaba el césped, haciendo su correspondiente desconchón en el césped. Yo, feliz. Santa Madre, no tanto. Tuve que dejarlo cuando el problema de alopecia del jardín delantero comenzó a ser preocupante.

Hubo una vez en particular en que estaba yo sentada por la noche sobre mi bola en la terraza de mi dormitorio. En determinado momento, me da por mirar la pared y veo, perfectamente recortada sobre mi cabeza, la silueta de un murciélago. Me faltaron piernas para correr hacia el interior, dejando la bola abandonada a su suerte porque mi vida importaba más, al grito de "Mamaaaaaa. Un vampirooooo".

La desventaja de tener una madre bióloga es que te expones a una ristra interminable de carcajadas, chistecitos y comentarios sarcásticos hasta bien entrada la treintena cada vez que te asustas con algo así. Nada de mimitos ni de "Ya pasó, nena. Tu mami que es una superheroína ha espantado al vampiro malo". Es más bien algo como una Wikimadre abierta "Ay, nena, eso era un murciélago. No te va a hacer nada porque la mayoría de las especies son insectívoras o frugívoras. Hay muy poquitas especies hematófagas y no existen en Europa". Vale, madre. Ahora tengo miedo de ti ¿qué te pasa en la boca?. Madre, por Dios, que tengo ocho años...

viernes, 27 de enero de 2012

Yo lo vi primero

Aprovecho este medio público para plantear una reflexión que me trae de cabeza: ¿Qué extraña fuerza de la Naturaleza provoca esa atracción irrefrenable de las señoras mayores hacia los asientos del Metro, autobús o cualquier tipo de transporte público?

No hablo de la típica abuelita con bastón, que ya la pobre apenas se tiene en pie. Ésa, es normal que busque asiento y, de no haberlo, hay que ser muy asqueroso para no cedérselo. Hablo de la señora mayor-no-tan-mayor, con sus tacones de aguja, su maquillaje, su abrigo de bicho y su bolsa del Tajo Británico.

¿Traen un radar incorporado? Son como Terminator. Suben al medio de transporte en cuestión, escanean el lugar (seguro que lo ven todo verde) y, una vez localizado el objetivo, se lanzan a una carrera que las quiero ver yo en la San Silvestre. En serio, ponedles un asiento de Metro en la meta y veréis. Esquivan carteristas, bolivianos tocando la quena, madres con carrito de bebé y, ya si ven que no alcanzan su preciado tesoro por más que lo intenten, lanzan el bolso como si aquello se tratase de la bandera que plantaron en la Luna. Y ya está. Lo han colonizado. Me las imagino en un submarino de guerra, con cuarenta hombres rudos y curtidos en las peores batallas, repartiendo bolsazos a diestro y siniestro, incluido el Capitán, al grito de “Yo lo vi primeroooo!!!” No se volvió a saber de los hombres rudos. Creo que están todos de baja.

Me ha llegado a pasar, incluso, de levantarme de mi asiento para ofrecérselo a un señor ciego y, según estaba diciéndoselo al buen hombre, ya había una señora sentada (creo que se materializó ahí, al lado del asiento, si no, no me lo explico porque juraría que antes no estaba en las inmediaciones). Eso sí, ahí no me callé. Le dije (bien alto, que se me oyera bien), que el asiento no era para ella. Se levantó muy digna diciendo no sé qué de que no se había dado cuenta, que no lo había visto, etcétera.

En fin ¿alguien tiene teorías al respecto? ¿Es una habilidad que se va desarrollando con los años como el gusto por las obras de construcción? ¿Aparece como un champiñón o lo traemos de serie y de repente te lo pide el reloj biológico? Este tema me plantea muchas incógnitas. No sé si conseguiré dormir. 

jueves, 26 de enero de 2012

Dormitorio con escalera

No es que viva en un dúplex, no. Más quisiera. El asunto es que, desde hace unos días, mi dormitorio cuenta con una escalera de mano al lado del armario.

Ni siquiera es una escalera bonita, de colorines o Art Nouveau. Es vieja, fea, cojea, está llena de manchas de pintura… Vamos, una monada.

“¿Por qué narices tienes, entonces, semejante armatoste en tu dormitorio?”, os preguntaréis vosotros, seres de naturaleza curiosa.

La respuesta es simple: Por los gatos.

La explicación ya no es tan simple. Se hará lo que se pueda.

Resulta que a Forlán (mi gato más pequeño) le dio hace un tiempo por saltar a la parte de arriba del armario, como ya comenté en su post de presentación. Ahí tiene su atalaya particular y vigila todos nuestros movimientos.

Esto generaba dos problemas. A saber:

Primero: El armario no es muy estable que se diga y, cada vez que saltaba ahí arriba desde la cama, golpeaba la puerta con el consiguiente estruendo. Cuando lo hacía a las seis de la tarde como que no le dábamos mucha importancia pero cuando le daba por hacerlo a las cuatro de la mañana ya nos imaginábamos a algún vecino desayunando gato en pepitoria.

Segundo: Mi gato Luhay, como ya dije, pesa cinco kilos y medio, por lo que no puede saltar tan alto. Le pesa el culete. Daba un dolor de corazón tremendo verlo ahí abajo, mirando al otro pavoneándose encima del armario, con cara de “Yo también quiero subir. Eso tiene pinta de ser divertidísimo”.

Pues hete aquí que mi churri, tuvo que cambiar la bombilla del techo (en mi casa las bombillas se ponen de acuerdo para fundirse todas a la misma vez. Creo que nos odian) y ahí trajo la escalera. Cuando se baja, ve a Forlán subiendo al armario por la misma y a Luhay detrás.

Conclusión: Ahí se ha quedado la escalera porque, estética no será, pero hemos matado dos pájaros de un tiro, oye. 

miércoles, 25 de enero de 2012

Post-encuesta: ¿Sirven para algo?

Estaba viendo la otra noche con mi chico un documental  sobre el queso manchego. No me envidiéis, sé que no todo el mundo tiene una relación tan romántica como la mía.

Cuento esta tontería porque, según veíamos el documental, me dice mi churri. “Qué curioso que a mí, siendo de La Mancha, nunca me hayan llevado en una excursión del colegio a ver una fábrica de quesos”. Mi chico es albaceteño “muchismo del tó”. De ahí deriva la siguiente conversación:

- Pues a mí me llevaron a una fábrica de caramelos y de lo único que me acuerdo es que me regalaron un bote de moras, una caja de chicles y otro bote de piruletas. De qué me contaron dentro de la fábrica, ni idea.

- Yo fui a una fábrica de pan de molde y sí me acuerdo de casi todo. Yo es que, para esas cosas, era muy atento.

- Pues yo no me acuerdo de una sola excursión que haya hecho con el cole. Tengo como retales de recuerdos pero como me dé por juntarlos me sale un collage tan tremendo que al final termino creyendo que los caramelos me los regalaron en el Monasterio de El Escorial.

De esta charla por demás absurda me surgió la duda de si las excursiones escolares sirven realmente para algo. Somos pequeños, vamos en jauría y, por ende, nuestra capacidad de concentración supera escasamente la de un lemming aletargado. ¿Recordamos algo según pasan los años? ¿Alguien ha salido de una envasadora de agua mineral pensando que ha encontrado su verdadera vocación? ¿No será que los profesores pasan de dar clase y prefieren llevarnos por ahí a perder el tiempo? ¿O es mi subconsciente que, por alguna razón desconocida, ha hecho por olvidar?

Dejo abierto el debate y la polémica sobre este tema de candente actualidad y por demás espinoso. 

martes, 24 de enero de 2012

El orden

El otro día, cuando os contaba esto (le estoy pillando el gustillo a esto de escribir posts spin-off) me quedé luego pensando que, si bien yo me enfado con el desorden de mi churri, también hay que admitir que soy para echarme de comer aparte.

Lo mío con el orden roza lo enfermizo. Si hay algún/a psicólogo/a por ahí, que me diga sinceramente si rozo la locura más de lo que aparento a simple vista. No es lo típico de “un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio” es que cada cosa tiene su orden con respecto al resto de cosas colindantes y debe estar en perfecta armonía con la alineación de los planetas o algo así. Mi armario parece una boutique. Ordeno la ropa por colores, partiendo desde los más oscuros (que van abajo en las estanterías y a la derecha en la barra de colgar) hasta los más claros (arriba y a la izquierda, respectivamente). Con respecto a la barra de colgar, el asunto no es sólo colocar por colores, sino por tipo de prenda; es decir, a la derecha del todo pantalones negros descendiendo cromáticamente hacia la izquierda, a continuación van los jerseys siguiendo el mismo criterio, les siguen los vestidos y por último las faldas). Me desquicia verlo de otra manera.

En el baño, soy igual de disfuncional (o más, juzgadlo vosotros). Todos los botecitos de los miles de millones de potingues tienen que estar colocados de los más altos a los más bajitos, otra vez de derecha a izquierda, pero ligeramente inclinados, de tal manera  que las etiquetas estén a unos cuarenta y cinco grados hacia la izquierda. También me desquicia verlos de otra manera.

No soy capaz de relajarme si veo algo que no está exactamente como yo quiero que esté. A veces estoy tranquilamente viendo la tele y veo cualquier chorrada en la estantería del salón ligeramente movida (más bien que “alguien” ha movido ligeramente, porque las cosas no se mueven solas). Intento ignorarlo y decirme a mí misma “Qué más da. No seas paranoica. Luego lo colocas” Pero que no estoy a gusto, oye. Hasta que no me levanto, lo arreglo y me vuelvo a sentar no me doy yo por satisfecha.

Pues eso. Que soy muy rara. No further comments. 

domingo, 22 de enero de 2012

Los Okupas

Esta es una familia de cuatro miembros. Mi churri, los dos felinos y servidora. Al menos era así hasta el jueves por la noche. A partir del viernes por la mañana pasamos a ser millones.

Me levanté sintiendo la cabeza embotada, con tos, sin parar de estornudar y con la nariz como un pimiento por esto de empezar a sonarme compulsivamente. Habréis captado por mis fotos que de algunas cosas voy más bien escasa pero la naturaleza me dotó con un apéndice nasal que no podría catalogarse precisamente de “discretito” así que os imaginaréis lo monísima que andaba yo.

El caso es que cuando volví por la noche de trabajar el termómetro marcaba 38 grados y yo me dedicaba a dar penita para que me mimasen. Un oscuro arte sólo realizado por profesionales, no lo intentéis en casa.

Ayer sábado por la mañana debía levantarme pronto porque había quedado con una amiga para ir a comprar una mochila portabebés para otra amiga que ha sido mami recientemente.  Como me puse en pie con los mismos fluidos pero sin fiebre pensé que la cosa iba mejor, de manera que marchamos a Pozuelo para que mi amiga nos recogiese en la estación de Renfe y pusimos rumbo a Majadahonda para ir a la tienda de marras. Compramos el adminículo en cuestión y, aparte, una mantita de actividades con unos chirimbolos de plástico que cuelgan para que la bebé juegue tumbada. Luego digo que no soy muy de bebés. Me parece que lo que me pasa es que les tengo una envidia asquerosa.

Cuando íbamos a coger de nuevo el tren para volver a Madrid, nos encontramos con mi jefa (es que vive en Pozuelo, así que las probabilidades eran más bien altas). Para la tarde había programada una fiesta de cumpleaños para una antigua compañera de trabajo y, la verdad que me apetecía mucho ir porque hacía la tira que no la veía pero le comenté a mi jefa que no estaba muy segura porque andaba yo un poco pocha. Me dice “Sí, mujer. Te tomas ahora un antipirético y así luego vas al cumple, que vamos todos”. A una jefa nadie le dice que no así que obedecí. Cabe anotar que mi jefa es un encanto, no es que me tenga subyugada.

Cuando llegó la hora de ir al cumple yo no estaba muy católica (ni protestante, ni musulmana, no alcanzaba ni la categoría de agnóstica), así que le dije a mi churri “Vamos una horita y para casa, que me tengo que cuidar un poquito”. Ni horita ni milks. Estuvimos allí como tres horas porque, con lo bien que nos lo estábamos pasando, yo no me daba cuenta que mis okupas interiores estaban por ahí campando a sus anchas y montando su propia fiesta en mi organismo.

Llego a casa y… 39 grados. Más antipirético, cataplasma de esta turquesa con olor a mentol que te pones en el pecho para respirar mejor (que no, que no digo marcas) y a descansar. Hoy me he levantado como si me hubiese pasado una apisonadora por encima. Estoy baldadita y, con la congestión, creo que hasta medio sorda. Ando como un cadáver ambulante, cruzando los dedos para estar mejor mañana. En fin. En estos casos lo único que se puede hacer es echarle un poco de paciencia hasta que los okupas decidan ir a acampar en otro sitio. 

viernes, 20 de enero de 2012

¿Por qué leo en la cama?

A raíz de esto paso a relataros de dónde viene mi costumbre de leer antes de dormir.

La cosa me viene creo que desde los tres años (sin exagerar). Mi madre dormía en mi habitación, en la cama de al lado y yo todas la noches la veía leer antes de dormir. Con esto que tienen los niños de imitar todo lo que ven, yo cogía mis cuentos (los que me leía mi madre) y, aunque no sabía ni leer por aquel entonces, me  iba a la cama con ellos y me dedicaba a mirar los dibujitos y a relatar la historia, que a esas alturas ya me sabía de memoria porque anda que no era yo pesadita ni nada.

Debo agradecer desde aquí a mi mami por haberme contagiado su manía. Gracias a ella aprendí a amar los libros. A sentirme rara si paso un día sin leer aunque sea los componentes de un bote de champú. A haber querido vivir dentro de algunos libros y huir despavorida de otros. La vida sin libros es triste. Muy triste, al menos para mí. Te enriquecen, te hacen vivir vidas paralelas aunque sea por un momento, te enamoran, te hacen enfadarte, te hacen reír y llorar. Te ayudan a entender mejor este mundo loco en que vivimos.

Te enseñan a escribir, otra de mis grandes pasiones desde que tengo memoria y, por lo que me cuentan, también desde que no la tengo. Mi madre me cuenta que, cuando me estaban enseñando las vocales, me empezó a dar por escribir cuentos. Cuentos con vocales porque eran las únicas letras que sabía escribir. De esta guisa, escribía cosas como “A-IA U-A E” Esto, traducido, significaría “Había una vez”. Dejaba los espacios porque imaginaba yo que ahí, entre medias de tanta vocal, tenía que ir algo más, pero no sabía qué. Eso sí, cuando leía el cuento en voz alta, lo leía con consonantes y todo.

Le dedico el post de hoy a Merengaza , que estaba intrigada por el origen de mi costumbre de leer en la cama, ya que la compartimos (espero ahora tus explicaciones!!!). La podía haber resumido en una línea, diciendo “De pequeña veía a mi madre leer en la cama y se me pegó” pero entonces no hubiese podido dar rienda suelta a mi deseo desenfrenado de escribir. 

jueves, 19 de enero de 2012

Día un tanto asquerosillo (Parte dos)

Pues como os contaba anoche, había tenido un día terrible y estaba deseando llegar a mi casa. 

Me hubiese quedado en el trabajo.

Llego a casa y no hay agua. Al rato volvía y se iba otra vez. Así estuvo hasta que me fui a acostar. En una de estas, voy a entrar al baño y "plaf", se funde la bombilla. 

- Churriiiii. A ver cómo te cuento esto... Se ha fundido la bombilla del baño. 

Mi churri blasfema en arameo o en sánscrito. No lo tengo muy claro, las lenguas muertas nunca han sido mi fuerte. Se va todo paciente a buscar otra bombilla para cambiarla. No hay. Sólo quedan de 25 Watts.  Decide poner una de esas provisionalmente para que podamos ver por dónde vamos, por lo menos. Ahora mi baño tiene un ambiente súper íntimo con el que seguro que fliparía algún decorador de interiores New Age. 

Vamos, que no estaba mi humor para mucha tontería anoche pero, de todas formas, el tema del agua me dio que pensar. Estamos tan acostumbrados a abrir un grifo para beber agua, abrir un grifo para ducharnos o lavarnos los dientes, pulsar un botón para descargar una cisterna, que en el momento en que eso nos falta andamos perdidos, sin rumbo en esta vida. Es en ese momento cuando uno le da al agua la importancia que tiene. Es en ese momento cuando recuerdas que hay mucha gente en el mundo que no lo tiene tan fácil para obtener agua; que la odisea que vive uno durante un par de horas hasta que se soluciona la avería es la que tienen que pasar a diario millones de personas, sin esperanza de que venga alguien a solucionar su "avería". Todo esto sin contar que no la cuidamos nada, siendo un recurso no renovable y, como nos la carguemos, a ver qué vamos a hacer. 

Total, que en el momento en que me fui a dormir le digo a mi churri:

- Chiqui, qué suerte tenemos. 
- ¿Por?
- Porque estamos aquí, tan a gusto, debajo de nuestro edredón y con la calefacción. 
- Pues sí, chiqui. ("Chiqui" en nuestra casa es Unisex)
- Buenas noches.
- Buenas noches.

miércoles, 18 de enero de 2012

Día un tanto asquerosillo

Hoy he tenido un día bastante agobiante en el trabajo. Con esto de las fiestas, muchos se habían ido de vacaciones, lo que hizo que estuviéramos tocándonos los eggs la semana del 19 de diciembre, del 26, del 2 de enero... Pensábamos que para el lunes 9 las cosas iban a volver a su cauce pero nada, ahí seguíamos, con un aburrimiento mortífero. Ya estábamos pensando en traernos las cartas o el parchís. Lunes 16: Nada. Martes 17: Bueeeno, parece que entra un poco más de currillo. Miércoles 18: Me quiero moriiiir. ¿Pero por qué no hay un término medio en este mundo? Todo el mundo con prisas, encima, que te dan ganas de decirles "Pues tú has estado por ahí de paseo y yo aquí, aburrida. Ahora te esperas y no me des la brasa". Pero no sé si eso estaría muy bien visto.

Me escuecen los ojos. Como consecuencia, me han llorado y se me ha corrido el eyeliner. Parezco un mapache y me duele todo el cuerpo, por lo que encima soy como un mapache atropellado. Estoy preciosa, preciosa. Deseando llegar a casa, quitarme las botas y vestirme de chica humilde y sencilla. Que mi churri me prepare una cena rica (no recoge pero cocina, eso es un plus) y que me dé mimitos mientras me acurruco en el sofá a ver la tele.

Menos mal que ya sólo me queda media hora y me voy. Sí, estoy en el trabajo. No sé si es muy ético postear en el curro pero me lo he ganado, que no he dejado nada pendiente.

Soy un desastre pero la culpa es tuya

El otro día tuve un altercado tonto con mi chico. Tal vez el primer post que escribo sobre él debería ser más positivo porque esto puede parecer que hay problemas en el Paraíso pero,  como es parte de la vida en pareja, allá voy.

Mi chico tiene la costumbre (fea, a mi parecer, pero muy extendida en el género humano) de dejar las cosas en cualquier sitio. Una de sus estanterías favoritas son los radiadores de casa que digo yo, señores Diseñadores Industriales, ¿no podrían ser redondos para evitar la tentación de depositar todo tipo de objetos en su superficie? Pues bien.  El caso es que el otro día le dio, como tantas otras veces, por dejar sobre el radiador un libro de la niñita esta tan maja que odia la sopa (como servidora). Yo, ser inocente y por demás bienintencionado, encendí la calefacción porque hacía frío pero no vi que el librito de marras estaba sobre uno de los radiadores. Pues se deformó. No tanto como él me quiso hacer ver pero el caso es que un poco sí se deformó.

Resultado: Bronca. ¿A él por dejar las cosas por cualquier parte libradas a su suerte? No. A mí por no anticiparme a los acontecimientos y revisarlo todo antes, teniendo en cuenta que es un desastre y que puedo llegar a encontrarme cualquier artilugio en cualquier sitio. “¿Cómo no miras?”, me dice. Yo no digo nada. Flipo. Flipo tanto que las palabras se me quedan ahí, en la garganta, amotinadas, pugnando por salir pero determinando el orden. Qué sé yo, una cosa muy rara. Al final, algo dije pero ya ni recuerdo qué, flipando como estaba. Supongo que alguna parida políticamente correcta de esas que suelo soltar yo apelando a su responsabilidad y su buen hacer, que no sé yo si no es un poco como predicar en el desierto. Pero bueno, ya se me ha pasado. Y creo que a él también. Sigo flipando pero ya no se me nota tanto. 

martes, 17 de enero de 2012

Confesiones televisivas

Lo confieso. Tengo un vicio secreto. Los anuncios de Teletienda. No los productos. Los anuncios.

Me parece ingresar a una realidad paralela cada vez que veo uno de estos anuncios, donde te quieren convencer de lo fantástico que es un colchón poniendo a una persona leyendo en la cama con otra haciendo el saltimbanqui al lado. Si mi churri se pone a hacer eso mientras yo leo en la cama (costumbre que tengo desde pequeña y que le debo a mi madre, ya os contaré) en lo último que pensaría es en lo fantástico que es mi colchón, sino más bien:
a) Que le ha dado un ataque de epilepsia: Llamo al médico.
b) Que lo ha poseído un demonio: Llamo a un exorcista.
c) Que se le ha ido completamente la olla: Le doy la más cordial bienvenida a mi mundo.

Como colofón, para continuar demostrando las beldades del producto, te enseñan dos focas campando a sus anchas encima del colchón. ¿Perdona? ¿Es una indirecta o qué?

He visto cortar latas con cuchillos, responder con total naturalidad desde tu coche encuestas donde te preguntan cómo prefieres el tamaño del miembro viril, como si estuvieran preguntando si te gusta más el zumo de manzana o de piña, aspirar clavos mezclados con mermelada y no sé cuántas situaciones surrealistas más.

Hay otros, emocionantes sin lugar a dudas, que combinan el anuncio grabado con un show “en vivo” con público y todo, donde la gente aplaude y queda extasiada mientras se pregunta cómo ha podido vivir toda su vida sin una máquina para poner purpurina en la ropa.

Los que más me gustan, sin pensármelo dos veces, son los situacionales. Estos en los que muestran a un pobre ser humano cayéndose de una escalera con un bote de pintura en la cabeza mientras, en su caída, pisa un patinete que casualmente estaba colocado debajo y, en el derrape, atropella al gato. La voz en off pregunta “¿Está harto de que le pase esto?”. Difícil sería que me hubiese pasado una sola vez en mi vida (vamos, para colgarlo en Internet y forrarme con las visitas), si me pasa a menudo tengo un problema serio. No se me puede llamar torpe. No hay palabras en el mundo para describir la clase de ser patético que soy. Merezco la muerte, básicamente (por caridad, más que nada).

El formato debe funcionar porque todos son de uno u otro estilo y cada vez nos sorprenden con algo más bizarro.

Os dejo, que a estas horas seguro que echan alguno. Besitos. 

domingo, 15 de enero de 2012

Un post acerca de nada (con reflexión ulterior)

Hoy no sé de qué escribir. Supongo que lo más sabio, entonces, sería no escribir y punto que para que nos hablen sin decirnos nada ahí tenemos la tele.

El asunto es que estoy en el salón y, a mi lado, justo en el sofá, están mi chico y los dos gatos echándose la  siesta. Hay tanto silencio y están tan ricos los tres que el  único ruido que quiero hacer es el de mis dedos sobre las teclas, no vaya a ser que los despierte.

Hoy es mi séptimo día como blogger (según el calendario porque no he escrito todos los días) y mi balance hasta el momento viene siendo positivo. Me lo estoy pasando muy bien que creo que es lo fundamental y, a la postre, estoy descubriendo blogs fantásticos y que me apetece mucho seguir.

De todas formas, he de admitir que una tiene ciertas ansias divescas y me da un poco de “envidia sana” cuando entro en estos blogs tan magníficos con montañas de seguidores y de comentarios y yo veo aquí el mio tan neonato, tan recién parido o salido del horno. Ya sé que hay que darle tiempo al tiempo. Soy consciente de ello y soy consciente también de que hay que darse un poquito a conocer pero soy un poco reticente en cuanto a eso de la autopromoción. Cada vez que cuelgo un comentario en un blog recién descubierto me siento un poco vil, como si fueran a pensar “Ésta me comenta porque quiere que entre en el suyo”, motivo por el que comento con un poco de vergüenza, como pidiendo permiso. Podría decirse que soy una diva humilde, si es que existe eso.

Entonces me pregunto ¿el tema de la autopromoción es simple afán de protagonismo o es buscar un hueco en la blogosfera? ¿Quiero que me lean o quiero que me acepten y me incluyan en la comunidad? Ambas, supongo. Vosotros que lleváis ya tiempo en esto ¿habéis pasado por el mismo sentimiento o son sólo paranoias mías?

Dejo la pregunta en el aire. Por hoy termino, que para no tener de qué escribir menuda chapa he soltado. Saluditos.

sábado, 14 de enero de 2012

El invierno

No me gusta el invierno y a continuación expongo mis razones inamovibles:

Hace frío. Sí, soy muy obvia pero no por eso llevo menos razón.

El invierno es caro. La ropa de abrigo cuesta más que la de verano y  la factura del gas se dispara por culpa de la calefacción sin la cual no sabría vivir.

En Madrid nieva poco, pero cuando nieva, es un asquete. Algún romanticón dirá que qué bonita la nieve, tan blanca. Esto admite varias discusiones. Primero, para ver por la ventana la nieve del tejado de enfrente sí, es muy bonita, para ver la nieve negruzca y pisoteada de la calle ya no es tan bonita. Segundo, es un incordio. Cuando acaba de caer, te vas hundiendo; cuando se empieza a derretir, te vas resbalando con el hielo y cuando ha terminado de derretirse te vas manchando de barro. Muy pintoresco todo, sí.

Cualquier evento social al que me invitan lo vivo como una cruel tortura. La sola idea de abandonar mi osera me causa escalofríos y tengo la sensación de que me están clavando témpanos de hielo bajo las uñas.
Toda labor doméstica que debo abordar en mis quehaceres marujiles es una tarea titánica, como si me dijeran que tengo que ir a reparar los frescos de la Capilla Sixtina con un bote de laca de uñas. ¿Por qué? Porque implica salir de debajo de la manta con la que me mimetizo en cuanto el termómetro cae por debajo de los 17 grados.

No hay un solo invierno en que me libre de la gripe o los resfriados. Esto implica andar hecha una birria y, encima, un gasto extra en medicamentos y Kleenex, lo que me lleva a afirmar nuevamente que el invierno es caro. No, no soy agarrada. Me gusta derrochar en lo que me hace feliz, no en eliminar cuerpos extraños de mi organismo.

Tengo dificultades respiratorias. Esto no se debe a que me constipe con mucha facilidad sino a que mis gatos se vuelven más plastas de lo habitual y, en vez de ir a lo suyo, como en verano, que tienen calor, prefieren tumbarse encima de mí.

Mis vecinos de arriba, de naturaleza festera, prolongan las fiestas en casa hasta las tantas de la madrugada, cantando todo tipo de sandeces, saltando casi sobre mi cabeza y dando voces, sin permitirse/nos el lujo de salir de casa aunque sea un ratito.

Me cuesta más sentarme a escribir delante del ordenador. Pienso que por dos razones relacionadas: Los dedos se me endurecen y no es cómodo escribir con las manos ateridas y el dolor constante en las yemas (sí, sí, con la calefacción encendida y todo). Esto hace que la musa que se aloja en mis deditos esté incómoda y se declare en abierta rebeldía, amenazándome con la huelga y reclamando una bufanda por no sé qué de un Convenio y un Sindicato de Musas hasta que llegue la primavera.

Dado que esta última afirmación realiza una referencia circular hacia la primera, no escribo más, que dice la musa que ya está bien por hoy y que no sea cansina. 

jueves, 12 de enero de 2012

La importancia de una esponja

Estoy feliz porque tengo esponja nueva.

Parece mentira que una tontería tan grande pueda llevarnos a tal estado de éxtasis pero así parece.

Resulta que la semana pasada se rompió mi esponja. Más bien se desbarató. A mí me gustan las esponjas estas que son como un floripondio. Pues resulta que la que tenía se "desmontó" y parecía un gusano agonizante. Algo bastante desagradable, la verdad. Total, que voy al día siguiente y me compro otra que no era exactamente un floripondio sino una especie de capullo (con perdón). Super compacta y chiquitita. Pensé yo que sería el último alarido en lo que a esponjas se refiere y volví a casa toda contenta con mi capullo rojo pasión.

Pues resulta que, de tan compacta que era, no hacía espuma ni nada y me daba la sensación de que no me enjabonaba yo en condiciones (ya os hablaré algún día de mi afición a la ducha), aparte, no era suavecita sino de estas que exfolian. A ver, que yo me exfolio una vez por semana y voy que chuto. No me hace falta exfoliarme todos los días, ni que fuera un lagarto. Así de deprimida pasé como tres días.

Finalmente, ayer me compré otra. Un floripondio como está mandado. Fucsia. Para poder ducharme a oscuras. Me meto a la ducha con la susodicha y no veas qué de espuma. Eso era la gloria y yo sintiéndome cada vez más limpia y más estupenda.

Vamos, que mi humor es otro desde que tengo mi floripondio fucsia. Larga vida al floripondio.

P.D.: El capullo lo he guardado porque nunca se sabe...

martes, 10 de enero de 2012

And now introducing... My cats!!!!

Tenía escrita otra cosilla para mi segundo post pero, a petición popular (o más bien individual porque de momento no es que tenga muchos seguidores que se diga; aunque no me preocupa, son pocos pero buenos), os voy a presentar a mis gatos.



Breve descripción de quién es quién:

El blanco y negro

Nombre: Luhay
Alias: “El Gordi”
Edad: 8 años y cuatro meses aproximadamente.
Peso: 5.5 Kg. (Sí, de ahí sale su alias)
Procedencia: Apareció una noche en la puerta de mi casa junto a otra gatita igual que él (por lo que siempre imaginé que serían hermanos). Eran dos cachorritos preciosos de un mes y medio, más o menos, que tenían hambre. Fuera llovía y hacía viento y frío. Total, que los metí dentro y me dije “ya mañana, si hace mejor tiempo, los saco”. Al día siguiente sí hizo mejor tiempo pero yo ya estaba enamoradita perdida. La gata dio en llamarse Aída pero me la perdieron a los tres años.
Personalidad: La vagancia personificada. No se mueve ni aunque le vaya la vida en ello salvo si hay motivos culinarios que lo impulsen. Le gusta dormir la siesta conmigo, apoyado en mi brazo izquierdo para que yo lo abrace con el derecho y ahí nos quedamos fritos, en posición “cucharita”. Algo ciclotímico. Tan pronto está tan a gusto con los mimitos como se le cruza un cable y te lanza un bocado o un zarpazo así porque sí. En cuanto le echas la bronca tras el zarpazo o bocado de rigor, se te restriega contra las piernas para pedirte perdón y recomenzar el ciclo. Bruto, muy bruto. No controla su fuerza con esos casi seis kilos que gasta y, cuando juega contigo, fijo que te va a terminar haciendo daño. Le gusta charlar. Cualquier cosa que le digas en tono de pregunta te la responde con diferentes tonalidades de maullido. En serio, lo hace.

El negro

Nombre: Forlán (soy medio uruguaya y llegó a casa poco después del Mundial…)
Alias: “El Peque”
Edad: 1 año y 9 meses, también aproximadamente.
Peso: 2.5 Kg. (Este se nos quedó canijo así que el alias le perdura desde que era un cachorrito).
Procedencia: Tras la desaparición de Aída (que nunca tuvo alias) mi pobre Gordi no levantaba cabeza. Al principio pensé que se le pasaría con el tiempo pero dos años más tarde estaba cada vez más histérico el pobre. Más ciclotímico que nunca y hasta con un tic nervioso (le daba por lamerse al lado de la cola hasta que se dejaba unos pelones de órdago). Intentamos de todo, hasta feromonas artificiales a 24,00 € el repuesto de un mes de duración (No os miento, estas pijotadas existen), que no le iban del todo mal pero el caso es que seguía haciéndose sus desconchones capilares. Al final me dijo el veterinario (a quien yo creo que ya le estaba dando pena la millonada que me estaba dejando yo en feromonas) que me dejase de pamplinas y trajese otro gato. Y ahí llegó Forlán. Lo adoptamos en una asociación bajo el nombre de “Karioko” pero no pensaba yo mantenerle mucho ese nombre… Hicieron muy buenas migas y les encanta dormir juntos abrazaditos y, de tanto en tanto, perseguirse, morderse y hacerse maldades.
Personalidad: Raro, raro, raro. Su comida preferida son los canónigos y su bebida el zumo de manzana. Nos ha salido un gato vegetariano que, para colmo, adora meterse debajo del grifo de la ducha. Por lo general es bastante independiente y su lugar preferido es encima del armario, desde donde puede vigilarnos a gusto. Eso sí, cuando decide que es el momento de entrar en contacto con humanos, es lo más pegajoso que te puedas echar a la cara. Se te echa encima y eso no es un gato ronroneando, eso es un motor de seis cilindros. Y que no se cansa, el tío. Puede estar así media hora contando por lo bajo. Cuando por fin se aburre, se vuelve a lo alto del armario. Al contrario que el Gordi, que creo que ya ha quedado claro que es muy bruto, éste es una cosita delicada. Nunca muerde, nunca araña y tiene un gesto muy tierno de cogerte la cara con la pata para que lo mires mientras lo tienes en brazos.

Podría estar horas y horas escribiendo sobre ellos pero mejor no sigo porque se me va a caer la babilla. Ya contaré anécdotas en posts venideros.

lunes, 9 de enero de 2012

Con ganas de escribir

Os cuento.
Mi idea inicial era hacer un blog sobre los años 80, contando mis anécdotas de infancia, mis juguetes, la música que escuchaba… Sí, lo sé, no sería el primer blog de la historia con esta temática pero a mí me apetecía y me hacía ilusión. “¿Por qué no lo has hecho?”, me preguntaréis.  No lo he hecho porque me siento atada por una normativa sin delicadeza, sin decoro, sin demasiado sentido y, en mi humilde opinión, sin derecho a tocar las narices de semejante manera.

Es por esto que he decidido escribir sobre mí. Simple y llanamente. Sobre mí. Porque aún soy dueña de mis propios derechos y quiero explotarlos.  Porque tengo ganas de expresarme y no habrá suficiente sopa en el mundo que me ahogue hasta tal punto de hacerme callar.

Voy a usar exclusivamente contenido Copyleft y, ya que estamos, aprovecho para informar que yo también me declaro una persona libre de derechos. Podéis enlazarme, copiarme, plagiarme y distribuirme todo lo que os dé la gana. Ya que tenemos que prostituirnos en favor de las Multinacionales, por lo menos que nos dé gustirrinín.

La idea de Internet (o al menos la que mi mente romántica y altruista quiere entender) es compartir (que no robar) el conocimiento, las vivencias, los recuerdos. Estamos siendo infectados con el Síndrome de Golum y estamos cayendo en un macarrismo cibernético que da bastante miedito,  la verdad “Komo me henlaces te parto la geta, tiki taka” (perdón por las faltas pero no puedo enlazar ni al diccionario para demostraros por qué lo anterior está mal escrito).

Lo dicho. Queda inaugurado mi blog sobre mí. Sed bienvenidos todos