A veces me sorprendo a mí misma con mi poco romanticismo. Reconozco
que a los veinte años, cuando una estaba con todo el pavo subido y viviendo las
mieles del primer amor “en serio” todo me parecía un cuento de hadas. Cualquier
nimiedad que en circunstancias normales podría interpretarse como simple
educación, yo la veía como la gesta de un caballero.
Pero luego vino el desamor y, con él, se me quitó la
tontería. Luego de llorar durante meses por pensar que ya nunca jamás sería
capaz de volver a amar, me sacudí las penas y seguí adelante porque era lo
único que podía hacer, básicamente. Bueno, eso o encerrarme en un convento de
clausura pero los hábitos me ensanchan las caderas y el velo me deja el pelo
fatal, así que me dije “pues a seguir, que aunque el amor me dé palos, al menos
puedo elegir mi outfit”.
Y fui viviendo diferentes historias de amor, algunas más
intensas que otras. Y reconozco que cada ruptura me resultaba más fácil. Me
volví una persona de lo más práctica y el pragmatismo no suele ser buen
compañero del romanticismo al uso. Y luego conocí al churri y si bien admito
que es la persona con la que más a gusto he estado en mi vida y que no lo
cambiaría por ninguno, ya no siento esas maripositas que otrora sentía cuando
era joven e inexperta. Tal vez haya perdido magia en el proceso pero he ganado
en tranquilidad lo que no está escrito. O sí está escrito, porque lo acabo de
escribir.
Así que, cuando el otro día el churri me dejó por sorpresa
un muffin de arándanos en la cafetería para que me lo diera la chica majísima
de los cafés al ir yo a buscar mi ídem, me pareció un gesto de lo más bonito y
por supuesto que se lo agradecí pero si esto me hubiera pasado a los veinte
años creo que ni me hubiese comido el muffin. Lo hubiese enmarcado para
contemplarlo día y noche como símbolo eterno de un amor inquebrantable. Pero me
ha pasado con 37 años a punto de tocar a su fin, así que me lo comí, y bien
bueno que me estuvo.
Tengo una amiga que es todo lo contrario a mí. Creo que en
su otra vida fue Sissi Emperatriz. Hasta ir a Cibeles a coger el búho (autobús
que pasa por la noche, para los que no conozcáis la expresión) un sábado a las
cuatro de la mañana le parece de lo más romántico. Para mí es ir por la Gran
Vía sorteando borrachos, locos y gente de dudosas intenciones. Está visto que
cada uno ve la vida con el prisma que le haya tocado en suerte.
Y creo que por eso me dan urticaria las novelas de amor, las
canciones pastelosas y las comedias románticas. Especialmente esas donde la
protagonista se termina enamorando locamente de alguien que al principio de la
película le caía fatal. ¿Dónde se ha visto eso? Si alguien me cae fatal será
por algo. La gente no cambia y no voy a decir de repente “pues mira, es un
borde, un pedante, un egoísta y tiene mal aliento pero, de repente, me chifla”.
Nada, que no hay caso. No consigo ser romántica.
P.S. Ya estamos en la segunda fase de los PAPA. Recuerda que
tienes tiempo de votar al ganador hasta las 23:59 españolas del martes 3 de
mayo pinchando aquí.