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jueves, 18 de diciembre de 2014

Hasta el año que viene!!!

El post de hoy es breve, nada más que para avisar que me voy de vacaciones navideñas y volveré… pues no sé bien cuándo, la verdad. Ya imagino que para después de Reyes porque por aquí no suele quedar ni el tato y me enfada sobremanera estar escribiendo al aire; aunque tal vez mi incontinencia dactilar me haga publicar algo antes, qué sé yo. Cuando menos os lo esperéis estaré por aquí. Permaneced atentos a vuestros monitores.

Para dejaros con un buen sabor de boca, os conmino a leer una entrada navideña que escribí en febrero de 2012. Sí, en febrero, yo soy así de particular. Como por aquel entonces era todavía menos conocida que ahora, comentaron cuatro gatos así que para la mayoría la entrada será nueva y, si ya la conocíais, pues podéis disfrutar rememorando el sabor de un clásico. Aquí os la dejo.

Os deseo muy felices fiestas y que el 2015 sea genial para todos, que nos lo hemos ganado, qué narices. En lo personal, pido que los publicistas sigan haciendo mis delicias y que os pongáis las pilas con el Ustedes Dirán, que estáis de un vago…

Muchos besitos y muchas gracias a todos por haber estado por aquí durante este 2014.

Y por aquí lo dejo, que me conozco y ahora viene el momento ñoño y de exaltación de la amistad blogueril.


¡¡¡Sois unos bloggers de P**A MADRE!!!

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Anuncios Pesadillescos CXXI: El deseo, el cambio… la rayada

Un hombre se termina una bebida en la terraza de un bar y se va. La camarera recoge el vaso y, a pesar de que no hay ni un duro de propina, se emociona mucho porque, en la servilleta, le ha escrito las palabras “Comienza”  y “Deseo”. En inglés, porque es mucho más cool.

Hay un señor con sombrero subido a lo alto de una torre metálica que luce un cartel de la misma marca de bebida espirituosa que apreciaremos sutilmente en otras partes del anuncio. No sabremos si es  un suicida, un funambulista o si quiere que le dé el viento fresco.

En la esquina de un callejón se dibuja otra vez la palabra “Comienza” que se va, juguetona ella, calle arriba. Por si acaso el mensaje no se entiende, el hombre que se balancea en las alturas hace un gesto con la mano como diciendo “hala, mona, síguela”. Ella, sin dudarlo un minuto ni pararse a pensar si la estarán intentando captar para una secta chunga, se dispone a doblar la esquina y, súbitamente, alguien le coge la mano cuando la apoya en la pared para asomarse. Es un hombre trajeado con la palabra “Deseo” impresa cual dorsal de corredor de maratón que la hace correr por el callejón con otros tantos flipados. Estoy esperando a ver cuándo aparecen los toros de San Fermín pero no, así que no sé por qué todos corren por una estrecha callejuela. En una calle que cruzan, hay dos sujetando una gigantesca palabra “Cambio” también en inglés cuando justo en eso suena un silbato y un policía hace detenerse a nuestra camarera y le arranca el delantal con un solo movimiento. El de la torre metálica baila la jota aragonesa o entona el Hare Krishna o no sé muy bien qué hace. Esto es peor que Twin Peaks.

El policía le pone a la camarera una chaqueta blanca sobre los hombros. Será para que la pobre no pille un catarro, que son fechas muy malas y los virus acechan. Ah, no, parece que es para distinguirla de los demás, que van todos de negro. A esto es a lo que yo llamo “ser un blanco fácil”. Ella sigue por el callejón, donde hay una mujer con un montón de flores. Pareciera que las está repartiendo pero sólo entrega una a la camarera porque es la más guay. Ella llega a una especie de estación de tren donde se lee, esta vez en italiano, “El futuro eres tú”. Se queda parada como diciendo “¿qué pinto yo aquí?” A buenas horas te lo preguntas, hija mía. Coge una maleta vintage hábilmente colocada a sus pies donde aparece otra vez la palabra “Deseo” y, mientras vemos al de la torre metálica hacer peligrosos equilibrios a puntito de precipitarse al vacío, ella corre para pillar el tren.

Una vez en el vagón, ella despliega su servilletita, que no ha soltado en todo el camino y comprobamos asombrados que ahora pone “El deseo comienza el cambio”. El hombre de la torre lanza un besito al aire, el cartel de bebida alcohólica se ilumina y ya.

Me han dado más ganas de apuntarme a una maratón que de beber vermouth. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Crónicas Felinas CXVI: Buenas noches – buenos días – buenas noches

Marrameowww!!!

La bruja a veces nos echa en cara que parecemos estar más unidos al consorte que a ella misma. Y eso tiene una explicación. Bueno, en realidad tiene la explicación obvia de que es una bruja fea con una nariz enorme y que no nos deja hacer cosas divertidas como colgarnos de la ropa en el tendedero o jugar con la escobilla del váter. Pero, aparte de estos motivos evidentes, existe una razón más sutil pero no por ello menos importante: La bruja no se echa la siesta.

Por todos es sabido que los gatos somos seres dormilones, que preferimos tumbarnos a la bartola hasta que nuestros esclavos humanos vuelvan a  servirnos una nueva ración de comida y procedamos a recomenzar el proceso. La cosa viene siendo: comer, dormir para hacer una buena digestión, despertarse con hambre, volver a comer y volver a dormir. En algún momento nos da por corretear por la casa, lo cual nos da hambre y podemos retomar la rutina habitual donde la habíamos dejado.

Al consorte le gusta mucho dormir la siesta; momento que nosotros aprovechamos para hacernos la rosquillita con él en el sofá y tirarnos ahí las horas muertas pero la bruja, a pesar de lo que presume de sus orígenes latinos, tiene una especie de rigor alemán que vete a saber de dónde habrá sacado y defiende la extraña teoría de que el tiempo que duerme es tiempo perdido,  por lo que no se permite echarse una ligera cabezadita, aunque más no sea, mientras los otros tres miembros de esta extraña familia que conformamos roncamos a pierna suelta. Lo de aprovechar el  tiempo es bastante relativo porque, si luego le preguntas qué ha estado haciendo mientras los demás dormíamos tan a gusto, te saldrá con que ha estado viendo alguna bobada en la tele o escribiendo las tontunadas que después publica en el blog o leyendo alguna cosa en Internet sobre la última estafa que haya salido a la luz (tiene una obsesión muy extraña con las estafas y las sectas) por lo que no sé yo si el tiempo realmente no hubiera estado mejor invertido en dormir un rato y hacer menos el ganso. Vamos, que sigue siendo igual de improductiva pero muerta de sueño, lo cual es un despropósito en toda regla, tal como lo veo yo desde mi filosofía felina del buen vivir.

Como a mí lo de ver la tele ni me va ni me viene (no obstante, habría que puntualizar que Munchkin continúa siendo un fan incondicional de los dibujitos animados aunque ahora esté ya en plena adolescencia y con las hormonas algo alborotadas) y las estafas no me interesan demasiado, aunque pensándolo fríamente tal vez podría aprender alguna estratagema para hacer más difícil la vida de la bruja, prefiero irme a hacer el vago con el consorte que, para estas cosas, sí que sabe vivir la vida.

Y ése es el motivo subyacente que nos hace sentir mayor afinidad con él. Se lo ve más felino.


Prrrrrr.

jueves, 11 de diciembre de 2014

La involución tecnológica

Como comenté por Twitter hace un par de semanas (aunque creo que no lo leyó nadie así que lo mismo me hubiera dado contármelo a mí misma frente al espejo), tengo móvil nuevo.

Y diréis: “Pues vaya cosa. Ésta ya no sabe cómo llamar la atención y si pasamos de ella en Twitter viene a contarlo en el blog en muchos más caracteres, para que la final le tengamos que decir que enhorabuena, que lo disfrute con salud y todas esas bobadas”.

Pues no, listillos, que sois unos listillos. No negaré que es cierto que estoy encantada con mi nuevo móvil porque el otro cada dos por tres se quedaba en estado catatónico, y sólo lo reanimabas con una RCP consistente en arrancarle de cuajo la batería y volvérsela a poner. Para colmo, era un desmemoriado en todos los sentidos: Primero porque, cuando regresaba del coma no me avisaba de las llamadas perdidas (mis amigas de Vaya Telita saben bien de lo que hablo) y segundo porque tenía muy poca capacidad y en cuanto le intentaba guardar una cosita más, tenía que borrar otra. Total, que el churri me ha hecho un gran favor regalándome un nuevo artilugio con el que estar comunicada.

Pero no todo iba a ser un lecho de rosas. Tengo un problema con mi nuevo móvil y es el tamaño. Antes de tener Smartphone recuerdo que tenía un móvil de éstos que se cerraban doblándolos al medio y podía llevarlo cómodamente en los bolsitos más diminutos. Mi primer Smartphone (del que, como digo, me he deshecho) ya no se doblaba, lógicamente.  No obstante, lo elegí lo más pequeño posible y aun así tenía unas dimensiones bastante mayores que mi antiguo teléfono.

El que tengo ahora debe ocupar, como mínimo, una cuarta parte más que el que tenía antes y prometo que los he visto incluso más grandes. El de mi primo G., sin ir más lejos, es una especie de tablet que permite hacer llamadas. Como yo soy de mano más bien pequeña, confieso que a veces me cuesta sostener mi teléfono con una sola mano. Antes podía escribir un mensaje o un Tweet teniendo una mano ocupada pero ahora no hay manera, oye. ¿Qué clase de involución es ésta que, en lugar de empequeñecer los artículos, los hace cada vez más grandes? Creo que el problema es que los móviles se han quedado a medio camino entre algo que crece y algo que decrece. Me explico: Del PC con monitor de culo pasamos al PC con monitor plano. De ahí, al portátil; del portátil al notebook; y del notebook a la tablet. Y resulta que los teléfonos, envidiosos ellos, han querido parecerse a las tablets y así les va, que crecen para parecer un ordenador pero tienen el inconveniente de que se tiene que poder hablar con ellos y se frustran, los pobres, porque si la gente no tuviera esa manía de querer comunicarse de viva voz, ellos podrían crecer sin control.

Qué triste, ¿no?

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Anuncios Pesadillescos CXX: Si Freddie levantara la cabeza…

Vemos a una familia en una mañana invernal, abrigados hasta las orejas mientras cargan el coche con mil bártulos para irse a la nieve (o eso me hace pensar el trineo sobre la baca), como si en su lugar de origen no tuviesen ya suficiente frío. Da fe de ello la capa de escarcha sobre el parabrisas. Quiero creer que es escarcha porque, de lo contrario, tendré que instarles a darle un agüita al vehículo.

El padre tose. Empezamos bien. En el momento de cargar la última maleta, estornuda. Su mujer pone una cara de preocupación que cualquiera diría que el hombre acaba de ser atacado por un Tiranosaurio Rex. Tanta alharaca por un estornudo. El hombre no se queda atrás en lo que a reacciones sobredimensionadas se refiere y, con sus ojos llorosos propios del constipado (o quizás porque la pena lo embarga) mira hacia arriba y comienza a cantar “Don´t stop me now” de Queen. Los niños se asoman desde el asiento trasero entonando a dúo “´Cause we´re having a good time”. La hija jovencilla, que se dispone a darse un besito con su ligue de turno en el dormitorio, preparando el terreno para el fin de semana sola en casa que se le avecina, mira por la ventana y, ante el terrible pensamiento de “Ay, madre, que éstos al final no se van y me chafan todo el plan”, se une a la cantinela con voz digna de musical de Broadway.

Pero el hombre, que es de lo más previsor, vuelca el contenido de un sobrecito en un vaso con agua que no sabemos si ha sacado de dentro de la casa o si ya lo tenía ahí preparado dentro del coche porque a él a previsor no le gana nadie y, un segundo más tarde, se dirige a la cámara dando saltitos, sobre en mano y con los pelos de punta (desconozco si a causa del viento o si se trata de un efecto secundario del medicamento) al grito de “I don´t wanna stop at all”.

Y allí que se van, tan contentos  con sus gorritos de lana. La madre conduce, los niños se dan collejas en el asiento de atrás pero todos sonríen muertecitos de felicidad. A ver cómo iban a perderse ellos ese viaje tan idílico donde todo apunta a que va a ser paz y armonía. Llamadme agorera pero me da a mí que ahí la única que se lo va a pasar bien es la hija jovencilla, a quien ya no vemos más durante el anuncio pero a la que me imagino viendo alejarse el coche mientras se frota las manos de satisfacción.

Diréis que soy una sosa, que lo soy, pero yo hubiese aprovechado la coyuntura para quedarme en casita tapada con una manta y el medicamento me lo hubiese tomado una vez que ya todos se hubiesen ido con viento fresco (como las propias condiciones climáticas exigen) para emular a Tom Cruise en Risky Business.

Esta gente no sabe divertirse. 

lunes, 8 de diciembre de 2014

Crónicas Felinas CXV: Más difícil todavía

Marrameowww!!!

Tengo que confesaros que Munchkin cada día me desconcierta más. Ya os había comentado alguna vez que lo veía bastante torpón, al punto de saltar a la mesita de centro, que no sé si llega a los cincuenta centímetros de alto, y caerse perdiendo toda la dignidad.

Pero luego hace cosas dignas de Circo del Sol que no he podido hacer yo ni en mis años mozos y me pregunto si realmente es tan torpe o si lo hace para despistar. También puede ser que tenga mucha suerte y, cuando realmente pone en peligro su integridad física, consigue no esmoñarse.

Os pongo en antecedentes. En la cocina de mi casa hay un baño. No preguntéis por qué. Se ve que cuando vivían aquí los dueños del piso decidieron que era una idea estupenda convertir la típica terracita que suele usarse para la lavadora o algo así en un bañito. La bruja y el consorte hubieran preferido una alacena pero, como no es su  piso, se fastidian sin poder hacer obra y ahí tienen el baño, que no se usa para otra cosa que para albergar nuestro cajón de arena. Tenemos baño privado, ¿cómo lo veis?

Pues bien, el baño tiene una puerta (sólo faltaba que no) que, cuando está abierta de par en par queda justo al lado de la encimera. El otro día estaba la bruja perdiendo el tiempo en vuestros blogs cuando, de repente, escucha un ruido de alguien rascando. El alguien evidentemente, era Munchkin.

Cuando la bruja entró a la cocina, se encuentra al imberbe subido a la puerta, haciendo equilibrios cual funambulista y, como no podía cogerlo, empezó a dar saltitos nerviosos alternando un pie y otro y diciendo “pero baja de ahí, insensato”. No conforme con esto, Munchkin decidió seguir dando muestras de sus habilidades circenses y se subió encima de la caldera del gas, a la que accedió haciendo equilibrios sobre las tuberías finitas que están pegadas a la pared.

Bajar ya le resultó más complicado pero lo consiguió sin mayores incidentes y la bruja se puso de un ñoño inaguantable y le daba besitos y le decía “Ay, no me des estos sustos, que cualquier día vas  a matarme de un disgusto”. Cuando la bruja quiere, es la mayor madre agonías del universo; de ésas que te quitan manchitas con un pañuelo mojado en saliva. Desde entonces, la bruja deja la puerta entornada para evitar tentaciones, por lo que tenemos que entrar a hacer nuestras necesidades haciendo la víbora, con un sinuoso arqueamiento de lomo primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Pero debo reconocer que ahora tenemos mucha más intimidad.

Os preguntaréis si hay fotos pero no. La bruja estaba en tal estado de nervios que ni se acordó de la cámara. Ya veis; la que se planteó en cierto momento de su existencia ser reportera de guerra. Es lo menos profesional que he visto en mi vida.

Así no le van a dar el Pullitzer jamás de los jamases.

Prrrrrr.

jueves, 4 de diciembre de 2014

He fracasado mil veces. ¡¡Ole yo!!

Como ya hemos terminado con las crónicas de mi viaje y la economía no está para dirigirme a un nuevo destino con el que saciar vuestras ansias de cotilleo, toca volver a divagar sobre chorradas varias.

Hace tiempo que le estaba dando vueltas a esto así que, allá vamos, aunque tal vez se abra un foro de debate a raíz de este post. Vaya por delante que, como sabéis, no soy madre ni tengo a mi cargo la educación de ningún ser humano así que voy a dar mi opinión como vulgar ciudadana, que para eso tengo blog y escribo lo que me sale de la punta del peroné. Hoy me voy a poner un poquito seria, para que veáis que a veces también pienso.

Noto últimamente una tendencia generalizada a fomentar la autoestima en formas que no alcanzo a comprender. He sabido de colegios, centros deportivos y demás instituciones encargadas de tratar con cachorros humanos que, cuando las criaturitas participan en una actividad, se les da un premio a todos y cada uno de ellos porque todos han participado y, por ende, todos son ganadores. Así nadie se frustra por perder (cachis, que no debo decir “perder”, eso es muy negativo. Corrijo: Nadie se frustra por… ¿no ganar?, ¿quedar en un puesto diferente al primero? ¿Cuál es la correcta?).

Y a mí que me perdonen pero ni comulgo con esta idea ni la entiendo demasiado. Me da un poco de miedo pensar qué puede suceder con estos niños cuando ya no sean tan niños; cuando se presenten a una entrevista de trabajo y vean que, no sólo no le dan el puesto a todos los que se presentan sino que el gerente no le pone un pin en la solapa con la frase “Tu visita nos ha hecho felices. ¡Enhorabuena!”. ¿Qué pasará cuando vean que la señora que tienen delante en la panadería se lleva la última baguette y nadie le da una bolsita de colines por haber participado?

Dudo que la autoestima se fomente dándote a entender que el fracaso no existe. El fracaso existe. Y fastidia; vaya que si fastidia pero, tal como yo lo veo, nuestra autoestima crece cuando comprendemos que, a pesar de los fracasos, somos lo suficientemente fuertes como para no dejar de luchar por lo que queremos, para intentar mejorar cada día con el fin de alcanzar nuestro objetivo. Y podrán caernos encima, uno, dos, mil fracasos. Tal vez nunca consigamos algo que nos hemos propuesto pero lo importante es mantener la cabeza alta y tirar para adelante porque nosotros lo valemos y no vamos a permitir que un contratiempo (o cuatro millones) nos arruine el día.

Soy muy optimista. Tan optimista que a veces rozo lo naif pero creo que hay que tener los pies en el suelo. No todos somos iguales y eso es lo que hace que la vida mole tanto.

Me está cansando eso de pretender que somos una masa informe donde nadie destaca en nada sobre los demás. 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Anuncios Pesadillescos CXIX: Técnicas de venta

En un salón, un niño se frota los bracitos en una genial interpretación del frío tremendo que está pasando mientras su madre le coloca un gorrito. Llamadme loca pero, si se frota los brazos, tal vez el problema no sea que tiene frío en la cocorota sino que la chaquetilla que lleva puesta en insuficiente. Pero una no es madre así que estoy dispuesta a escuchar opiniones expertas.

Sentaditos en el sofá, el padre de familia y otro que no sé si es un amigo de la familia porque no nos explican qué pinta ahí. Yo apostaría a que es el cuñado, porque todos sabemos que los cuñados son expertos en cualquier materia. Hombres del mundo: Si vuestra hermana no está emparejada no tenéis autoridad para opinar de nada. Curiosamente, a las cuñadas se las suele ver como unas arpías metomentodo…

El supuesto cuñado se dispone a aleccionar al padre de familia preguntándole si tiene pensado instalar un determinado sistema de calefacción (que no desvelaremos pero es el que estáis pensando)  en su casa este invierno. El padre, con cara de niño cabezota, contesta con un rotundo “No”, desviando hacia abajo la mirada, probablemente porque se imagina la que se le viene encima.

El cuñado, que debe de ser comercial de la compañía, comienza con sus argumentos y le dice que es algo muy económico. El padre, por toda respuesta, se encoge de hombros y arquea la boca hacia abajo, dando a entender que ni lo sabe, ni le importa. Como venganza de la naturaleza, al padre le empieza a nevar encima. Habría que revisar el techo de esa casa.

El cansino de turno sigue con su speech y le dice que instalarlo es rápido y fácil. El padre asiente con la cabeza, a ver si el cuñado se calla de una buena vez, y vemos que la montaña de nieve ya llega a las rodillas de la víctima.

“Y no sólo cuesta menos de lo que piensas”, arguye el cuñado (¿Es impresión mía o la baza del precio ya había sido jugada?). Vuelve a cambiar el plano y vemos que los brazos del padre han sido sustituidos por sendas ramas con forma de tridente.

El cuñado concluye aduciendo que la instalación le puede salir gratis (¿Le puede salir gratis? ¿Esto va a sorteo o qué?) A estas alturas, nuestro pobre hombre ya  tiene una bola de nieve en las piernas y otra cubriéndole el torso.

“Gratis”, recalca el muy pesado mientras coloca una zanahoria en la bola de nieve que ahora tiene por cabeza el marido de su hermana. (Sí, se ha convertido en muñeco de nieve; sabía que lo ibais a pillar). Para completar la humillación, un pajarito entra volando por la ventana y se posa en la cabeza del muñeco de nieve.

Al final, el pobre hombre se deja convencer, por no escuchar al cuñado y su mujer se acerca rauda con el teléfono para que su hermano se lleve su comisión.

Este hombre es un blando. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

Crónicas Felinas CXIV: No pasarán

Marrameowww!!!

Con la tontería, Munchkin ya lleva dos meses bajo el mismo techo que un servidor. El balance viene siendo positivo, si dejamos de lado sus ansias por que lo amamante (esto ya se le va pasando un poco, por suerte) y que venga a morderme la oreja cuando estoy en brazos de Morfeo.

Tiene una gran tendencia a acaparar los juguetes y no dejar que juegue con ninguno. También tengo que reconocer que ahora, de repente, me ha dado por juguetes a los que antes no hacía ni caso pero, al ver lo bien que se lo pasa el infante, he decidido probar a ver cuál es la gracia hasta que viene él y me los roba. Normalmente le dejo hacer porque soy de poco discutir y, para qué negarlo, también bastante vago por lo que casi que prefiero dejar que se salga con la suya antes que ponerme a montar la gresca por un quítame allá esa pelotita con cascabel incorporado. Habrá quien opine que me dejo expropiar mis bienes pero la verdad es que me da bastante igual. Soy feliz teniendo mi rinconcito mullido en el sofá donde pasarme las horas muertas echando interminables siestas y esto suele respetarlo bastante porque, por norma general, anda por ahí haciendo el cabra o se va a dormir él solo a la cama, en un alarde de independencia y rebeldía adolescente.

Pero… siempre hay un pero. Y en este caso serían los ratoncitos de juguete. No cualquier ratoncito. Unos pequeñitos que siempre me han encantado y que no me dejan usar mucho porque me da por metérmelos enteros en la boca y a estos humanos exagerados les da por imaginarse que me voy a terminar atragantando y no sé cuántas paranoias más.

Pues bien, podré soportar que Munchkin se haga con el control de cualquier juguete pero los ratoncitos… ayyyy, los ratoncitos. En las raras ocasiones en que logro hacerme con uno bajo el férreo control de mis humanos, no lo suelto ni a sol ni a sombra. Con deciros que el otro día, sin ir más lejos, cogí el ratoncito con mis fauces y, cuando vi que el canijo venía a intentar arrebatármelo, le tiré un zarpazo y hasta le gruñí, cosa que no hago ni con los veterinarios más infames. Los ratoncitos son mi último reducto de independencia; el estandarte que representa el gato único que otrora fui; la última propiedad privada que me va quedando y, aunque el derecho de usufructo me sea administrado con cuentagotas, bien vale la pena esperar lo que haga falta para luego disfrutar de ellos, así que en esto no pienso ceder ni un poquito. Ya puede quedarse con todos los otros juguetes, que no me importa. Ni siquiera le echo la bronca cuando viene a meter el hocico en mi platito para robarme granos de pienso cuando estoy comiendo pero mis ratoncitos son sagrados y por ellos me convierto en un felino coraje dispuesto a darlo todo por sus roedores de plástico.

Prrrrrr.