Siiiiii. Ya llegó, ya está aquí, la segunda parte de esta
historia que con tanta ansia esperabais. Ya veis que a veces tardo pero cumplo
con lo prometido.
El capítulo anterior había terminado con mi paquete retenido
en la aduana uruguaya y el paquete de mi madre abandonado en algún lugar de
Móstoles.
Pues bien, mi madre, al día siguiente de imprimir el
papelito que necesitaba para hacer el pago, fue muy diligente a Correos para
pagar el impuesto revolucionario que le pedían. En la oficina le informaron que
ahí no era, que tenía que ir a otra oficina peeeero, que ese día no la iban a
atender porque estaban en “suspensión de tareas”, que es un eufemismo hermoso
para no decir que están de huelga. Mi madre, que es una rebelde y tiene un
pronto muy malo, se enfadó tanto que, según sus propias palabras, se dio la
vuelta y no dio ni las gracias. Mi madre es la reencarnación de La Pasionaria,
sí.
Total, que pensó que tendría que volver al día siguiente
siempre y cuando no lloviera porque estaba pronosticada una tormenta terrible y
decía mi madre que lo único que le faltaba era pillarse una pulmonía por culpa
de Correos, Aduanas y la santa madre de todos. Como, al parecer, al día
siguiente no diluviaba, para allí que salió pero hete aquí que, cuando va a
salir de su edificio, le dice la portera que le había llegado un paquete. Sí,
mi paquete. Por razones inexplicables, lo habían mandado igual aunque no
estuviera pagado el importe correspondiente. Uruguay is different. Según le
contó la portera del edificio, a ella le había pasado lo mismo. Rellenó el
famoso formulario y dejó pasar un par de días antes de ir a pagar y se lo
mandaron igual, así que ya hemos dado con el truco para no tener que soltar
dinero por algo que ya estaba pagado en origen. Lo malo es que mi madre ya
tenía pensado mandar una carta a la radio para quejarse y hacerse oír como
ciudadana indignada y, la pobre, se ha quedado con las ganas.
A partir de ahora, cada vez que tenga que mandarle un regalo
a mi madre tendré que preguntarle qué tal le viene. Si se lo mando ya o mejor
me espero a principios de mes, que ya habrá cobrado. Surrealista.
Como había gente deseando saber qué le mandé (y no, no fue
un huevo Fabergé) os informo que era un colgantito, una lechuza de lana porque
mi madre colecciona lechuzas desde que tengo memoria y una revista que me había
encargado.
Próxima parada, Móstoles City. Aprovechando que tuve una
semana de vacaciones, hablé con la sobrina de la compañera de trabajo de mi
madre y me dijo que fuera a buscarlo cuando quisiera. Hay que ver las
excursiones que hay que hacer para ir a cualquier sitio fuera de Madrid capital
cuando uno no tiene coche pero, finalmente, llegamos (fui con el churri porque
así, el muy pillín, aprovechaba para engatusarme y que fuéramos al Ikea luego
de recogido el paquete).
Tengo que decir que la chica es un encanto y, lo que pensé
que iba a ser un trámite de cinco minutos, terminó siendo una visita de más de
una hora, donde nos contamos nuestras vidas y de lo que echábamos de menos del
paisito. Entrañable, todo.
Mi madre me mandó un colgante hecho con sus propias manos
(no sé a quién salgo con mi legendaria torpeza), un calendario perpetuo de
madera con un gatito y camisetas para el churri y para mí. Todo super chulo.
Así que, al final, todo salió maravillosamente. La vida me
pone duras pruebas, sí, pero al final siempre salgo airosa porque no me dejo
vencer por las adversidades.
Y me he vuelto a enrollar y a escribir más de la cuenta pero
bueno, os dejo palabras de más de propina porque… me vuelvo a ir de vacaciones.
En principio será una semana pero creo que no volveré a asomar la nariz por
aquí hasta dentro de dos semanas porque voy a necesitar unos días para
programar las entradas y poner un poco de orden. Amén de que en época navideña
no suele quedar ni el tato por aquí; y predicar en el desierto pues como que
no.
Pasad muy buenas fiestas, no os empachéis de polvorones y,
si decís “Pamplona” colgadlo en vuestros blogs y nos echamos unas risas.
Todos mis buenos deseos para este 2016 que se nos viene. Sed
felices y reíd en cada oportunidad que tengáis porque siempre, siempre, hay motivos.
¡Hasta el año que viene!