Antes de que empezase mi odisea con la mudanza, yo solía
parecer una persona. Iba a la peluquería puntualmente todos los meses, iba a
hacerme una limpieza de cutis cada tres y, una vez a la semana, me arreglaba
las uñas, las cejas, me exfoliaba la cara y el cuerpo, me depilaba y me ponía
mis mascarillas de pelo, de cutis y de pies.
He perdido la cuenta de cuánto tiempo de retraso llevo con
la peluquería y la limpieza de cutis, hace dos semanas que no me arreglo las
cejas (lo mismo que no me depilo, menos mal que no tengo mucho vello y todavía no he empezado con las faldas y los
pantalones cortos). Tampoco recuerdo mi última exfoliación ni mi última
mascarilla y mis uñas tenían una forma rara, más largas de un lado que de otro.
Dos días hacía que iba con una lima en el bolso por si tenía
un momento para hacerlo en el trabajo. Sí, lo sé, arreglarse las uñas en el
trabajo es algo muy feo y sólo se les
consiente a las secretarias ejecutivas pero es que el día no me llega ya. No me
llega. Y, encima, estoy con muchísimo trabajo así que la lima no hacía más que
ir y venir en mi ya de por sí superpoblado bolso, sin poder cumplir en ningún
momento con su labor.
Así que hoy me he decidido a ir, al menos, a la peluquería,
a ver si me quitaban ese aspecto de escoba que andaba arrastrando (me acabo de
mirar al espejo y veo que sigo siendo la misma escoba pero con las cerdas más
lustrosas, así que el problema no sé si era ese) y, mientras me subía el tinte,
he sacado mi lima y me he puesto a arreglarme las uñas. Ahí, sin pudor alguno. ¿Que
me miran como a una loca? Pues que me miren, que para eso tienen ojos y, al
parecer, hasta buen criterio para juzgarme a simple vista.
Menos mal que con las chicas de la peluquería tengo confianza
y les he contado el porqué de mi momento “salón de belleza-dentro de un salón
de belleza”. Hay que ver lo que las voy a echar de menos cuando me mude. Lo
mismo ni me cambio de peluquería pero no sé yo, porque claro, ahora me quedan a
cinco minutejos andando y, cuando me mude, estarán a media hora de camino.
¿Voy a tener yo ganas de levantarme aún más pronto para ir a la peluquería? Tal
vez sí porque, si bien aún no he salido a hacer turismo por mi nuevo barrio, lo
más que he visto son las típicas peluquerías de ídem y esas, o te las recomiendan
o te la juegas mucho y como no conozco a nadie del barrio no tengo a quién
preguntar. Y lo de jugármela… No sé yo. Mi vena aventurera anda de capa caída
últimamente.
En resumen, que sigo hecha un espanto pero con manos en
lugar de garras y el pelo más vistoso. Por lo demás, soy un punto negro con vello
corporal, cejas amorfas y patas. Un cuadro.
Cuando termine este calvario pienso dedicarme el primer fin
de semana a mí solita, que me lo he ganado. Iré a hacerme mi limpieza de cutis
y me daré un baño de espuma. Sí, tengo bañera. Cómo echaba de menos la bañera.
Cuando era soltera la tenía y me encantaba meterme ahí cual prota de “1, 2, 3…
Splash!” pero, cuando me mudé aquí, me
tuve que conformar con el plato de ducha y no es lo mismo. No es lo mismo.
Pues eso. Que, hasta que no desarrolle escamas, no salgo.